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A veces los humanos nos tomamos ciertas libertades con los animales y el asunto llega a ser un poco cómico, o patético. A estas alturas ya no me atrevo a decir mucho, pues cada vez que hablo en alto sobre lo que opino de  humanizar a los animales acabo perdiendo a un amigo, bueno a un conocido, los amigos, con o sin perros, saben perfectamente de lo que hablo. En este caso son conocidos, personas que viven en tu barrio y están en tu vida  por la asiduidad de vernos, lo cuales ni te conocen, aunque lo crean, pues para ellos soy simplemente como ellos me han creado desde su perspectiva.

Con estos vecinos suelo ser educada, ya que daño no hace,  si se detienen y comienzan a o preguntarme o a simplemente hablan por seguir con las normas cívicas, todo queda es eso dos minutos y listo. Si la conversación revierte en asuntos que puede acabar en algo que va más lejos que la pura rutina del saludo educado un  “me están esperando, lo siento, te dejo”, y te vas tan contenta.

Todo este comienzo, que nada tiene que ver con el asunto a tratar, ahora casi creo que innecesario es para contar un encontronazo con una de esas personas de mi entorno que tienen un perro; animal de lo  más fiel, que acaba siendo tu mejor amigo, te regalan buenos momentos y están siempre pendientes de ti, he tenido uno y sé algo sobre ello.

Esta vecina de la que voy a hablar ahoga en bufandas y chaquetones  a  su chihuahua, al que llama Gordi,  lo lleva siempre en sus brazos y no deja que camine pues repite siempre:

—Temo que con las patitas tan chicas que tiene acabe haciéndose daño.

Suelo mirarlo y siempre me parece triste y a veces hasta he pensado que me grita:

— ¡Sálvame, no me deja vivir!

Desde luego había optado por callarme y no decirle lo qué pensaba sobre ello.

Pero un día enseguida que me vio en la acera frente a la de ella, las dos esperábamos que cambiase la luz del semáforo, cogió la patita del perro y se la movía de un lado a otro a modo de saludo.

—Saluda a la tita, mira la tita, dile algo Gordi — insistía al pobre animal.

Gordi, asustado, comenzó a ladrar, y ella le estiraba y movía su pata con tanto frenesí que me angustié y, por supuesto, al llegar a su lado estallé.

—Lo estas estresando — le espeté un tanto molesta— además, ¿qué es eso de “tita”, le has preguntado si quiere emparentar conmigo? —aquí ella ya frunció el ceño, pero no la dejé hablar y proseguí —si fuese su “tita” insistiría muy mucho en que no le pusieses tanta ropa que no le hace falta, ¿chaquetón y bufanda?, esto en caso de muchísimo frio, ¿no ves que va sudando?, y  bájalo al suelo,  necesita realizar ejercicio y ser él mismo, que olisqueé todo lo qué hay a su alrededor y haga amistad con otros animales, si no harás de él un dependiente y asustadizo. Intentas humanizarlo, y lo más hermoso que puedes hacer por él es quererlo tal cual es. Cumple con tu obligación de atenderlo y cuidarlo según sus necesidades, ¿verdad que si está enfermo no lo llevas a tu médico de cabecera?, ¿te has preguntado alguna vez si él está contento, pues yo no veo que mueva su cola cuando le hablas?   Imagina que eres tú la mascota, piensa un poco a ver si no estarías más que estresada.

Desde aquel día no me habla, se enfadó mucho y allí mismo me dijo de todo menos bonita, remató su bronca  con: “el que no quiere a los animales es gente mala”. Le dije que en eso estaba de acuerdo con ella, y es más, que debían castigar duramente a quienes les hiciesen daño. Lo único qué logré fue que se enfadase más todavía. Quien no quiere escuchar…

No perdí nada importante, ella tampoco desde luego. Sigue doliéndome ver como tanta gente con perros intenta humanizarlos. ¿Y si montase una tienda de mascotas humanas?

Maite Moreno.

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