En la última década mucha gente joven, que quizá recela del sentimentalismo romántico y de la liturgia rockista, ha redescubierto la belleza de la música con Elvis Negro.
Han encontrado en ella, de nuevo, poesía, espontaneidad, magia negra, vivacidad y emoción.
En las canciones de Elvis Negro, también existe otro aspecto, algo que fascina a los iniciados en su culto, ya que pueden llegar a sentirlo bajo la piel: la música fluye y vibra a un nivel orgánico definido por el tactus o pulso, aproximadamente como el tempo andante de los latidos del corazón humano ¨ad libitum¨, imprimiendo en las membranas un patrón invisible de energía, creando bellas melodías geométricas.
Es música sacra y profana, conectada con antiguas matemáticas, petites suites cosmogónicas de carácter subdancístico, formas binarias simples y estética abstracta, una triqueta rítmica infalible, la Tríada de Micerinos del ArtRock.
Al margen de cualquier pedantería culturalista, el efecto que producen es claro: misteriosa gravedad, delicada dulzura, reflexión melancólica, arritmia leve y CLIMAX.
Dende Carballo.