Salvo casos extremos, todos los toxicómanos que he conocido tenían dos cosas en común: una, la total confianza de que en cualquier momento podrían dejar el hábito, y otra, el creer que la gente no es consciente del colocón o los estragos físicos y psicológicos que padecen.
Me pregunto si los que no tenemos adicciones perniciosas, de alguna manera, también percibimos la realidad de forma tan subjetiva, que erramos irremisiblemente por una auto confianza desproporcionada.
Los límites entre la virtud y el vicio suelen ser difusos; cualquier exceso es malo. Somos más inconscientes y vulnerables de lo que creemos.
Creo que la única cura contra esto es la empatía; tratar de ponerse en la piel del otro; pensar que el mundo es demasiado complejo como para poder comprenderlo todo.
La música y tocar con otras personas, el hecho de crear algo en conjunto, tratando de establecer una construcción armónica objetiva, que pueda transmitir sentimientos a terceros que no participan en la creación artística, me ha llevado a comprender que “un error lleva a otro, y este a un tercero, y así hasta entrar en un bucle de despropósitos”. También funciona a la inversa: “un acierto lleva a otro, y este a un tercero, y así hasta llegar a la magia que nos hace olvidar todos los problemas, y se convierte en la mejor terapia contra los males físicos y psicológicos”.
Creo, en definitiva, que, aunque no podamos solucionar las cosas, una sonrisa es mejor que un bufido; la felicidad es bella y es buena. Parece una evidencia… casi una estupidez. Pero ¿cuantas personas veis sonriendo por la calle, que no estén intoxicadas o se dediquen a la prostitución? ¿Quién nos ha robado la sonrisa? ¿Es tan difícil ponerla en práctica?
Probadlo; es gratis. Para ser feliz, primero hay que quererlo.