Parece ser que hay un subgénero nuevo dentro de la narrativa actual: la novela para porno-mamás. Se refiere ésta a novela erótica escrita por y para mujeres del tramo de edad comprendido entre los treinta y pico y los cincuenta años. Por supuesto, tengo mucho que decir sobre el término, que me parece una completa soplapollez y más después de haberme ¿solazado? con alguno de los títulos que supuestamente pertenecen a tal género. Disiento por todos los lados. Sí estoy de acuerdo en que es literatura para mujeres, ningún tío aguantaría sin dormirse más de veinte páginas, aunque conozco a alguno que ha leído algún título. ¿Pero el tramo de edad? Para empezar, los protagonistas de estas historietas no llegan a los treinta años. En fin, que oí hablar de tal engendro en un programa de radio con motivo de la publicación en España de la terrorífica “Cincuenta sombras de Grey” y, picada por la curiosidad (y sólo por la curiosidad, no me gusta el porno), allá me lié la manta a la cabeza, dispuesta a enfrascarme en tan magna obra que hace que sea leída con una sola mano por cientos de miles de americanas. Como habrán supuesto, la otra no la usan para acunar al niño. Y, como siempre, la cosa me olió sospechosamente a best-seller barato y me aproximé de uñas. No en vano, no puedo confiar en que el porno venido de un país donde la sodomía es delito incluso dentro del matrimonio en algunos estados sea porno de verdad.
Mi sexto sentido no me defraudó. La trilogía Grey es como su nombre: gris. O quizá color marrón caca, puesto que es una de las mayores mierdas que me he echado al coleto, y eso que creí que después de Federico Moccia nada podía ser peor. Pero aún así, me tragué la trilogía. Y no contenta con ello, cuando Sylvia Day publicó los dos primeros volúmenes de la trilogía Crossfire, también me los cepillé (en el buen sentido de la palabra, por supuesto). Y por hacer un análisis comparativo y no desmerecer el producto patrio, cuando Megan Maxwell sacó a la venta el primer volumen de su tríada: “Pídeme lo que quieras”, también me lo embaulé. Y tengo que decir, ya hablando en el plano puramente filológico y profesional, que sí, que estamos ante un nuevo género cuyas patéticas claves paso a desvelar. Aunque ya adelanto desde ahora que el producto Maxwell es bastante superior a los otros dos.