Formulario de acceso protexido por Login Lockdown

LONDON CALLING III: HAY UN GALLEGO EN LA LUNA

Bici amarilla en Portobello para alegrar un día gris.
Casi todas las fotos son propiedad de Fata Morgana
Poco dura la alegría en la casa del pobre, y menos del pobre inglés: el jueves amaneció lloviendo, ya tocaba, los dos días anteriores habían sido radiantes. Afortunadamente, en Londres hay dos cosas interesantes que hacer cuando el tiempo no acompaña: ir de museos y/o ir de compras. Como a lo primero ya habíamos dicho que nopi, pues nos decidimos por lo segundo con mucha moderación por aquello de la minimaleta con la que Mierdaryanair te obliga a viajar. Aprovechando que habíamos quedado con nuestro amigo Gelucho para tomar unas paints en Portobello, decidimos ir andando hasta allí desde el hotel, pues queda casi a tiro de piedra. Resultó bastante agradable no dirigirnos como autómatas a la boca de metro de Queensway al acabar de desayunar, como hacíamos todos los días. Mi marido aprovechó para ir a correr por Hyde Park y yo tendría que haber hecho lo mismo, pero me dolían las patas de las caminatas de los días anteriores. Nota mental: no seguir engañándome a mí misma y no volver a llevar ropa de running en la maleta ¿o sí? Salimos del hotel y nos encontramos con tremendo follón montado en la calle, con cámaras, extras y de todo. Después nos enteramos de que estaban rodando un episodio de la nueva temporada de la serie “Sherlock”. Una pena, nos habría gustado salir.

Para mí la quería, la casiña

Total, que tras un agradable paseo de media hora llegamos a Notting Hill dispuestos a hacerle un peinado exhaustivo. Es un barrio encantador y pintoresco. El domingo empezaba su carnaval, pero a nosotros ya no nos iba a pillar allí, lástima. Si se están preguntando si fuimos a la librería de la peli de Hugh Grant a hacernos la foto, la respuesta es ene o, no. A cambio me hice una en una tienda de máquinas de coser de segunda mano, que tiene mucha más gracia.

¿Pero qué ha sido de la cup of tea de toda la vida?
Así cosía, así, así

vivamos como galegos, que malo será…

Aparecieron los gallegos y con ellos el primer rayo de sol. Hicimos día español: nos sentamos a la una de la tarde y nos levantamos de la mesa a las seis, hablando de lo divino y lo humano. No todo fueron paints, claro, también fuimos a comer a un restaurante italiano de Portobello regentado por un gallego. Nos pusimos las botas. El que hubiera escampado y la tarde, que se presta más para pasear, abarrotó la calle, así que nos fuimos al hotel a descansar un poco y a prepararnos para la noche canallesca, ya que yo me había hecho con unas cuantas direcciones de antros de rock and roll en el Soho. Para ello nos bajamos en la parada de metro de Tottenham Court Road y de ahí nos dirigimos al primer antrazo, que no estaba en la lista, pero imposible obviar la música de Metallica a toda caña. Eso fue lo más suave que escuchamos allí. El local (enorme, por cierto, con dos pisos), se llamaba The intrepid fox, ya sabéis lo mucho que les mola a los ingleses poner nombre de animales a sus baretos, y al parecer tenía dress-code, puesto que éramos los únicos que no íbamos vestidos de heavys y por ese motivo llamábamos algo la atención. Por cierto, aquí y en toda la zona que peinamos esa noche, las copas fueron las más baratas y mejores de todos los días que salimos. Y, por supuesto, la mejor música. Camino del Borderline nos paramos en el Rock and roll (original nombre, oye), bareto de los que nos gusta, con mucho rock y mucha decoración cutre a base de cien mil gadgets y papel de periódico.

The intrepid fox
The borderline
Un minigintonic en el Borderline
El gran hallazgo de la noche fue The alleycat, antro de música en directo en Denkmark Street, una calle toda llena de tiendas de instrumentos musicales, yo iba tropezando con mis propias babas al ver los escaparates. Este local, como muchos otros de la zona, hace jams sessions, es decir, se juntan unos cuantos que no se conocen de nada, o a lo mejor sí, tocan tres o cuatro temas y dejan sitio a otros, y así sucesivamente. Allí estuvimos un buen rato. Además, tenía una tele fuera para que los fumadores pudieran seguir el concierto, y me imagino que para captar parroquianos también.

Fumando a la puerta del rock and roll
Jam session en el Alleycat
Al día siguiente teníamos un plan bastante tranqui, ya que habíamos quedado en Surrey para cenar con mis amigas María y Lorena. Tiramos para el norte al mercadillo de Camden. ¡El paraíso de las compras! Y nosotros sin maleta. Aún así, hicimos sitio para alguna cosilla. Yo me compré una bandolera de los Beatles y unos pantalones de cuero por un precio irrisorio. Supongo que me darán un resultado fatal, pero a caballo casi regalao… de todos modos, no lo encontré tan ganga como la vez anterior, o será que no quise encontrarlo para no llevarme medio Camden.

Comimos por allí tempranito y a las cinco y media o’clock estábamos en Waterloo cogiendo el tren a Wisley entre un montón de yuppies de la city (era viernes) para cenar enThe Anchor, un precioso pub a orillas de uno de los muchos canales que hay por la zona. El lugar, idílico; la compañía, inmejorable. A María la veo con cierta frecuencia porque suele venir una vez al año, pero a Lorena no la veía desde febrero de 2009, cuando nos conocimos en persona en una quedada del foro. Me hizo mucha ilusión verlas a las dos y a sus familias.

Reencuentro con Lorena después de cuatro años
El idílico canal
Por la noche repetimos el plan del día anterior, solo que, al ser viernes, los locales estaban bastante más concurridos. Por cierto, los ingleses tienen tan mal beber en su tierra como en la nuestra, me temo.
En la próxima entrega les relataré nuestra última mañana en Londres y mi emocionante e inesperado encuentro con Velázquez. Hasta la próxima, buddys.