Ya lo sé. Llevo un año y tres meses sin aparecer por aquí. Os recuerdo que tengo dos hijos blogueros más que requieren mi atención, más mis colaboraciones musicales, más el vertiginoso aumento de horas de clase por los recortes del gobierno (ahora gobierno en funciones). De hecho, también llevaba tiempo sin escribir. Literatura, me refiero.
Ahora entiendo al guapérrimo Sean Connery cuando dijo aquello de “Nunca digas nunca jamás” cuando se estrenó la enésima película de James Bond. Yo también lo dije: con “La sala de aclimatación” cerraba para siempre la saga navideña de Papá Noel, peeeeero…
¿Saben ustedes lo que es tener una idea martilleando en la cabeza días y días como una mosca cojonera? Pues eso fue lo que me sucedió al año siguiente. Empezó de manera insidiosa, lo primero que me vino a la mente fue el título (que no desvelo, porque ya indica por dónde irán los tiros). Tenía un fleco: me había portado mal con uno de los personajes de la saga, le debía una satisfacción, y no tenía pensado batirme en duelo con él al amanecer para dársela. Dejé reposar la idea otro año, porque si bien tenía claro quién tenía que ser el protagonista de la historia, lo que no me gustaba era el bosquejo de trama en la que lo iba a situar.
El segundo fogonazo llegó al año siguiente: había un segundo personaje de la saga al que le debía algo. Pero no tenía clara la forma de hacer aparecer a los dos en la misma historia. Por lo menos eso me despejó la duda de dónde iba a transcurrir la acción: en un lugar de Galicia de cuyo nombre no quiero acordarme, si se me permite parafrasear al genial Cervantes. Dejé reposar, como si fuera una infusión o una paella.
A los nueve meses vi que no podría hacer nada medianamente decente, a no ser que introdujera una acción más y un tercer personaje. También me di cuenta de que iba a ser la entrega más larga, casi más una novela corta que un cuento. El trabajo de parto comenzó en noviembre y el alumbramiento se produjo, felizmente, en estas últimas navidades. Como siempre por entregas y procurando chinchar a los lectores lo más posible. Un leopardo no puede cambiar sus manchas, me temo.
En fin, esta sí será la última, espero. Siguen fluyendo ideas, pero me parece una forma bonita de acabar una saga que es como un hijo para mí. Ni que decir tiene que he llorado muchísimo y que me ha costado lo indecible despedirme de ella. Aquí os queda el enlace de descarga. Feliz lectura