La “pitada” no era que le silbaran a uno insistentemente, no. La “pitada” o la “tuja”, era el método autónomo para proporcionarse unas perras con las que ir al cine o darse un caprichito, cuando los bolsillos de papá o mamá se negaban ya hartos, o bien se hacía imposible sisar algo de los recados cuando te hacían ir a la tienda.
En cierta manera nos adelantamos a los ecologistas o los verdes de ahora, pues limpiábamos el medio ambiente recogiendo todos los clavos, tornillos y tuercas de hierro por un lado y los tubos de dentífrico, precintos de botellas de vino y restos de tuberías que eran de plomo por otro. El cobre, era exclusivamente el cable eléctrico y el metal o latón, bastante escaso, algún tornillo, bisagra o casquillo de bombilla. Las casas en ruinas, como las de la foto, entre Marqués de Figueroa y Caballeros, eran una auténtica mina.
Se llevaba todo ello a la “ferranchina” o chatarrería, negocio extendido en los 50/60, y chatarrero y pitaderos pugnaban con todas sus malas artes para sacar un buen beneficio. Los precios eran estos: Hierro a 2 pts kilo, plomo a 10. El cobre, el más cotizado, a 60 y el metal a 20 pts. kilo. Jamás lo olvidaré.
El chatarrero taraba por debajo el plato de la balanza romana donde ponía las pesas y nosotros hacíamos bolas con el hilo de cobre (limpio del plástico que quemábamos en una hoguera y olía fatal) que en su interior llevaban una buena piedra. A 6 pts los 100g de piedra no era mal truco.
El ingenio pandillero, pues las mañas se transmitían de modo expontáneo entre los miembros, no conocía límites. Ante la negativa de los chatarreros, Rey (Avda de Chile) o Trillo (Cuatro Caminos), a comprar material procedente de RENFE (antigua Estación del Norte), tras sortear a los guardias y sus escopetas con cartuchos de sal que nos daban pánico, fundíamos en una lata los plomos de los precintos de los vagones de mercancías. Vertíamos el plomo derretido en una caña de escoba y lo enfriábamos con agua. Al romper la caña quedaban unas barras de plomo preciosas de las que nadie podía sospechar su origen y que alcanzaban altas cotizaciones en el mercado.
Entre unas cosas y otras se podían apañar dos o tres duritos, que como el cine costaba 1’50 pts, daba para toda la pandilla y algún que otro “Sinalco” o “Nik” que eran las bebidas populares de entonces y por supuesto para pipas, palotes, Darlins o chicles “Bazoka”…
Pues sí que no fui yo veces al cine por este sistema. Eran aquellas sesiones infantiles en el Monelos, Gaiteira, España, Doré, en los que pasaban por capítulos películas de “El zorro” o “El llanero solitario”, (Aiooo Silver!), con general a base de banco corrido y de los que salíamos todos a galope fustigándonos en el culo con la mano.
En la foto de mayo de 1959 vemos ropa al clareo, el trolebús de Carballo con remolque subiendo por Marqués de Figueroa, el campo de Senra, el kiosco donde se cogían puntos a las medias en Caballeros y, arriba de todo, la Estación de Santiago.
Paul Anka Diana (Original) HQ