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Elena Lanzarote Llorca

Mi madre era muy guapa. Ahora lo sé por la fotografía. Pagó por esa belleza con su vida y con la mía. Nos abandonó cuando yo era muy pequeña. Vagos recuerdos de caricias, canciones y cuentos. Viví con el silencio de mi padre y la rigidez de mi abuela, rosario en mano. Nunca respondieron a mis preguntas y crecí rodeada de libros, castrada por mi abuela y con miedo a la vida. No teníamos otros parientes o eso creía.
Estudié Derecho como mi padre y trabajé con él estos últimos años. Sin creer en el amor, negando sentimientos y deseos me convertí en lo que soy, un roble seco.
Pero hace unos días, arreglando expedientes, encontré su fotografía junto a la denuncia de mi padre, que la acusaba de adulterio reiterado y enajenación mental, la fotografía era una prueba. Qué mujer en su sano juicio se sentaba sola y así en un bar?
La sentencia del juez ordenaba su ingreso en el manicomio. Terribles leyes lo permitían.
Enloquecí y mis gritos y mi rabia provocaron el infarto de mi padre, lo sé.
Tras el funeral, llevé a mi abuela a una residencia y hoy me he puesto un vestido ajustado, me he pintado y me dirijo a Ciempozuelos a ver a mi madre, después de treinta años, para traerla a casa.