Una crónica de Graham Summer sin referencias a Townes, a Dylan o a Guthrie sería no sólo imposible, sino una gilipollez. En primera fila, antes de que empezasen a sonar, me planteaba con desconfianza si aquello era un bluff, si me estaban vendiendo algo como extraordinario sólo porque Graham es gallego pero enraíza con lo mejor del folk y el country americano.
No. No me estaban vendiendo nada. La preciosa, dulce y grave voz de Graham Summer se acompañaba con los coros de Adri Mt, mientras ambos le sacaban brillo a las guitarras. Melodías de sabor añejo, hechas en otra época y pulidas hoy en día. Con una asombrosa facilidad para crear ritmos a las cuerdas que sonaban pequeños, dulces y redondos, y disculpando, tanto a Graham como a Adri, su ocasional timidez sobre el escenario, el bolo de G. Summer fue una pequeña joya reposada e íntima de folk, música de carretera y whisky, alternando con acierto espirituales, jugueteos dulces de guitarra, toques sesenteros y un final desgarrado, con Graham empujado su voz hasta límites sorprendentemente rotos y afilados. Buen tiro.
Lo primero que hizo que el numeroso público que esperaba a Arizona Baby se lamiese los labios fue la impresionante presencia en el escenario que tenían, aún en formato dúo. Dos chicos, dos guitarras, y el escenario tomado por asalto mientras tocaban Muddy Water. Sorprendía el contraste entre la locuacidad del Javier Vielva, el vocalista y guitarra, y la tranquilidad que casi convergía con el trance del magnífico guitarra Rubén Marrón. Los Arizona continuaron con End of The Line y enlazaron con su encantadora versión de The Model de Kraftwerk. No nos importa el estilo, nos importa la década, como veis, explicaba, entre risas, Javier.
Los Arizona alternaron referencias folk, tonteos psicodélicos y un marcado vértigo rock and roll que no dejaba que el público perdiese el ritmo de sus guitarras veloces, viscerales, altamente emocionales y técnicamente prodigiosa en el caso de Rubén. La voz de Javier pasaba de registros casi blueseros a un ácido rock añejo, arañado, no tanto oscura como profunda. Where The Sun Never Sets dio pasó a la fabulosa Everything. Aquí, dejé la libreta y los aires de crítica de rock a un lado y me puse a bailar, así que no puedo apabullaros con palabras sobre ella. Lo siento. Lo pasé muy bien.
Con Dirge, el bolo adquirió un tono algo más reposado que se desgarró por completo con 16 Tons, uno de los temas, que, en mi opinión, mas parecía disfrutar el frontman, y que se enlazó con Survive, otra joya del directo.
La conexión de los Arizona con el público quedó patente tanto durante el concierto, con multitud de agradecimientos a todos los que
estábamos allí, (¿donde diablos íbamos a estar si no?) como tras finalizar este. No sólo hablaron con todo el mundo que quiso acercarse, sino que parecían muy contentos de hacerlo. Bravo, chicos.
Speaking of which, el final del bolo resultó espectacular, con temas poderosísimos como Everybody Knows, la explosiva Shiralee, donde Javier volvió a derrochar voz, y el golpetazo final: The Truth, the Whole Truth and Nothing But the Truth, sencillamente arrebatadora.
Un tremendo concierto y unos chicos encantadores.
Nos queda agradecer a las chicas de la promotora DiezCentavos su simpatía y el brindarnos un bolo que disfrutamos tanto.
Texto: Laura Bauhaus.
Fotos: Jose Guerra.