Rambling on my mind (2010)
Él se encuentra en su apartamento. Un apartamento antiguo, desordenado. En su momento le pareció buena idea mudarse ahí porque la zona estaba de moda y lo tuvo que pagar a un precio desorbitado, demasiado para un apartamento viejo, húmedo y claustrofóbico.
Está sentado en el suelo, hace una semana que no va a trabajar al museo. Lleva el mismo tiempo sin ducharse ni apenas comer. Pone una vez tras otra los discos de viejas glorias del Blues, su bien más preciado, unas joyas que antes le ponían los pelos de punta y le hacían bailar aunque no quisiera. Ahora busca desesperado sentir lo mismo, o, por lo menos, sentir algo. Busca entre las notas, entre los desgarrados gritos de Robert Johnson algún motivo para no desaparecer, para levantarse del suelo que parece estar imantado. Pero ese motivo no llega. Todas las mujeres de las que se enamoró escuchando esos discos están ya fuera de su vida, y todas las historias que antes le parecían emocionantes le parecen ahora anécdotas insulsas e irrelevantes.
En el trabajo todos le respetan, pero nadie le aporta nada, nadie sabe más que él, nadie le puede enseñar nada. Y fuera del trabajo nadie lo conoce.
– No tiene sentido. Es el momento – se dice a sí mismo.
Él no es cómo los demás, y lo sabe. No se puede suicidar dejando detrás de sí un asqueroso cadáver, horrorizar a la gente, entristecer a las ancianas y atemorizar a los niños. Tampoco quemarse poniendo en riesgo la vida de sus vecinos (por necios que sean). Él simplemente desaparecerá.
La guitarra de Muddy Waters se va apagando, y él nota como su cuerpo se despega poco a poco de la alfombra, como deja de oler a sudor y a humedad, se está desvaneciendo. Ya era hora, suena el último acorde.
De qué está hecho un poema.
Un poema está hecho de casis.
Está hecho donde se pone todo
cuando ya no supones nada.
Es lo que sale si mezclas
el día que no te besaron por un milímetro
con la vez que te hicieron el amor a miles de kilómetros de distancia.
Un poema es lo que queda
de lo que eras
antes de aquel libro.
Es lo que has crecido
después de querer desaparecer.
Un poema
eres tú
marchándote de esa fiesta
en la que no pintabas nada,
y yo,
corriendo detrás de ti.
Como una mujer
Como una mujer.
Como si hubiera que saber;
como si no bastara con nacer,
sentir, o querer ser.
Como si lo que de ti se espera
hace tiempo que pasa de ti (o tú de él).
Como si pidieras demasiado
al intentar ser tú
como una mujer.
Dicen que estoy loca.
Dicen los médicos
que me estoy volviendo loca,
y yo digo
que ojalá.
Ojalá estuviera tan loca como ellos,
tan loca como para creer
que la cura de tu ausencia cabe en una cápsula gastrorresistente.
Querría perder la cabeza
hasta pensar que tú,
tus manos,
tus pies,
tu estúpida risa,
y tu número de teléfono
caeréis fulminados una vez cada ocho horas.
Me encantaría seguirles el rollo
y no llorarte dos noches al mes,
y no llamarte como un mantra antes de dormir,
y no ponerle tu nombre a todo lo que quiero odiar.
Dicen los médicos que estoy loca
y yo digo que ojalá.
Que sería bonito pensar, como ellos,
que solo por no sentir tu latido
es que estás muerto.
P.S. (2010)
Dame poesia, hermana
la poesia que brota de tu ombligo.
Las rimas de entre tus dientes
la palabra justa que regalas con tu risa.
Dame poesia, grítala,
cántala, báilala
como vomitando
cuerdas de guitarra.
Quiero escuchar
algo que hace tiempo que sueño,
deletreas sin miedo
la gloria que vine a buscar.
No fueron tus pecados,
por los que murió Jesus,
regálame poesia, hermana,
dame poesía, nada más.
Algo tan tonto como un concurso de poesía.
Hace poco me aconsejaron “Preséntate a concursos, gana algún premio de poesía”. Lo que más me costó fue generar material inédito, enviarlo por correo en un sobre sin antes compartirlo en las redes.
Pero al fin salió. Me presenté a un par de concursos y me llamaron. Mi poema «Y si» resultó ser el ganador del Certamen de Jóvenes Creadores de la ciudad de Ávila 2015. Es un premio pequeño, pero no sabéis la ilusión que me hizo recibir esa llamada. Hoy sí puedo compartirlo con vosotros, asi que ahí va.
Bailas?
– ¿Bailas?
– ¿Contigo?
– Claro.
– Es que… no sé bailar.
– Bueno mujer, es fácil. Sólo te tienes que dejar llevar.
– Bueno, pero…si te llevas un pisotón no digas que no te lo advertí.
– (Risa) Asumiré el riesgo.(silencio, empiezan a bailar). Ves? No era tan dificil. Un, dos, tres, un, dos, tres…
– Bueno, la verdad es que tu tampoco eres Fred Astaire, si me hubieras dicho que tu tampoco bailas bien nos quedábamos sentaditos, y tan ricamente.
– Entonces no estaríamos hablando. Y tenía ganas de hablar contigo.
– ¿Pero tú quieres bailar o quieres hablar?
– Bueno, yo…(ella lo interrumpe)
– Ehhm…mejor seguimos bailando,va a resultar que no lo hacemos tan mal.
Aire (2014)
Javier Cabeza nació y creció en Santiago de Compostela. Hijo único, era dueño y señor de un
palacio de cuarenta metros cuadrados en el tercer piso de un viejo edificio de la pequeña
ciudad. Siempre que su padre, más carcelero que rey, no estuviese.
Bajaba a la calle todo el tiempo que podía. Corría, jugaba con los demás niños y éstos, a
cambio de hacerles de recadero, compartían con él su merienda. Algunos sólo le daban los
bordes del pan de molde, y aunque él sabía que lo hacían para fastidiarlo, él les daba las
gracias y les sonreía, para volver a jugar con ellos al día siguiente.
Sólo había una niña en la calle que fuera más pobre que Javier. Era Sara, la gitana. Siempre
estaba sucia, hablaba diferente, y era por todos sabido que no debían jugar ni hablar con ella,
ya que era peligrosa.
Ésto no habría importado si la madre de Sara no tuviese el mejor trabajo del mundo. Vendía
unos globos enormes con figuras diferentes que flotaban en el aire. Una casa, un camión de
bomberos, un deportivo…”Si me hiciera amigo de Sara”, pensaba él, “su madre me regalaría
uno de esos globos”. Con varios podría incluso volar, lo había visto en la tele.
Así, Javier, a escondidas de los otros niños, sonreía a Sara cuando la veía. Ella, a escondidas
de su madre, le devolvía el saludo y se ponía colorada. Lo cierto es que era guapa.
A Javier le gustaba contar chistes. Se los oía a su padre en el bar y, aunque no los entendía
bien, los memorizaba y repetía porque sabía que a los chicos mayores les hacían gracia.
Empezó a contarlos en voz lo suficientemente alta como para que Sara los escuchase. Pero
Sara no fingía entenderlos.
Poco a poco, la niña fue cayéndole cada vez mejor, incluso intercambiaban algunas palabras
en un momento de despiste de los demás. “Sara no es peligrosa”, se dijo.Y se lo fue a contar a
todos. Les dijo además que así podrían jugar con aquellos enormes globos, ya que su madre
tenía docenas de caballos, motos, y cosas aún mejores. Pero los niños le dijeron que no.
Alguno tenía caballos de verdad, otro había montado en la moto de su tío, lo que vendía la
gitana era sólo aire. “Son tan pobres que sólo venden aire”.
La mujer, que lo había estado escuchando, le regaló a Javier el globo más grande de la
colección. Él no recuerda haber jugado nunca más. Volvió a su casa y entendió cuál era su
sitio.
Estudió todo lo que pudo, montó su empresa y desde ella vende aire a todo el que se acerca.
Nunca comparte su bocadillo.