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No sé como no se le ocurrió a nadie antes. Tendría una gran demanda en el mercado actual y seguro que a buen precio. Me refiero a “embotellar tiempo” y ofrecerlo al consumidor. Es una de las pocas cosas que no se enlatan hoy en dia. Pienso en la tierra de nuestros abuelos, en el agua del manantial donde tantas veces apagamos nuestra sed o en el aire de la montaña de la aldea que se venden, y con éxito, por el listo de turno que primero contamina en su beneficio y vuelve a negociar después con lo inmaculado, lo virginal, a precio de oro.

¡Vaya! Acabo de descubrirlo. Ya me pisaron la idea. Los que venden esa tierra, esa agua o ese aire, están vendiendo tiempo en realidad. Venden el pasado, el ayer no contaminado. Un sabor, un olor o un paisaje que permanecen grabados en la memoria sensitiva y con cuyo reencuentro sentimos placer.

Pero no. ¡Qué alivio! Encerrar los buenos tiempos en una botella para poder apurar un trago cuando aparece la nostalgia u observarlos cual si fueran un velero en su cárcel de cristal, está al alcance de cualquiera. Todos volvemos la vista atrás alguna vez y repasamos fotos, vídeos, historias… y parece que el tiempo se detiene.

No. No es ese mi negocio. Revivir el pasado, o retener el presente no es cosa mía como tampoco acelerarlo. Porque hay momentos en que deseamos que todo vaya más deprisa. Bien sea porque la vida nos golpea y queremos salir del trance o porque nos consumimos en la espera de un acontecimiento que imaginamos gratificante, nadie quiere prolongar su calvario más de lo necesario, si no acortarlo.

Pero bueno. ¡Al grano! Que ya está bien de devaneos. Yo quiero vender “tiempo embotellado”. Que para el que lo desee el dia tenga veintiséis o más horas y pueda hacer todo aquello que siempre deseó y nunca pudo. Para hacer las cosas bien, sin prisas y a conciencia… Para que la semana tenga ocho días, los habituales más “el dia menos pensado”. Ese en el que se ofrecen todas las soluciones, todas las locuras y que nunca acaba de llegar.

Por eso y para todo eso es que yo quiero “embotellar tiempo”. Y hasta renunciando a los beneficios económicos que me reportaría su venta porque me doy por satisfecho viendo a mis semejantes a gusto, disfrutando de la vida y yo con ellos. A pesar de los aburridos de siempre. Los que nunca comprarían, ni regalado, más tiempo libre porque no saben qué hacer con el que tienen que lo pierden o lo matan. ¿Por qué no me lo venden? Yo se lo compro.

Jim Croce – Time in a Bottle Subtitulada

Remedios Mosteiro, 79 años, se muestra feliz sabiendo escribir su nombre por primera vez. Gracias a Rosa, su profesora, aprendió a identificarse por escrito y reconocerse en esos inseguros garabatos que con el tiempo sin duda depurará. La noticia, algo impensable en pleno siglo XXI, la daba La Voz de Galicia en primera plana el jueves 2 de junio y enseguida me surgió la reflexión al verla empuñando el lápiz.

Todos aprendemos a escribir copiando sin cesar en un cuaderno, con dos rayas paralelas y azules para ajustar la letra e igualar el tamaño y no torcerse, una leyenda que encabezaba la página, tipo: “Mi mamá me mima yo mimo a mi mamá”. En mi caso los cuadernos eran el Rayas 1, Rayas 2 y Rayas 3, con una exigencia progresiva. Pero en esa época, los 50, teníamos una dificultad añadida: escribíamos con manecilla y plumín mojando en un tintero. El plumín se “esgallaba” y podía rasgar el papel y la tinta se corría, o te caía un borrón y te arruinaba el trabajo. Por eso suspirábamos por los bolígrafos BIC, o los lápices Johan Sindel(fabricados en Ferrol) pero nos decían que escribiendo con plumín la letra adquiría más grosor al bajar que al subir, lo cual era cierto.

Supongo que todos los niños del mundo aprenden de forma parecida pero lo relevante para mi es que con el mismo método, parecido material, profesorado, etc, no hay dos humanos que escriban igual. Vamos personalizándo nuestra escritura, hasta convertirla en original e inconfundible por peritos y grafólogos incluso con distintos estados de ánimo. Como nuestro ADN, las huellas dactilares o el iris, al escribir somos únicos, “marca de la casa”, porque la vida experimenta todas las posibilidades para prosperar. La escritura manuscrita, la firma o los números nos definen e identifican frente a los demás tanto o más que nuestro propio rostro, con el que podemos fingir o dismular, pero no al escribir ni queriendo. Toma ya!

The Doors – Roadhouse Blues