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Extracto del libro VIDA Y DESTINO, obra maestra del escritor y periodista nacido en Ucrania Vasili Grossman (1905-1964). Si bien, en un principio, su testimonio le llevó – al terminar la 2ª Guerra Mundial – a ser el primero en dar a conocer al mundo los campos de exterminio nazis, su vida dio un vuelco ante el giro antisemita del régimen de Stalin. La novela fue prohibida y requisada por dicho régimen sin que el autor llegara a verla publicada. Grossman murió en Moscú en el más profundo ostracismo. Gracias a la aparición de un manuscrito la obra pudo ser editada por primera vez en Suiza en 1980.

Más información aquí: http://sergitorrentsgonzalez.blogspot.com.es/2015/02/vasili-grossman-vida-y-destino.html

“Antes del sacrificio del ganado infectado deben adoptarse varias medidas preventivas: el transporte, la concentración en puntos adecuados, la instrucción de personal cualificado, la excavación de fosas y zanjas.

La población que colabora con las autoridades para llevar el ganado infectado a los mataderos o para capturar los animales dispersos no lo hace por un odio cerval hacia los terneros y las vacas, sino por instinto de conservación.

Asimismo, en los casos de exterminios masivos de personas la población local no profesa un odio sanguinario contra las mujeres, los ancianos y los niños que van a ser aniquilados. Por ese motivo, la campaña para el exterminio masivo de personas exige una preparación especial. En este caso no basta tan sólo con el instinto de conservación: es necesario incitar en la población el odio y la repugnancia.

Fue precisamente en una atmósfera de odio y repulsión como se preparó y llevó a cabo la aniquilación de los judíos ucranianos y bielorrusos. En su momento, en aquella misma tierra, después de haber movilizado y atizado la ira de las masas, Stalin abanderó la campaña para la aniquilación de los kulaks como clase, la campaña para la destrucción de los degenerados y saboteadores trotskistas-bujarinistas.

La experiencia había mostrado que la mayor parte de la población, tras ser expuesta a empresas similares, está dispuesta a obedecer hipnóticamente todas las indicaciones de las autoridades. Luego hay una minoría particular que ayuda activamente a crear la atmósfera de la campaña: fanáticos ideológicos, sanguinarios que disfrutan y se alegran ante las desgracias ajenas, gente que actúa en beneficio propio en la rapiña de objetos, apartamentos y la ocupación de eventuales puestos vacantes. A la mayoría, sin embargo, la horrorizan las ejecuciones masivas, y esconden su propio estado de ánimo no sólo a sus más allegados, sino a sí mismos. Estas personas llenan salas donde se celebran reuniones dedicadas a las campañas de exterminio pero, por frecuentes que sean las reuniones y grandes las dimensiones de las salas, no existe casi ningún caso en que alguien haya infringido la tácita unanimidad del voto. Y, naturalmente, todavía es más extraordinario que un hombre, ante un perro que acaso tenga la rabia, no aparte la mirada de sus ojos suplicantes, sino que lo acoja en la casa donde vive junto a su mujer e hijos. Sin embargo también hubo casos así.

La primera mitad del siglo XX será recordada como una época de grandes descubrimientos científicos, revoluciones, grandiosas transformaciones sociales y dos guerras mundiales.

Pero la primera mitad del siglo XX entrará en la historia de la humanidad como la época del exterminio total de enormes extractos de población judía, un exterminio basado en teorías sociales o raciales. Hoy en día se guarda silencio sobre ello con una discreción comprensible.

En ese tiempo, una de las particularidades más sorprendentes de la naturaleza humana que se reveló fue la sumisión. Hubo episodios en que se formaron enormes colas en las inmediaciones del lugar de la ejecución y eran las propias víctimas las que regulaban el movimiento de las colas. Se dieron casos en que algunas madres previsoras, sabiendo que habría que hacer cola desde la mañana hasta bien entrada la noche en espera de la ejecución, que tendrían un día largo y caluroso por delante, se llevaban botellas de agua y pan para sus hijos. Millones de inocentes, presintiendo un arresto inminente, preparaban con antelación fardos con ropa blanca, toallas, y se despedían de sus más allegados. Millones de seres humanos vivieron en campos gigantescos, no sólo construidos sino también custodiados por ellos mismos.

Y no ya decenas de miles, ni siquiera decenas de millones, sino masas ingentes de hombres fueron testigos sumisos de la masacre de inocentes. Pero no sólo fueron testigos sumisos: cuando era preciso votaban a favor de la aniquilación en medio de un barullo de voces aprobador. Había algo insólito en aquella extrema sumisión.

Por supuesto, hubo resistencia, hubo valentía y tenacidad por parte de los condenados, alzamientos, incluso sacrificios llegado el caso cuando, para salvar a un hombre desconocido y lejano, otros hombres arriesgaban su propia vida y la de su familia. Pero la sumisión de las masas es un hecho irrebatible.

¿Qué hemos aprendido? ¿Se trata de un nuevo rasgo que brotó de repente en la naturaleza humana? No, esta sumisión nos habla de una nueva fuerza terrible que triunfó sobre los hombres. La extrema violencia de los sistemas totalitarios demostró ser capaz de paralizar el espíritu humano en continentes enteros.

Una vez puesta al servicio del fascismo, el alma del hombre declara que la esclavitud, ese mal absoluto portador de muerte, es el único bien verdadero. Sin renegar de los sentimientos humanos, el alma traidora proclama que los crímenes cometidos por el fascismo son la más alta forma de humanitarismo y está conforme en dividir a los hombres en puros y dignos e impuros e indignos. La voluntad de sobrevivir a cualquier precio se expresa en el oportunismo del instinto y la conciencia.

En ayuda del instinto acude la fuerza hipnótica de las grandes ideas. Apelan a que se produzca cualquier víctima, a que se acepte cualquier medio en aras del logro de objetivos supremos: la futura grandeza de la patria, la felicidad de la humanidad, la nación o una clase, el progreso mundial.

Y al lado del instinto de supervivencia, al lado de la fuerza hipnótica de las grandes ideas, trabaja también una tercera fuerza: el terror ante la violencia ilimitada de un Estado poderoso que utiliza el asesinato como medio cotidiano para gobernar.

La violencia del Estado totalitario es tan grande que deja de ser un medio para convertirse en un objeto de culto místico, de exaltación religiosa.
¿Cómo si no cabe explicar las posiciones de algunos pensadores e intelectuales judíos que juzgaron necesario el asesinato de los judíos para la felicidad de la humanidad, que afirmaron que, a sabiendas de eso, los judíos estaban dispuestos a conducir a sus propios hijos al matadero para la felicidad de la patria, dispuestos a realizar el sacrificio que en un tiempo había realizado Abraham?¿Cómo si no cabe explicar que un poeta, campesino de nacimiento, dotado de razón y talento, escribiera con sentimiento genuino un poema que exalta los años terribles de sufrimientos padecidos por los campesinos, años que han engullido a su propio padre, un trabajador honrado y sencillo?

Uno de los medios de los que se sirve el fascismo para actuar sobre el hombre es la total, o casi total, ceguera. El hombre no cree que vaya al encuentro de su propia aniquilación. Es sorprendente que aquellos que se encontraban al borde de la tumba fueran tan optimistas. Sobre la base de la esperanza —una esperanza absurda, a veces deshonesta, a veces infame— surgió la sumisión, que a menudo era igual de miserable y ruin.

La insurrección de Varsovia, la insurrección de Treblinka, la insurrección de Sobibor, las pequeñas revueltas y levantamientos de los Brenner nacieron de la desesperación más absoluta. Pero, naturalmente, la desesperación total y lúcida no generó sólo levantamientos y resistencia: engendró también el deseo —extraño en un hombre normal— de ser ejecutado lo más pronto posible.

La gente discutía por el puesto en la cola hacia la fosa sangrienta mientras en el aire resonaba una voz excitada, demente, casi exultante:
—Judíos, no tengáis miedo. No es nada terrible. Cinco minutos y todo habrá terminado. Todo, todo engendraba sumisión, tanto la esperanza como la desesperación. Sin embargo, los hombres, aunque sometidos a la misma suerte, no tienen el mismo carácter.

Es necesario reflexionar sobre qué debió de soportar y experimentar un hombre para llegar a considerar la muerte inminente como una alegría. Son muchas las personas que deberían reflexionar, y sobre todo las que tienen tendencia a aleccionar sobre cómo debería de haberse luchado en unas condiciones de las que, por suerte, esos frívolos profesores no tienen ni la menor idea.

Una vez establecida la disposición del hombre a someterse ante una violencia ilimitada, cabe extraer la última conclusión, de gran relevancia para entender la humanidad y su futuro.

¿Sufre la naturaleza del hombre una mutación dentro del caldero de la violencia totalitaria? ¿Pierde el hombre su deseo inherente a ser libre? en esta respuesta se encierra el destino de la humanidad y el destino del Estado totalitario. La transformación de la naturaleza misma del hombre presagia el triunfo universal y eterno de la dictadura del Estado; la inmutabilidad de la tendencia del hombre a la libertad es la condena del Estado totalitario.

He aquí que las grandes insurrecciones en el gueto de Varsovia, en Treblinka y Sobibor, el gran movimiento partisano que inflamó decenas de países subyugados por Hitler, las insurrecciones postestalinianas en Berlín en 1953 o en Hungría en 1956, los levantamientos que estallaron en los campos de Siberia y Extremo Oriente tras la muerte de Stalin, los disturbios en Polonia, los movimientos estudiantiles de protesta contra la represión del derecho de opinión que se extendió por muchas ciudades, las huelgas en numerosas fábricas, todo ello demostró que el instinto de libertad en el hombre es invencible. Había sido reprimido, pero existía. El hombre condenado a la esclavitud se convierte en esclavo por destino, pero no por naturaleza.

La aspiración innata del hombre a la libertad es invencible; puede ser aplastada pero no aniquilada. El totalitarismo no puede renunciar a la violencia. Si lo hiciera, perecería. La eterna, ininterrumpida violencia, directa o enmascarada, es la base del totalitarismo. El hombre no renuncia a la libertad por propia voluntad. En esta conclusión se halla la luz de nuestros tiempos, la luz del futuro.”

 

Lola PazosDe Grossman es todavía más desgarradora “Todo fluye”, sobre el proceso de deskulakización en Ucrania. Uno de mis autores favoritos
Pepe ChasEsa también estuvo prohibida. No sé que opinarás, pero de todas las obras prohibidas del último milenio (independientemente de la época, el lugar o la razón por la cual lo fueron), siempre presentan la cualidad de terner un alto valor literario y humano. Casi podría decirse que son el mejor índice para adentrarse en el mundo de la literatura. Digo del último milenio por excluir los libros de caracter religioso o esotérico por razones obvias, y también por la inmensa cantidad de textos que se han perdido para siempre, muchos de los cuales ni siquiera conocemos su existencia. Sobre todo estoy pensando en Egipto, Babilonia, Persia y por supuesto Grecia (con Demócrito a la cabeza) y Roma. ¿Podría escribirse un libro prohibido hoy en día, sin contar con los apologéticos del nazismo y del terrorismo, o de denuncia antisemítica y anticoránica?
Lola Pazos Actualmente sólo existe el pro o el contra, el blanco o el negro. Es producto de la superficialidad, eres anticoránico porque estás en contra de los árabes, porque los árabes son esos tíos que se imolan en las estaciones de metro porque son tan tontos que se creen que les esperan 40 huríes… y hasta aquí nuestro conocimiento del Corán y de los árabes. Pepe ya nadie lee, lee de verdad, es decir se sienta en silencio y disfruta sufriendo para entender lo que está leyendo
Pepe Chas Pensando, pensando – para no ser del todo fatalista, y escudarme en un pseudorealismo – creo que tal vez la apología del voto en blanco es el último resquicio por el que se podría infringir la ley sin menoscabo de contradecir ideologías, sistemas establecidos, sexismos y “antiloquequieras”. Actualmente, si sumaramos a los votos en blanco, las abstenciones y los votos nulos, la opción ganaría de largo las elecciones; lo que implicaría la repetición de las mismas con la salvedad de que las listas, y por ende los partidos, tendrían que presentarse con otros miembros y siglas. Utopía de las utopías. Primero porque creo que ya Saramago escribió sobre el tema y no tuvo la más mínima repercusión, y segundo porque lo más probable es que la victoria del voto en blanco debería repetirse unas cuantas veces hasta enjuagar definitivamente toda la morralla de supuestos “representantes del pueblo” que solo piensan en la tiranía de la mayoría. ¿Por qué se asume tan a la ligera que la mayoría siempre tiene la razón? Cuidado: no estoy intentando meter subrepticiamente la tecnocracia como sistema de gobierno.
Lola Pazos No creo en la democracia mayoritaria, no creo en la máxima de un hombre, un voto. No creo que la opinión de cada persona valga lo mismo, sin que eso
Lola Pazos .. Quiera decir que no crea en la democracia asamblearia directa, aunque sólo a pequeña escala. Ojalá tuviéramos un gobierno de sabios pero eso sí que es utópico