Formulario de acceso protexido por Login Lockdown

Tengo pasión por las plantas y la suerte me llevó a un piso con terraza, de la que me enamoré al instante. Mira a una calle tranquila, no muy concurrida pues pertenece a un barrio antiguo. Compré aquel piso.

Los días transcurrían felices y la mayor parte de las horas las gastaba en aquel trono que había instalado en la terraza: una tumbona protegida por una sombrilla y una mesa en dónde posar la cervecita mientras leía un buen libro. El sol me daba calor y era el broche final  para creer que poseía un imperio.

Pero nunca estamos contentos con lo que tenemos.

Un día descubrí en una de las terrazas del edificio contiguo a una hermosa planta, y me dije, “Compraré una, da sensación de libertad”. Pero una sola me pareció poco, “Unas cuantas más rodeando los muretes”, decidí. Calculé en cuánto me saldría tanta planta, ¡Era una gran cantidad! Así que acabé comprando las macetas necesarias en una tienda china, allí también había la tierra para llenarlas, pero quería ahorrar y a partir de ese momento comenzó mi invasión.

Esa misma noche recorrí unos cuantos kilómetros hasta salir de la ciudad y divisar campo y tierra labrada. Pero el asunto se complicó, la tierra estaba seca y solo llevaba una cuchara para cavar, logré llenar una bolsa pequeña y regresé a casa defraudada. Un runrún en mi cabeza me llevó a idear cómo robar la tierra en la ciudad.

De madruga me dirigí a una plazuela ajardinada y, para que no me viesen los vecinos, lo suficientemente alejada de mi casa. Durante unos días cavé hasta que los huecos fueron muy evidentes.

Mi afán se desbordó y me dediqué a investigar por los alrededores. Los edificios

con una planta baja presumían de sus hermosas plantas llenas de flores sobre el alféizar de las ventanas y nadie las recogía cuando llegaba la noche, algo que me sorprendió en los tiempos que corren.  Me armé de valor y las fui trasladando, en un carrito de la compra, a mi terraza.

 

Ya tenía, tapando los muretes, las macetas necesarias, en alguna ya había plantadas con flores, pero el resto solo estaban llenas de tierra. ¿Qué hacer? Sin querer, el día que vino a ver el piso mi amiga Juani me regaló un buen plan.

—¿Cuándo nos invitarás a una comida en la terraza?—dijo sin rodeos, ella es así, mientras la observaba con envidia—..Además te puedo traer unos esquejes para esas. —y señaló las macetas.

Ese fin de semana las tengo a todas en la terraza haciendo hoyos en la tierra de las macetas y plantando los más variados brotes.

Y así llega el final de la historia.

Estoy acostada en mi hamaca intentando leer un libro, pues solo admiro la hermosa vegetación. Sí, tengo un imperio, por él he robado y engañado. No salgo a pasear, encargo la compra,  no visito a mis amigas y les pongo cualquier disculpa para que no vengan, un runrún no se va de mi cabeza, ¿y si se le ocurre a alguna robarme las plantas?

Maite Moreno.