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Cuando os veo en las salas de médico colapsadas con el rostro afligido, cuando os veo pagar de vuestra pensión esos medicamentos que ya no cubre la Seguridad Social, cuando os escucho quejándoos sobre la precariedad del servicio sanitario, cuando suspiráis después de una hora esperando en los pasillos del hospital público… me alegro. Me alegro tanto que me entran ganas de escupiros a la cara. Votantes del Partido Popular, cómplices de los delincuentes que nos mangonean a todos. Ignorantes. Mala gente. Mala gente hijadeputa.

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Little Richard no ha muerto. Jerry Lee no ha muerto. Chuck Berry no ha muerto. La Santísima Trinidad del rock and roll, hijos de puta. Aún está viva. Los verdaderos hacedores de la música de la pulsión vital, de la sangre bombeando, de las pollas duras, esa música que hace el amor a la muerte, los sonidos del corazón, el latido irrefrenable que jamás desaparecerá, que trascenderá a toda esa mierda que brota por las cadenas de videoclips. Chuck Berry sacará nuevo disco en 2017. El viejo tiene ganado el infierno. Así que a veces parece que aún queda un poco de esperanza. Coños palpitantes.

En la tele salen Chenoa y Bisbal cantando en el reencuentro de Operación Triunfo y yo solo puedo pensar en Hiroshima y Nagasaki. Pienso en los cadáveres de los niños negros de África que a nadie le importan una mierda. Gusanos horadando sus barrigas. Veo ahora a Berín Osborne con su cara de pedo y las ventosidades que suelta por su boca porcina me dan arcadas. Visualizo el cadáver de Gadafi apaleado por la multitud, y luego a nuestro anterior rey Juan Carlos I estrechándole afectuosamente la mano en el telediario. Todos esos famosos millonarios hablando con tanta pena de los niños sirios y de los refugiados que por un momento casi olvidas que no les importan una puta mierda.

La gente más miserable va a los bares porque allí por lo menos el camarero tiene que escucharlos, le pedirán la consumición cuando esté atendiendo otra mesa, le llamarán con un shhh o con un chasquido de dedos porque la gente ruin es así. Cuando eres camarero nadie se plantea que a lo mejor tienes una vida tras ese régimen de semiesclavitud. Los camareros somos como las limpiadoras de hogar, ciudadanos de tercera. No le he escuchado a los muchachos de Podemos ni a nadie ni una palabra en este sentido. Parece de sentido común luchar contra el esclavismo y las aberrantes desigualdades sociales entre asalariados, pero nadie dice una puta palabra sobre esto. Soy pesimista respecto al sentido común.

Nos quedan los libro del siglo XIX, L7, Abel Ferrara, el lacón con grelos, Edgar Allan Poe, Woody Allen, el bueno de Íker JIménez, Bukowski, La consagración de la primavera de Stravinsky, los mejillones de Lorbé, todas esas canciones de The Cramps y Ramones, Lovecraft, Salvador Dalí, Doctor en Alaska, Santiago Camacho, La banda trapera del río, las pelis se serie B, Kafka, todos los discos de los Stooges…

Satán me mira desde el coche de adelante. Ojos rojos encendidos de rabia. Toda esta maldad que nos rodea. Todos esos gilipollas que se creen muy guais por tener motos carísimas. Todos esos tontos que leen libros gordísimos en los bares para que todos veamos los tochazos que leen. Mundo bobo. Toda esa sabiduría inabarcable al alcance de la mano. Todas las vidas que necesitaríamos para acercarnos siquiera un ápice a ese tesoro. Y la gente viendo Telecinco. Y la gente leyendo esas novelas sobre templarios escritas por todos esos gilipollas.

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Estamos en Coruña. Martín me pide helado a mí porque sabe que yo sí se lo compraré. María acaba de marcharse pero volverá pronto. Tenemos tiempo a comer un poco de nata y chocolate. Se me escapa y recorre la plaza de Vigo de lado a lado persiguiendo a las palomas. “¡Allomas, papá, allomas!” Yo lo sigo a cierta distancia, con la tarrina en mi mano medio derretida. Martín se cae y dejo que se levante él solo. Vuelve a levantarse y corre aún con más ganas. Mi niño. Martín es el niño del mundo. Toda esa esperanza en sus ojos. Todo lo que aún puede ser. Todo lo que me gustaría enseñarle. Toda esa infinitud. Y entonces María regresa a junto nosotros. Nos sonríe a distancia. Es una de esas mujeres que apenas necesitan hablar para decirlo todo. Creo que este es uno de esos momentos de felicidad absoluta que recordaré antes de morir.

Y el coche de detrás surgido de ninguna parte desdobló las luces que me iluminaban. Los dos faros se convirtieron en cuatro como por arte de magia y ni siquiera sentí miedo. Sabía que me encontraba cara a cara con lo desconocido por primera vez en mi vida y solo sentí asco, como casi siempre. Ojalá estuviera ya en casa, cagando tranquilamente de madrugada.

Por las noches escribo esta mierda mientras pienso en lo que pudo haber sido, mientras recuerdo a toda esa legión de camareros y parados que una vez fueron las mentes más brillantes de mi generación. Pero sus padres no son empresarios ni concejales ni médicos. Y así vamos sobreviviendo mientras los que nos copiaban en los exámenes del colegio, primero, y en los de la facultad, después, se convierten en funcionarios o en brillantes emprendedores.

Y la página en la que suben estas letras funciona, contra todo pronóstico, por amor al arte. Así que, que os follen, por lo menos algo ha valido la pena.

L7 – Pretend We’re Dead (Live The Word 1992)