A veces no es magia la que respira el aire, solo deseo. Esa sensación ingenua que nos impulsa a improvisar torpemente los sentimientos, según suceden las cosas.
Realmente, resulta difícil decir no a algo agradable a nuestro sentidos. Surge de repente y nos dejamos llevar por un juego improvisado, que nos impide consciente reflexionar y establecer normas.
Cuando se mudan, van de un lugar a otro, de juego en juego van saltando como ranas huyendo de un chapuzón. A veces, forman aglomeraciones sobre las hojas del estanque, provocando un inmovilismo pesado, que corre el peligro de hundirlas; o vuelan de un lugar a otro en búsqueda constante.
También a veces, llegan a la orilla y serenas se apachorran sobre la arena, a mirar cómo el agua, vestida de hojas verdes, comparte con ellas los incesantes caminos de sus compañeras: algunas, las más hambrientas, engullen los cadáveres que flotan sobre el estanque; otras, en cambio, evitan caer sobre las flores ocupadas. Miles de combinaciones bailotean por el aire, pero solo desde la orilla y deslizando la calma sobre los sentidos, se aprecian algunas, las más cercanas.