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La playa de Sta Cristina es muy coruñesa pese a estar en Oleiros. Con sus dunas y juncos para protegerse del viento y buscar intimidad, eran dos playas en una: La ría, orientada al sur, más pequeña y tranquila, sin olas ni viento, y la del norte, más grande, ventilada y con mar movido. De pequeño recuerdo ir con mis padres hasta Las Jubias y desde allí cruzar en barca de remos a manos de “Los Rubios” expertos en calcular la deriva por la corriente. Una vez en el arenal bajábamos o subíamos por un tablón de madera cual pasarela de piratas. Los Rubios eran mis ídolos infantiles. La construcción del dique de abrigo en 1967 cambió las corrientes y la privó de un gran aporte de arena.

Cuando abrieron La Vedra, en 1957, había autobuses que llevaban a Sta Cristina con salida en La Dársena, subiendo por Elviña y bajando por Palavea, cruzando después el Puente Pasaje. Lo hacían dos empresas, Cal Pita y A Nosa Terra. Esta última tenía un autobús pequeño y antiguo, pintado de marrón y crema, del que nos teníamos que bajar en la subida a la altura del cruce de Elviña y empujar porque se iba quedando y no coronaba la cuesta. Una vez arriba nos recogía y seguíamos para la playa ya todo cuesta abajo. Si estabas en la parada y veías que venía ese, la gente esperaba al siguiente.

También estaba la lancha de Sta Cristina. El Chinito y la Mª Carmen son los barcos que recuerdo. Tenían su base en Mugardos porque en invierno hacían el servicio a Ferrol, pero en verano tenían mucho más negocio aquí. Salían de La Dársena cada hora, volvían a la media, creo, y dormían en Coruña. El Chinito, blanco, casi no tenía quilla, era más ancho, plano y ligero como un barco del Mississippi, mientras que la Mª Carmen, marrón, un pesquero de ribera reconvertido, era más marinero e iba mucho más sentado. Se podía ir arriba al sol, pero pocas veces porque soplaba mucho el viento, o abajo a la sombra. Aprendí a nadar en el embarcadero de Sta Cristina con 6 años porque mi padre me tiró al agua y me asusté pero volví a la orilla enfadado con él. Luego se me pasó.

No podía faltar en la travesía, que solía ser placentera, el vendedor de garrapiñadas. En una ocasión siendo muy niño, 6 años, le di a una palanca del Chinito y se paró el motor. Íbamos en dirección Coruña, estábamos cerca de Las Cañas, y el barco derivaba hacia las rocas sin gobierno porque el patrón era incapaz de encenderlo y no localizaba la avería. Yo, muerto de vergüenza, le confesé que le había dado inconscientemente a la palanca que le señalé. Refunfuñó, corrigió la posición y el motor arrancó. Fué un susto y un disgusto muy grande que también se me pasó.

Así recuerdo yo la playa, sin construcciones ni coches… sonando esta canción:

Hermanos Rigual – Cuando calienta el sol