Cuando Bob Dylan, en 1965, era el músico de folk con más éxito, decidió colgarse una guitarra eléctrica y rodearse de una banda de rock. La mayoría de la prensa y de su público lo acusaron de “venderse” a los cánones de la industria, por comercializar su arte. Durante un concierto de su primera gira eléctrica por Inglaterra, en 1966, antes de comenzar “Like a rolling stone”, alguien del público le gritó:
—Judas.
Sin dejar de tocar los acordes iniciales de la canción, Dylan le contestó:
—No te creo. Eres un mentiroso.
Se dio la vuelta y le gritó a la banda:
—Tocad jodidamente fuerte.
Al final la historia le dio la razón. Lo que hasta entonces era considerado como una música propia de adolescentes, pasó a ser “obra de arte” gracias al contenido poético que Dylan incluyó en sus letras.
Recientemente, en una de sus últimas visitas a España, la reina Leticia —que estuvo presente en uno de sus conciertos— solicitó con insistencia hablar con el artista. Este accedió solo en última instancia. Los que estuvieron presentes no olvidarán nunca la conversación.
—Ah, de modo que eres una reina.
—Eso es.
—¿Una reina de verdad?
—Sí.
—¿La reina de España?
—Claro. Le quiero dar la bienvenida a nuestro país y felicitarlo, ha sido un concierto magnífico.
—Pero, lo que quiero decir es: ¿tienes una corona, y todo eso?
—Pues… sí, aunque se usa sólo en ocasiones excepcionales.
—¿Y un castillo?
¿Qué será lo siguiente… que le llamen Caifás?