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15 DE DICIEMBRE

Mercedes cerró cuidadosamente la maleta que reposaba encima de la
cama y echó una última mirada a su habitación. El fuego de la chimenea
arrancaba facetas a los muebles de castaño, creando un ambiente muy
acogedor. Fuera, la temperatura debía de rondar los dos grados bajo cero. No
eran más que las nueve de la mañana y el sol de diciembre brillaba débilmente.
“Qué latazo viajar en invierno” pensó mientras observaba la pesada
maleta. La ropa de abrigo ocupaba el triple, y teniendo en cuenta que iba a
estar fuera unos diez días, había que llevar bastantes cosas. Como no conocía
aún la naturaleza de la misión de aquel año, tenía que llevar un poco de todo,
más algún vestidito mono por si salía a cenar algún día con Nicolás. Se
estremeció pensando en que ya quedaban pocas horas para el encuentro. El
Boss había sido claro en el mensaje que dos días antes había llegado a su
teléfono móvil: plaza del Callao, Madrid, a las 15.00.
Por un momento pensó en qué clase de misión se irían a meter aquel
año, pero la curiosidad no le duró mucho tiempo. La alegría de volver a ver a
Nicolás, aunque sólo fuera por diez días, le impedía centrarse en otra cosa.
Entró Graciela en la habitación, interrumpiendo sus pensamientos.
-Ya yo le cargo la valija, señora. Su mamá la está esperando abajo
para desayunar.
“Será para redesayunar” pensó Mercedes, que llevaba levantada desde
las seis de la mañana. Había ido a dar las últimas órdenes a Emerson y a Juan
sobre lo que había que hacer en su ausencia, y, de paso, a despedirse. Tampoco
entendía a qué venía ahora esa necesidad de despedirse de todo el mundo, sólo
iba a estar fuera diez días, pero el caso es que también había acudido el día
anterior a casa de Marián y Lorenzo a despedirse de ellos, y, de paso, todo sea
dicho, a ver al bebé.
Mercedes no era persona dada al envanecimiento, pero no podía
remediar sentirse orgullosa de la labor que había hecho aquel año. Había
conseguido que dos buenas personas cambiaran de vida y fueran más felices.
Marián le había comprado la granja a Lorenzo, lo había hecho su capataz y se
había asociado con Mercedes. A pesar de la crisis, se las componían bastante
bien para salir adelante. Como se había figurado, el roce hizo el cariño y no

tardó en surgir la chispa entre ellos. Marián se había quedado embarazada en
febrero y en abril se casó con Lorenzo. Miel sobre hojuelas: ella se había
deshecho de un pretendiente bastante pesado y Marián, después de un infausto
matrimonio plagado de malos tratos, había conseguido encontrar a alguien que
la mereciera de verdad. El pequeño Lorenzo había nacido a finales de noviembre
y todos estaban encantados.
-Te echaremos de menos mientras estés fuera -había dicho Marián
cogiéndole las manos -Vas a ver a Nicolás ¿verdad?
Mercedes asintió. Esperaba que no le hicieran preguntas
comprometedoras sobre el secretísimo trabajo que mantenía a su novio
apartado de ella durante casi todo el año. Marián, por suerte, era discreta. Y
más desde que el año anterior hubiera sufrido una experiencia de lo más
extraña e inexplicable, un viaje por el lado oscuro, algo que no quería recordar y
que había aprendido a apartar de sus pensamientos.
-Dale muchos recuerdos de nuestra parte -intervino Lorenzo -Y no te
preocupes, mientras estés fuera no llevaremos el negocio a la ruina.
Ella se echó a reír y se abstuvo de decir que si eso no sucedía, sería
más bien por la sagacidad que había mostrado Marián para los negocios, no por
la de Lorenzo.
***
Doña Dorinda estaba en la cocina, bien arrimada a la salamandra de
hierro. Odiaba el frío con toda su alma.
-Buenos días, mamá -saludó Mercedes al entrar. -¿Hay café caliente?
-Pues claro -contestó doña Dorinda -Tómate un tazón bien grande, te espera
un viaje largo. No sé por qué te tienes que marchar justo ahora…
Mercedes dio un sorbo al café que su madre le había puesto delante y
encendió un cigarrillo.
-No seas pesada, madre. Te guste o no, me voy a ir unos días. Con
todo el trabajo que hemos tenido este año, creo que me merezco unas
vacaciones.
Doña Dorinda se sentó también y robó un pitillo a su hija.
-Ya… vacaciones con el novio. Vaya suerte la tuya, un novio al que
sólo ves diez días al año. Menudo futuro que te espera. Así nunca formarás una
familia.
Mercedes entrecerró los párpados. Qué aburrimiento de conversación.
Era como un bucle del que no se podía salir. Se levantó a coger un trozo de
bizcocho.
-Tú eres mi familia, mamá. No me des la brasa. No me apetece hablar
otra vez del mismo tema, sobre todo teniendo en cuenta que jamás nos
pondremos de acuerdo.
Doña Dorinda amagó un puchero.
-La verdad es que te voy a echar de menos.
Mercedes sintió un arrebato de ternura hacia su madre y le dio un
abrazo.
-No te preocupes, mujer, si estaré de vuelta mucho antes de que te
des cuenta. Además, ahora tu partida de julepe te tiene bastante ocupada ¿no?
–Doña Dorinda había retomado contacto con parte de las amigas que había
tenido de joven en el pueblo.

-Sí, ¿y quién me va a llevar? –lloriqueó la anciana.
Mercedes encendió un cigarrillo.
-Graciela o Emerson te llevarán, mujer. No seas agonías. Quién sabe, a
lo mejor durante mi ausencia te echas un novio y todo…
Doña Dorinda torció el morro, pero se le escapó media sonrisa.
Durante ese año, en que había tenido verdadera vida social por primera vez en
su vida, muchas cosas habían cambiado. Una mañana, Mercedes la llevó a la
peluquería del pueblo y la obligó a despedirse de su moño canoso. Ahora Doña
Dorinda llevaba una melenita rubia a la altura de la oreja que le había quitado
diez años de encima.
Mercedes también la había obligado a deshacerse de su anticuado
guardarropa.
-Nada de negro –había sentenciado en la elegante boutique de la
ciudad a la que habían ido –Se acabó el negro. No te voy a pedir que te vistas
de colorines, como las viejas cacatúas inglesas que vienen a hacer turismo, pero
sí un poco de marrón, beige, verde, azul marino…
También la apuntó al curso de gimnasia de mantenimiento para
mayores que se impartía en el centro de día del pueblo, al que también asistía
su amiga del julepe, doña Juana, artífice, junto con Mercedes, de la nueva vida
de doña Dorinda. Doña Juana sí que sabía disfrutar de la vida, iba a los viajes
del Imserso y se apuntaba a un bombardeo, así que a doña Dorinda aquel año
se le había pasado volando.
Mercedes se limpió cuidadosamente con la servilleta y apagó el
cigarrillo.
-Me voy, mamá –anunció –Quiero ir despacio y con tiempo sobrado,
así que prefiero ir arrancando.
-¿Despacio tú? –doña Dorinda amagó una carcajada -¿Con ese trasto
infernal que te gastas? Anda ya…
Las dos mujeres echaron a andar hacia el exterior. Emerson ya había
traido el coche hasta la puerta. El audi TT plateado relucía como un diamante
bajo el pálido sol de diciembre.
-Llámame cuando llegues –rogó doña Dorinda.
-Por supuesto –Mercedes la abrazó y le dio un beso en la arrugada
mejilla –Pórtate bien durante mi ausencia.
-Vete a la porra, niña –contestó la madre.
Mercedes subió al coche y arrancó. Por el retrovisor vio cómo su
madre, Emerson y Graciela le decían adiós con la mano.
***
Cruzó el pueblo cinco minutos después para tomar la carretera de Madrid. Sí
era cierto que se quería tomar ese viaje con calma. Le gustaba mucho conducir
rápido y era una experta, con unos reflejos excelentes y nervios de acero, pero
estaba tan histérica pensando en el encuentro con Nicolás, que ese día no
respondía de su pericia. Acarició el volante de cuero con cariño. Había estado a
punto de cambiar de coche aquel año. Un día llevó a poner a punto el audi y el
encargado del taller del concesionario la arrastró al expositor para enseñarle el
audi A5. La crisis y el cariño que le tenía a su TT la frenaron. Ya se lo plantearía
el año que viene.

Le quedaban todavía unos cuantos kilómetros de carretera hasta
acceder a la autovía. El día estaba limpio, fresco y claro. Conectó el reproductor
de mp3 y puso música suave. Pensó un poco en cómo había pasado el año.
Bastante bien, decidió. Sobre todo si lo comparaba con el anterior. Se había
notado la crisis, por supuesto, pero el haberse asociado con Marián para
diversificar los cultivos había sido una idea magnífica. Para empezar, se había
descargado de no poco trabajo. El cultivo de kiwis había sido todo un acierto,
era una fruta con excelente salida en el mercado, dadas sus propiedades
saludables. Los huevos se seguían vendiendo muy bien. No había tenido que
prescindir de ningún empleado, aunque parte de ellos se habían trasladado a la
granja de Marián. Una suerte increíble, viendo como estaba el panorama en el
país. Sí, Mercedes se sentía satisfecha.
Pero en su fuero interno, lo que más le satisfacía era cómo había
llevado el tema de Marián y Lorenzo. El ex –alcalde no se distinguía por su
timidez, la propia Mercedes había tenido ocasión de sufrirlo, pero con Marián se
comportaba como un colegial y todo su desparpajo desaparecía. Mucho tuvo
que mediar Mercedes, invitándolos a comer y cenar y dejándolos solos en la
sobremesa, pretextando cualquier cosa. Un día organizó una cena en la ciudad y
los invitó a dormir en su piso. Se abstuvo de comentar que se había deshecho
del cuarto de invitados, así que ella acabó durmiendo en casa de Fernando y
Juan, sus ex –compañeros de la biblioteca.
-En el fondo eres una romántica incorregible –le había dicho Fernando,
sin el menor asomo de enfado porque ella irrumpiera en la intimidad de su
hogar a las dos de la madrugada.
A partir de esa noche, todo había cambiado. Marián también se había
tomado su tiempo. Acababa de enviudar en trágicas circunstancias y su vida
matrimonial había sido un desastre, lo que, a priori, la hacía desconfiar de todos
los hombres. Lorenzo había hecho una verdadera labor de zapa para
convencerla de sus verdaderos sentimientos.
A Mercedes le hacía gracia el asunto: Marián se comportaba con
Lorenzo con una gazmoñería desesperante, sin embargo no había tenido el
menor reparo en caer en brazos del seductor Héctor el año anterior, a las pocas
horas de conocerlo. De hecho, la infidelidad de Marián con Héctor había sido el
detonante de la muerte del marido.
Levantó inconscientemente el pie del acelerador al acordarse de la
bella encarnación del maligno, Héctor. Eso había sido lo único que le había
causado inquietud aquel año. A veces le parecía notar su presencia rondándola,
ya fuera en forma de brisa repentina, de súbito bajón de la luz, de extraña e
inexplicable sensación de calor. Y sentía miedo, miedo de él y de sí misma.
Alguna vez le había parecido sentir una mano invisible acariciándole los pechos,
descendiendo por su columna vertebral, rodeándole los muslos. Y no era
Nicolás, ni tampoco su imaginación. Los años anteriores nunca había tenido
sensaciones tan reales. Se sentía vigilada por aquel sujeto en numerosas
ocasiones, no podía remediarlo. Se reñía a sí misma diciéndose que sólo eran
aprensiones suyas, pero a veces… la presencia era demasiado real.
A las diez y media hizo la primera parada para tomar un café y fumar
un cigarrillo, aparte de la obligada visita al baño. La dueña del bar la conocía,

pues era parada obligada para todos los del pueblo cuando iban a Madrid, y se
empeñó en que probara el delicioso roscón que había hecho aquella mañana.
-Está buenísimo, Fina –farfulló Mercedes con la boca llena.
-Ya puede, usé huevos de los tuyos para hacerlo –rió la mujer -¿Vas a
la ciudad? Qué peripuesta vas, chica.
-Me voy a Madrid, hija. Unos cuantos días. Tengo cosas que hacer.
Fina sacó veinte euros de la caja registradora.
-¿Me compras un décimo en doña Manolita? Si tienes tiempo, ¿eh? Si
no, pues nada.
Mercedes cogió el dinero.
-¿Qué terminación quieres? Ya sabes que es difícil elegir allí.
-Bah, la que tú quieras. Tampoco es cuestión de ponerse repelente.
Mercedes cogió el bolso y rebuscó dentro.
-Bueno, sigo viaje. ¿Qué te debo?
-Nada, hermosa. Invita la casa. Que tengas buen viaje.
***
Nicolás y el Boss se hallaban en la Plaza Mayor observando con
curiosidad los puestos de belenes.
-Fíjate, Nicolás. Lo que más gracia me hace de los humanos es toda la
suerte de explicaciones que inventan para darme origen -Cogió un Niño Jesús
del pesebre de uno de los belenes, pero ante la furibunda mirada del vendedor,
lo volvió a dejar en su sitio -Probablemente se llevarían una buena sorpresa
cuando supieran la verdad, ¿no crees?
Nicolás no contestó, estando como estaba absorto en sus
pensamientos. Llevaba toda la mañana hecho un manojo de nervios pensando
en ella. No paraba de mirar el reloj, y eso que no estaba acostumbrado a él. De
donde él venía, el tiempo y el espacio no existían.
-Nicolás… ¿Me estás escuchando?
El Papá Noel volvió a la realidad.
-Perdona, Boss. Estoy un poco nervioso.
-Bien puedes decirlo -el Boss sonrió -¿Cuánto tiempo estuviste esta
mañana en el cuarto de baño acicalándote? Quizá sea un error eso de que
tengas envoltura mortal sólo unos días al año, no sirve para nada más que para
hacer aflorar tu vanidad terrenal.
Nicolás miró al Boss con desagrado.
-Anda, me vas a decir tú que no te gusta tener un poco de envoltura
mortal algunos días al año, Boss. Aunque sólo sea por las comilonas que te
metes.
-Touché -contestó el Boss -He de confesar que comer es algo muy…
agradable. Sobre todo teniendo en cuenta que paso tan pocos días aquí que no
me da tiempo a engordar.
Nicolás encendió un cigarrillo. Estaba muy nervioso y necesitaba
fumar.
-¿Cuál es el plan para hoy? -preguntó.
-Bah. Toma de contacto. Cuando llegue Mercedes nos iremos a comer
a ese sitio donde hacen los huevos fritos, ¿cómo se llama?
-Casa Lucio -Contestó Nicolás. Y a continuación, espetó -¿No te da
vergüenza irte a Lucio con la hambruna que están pasando en África?

El Boss enrojeció, cosa que le resultó sumamente desagradable. Había
sensaciones humanas a las que nunca se acostumbraría.
-Bueno, hombre… alguien se está ocupando de eso ya. Pues eso,
iremos a los huevos estrellados o como se llamen y después haré yo unas
gestiones. Vosotros podéis ir al hotel a poneros al día, no empezaremos en serio
hasta el día siguente.
Nicolás se mostró sorprendido.
-Qué generoso por tu parte -su voz sonó peligrosamente meliflua -¿A
qué se debe tanta comprensión y amabilidad?
El Boss se encogió de hombros.
-Ya te he dicho alguna vez que simpatizo con las pasiones humanas
bastante más de lo que crees. Será mejor que estéis juntos unas horas y
después tengáis los cinco sentidos puestos en la misión. Aunque este año no
está demasiado difícil, me gustaría tener otro éxito rotundo, a poder ser sin que
muera nadie. Los dos últimos años siempre se han saldado con víctimas, no sé
cómo os las arregláis.
Nicolás apagó el cigarrillo con el zapato. Se estaba empezando a
enfadar.
-Oye, oye, que eso no es culpa nuestra. No podemos estar en todas
partes a la vez. En todo caso, será culpa tuya por elegir misiones con gente tan
malvada dispuesta a liquidar a sus semejantes.
El Boss optó por ser conciliador, entendía que Nicolás estaba nervioso.
En ese momento sonó su móvil y, viendo de dónde procedía la llamada, se hizo
a un lado.
-Nicolás, sigue tú, ahora te cojo. Tengo una llamada.
Y Nicolás siguió andando, ajeno a todo lo que no fuese pensar en su
querida Mercedes. Ay, qué poco quedaba ya para abrazar a su chica.
***
Unos kilómetros más adelante, la niebla hizo su aparición. Mercedes
encendió los faros antiniebla con un gesto de fastidio. Era lógico, por esa zona
se formaban muchas en aquella época del año, sobre todo si habían pasado
varios días sin llover.
Aminoró la velocidad y, en un instante, quedó deslumbrada por los
potentes faros de un coche que estaba detrás del suyo y que parecía haber
salido de la nada.
-¿Pero será gilipollas…? -bramó.
Por el retrovisor hizo un gesto para advertir al conductor de que estaba
demasiado pegado a ella, pero éste hizo caso omiso. Entonces encendió los
cuatro intermitentes y aminoró la velocidad. La niebla era cada vez más espesa.
Miró hacia la línea blanca que delimitaba el arcén para no perder la orientación.
Súbitamente, el coche empezó a adelantarla a velocidad supersónica.
Mercedes tocó el claxon en señal de protesta. Vaya, y después decían que ella
conducía como una loca. ¿A qué descerebrado se le podía ocurrir adelantar en
aquellas circunstancias, con visibilidad cero, en línea continua? Empezó a sentir
terror. El coche se perdió entre la niebla, se esfumó del mismo modo en que
había aparecido.

Mercedes encendió un cigarrillo. No le gustaba fumar en el coche pero
entendía que en este caso estaba totalmente justificado. ¡Menudo animal, como
para provocar un accidente!
-¿Me das fuego, nena?
El coche se le fue de las manos, invadió el carril contrario y, gracias a
sus reflejos, recuperó su trayectoria. En el asiento del copiloto, el bello Héctor
sostenía un cigarrillo entre los dedos y la miraba con aquella sonrisa
desarmante.
***
Lorenzo fue el que salió a su encuentro al llegar al hospital. Sólo con
verle la cara, Nicolás supo que las noticias no eran buenas: estaba totalmente
desencajado.
-Ya estáis aquí, menos mal –Abrazó al Boss y después a Nicolás. Las
lágrimas rodaban por sus mejillas sin que pudiera remediarlo.
-Está mal ¿verdad? –preguntó el Boss. Prefería que Nicolás supiera la
verdad desde el principio.
Lorenzo se sentó y escondió la cara entre las manos.
-Muy mal, ya es un milagro que no se matara en el accidente. Casi
habría sido mejor ¿sabéis? El coma es irreversible, eso ha dicho el médico.
Pobre Mercedes, me he hartado de decirle durante todos estos años que
conducía demasiado deprisa.
Nicolás tomó asiento junto a Lorenzo, totalmente desfondado.
-¿Cómo pueden saberlo tan pronto? –preguntó el Boss –Se supone que
la cosa fue hace sólo unas seis horas ¿no?
Lorenzo clavó sus ojos enrojecidos en los del Boss.
-No hay actividad cerebral, no hay la menor actividad cerebral. Es un
vegetal, maldita sea. Ayer estaba llena de vida, vino a despedirse, estuvo
jugando con el niño, estaba feliz porque iba a verte –se dirigió a Nicolás, que
seguía petrificado –Todo es una mierda, maldita sea… -dio un fuerte puñetazo
en la pared.
Llegó Marián con un vaso de café y pasó su pequeña mano por el
hombro de su marido. Tenía los ojos inyectados en sangre e hinchadisimos de
tanto llorar.
-Tranquilízate, Lore. Rompiendo el hospital no vas a conseguir nada.
Hola, chicos –saludó al Boss y a Nicolás.
-Quiero verla –anunció este último, saliendo de su ensimismamiento.
-Está bien –Lorenzo se levantó –Te acompaño. ¿Vosotros venís?
Marián miró fijamente al Boss.
-No, ya llevo allí demasiado tiempo. Cristóbal se quedará a hacerme
compañía. ¿Verdad, Cristóbal?
-Por supuesto –replicó el aludido.
Cuando vio desaparecer a los otros dos, Marián comenzó a hablar con
una voz sorprendentemente fuerte y serena.
-No me voy a andar con rodeos. Mercedes no saldrá de ésta. Está muy
mal.
El Boss asintió con la cabeza.
-Hace un año, Cristóbal, tuve una experiencia muy extraña en la que
no he querido pensar hasta ahora. Tú estabas presente.

-¿De veras? –contestó el Boss, dispuesto a negar todo.
-Sí, recordarás la noche en que confesé mi desliz con aquel… aquel…
Héctor o como se llamara. Sufrí un desmayo.
El Boss se mesaba la barbita y fruncía el entrecejo, fingiendo que
estaba intentando recordar.
-Mmmm, sí, ahora que lo dices algo recuerdo… es lógico que te
desmayaras, estabas sometida a una gran tensión.
Marián sonrió con tristeza. Sólo había una explicación lógica para lo
que había pasado y ella la iba a verbalizar por primera vez.
-Fue algo curioso que no sé cómo explicar, pero no fue un desmayo,
no lo fue. Salí de mi cuerpo. Hubo un momento en que pude veros a todos y a
mí misma en aquella habitación. Mercedes te sujetaba por las solapas y decía
nosequé sobre la alteración del orden natural de las cosas y te suplicaba que me
salvaras. Tú me pusiste una mano en la cabeza y, de repente, una fuerza
sobrenatural me arrastró nuevamente dentro de mi cuerpo. Tú lo hiciste.
Se quedó callada esperando la reacción del otro. El Boss habló por fin.
-No sé de qué me hablas –contestó, intentando que no le temblara la
voz –Probablemente tuviste una alucinación durante tu desmayo, no creo que
sea infrecuente.
Marián hizo caso omiso y le cogió una mano.
-Bueno, yo te lo pido ahora, te lo estoy pidiendo ahora –lo miró a los
ojos. Al Boss le costó sostenerle la mirada sin pestañear –Sálvala, Cristóbal.
Sálvala como hiciste conmigo. Por lo que más quieras, haré lo que sea a cambio.
El Boss suspiró.
-Lo que tú pides es un milagro y yo no soy la persona apropiada. Lo
siento, no puedo ayudarte.
Se levantó y se dirigió a la habitación de Mercedes. Cuando abría la
puerta escuchó el llanto de Marián.
***
Nicolás abrió la puerta quedamente y asustado por lo que se iba a
encontrar. Durante su larga vida había visto muchos enfermos, muertos y
moribundos, pero ahora era distinto. La mujer que amaba estaba en aquella
cama, llena de tubos, conectada a espantosas máquinas cuyo funcionamiento no
comprendía. Entró muerto de miedo y se acercó a la cama. Lorenzo permaneció
fuera, esperando. No quería romper el momento de intimidad de Nicolás.
-Dios mío, Mercedes –musitó al tiempo que le cogía la mano inerte y la
besaba con suavidad -¿Qué te ha pasado?
-Nada de esto habría sucedido si no hubiera ido a encontrarse con
usted –la voz de doña Dorinda salió de las profundidades de la butaca que
estaba a la izquierda de la cama. Nicolás ni siquiera se había fijado. Se acercó a
la anciana, se agachó frente a ella y le cogió las manos.
-Lo siento, lo siento muchísmo. No sé lo que ha pasado, pero no me
culpe, por favor. ¿Cree que yo deseo verla en este estado?
Doña Dorinda lloraba mansamente, sin hacer ruido. Simplemente
dejaba que las lágrimas resabalaran por su arrugado rostro.
-Venga conmigo –dijo Nicolás cariñosamente, cogiéndola por los
hombros –Necesita usted descansar un poco y comer algo.
-Gracias, pero no podría. No quiero dejarla sola.

En aquel momento entró el Boss, acompañado de Lorenzo.
-Nicolás, tengo que hablar contigo –dijo a su subalterno –Doña
Dorinda, lo siento terriblemente, créame –El Boss abrazó a la anciana, que se
sintió inmediatamente confortada –Debería usted descansar un poco y comer
algo.
-Yo me encargo –intervino Lorenzo –La llevaré al piso de Mercedes.
Marián se volverá al pueblo y yo dormiré con ella.
-No, no… -protestó doña Dorinda –Mercedes no puede quedarse sola.
-No se preocupe, nosotros nos quedaremos –dijo el Boss –Descanse
esta noche.
-Está bien –doña Dorinda se puso en pie –Necesitaré fuerzas, porque
no me pienso mover de aquí hasta que ella no salga por esa puerta conmigo –
sentenció.
16 DE DICIEMBRE
Horas después, el Boss y Nicolás intercambiaban opiniones.
-Parece que la madre no quiere aceptar la realidad ¿no? –comentó el
Boss.
Nicolás asintió lúgubremente.
-¿Qué te pasa, Nicolás? Apenas hablas.
-¿Salimos a fumar un cigarrillo? –propuso el otro.
Salieron al gélido aire de la noche. Nicolás fue el primero en romper el
silencio.
-Me siento culpable, Boss. Muy culpable.
El Boss enarcó las cejas.
-Siempre pensé que Mercedes y yo estaríamos separados mucho,
mucho tiempo. Y fíjate, ahora sólo puede haber un final, el mejor para mí. En
cuanto ella cambie de estado, estaremos juntos para siempre. Estoy feliz y me
siento culpable, porque todo su entorno se sentirá muy desgraciado cuando ella
ya no esté. No sé si me compensa que, para ser yo feliz, los demás no lo sean.
El Boss suspiró.
-Si fueras un egoísta no te remordería la conciencia, amigo mío. Y es
natural que desees estar eternamente con la mujer que amas. No te sientas mal
por ello. A mí me preocupan otras cosas, en cambio.
Se sentaron en un banco. El frío era espantoso.
-¿Por ejemplo? –preguntó Nicolás en tono invitador.
-Marián me ha pedido que resucite a Mercedes –manifestó el Boss.
Nicolás hacía aros con el humo.
-O sea, que el año pasado se dio cuenta de todo…
-Eso parece. Dice que salió de su cuerpo. Recuerda perfectamente
cómo Mercedes me agarró desesperada por las solapas. Yo me he hecho el loco
y dije que no podía ayudarla. Y es verdad –miró a Nicolás –Dije que no lo haría
más y así será. Realmente, sabes que no tengo el poder de la resucitación. Ese
día lo único que hice fue neutralizar la energía de Héctor, pero sabes que los
enfermos y malheridos están fuera de mi alcance… y del de cualquiera.
Nicolás asintió. Por supuesto que lo sabía.

-Hay algo más que me preocupa bastante –continuó el Boss –Y no
debería comentarlo contigo, pero tampoco puedo guardármelo, estoy
angustiado.
Nicolás sonrió quedamente. Se le hacía raro ver en el Boss reacciones
humanas. Una cosa es que las tuviera él, que al fin y al cabo había sido
humano, aunque muchos siglos atrás, y otra que las tuviera el Boss, que nunca
había tenido naturaleza mortal.
-Es el accidente. No me cuadra en absoluto –Sacó el móvil –Mira,
Pedro acaba de mandar el informe de atestados. Ella iba a cuarenta cuando
sobrevino el accidente. El coche quedó destrozado. Curiosamente, el cinturón de
seguridad del asiento del copiloto estaba abrochado. ¿Qué me dices a eso?
-¿Crees que iba acompañada? –preguntó Nicolás extrañado.
-Sí. Lo creo.
Nicolás estornudó. Hacía un frío horrible. De repente, de un arbusto
próximo salió otro estornudo. Ahogado, como si hubieran intentado retenerlo sin
éxito.
-¿Pero qué demonios…? –Nicolás no pudo acabar la pregunta. Antes de
que pudiera darse cuenta, el Boss se dirigió al arbusto y regresó con Héctor
atenazado por el cuello.
-Empieza a explicarnos qué estás haciendo aquí –escupió el Boss,
aumentando la presión sobre Héctor, mientras con el otro brazo contenía a
Nicolás, que se había levantado furioso.
-Nada, dando un bonito paseo nocturno –Héctor sonrió, gesto que
enfureció todavía más al Boss.
-¡Maldita sea, Luzbel! Son las dos de la mañana, tenemos hambre y
frío, estamos cansados y tristes. ¡Habla o te parto la crisma ahora mismo! –Y,
como ejemplo, le dio al bello una sonora bofetada.
-Eso es porque sólo os ponéis la envoltura unos pocos días al año, si
hiciérais como yo, estaríais más entrenados –contestó Héctor con descaro.
El Boss descargó un nuevo golpe en el rostro de Héctor.
-Está bien, está bien –el malvado se sentó –Hago lo mismo que
vosotros: esperar.
-¿Esperar a qué, maldito cabrón? –intervino Nicolás.
-A llevármela. La quiero. Es mía.
***
Nicolás y el Boss hablaban en susurros. Los monitores seguían igual.
-La situación se complica, Nicolás. Uno de los dos tiene que quedarse
aquí de guardia mañana, tarde y noche. No podemos permitir que Mercedes
cambie de estado y Héctor se la lleve.
-Yo me quedaré. Aunque… ¿cuándo podría suceder eso? –Miró a
Mercedes. Tenía la cabeza vendada y la mascarilla la hacía irreconocible casi.
El Boss suspiró.
-Ese es el problema, podría durar semanas, meses o años… Nicolás se
levantó.
-Vayamos al pasillo. No quiero hablar esto delante de ella. Ya sé que
no se entera de nada, pero me da igual.
El Boss aceptó. Salieron al pasillo pero dejaron la puerta de la
habitación abierta. Habló el Boss.

-Mira, hay una misión que cumplir y tengo que mandar a otro, está
claro que tu puesto está aquí. Por otro lado, tengo que vigilar a Héctor, tú no
tienes poder suficiente para detenerlo si se pone tonto. Lo deseable sería poder
programarlo, y supongo que, dadas las circunstancias, lo propondrán mañana.
-¿Te refieres a una desconexión?
-Por supuesto. ¿Qué sentido tiene seguir como un vegetal por tiempo
indefinido? ¿Qué clase de vida es esa?
Nicolás se pasó la mano por el pelo.
-Pero ya has oído a su madre… se negará.
El Boss le dio unas palmaditas amistosas.
-Ahí es donde entras tú, amigo mío. Te toca convencer a doña
Dorinda. Tendrás que hacerlo en estos días, pues ya sabes que no puedes
regresar hasta el próximo año, y en ese tiempo no respondo de lo que pueda
hacer Héctor, no se le puede estar vigilando indefinidamente.
Nicolás se dejó caer en la silla, totalmente presa de la desesperación.
-A mí me odia… me cree el causante de todo esto.
-Entonces tendrás que echar mano de todas tus dotes de seducción.
***
Durante la noche, Marián había tenido un sueño agitado. No le gustaba
dormir sola, se había acostumbrado a la presencia de Lorenzo en la cama. A las
tres se había levantado a darle un biberón al bebé y, de paso, comprobar en el
móvil que no había novedad desde el hospital. Se volvió a la cama, pero no
pudo dormir durante un buen rato. La oscuridad le daba miedo, pero no sabría
decir el motivo. No podía encender la luz, puesto que el bebé dormía
plácidamente en su minicuna al lado de la cama. Así que optó por abrir la
persiana y descorrer un poco las cortinas para que entrara la débil luz del
alumbrado municipal. Con eso llegaría, y no despertaría al niño.
Casi le da un infarto cuando vio la figura de Héctor en la ventana.
Reculó con auténtico terror y se dirigió a la cuna donde dormía su hijo dispuesta
a matar al bello en caso de que fuese necesario.
-No te preocupes, no me interesa una mierda ese crío –dijo Héctor al
pasar la primera pierna por el alféizar.
-¿Qué haces aquí? –preguntó Marián con voz temblona –Déjame en
paz, ya me has hecho bastante daño.
-Venga, nena –Héctor echó mano de su voz más convincente –Sé que
tu marido está en la ciudad, y yo estoy tan solito… podríamos recordar viejos
tiempos. Además, ahora estás mucho mejor, ya no pareces una jamona.
-De ninguna manera. Déjame en paz.
-Oye, guapa –Héctor le cogió un brazo y se lo retorció con furia.
Marián profirió un grito ahogado -¿Te acuerdas de lo que te hice la última vez
que te pusiste tonta? Pues puedo volver a hacerlo, o a tu hijo, o a tus otros
hijos, así que harás todo lo que yo quiera cuando yo quiera. ¿Entendido?
A Marián se le dilataron las pupilas por el terror. Afortunadamente, en
ese momento la puerta se abrió y entró el Boss sin hacer ruido.
-No, hombre, dos veces en la misma noche no, ¿eh? –lo miró
moviendo la cabeza en señal de desaprobación, como si hubiese pillado a un
chiquillo haciendo una travesura –Deja de molestar ya a la señora, hombre.
Hizo un gesto con el dedo y Héctor se desvaneció en el aire.

Marián se dejó caer en la cama y empezó a llorar histéricamente. El
Boss la abrazó hasta que ella se fue tranquilizando. Finalmente se durmió y él la
arropó amorosamente. Después hizo una carantoña al niño y se marchó tan
silenciosamente como había llegado.
***
Nicolás tenía un aspecto espantoso. A las nueve en punto, Lorenzo
hizo acto de presencia del brazo de doña Dorinda.
-¿Qué tal ha dormido? –preguntó Nicolás por lo bajini.
-Bastante bien, dadas las circunstancias –contestó Lorenzo –Le di un
somnífero. Tú sí que deberías irte a dormir ahora, das auténtica pena.
Nicolás no pensaba moverse de allí, tenía miedo de bajar la guardia y
que apareciera Héctor.
-Por lo menos dúchate y desayuna –insistió Lorenzo –El piso de
Mercedes está sólo a diez minutos andando, ni siquiera hace falta que cojas un
hotel.
La palabra ducha sonó a música celestial en los oídos de Nicolás, pero
aún así, se negó. Afortunadamente, en ese momento entró el Boss.
-Ve a cambiarte, Nicolás. Y come algo. Ya me quedo yo, no te
preocupes.
-¿Pero tú no te marchabas? –preguntó Nicolás estupefacto.
El Boss meneó la cabeza.
-No me pienso mover de aquí. Ya he arreglado todo por allá, no hay
problema. La cosa está peor de lo que yo pensaba y hago falta aquí.
Lorenzo asistía a aquel extraño coloquio sin intentar entender una sola
palabra. También se sentía agotado.
-Entonces, con vuestro permiso, voy a buscar a Marián.
Cuando Lorenzo se marchó, el Boss puso a Nicolás al corriente de los
acontecimientos de la noche anterior.
-Héctor tiene una baja tolerancia a la frustración. Está enfadado
porque vamos a fastidiar sus planes y quería pagarlo con la pobre Marián.
Nicolás se quedó pensativo.
-¿Y ella no hablará? Mira ayer…
El Boss sonrió.
-Espero que no se acuerde absolutamente de nada. Ve a ducharte,
anda. De paso, yo me voy trabajando a doña Dorinda. Le gusto más que tú.
***
La ducha le supo a Nicolás a gloria bendita. Sintió una gran tristeza al
entrar en el apartamento de Mercedes. En aquel mismo salón él había dejado su
saco y su campana, cuatro años antes. El año anterior ella misma le había
confesado en aquel sofá que había estado embarazada y había perdido el niño.
Después de desayunar se animó un poco y pudo pensar con claridad.
Un nuevo horizonte se abría ante ellos. Se habían acabado las ausencias y los
encuentros sólo diez malditos días al año. Ahora estarían juntos para siempre y
podrían participar en las misiones de Navidad una vez al año, para lo cual
cogerían su envoltura mortal durante unos días. Sería maravilloso. Eso siempre
que el desgraciado de Héctor no lo estropeara todo, claro. Si rompía las reglas y
se llevaba a Mercedes a su terreno, habría que hacer un canje y todo sería muy
desagradable.

Ese pensamiento le hizo espabilar. A las diez y media ya estaba de
vuelta en el hospital. Marián y Lorenzo ya habían llegado también. Marián había
saludado al Boss como si nada hubiera sucedido, pero de vez en cuando hacía
un gesto de dolor y se llevaba la mano al brazo derecho. No entendía por qué le
dolía tanto.
A las once de la mañana hizo acto de presencia el médico, un señor
bastante desagradable que, al parecer, era incapaz de la menor empatía.
-Váyanse todos los que no sean familiares, por favor –anunció.
Marián y Lorenzo se dispusieron a salir. Nicolás dudó. No tenía ganas
de quedarse, pero tampoco podía dejar sola a doña Dorinda en semejante
situación.
-Desearía quedarme –le dijo a la madre de Mercedes.
Doña Dorinda asintió.
-Este señor es el novio de la niña –dijo al médico –Tiene el mismo
derecho que yo a estar aquí.
El médico suspiró.
-Está bien. El resto, fuera.
El Boss salió con los otros dos. Se quedaron al otro lado de la puerta.
No tardaron en escuchar los gemidos de doña Dorinda.
-Me parece que le está diciendo que sería mejor desconectarla –
anunció el Boss en voz baja.
Lorenzo asintió.
-Sí, y ella se negará. Ayer de noche hablamos del asunto y ya le
expliqué que no puede negarse.
El Boss sintió un súbito interés.
-Ah… ¿y eso?
-Mercedes hizo testamento vital el año pasado. Lo sé porque Marián y
yo fuimos los testigos. Dejó dicho explícitamente que no se le prolongara la vida
artificialmente, y eso va a misa. Dejó disposiciones clarísimas sobre los últimos
momentos y las honras fúnebres que no se pueden obviar.
El Boss se sintió íntimamente regocijado. Tenía que haber pensado que
alguien tan eficiente como Mercedes habría dejado todo atado y bien atado con
mucha anticipación. Eso les ahorraría a todos un montón de problemas.
-Pues hazme el favor de entrar ahí y decírselo al médico –sugirió.
Lorenzo llamó a la puerta y entró. El Boss se giró hacia Marián.
-¿Qué tal, todo bien? –preguntó amablemente.
Marián sonrió débilmente.
-Sí, en fin… todo lo bien que se puede estar en estas circunstancias,
claro.
-Veo que te frotas el brazo todo el tiempo ¿Te duele?
Ella frunció el ceño.
-Pues sí… he dormido fatal esta noche. Probablemente me quedé
dormida encima del brazo. Entre eso y coger al bebé… –sonrió –pesa bastante,
¿sabes? ¿Quieres ver una foto? Está riquísimo.
El Boss suspiró con alivio y se dispuso a soportar toda una sesión de
fotos del rorro de Marián.

17 DE DICIEMBRE
Mercedes abrió los ojos y le asombró notar lo descansada que se
sentía. Era de las que se levantaba cansada y no funcionaba bien hasta que
llevaba una hora de pie, pero esa mañana no notaba el menor atisbo de fatiga.
Intentó ubicarse, se sentía un poco desorientada, pero no lo consiguió. Giró la
cabeza y entonces lo vio.
-Hola, cariño –dijo Nicolás.
Mercedes sonrió y buscó su mano para cogérsela. Le llamó la atención
el hecho de no notar el contacto entre ellos.
-¿Dónde estoy? –preguntó –No noto tu mano, es muy extraño.
-¡Boooooosssss! –Gritó Nicolás.
Apareció el Boss enseguida. Sabía que ahora habría que dar unas
cuantas explicaciones que no iban a ser del todo agradables, y que Nicolás
necesitaba su ayuda.
-Hola, Mercedes –saludó el Boss con su suave voz.
Ella se incorporó. Nuevamente se pasmó de lo poco que le había
costado hacerlo. Era como si su cuerpo fuera de algodón. Echó un vistazo a su
alrededor. Era una habitación blanca, todo era blanco: los muebles, las
paredes… había una ventana desde la que se veía un campo muy verde e
infinito.
-No sé dónde estoy, Boss –Mercedes se sentía muy confusa -¿Qué ha
pasado? No recuerdo haberme encontrado con vosotros en Madrid, y, sin
embargo, así debió de suceder, puesto que estamos juntos…
El Boss se sentó en la cama. Al otro lado, sentado en una silla, Nicolás
sujetaba la mano de su novia, aunque no sirviera para nada.
-¿Qué es lo último que recuerdas, Mercedes? Cuéntanos.
Ella intentó pensar y recordar.
-A ver… el coche, la niebla… un subnormal que me adelantó como un
loco en mitad de la niebla…
El Boss intentó componer su mejor semblante.
-Bueno, tranquila. Lo que te voy a decir es posible que te cueste un
poco asimilarlo, pero quiero que sepas que todo está bien, aquí ya no puedes
sufrir el menor daño.
Mercedes comenzó a alarmarse. Apretó la mano de Nicolás, pero no
sintió nada.
-Hubo un accidente, un terrible accidente. Aún no sabemos qué lo
provocó, porque tú conduces muy bien, el caso es que lo hubo y…
No sabía cómo seguir, así que decidió decirlo de un tirón.
-Mercedes… has cambiado de estado.
***
Se hizo un silencio profundo, mientras Mercedes intentaba encajar la
noticia. Era complicado. Nicolás había estado presente en muchos comités de
bienvenida y sabía que a nadie le gustaba enterarse de que estaba muerto. Sólo
a los suicidas.
Mercedes estuvo mucho rato callada, quizá demasiado.
-Estoy muerta –sentenció por fin.
Intervino Nicolás:

-No exactamente. Sí para los humanos. Realmente, sólo has cambiado
de estado.
-¿A qué estado? –preguntó ella con desinterés.
-Ahora eres energía –contestó el Boss.
-Energía… mira qué bien.
Echó otro vistazo a todo lo que la rodeaba.
-Entonces nada de esto es real… los muebles, vosotros… ¿qué es esto
exactamente, por favor?
Nicolás sonrió. Mercedes empezaba a pensar con claridad por fin y a
hacer preguntas lógicas.
-Estás en la sala de aclimatación –repuso –Lo que ves no es más que
una fantasía creada por el Boss para que el tránsito te resulte más fácil.
-El purgatorio… -susurró ella.
-No sé por qué lo llamáis así –contestó el Boss –Aquí no hay nada que
purgar. Simplemente, es un estadio intermedio en el que aprendes a convivir
con tu nuevo estado e ir desprendiéndote poco a poco de tus costumbres
humanas. ¡Los humanos estáis tan apegados a lo material! Es un estadio
intermedio, te parece que puedes ver y oír, pero te faltan el resto de los
sentidos: aquí no sentirás hambre ni sed, ni dolor, ni sueño, cansancio, frío o
calor.
Mercedes suspiró.
-¿Y cuánto dura este estadio? –quiso saber.
-Bueno, aquí ya no existen los conceptos de tiempo y espacio.
Realmente, no estás en ningún sitio ni en ninguna época. Durará lo que tú
quieras que dure. Hay gente que se tira siglos aquí, según tu concepto del
tiempo. De hecho, la mayoría no quiere marcharse y nadie les obliga a hacerlo.
Ella se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Fuera, en el
campo, había multitud de hombres, mujeres, niños y animales charlando, riendo
y jugando.
-Y cuando se quieren ir, ¿a dónde van? –preguntó ingenuamente.
Nicolás estaba muy divertido observando el mal rato que estaba
pasando el Boss. Normalmente no se dignaba a recibir a todo el que llegaba a la
sala de aclimatación, habría sido imposible. Mercedes era merecedora de tal
honor por haber sido la única mortal que los había ayudado en sus misiones.
Explicar el funcionamiento de la sala era tarea de Nicolás y otras personas de su
confianza.
-Verás, aquí la gente se perfecciona espiritualmente durante mucho
tiempo. Los que alcanzan un estado idóneo son llamados a formar parte del PP.
Mercedes soltó una débil carcajada.
-Santo Dios. ¿Aquí también hay PP? Qué pesadilla…
-No, no –replicó Nicolás –No es ese PP. Son las siglas de Pensamiento
Puro. Muy pocos son capaces de alcanzar ese estadio, porque a partir de
entonces sus hilos con lo terrenal son totalmente desconectados y se convierten
en eso, en pensamiento puro.
-Suena muy aburrido –contestó ella con abulia.
Nicolás se le acercó.
-¿No estás contenta? Ahora estaremos juntos para siempre.
Mercedes lo miró con furia.

-¿Cómo voy a estarlo? He dejado a mi madre sola, completamente
sola. No sé si lo soportará, no sé si lo soportaré, maldita sea mi estampa. No
entiendo cómo pudo suceder, yo conduzco de puta madre, esto es un
despropósito…
Comenzó a alzar la voz más y más y Nicolás comprendió que se estaba
poniendo histérica. El asunto se le iba de las manos.
-Plan B, Nicolás –anunció el Boss.
-¿Qué? ¿Estás seguro? No sé si no será peor.
-¡He dicho Plan B! ¡Ahora!
Nicolás salió corriendo de la habitación. Mercedes seguía gritando cada
vez más fuerte, podía hacerlo sin necesidad de romperse las cuerdas vocales.
Sólo paró cuando Nicolás apareció de nuevo acompañado de otra persona.
Mercedes se quedó perpleja mirándolos. Entonces un grito salvaje de alegría
salió de su garganta y se aproximó al desconocido, que también la miraba
emocionado.
-¡Papá! –gritó Mercedes arrojándose en sus brazos -¡Papá, oh, papá!
***
-¿Ves como no todo es tan malo aquí, mujer? –decía Nicolás con tono
consolador.
Mercedes y Sindo seguían abrazados, a pesar de que ya no podían
sentirse el uno al otro. El Boss había permitido que recuperaran sus sentidos
durante diez segundos, haciendo para ello un sacrificio inmenso, Nicolás lo sabía
bien. Observó cómo su jefe cerraba los ojos y se concentraba en transmitirles
toda la energía posible, energía que gastaría de sus valiosas reservas. Padre e
hija se abrazaron tan fuerte que notaron el dolor en sus huesos.
-Cariño, qué alegría verte –decía el padre –Qué guapa estás. Cuando
Nicolás me lo dijo creí que estaba de broma. Es maravilloso tenerte aquí. Todo
es perfecto ahora.
-No, no lo es, papá. Mamá tiene que estar hecha polvo. ¿Entiendes?
Primero tú y ahora yo… ¡Oh, Dios mío!
-¿Qué sucede, cielo? –preguntó Nicolás.
Mercedes se volvió hacia él.
-Acabo de recordar cómo se produjo el accidente. Fue culpa de Héctor,
de repente apareció en el asiento del copiloto del coche, me dio un susto de
muerte, perdí el control pero conseguí recuperarlo. Después peleamos y
forcejeamos y…
La cara del Boss se había vuelto pétrea.
-Nicolás y Sindo ¿Qué tal si le enseñáis a Mercedes todo esto y vais
haciendo que se sienta cómoda aquí? Yo tengo que hacer una visita a los bajos
fondos.
***
-No me gusta nada venir aquí, Boss. Ya lo sabes.
Pedro seguía a su jefe con un ligero trotecillo. En la mano llevaba una
lista formada por varios folios.
Llegaron a la frontera con los bajos fondos. Un hombre de pésimo
aspecto que sorbía lentamente de una botella guardaba el puesto. Se cuadró
cuando vio llegar al Boss.

-Tú, mequetrefe. Quiero hablar con tu jefe –anunció con voz
estentórea.
-Nooonoooonoooo, no está. Creo que no está en este momento. Miraré
a ver…
-Aparta, escoria. Vamos a entrar –dijo Pedro.
Penetraron en una enorme sala en la que reinaba la confusión más
absoluta. Mujeres desnudas pululaban por doquier, perseguidas por todo tipo de
hombres en medio de grandes risas y algazara. Se hizo el silencio cuando vieron
al Boss y algunas buscaron frenéticamente con qué cubrirse. La mayoría de los
presentes se hincó de rodillas en señal de respeto.
-Sí, hombre, sí. Ahora haced el paripé que igual me lo creo –rugió el
Boss. Pedro siguió a su jefe y aprovechó para echar la lengua a aquella caterva.
-¡Qué gente tan desagradable! -comentó -Qué ordinarias son sus
diversiones.
-No se están divirtiendo, Pedro. Ellas están condenadas a escapar de
ellos por toda la eternidad, y ellos a perseguirlas aunque estén rendidos de
cansancio. Ya sabes lo original que es Héctor para idear castigos.
Siguieron abriéndose paso por diversas estancias. El Boss a grandes
zancadas, Pedro con su ridículo trotecillo. Pasaron por la sala donde
Torquemada penaba en una hoguera eterna. Un ramalazo de aire emitido por el
Boss avivó el fuego y el condenado protestó enérgicamente.
-Pues sí, hombre, como no me llega ya con lo que tengo…
-Te está bien por remalo –sentenció Pedro con voz aflautada.
El Boss registró aquel Pandemónium hasta que no quedó un rincón sin
explorar.
-Maldita seaaaaaa –rugió. Y a continuación se escuchó un nuevo
gemido de Torquemada. Con el grito, el Boss había vuelto a avivar la hoguera –
¡No me digas que tengo que volver otra vez al mundo terrenal a buscarlo! ¿Es
que ese imbécil se cree que no tengo nada mejor que hacer?
***
-¿A dónde ha ido el Boss, Nicolás? –preguntó Mercedes.
-Supongo que a darle lo suyo a Héctor –contestó con regocijo.
-¿Al inframundo?
-Si quieres llamarle así…
Habían salido al extenso prado y estaban empezando a mezclarse con
otras personas que les sonreían al cruzarse con ellos. Algunos le daban la
bienvenida. Sindo decía de vez en cuando: “Mirad, es mi hija”, y la gente le
daba la enhorabuena. Mercedes se sentía confusa y aterrorizada. Aguantaba el
tirón porque estaban Nicolás y su padre, que si no…
-Es mejor que no vea mucha gente todavía, si no, se va a agobiar –
sugirió Sindo.
Se sentaron junto a un pequeño arroyo, a la sombra de un roble.
-A ver –comenzó Nicolás –Te vamos a explicar un poco cómo funciona
esto. Como te dijo el Boss, esto es una sala de aclimatación en la que compartes
parte de tus características mortales con parte de las inmortales. Puedes estar
aquí eternamente si quieres.
-¿Y qué se hace aquí en todo el día? –quiso saber ella.

-Charlas con la gente, ayudas a los nuevos que, como tú, llegan
confusos y asustados, compartes e intercambias experiencias y, en una palabra,
enriqueces tu espíritu. Y en tu caso… -puso cara de ir a dar una gran noticia.
-En mi caso ¿qué?
-Bueno, algunos de nosotros tenemos misiones en el mundo terrenal,
ya lo sabes. Ahora tú y yo formamos equipo en la misión navideña. Diez días al
año nos pondremos nuestra envoltura mortal e iremos a la Tierra a cumplir la
misión. Sólo que ahora estaremos juntos siempre. Después iremos a elegir tu
envoltura. Las hay chulísimas, ya verás.
Mercedes intentaba procesar la información.
-Eh, para el carro. ¿Qué envoltura mortal?
-Mujer, el cuerpo que llevarás para la misión terrenal. Desde el
momento en que te la pones, recuperas todas las características mortales, todas
–le guiñó un ojo –Tú ya me entiendes… -volverás a tener hambre, sed, sueño,
ganas de… todo.
Mercedes frunció el ceño.
-¿Y no puedo usar mi propio cuerpo? Me gusta mi cuerpo.
Nicolás no sabía qué contestar sin estar el Boss delante.
-Supongo que sí, siempre y cuando las misiones no sean en sitios
donde te conozcan. Acuérdate del año que iba yo de profe de instituto. Si llego a
saber que me iba a encontrar contigo, me habrían obligado a cambiar la
envoltura para que no me reconocieras…
Mercedes ya no escuchaba. Una idea se iba abriendo camino en su
cabeza.
-Quiero mi cuerpo –gruñó con fiereza –Hazlo como te dé la gana, pero
quiero mi cuerpo, es lo menos que podéis hacer por mí, ya que el cerdo de
Héctor me ha matado. ¡Quiero mi cuerpo! ¿Me estás oyendo?
-Mercedes, mujer, tranquila… conseguiremos el cuerpo, no te
preocupes –Nicolás empezó a asustarse. El tránsito de su novia estaba
resultando más complicado de lo que esperaban.
-¡Quiero mi cueeeerrrpooooooo! –gritó ella, haciendo que todo el que
pasaba por allí se girase al oír los alaridos. El padre intentó calmarla, pero fue
imposible. Nicolás divisó al Boss en lontananza y le hizo señales con la mano.
Para cuando se unió a ellos, Mercedes se había sumido en un silencio hosco.
-¿Qué pasa?
-Dice que quiere su cuerpo. Para cuando tenga que usar la envoltura,
Boss.
-Maldita sea, me estáis dando el día entre todos –el Boss también
estaba fuera de sí –Ahora tengo que volver a buscar al estúpido de Héctor, y
esta tonta se empeña en querer su cuerpo cuando tiene verdaderas maravillas
donde elegir.
-Quiero mi cuerrrpooooo –insistió Mercedes.
-Vámonos –dijo el Boss a Nicolás, cogiéndolo por el cuello.
-¿Yo? ¿Y por qué tengo que ir yo? –protestó el aludido.
-Otro inútil. Quedaría un poco raro que no asistieras al velatorio de tu
novia, ¿no, adoquín? Venga, vámonos. Sindo, cuida de ella hasta que volvamos.
***

La muerte de Mercedes había sumido al pueblo en un estado de
tristeza como nunca se había visto. El tanatorio estaba abarrotado, todos
estaban allí. No sólo los lugareños, también muchos de sus amigos de la ciudad.
Nicolás y el Boss trataban de abrirse camino entre el gentío para presentar sus
respetos a doña Dorinda. El Boss seguía enfadadísimo.
-Todo esto me supone un despilfarro de energía horroroso, Nicolás.
-Lo sé, pero hay que hacerlo.
El Boss se abrió paso a codazos.
-Una cosa es mandarte a ti y otra tener que transportarme yo. No
puedo estar yendo y viniendo y mantener mis reservas en niveles aceptables.
Nicolás se encogió de hombros.
-Bueno, todo esto acabará pronto. Cogemos el cuerpo, avisamos a los
muchachos de mantenimiento y nos vamos ¿sí?
El Boss asintió. En lontananza se vislumbraba a doña Dorinda,
enteramente vestida de negro. A su lado, doña Juana no le soltaba la mano.
Cuando ya estaban llegando, Lorenzo les salió al paso y dio unas palmaditas a
Nicolás en el hombro.
-Hola, menos mal que ya habéis llegado. Esto es un horror, en mi vida
había visto tanta plañidera junta. Lo siento muchísimo, Nicolás, ya lo sabes.
-Dorinda parece bastante entera –dijo Nicolás.
-Está empastillada hasta las cejas. Puedes hablarle de Mercedes o de
los peces de colores, no se enterará –contestó Lorenzo –Menos mal que mañana
acabará todo. La incineración es a las once.
Nicolás se quedó mirando a Lorenzo como un bobo. Aquella era una
información importante, pero su agotada envoltura mortal no acababa de ver en
qué punto.
-Asistiremos, claro, ¡aaaaaaaaaaayyyyy! –el pellizco del Boss se le
clavó como un puñal en el brazo y se volvió hacia él -¿Qué carajo te pasa,
Cristóbal?
-Tengo que ir al baño –dijo el Boss palidísimo –Acompáñame.
Encogiéndose de hombros, como en muda disculpa ante un
perplejísimo Lorenzo, Nicolás se dispuso a seguir al Boss.
-¿Estás loco? –vociferó cuando llegaron al cuarto de baño -¿Qué te
crees que va a pensar la gente de nosotros? Acompañándote al baño como si
tuvieras tres años…
El Boss paseaba como un tigre enjaulado.
-Problemas, problemas y más problemas… ¿No te das cuenta, Nicolás?
Si la incineran no tendremos cuerpo. ¡Todo se complica!
Nicolás se dejó resbalar por la pared hasta quedar en cuclillas. ¡Claro!
Eso era lo que lo había puesto en guardia cuando había hablado con Lorenzo.
-Si volvemos sin cuerpo, Mercedes no nos lo perdonará –murmuró.
El Boss respiraba con dificultad, intentando pensar con claridad.
-Vamos a llamar a los muchachos de mantenimiento, a ver si nos
ayudan a dar un cambiazo. Es la única manera…
-¿Un cambiazo por qué, Boss?
-¡Y yo qué sé! ¡Déjame pensar! –se mesó los cabellos con
desesperación –Un perro, una oveja, algo así. No veo otra manera, no podemos

ponernos a negociar un entierro con su madre, la pobre está deshecha. Además,
si Mercedes lo dejó escrito, no hay nada que hacer.
Nicolás asintió.
-Vamos fuera a pensar al fresco, Boss. Aquí no harían más que
importunarnos.
Salieron al frío de la noche y se perdieron por el camino del río. Allí
podrían estar solos y tranquilos. El Boss llamó a mantenimiento y prometieron
mandar una unidad en un par de horas. Por suerte, siempre se podía contar con
la eficiencia de los chicos de mantenimiento.
-No me gusta nada tener que sacrificar a algún animal inocente –
murmuró Nicolás.
-¿Y qué otra solución se te ocurre?
-No sé, madera, algún material que arda bien… -Nicolás se calló
cuando el Boss se llevó un dedo a los labios.
-Chisss. Oigo algo.
Efectivamente, se escuchaban unos pasos quedos que hacían crujir las
hojas secas de la ribera del río. Ambos se esforzaron por ver algo entre las
tinieblas de la noche. De repente, una luz rojiza, la llama de un mechero,
iluminó brevemente el escenario.
-Hombre, a ti precisamente quería ver, fíjate qué casualidad –anunció
el Boss con voz tranquila.
Héctor expulsó el humo a través de las comisuras de la boca.
-Ya, algo me han dicho por casa. No sé qué te habrán contado, pero…
¡soy inocente, Boss! –sonrió de forma patética. Habría convencido a cualquiera
con sus palabras y aquella sonrisa húmeda, pero Nicolás y el Boss no eran
cualquiera.
-¿Qué haces aquí, Héctor? Mercedes está ya fuera de tu alcance –
gruñó el Boss.
Héctor les guiñó un ojo pícaramente.
-Ella sí… pero no su cuerpo.
Nicolás no pudo más. Avanzó tres pasos y su puño se estrelló contra la
hermosa nariz.
-¡Es una lástima que no pueda matarte! ¡Tú provocaste el accidente de
Mercedes! ¿Sabes cuánto dolor has causado a su familia? ¿Y ahora quieres
quedarte con su cuerpo? Eres lo más malvado que he visto en mi vida.
Héctor sonrió, mientras intentaba limpiarse inútilmente la sangre que
manaba de su rota nariz.
-Venga, venga… menos dramatismos. ¡Su familia! Una vieja odiosa.
Ésa es toda su familia. Y el accidente… bueno, ella era la que conducía. ¿Qué
culpa tengo yo de que fuera una inútil al volante?
Nicolás descargó un nuevo puñetazo en el rostro del bello, que cayó
aparatosamente al suelo. El Boss presenciaba la escena sin mover un dedo,
hasta que por fin habló.
-El año pasado te dije, si mal no recuerdo, Luzbel, que si osabas
acercarte a Mercedes mi venganza sería terrible y la voy a cumplir. En cuanto
vuelva indultaré a una buena porción de los tuyos. Se pondrán contentísimos.
Héctor se incorporó con bastante dificultad. Su expresión se había
desencajado a causa del odio.

-¡No te atreverás, maldito Boss!
Nicolás estaba perplejo. No sabía nada de la última entrevista que
habían tenido el Boss y Héctor el año anterior. Supuso, con lógica, que el Boss
se la había ocultado a propósito para no preocuparlo.
-¿Que no me atreveré? ¿Qué te apuestas?
Héctor perdió entonces los papeles, dominado como estaba por un
encono feroz. Se acercó al Boss amenazadoramente. Nicolás fue más rápido,
cogió una piedra y la descargó en la cabeza del malvado, que se desplomó como
un fardo. En la lejanía se escuchó un trueno.
-Gracias, Nicolás, pero no hacía falta. No podría conmigo –dijo el Boss,
pasando una mano por el hombro de su ayudante. Héctor seguía inmóvil en el
suelo y Nicolás, arrepentido, tocó el cuerpo con la punta del pie. Le invadió el
pánico.
-Boss… no se mueve. Creo que me lo he cargado… El Boss se arrodilló
junto a Héctor, le tomó el pulso y comprobó si respiraba.
-Pues sí, Nicolás, me temo que te has cargado la envoltura mortal
favorita de Héctor.
Nicolás se echó a llorar. Aquello era demasiado para él.
-¡Yo nunca había matado a nadie! –gimió -¡Es horrible, Boss, no quería
hacerlo! ¡Tienes que creerme! ¡Sólo quería protegerte! –se arrojó en los brazos
de su jefe, gimiendo como un niño pequeño. El Boss lo acarició con ternura.
-Tranquilo, hombre, ya lo sé. No te preocupes, así matamos varios
pájaros de un tiro, aunque la metáfora no te guste –Nicolás lo miró sin
comprender –Ahora ya tenemos con qué dar el cambiazo, y el pobre diablo al
que Héctor robó su envoltura será libre por fin y podrá incorporarse a la sala de
aclimatación. Llamaré a Pedro ahora mismo para que vaya a recogerlo. Se
pondrá muy contento, Héctor llevaba usando su cuerpo desde el año 700, más o
menos.
En los minutos siguientes, el Boss hizo varias llamadas.
-Todo está arreglado –anunció –Mantenimiento está a punto de llegar
y hará el cambio sin que nadie se entere –se frotó las manos –La cosa ha salido
mejor de lo que yo esperaba.
18 DE DICIEMBRE
Sindo se había propuesto a conciencia que su hija estuviera de lo más
entretenida durante la ausencia de su amado. Y había cumplido con creces.
Muchísimos de los habitantes de la sala de aclimatación se habían acercado a
saludarla, entre ellos viejos conocidos, como Gumer, el conserje del instituto en
el que Mercedes y Nicolás habían cumplido su misión dos años antes. También
habían hecho acto de presencia personas de su pueblo, sus abuelos, bisabuelos,
tatarabuelos y toda suerte de tíos y tíos abuelos. A la mayoría sólo los conocía
por retratos. Durante un buen rato Mercedes se había olvidado de dónde
estaba. Todos hablaban a la vez y querían saber de su vida. De repente, todo el
mundo se quedó callado. Mercedes se fijó en que todos miraban en la misma
dirección y, al unirse a sus miradas, el terror la invadió. Allí estaba él, y
avanzaba resueltamente hacia ella. ¡Y nadie se lo impedía!
-¡Papá! –gimió.

-Tranquila –contestó el padre –Tiene que haber una explicación lógica
para esto. Es la primera vez que lo veo cruzar la frontera.
Héctor siguió avanzando hacia ellos con elegancia y tranquilidad. Pero
algo había cambiado en él. Además de parecer muchísimo más joven e ir
ataviado con unos ropajes lujosísimos, su mirada era distinta, ya no daba miedo.
Todos comprendieron que era a Mercedes a quien quería ver y se
apartaron para dejarle el paso franco. Al llegar junto a ella, Héctor se hincó de
rodillas.
-Hermosa mujer, mi nombre es príncipe Balakrishna y he venido a
darte las gracias como tu más humilde servidor.
Mercedes abrió un palmo de boca y esperó. Como no sucedía nada,
decidió hablar ella:
-Acepto tu agradecimiento con gran alegría –esperaba haber dado en
el clavo al usar los mismos modales ceremoniosos –Puedes levantarte y
mirarme. Deseo que me cuentes los motivos.
Balakrishna se levantó y comenzó a hablar.
-Hace mucho, mucho tiempo, tanto que no me acuerdo, sucumbí
defendiendo a los míos en un terrible combate en el que fui alcanzado por varias
flechas. No sé cómo ni por qué, puesto que mi vida había sido siempre virtuosa,
fui a dar a un lugar horrible donde se me condenó a ser atravesado por flechas
durante toda la eternidad. Después supe que el dueño de ese inframundo se
había encaprichado de mi hermosísima envoltura mortal, la cual usaba siempre
que se le antojaba, y para ello hizo de mi espíritu su infeliz esclavo, cuando yo
no lo merecía. Hoy se me ha anunciado que por fin mi envoltura tendrá el
descanso que se merece y recibirá las honras fúnebres que por mi cultura y mi
cuna me corresponden, esto es, el fuego purificador, ya que el malvado la ha
abandonado por la fuerza y, por tanto, he dejado de ser su esclavo. Y todo
gracias a ti, gentil Mercedes –Y volvió a postrarse a sus pies –Ahora desearía
reunirme con los míos.
Mercedes sonrió. No entendía nada, pero le hacía gracia tanta pleitesía
y, sobre todo, pensar que aquel ya no era el maligno.
-Levántate y reúnete con ellos, por favor. Me hace muy feliz haberte
ayudado.
***
Nicolás regresó y enseguida quiso saber cómo estaba Mercedes. Se reunió
con ella y pudo comprobar que ya estaba más tranquila. Tuvo que explicar,
claro, cómo se había producido la liberación del príncipe Balakrishna.
-Entonces… incineraron el cuerpo del príncipe –dedujo Mercedes.
-Claro, fue todo un acierto. El pobre hombre llevaba desde la noche de
los tiempos esclavizado por Héctor. Y tú tienes tu propio cuerpo disponible.
Todos ganamos.
Mercedes se quedó pensativa.
-No lo entiendo, yo creía que sólo los malvados se iban con Héctor…
-No siempre. A veces se encapricha y se los lleva por la fuerza.
Entonces hay que negociar con él y es un follón, porque se pone intratable. Si
no hubiéramos llegado a tiempo se te habría llevado y habría sido catastrófico.
Por eso apareció en el coche, para llegar antes. Si llegas a morir en el mismo
momento del accidente, ahora estarías con él. Por eso estuvimos nosotros

presentes durante tu cambio de estado, para que no pudiera acercársete.
Llevaba encaprichado contigo desde el año anterior. Ahora que se fastidie, se ha
quedado sin su envoltura favorita. Esperemos que adopte la de algún malvado,
por lo menos que esclavice a alguien que se lo merezca.
Mercedes suspiró.
-Hay tantas cosas que no entiendo, Nicolás… ¿Por qué podemos ver y
oír? ¿Qué es lo que vemos realmente?
Nicolás dudó. No sabía cómo explicarlo de forma sencilla.
-El Boss te lo explicará mejor, pero yo puedo decirte algunas cosas.
Todo procede del Boss, que es energía pura capaz de generar realidades
virtuales, pero haciéndolo, él gasta su propia energía. Es decir, todo lo que ves
es fruto de la energía que gasta el Boss para que tú puedas sentirte más o
menos cómoda.
-¿Pero su energía no se agota nunca? –quiso saber ella.
-Se gasta, pero también se regenera. Hoy tuvo que gastar un montón
para que tu padre y tú pudiérais abrazaros. Entre mantener la sala de
aclimatación en la realidad virtual y mandarnos a las misiones terrenales, gasta
bastante, pero no llegará a agotarse. Para que te hagas una idea, Héctor
también tiene su propia energía, muchísima menos que el Boss,
afortunadamente, y la dilapida de una forma terrible. Para empezar, los que
viven en su territorio tienen sensaciones, pues sólo así pueden sufrir las penas
impuestas por Héctor. Tienen dolor físico y eso procede de la energía de Héctor.
Se inventa los castigos más estrambóticos que te puedas imaginar: a los de la
Inquisición los quema una y mil veces, Enrique VIII está condenado a ser
decapitado por toda la eternidad. Hitler vaga eternamente por un campo de
concentración sufriendo todas las torturas que imaginarte puedas a manos de
los judíos y acaba siendo gaseado. Muere y todo vuelve a empezar. Eso requiere
un gasto de energía tremendo. Además, Héctor se pasa la vida yendo al mundo
terrenal, con lo cual también despilfarra. Utiliza un montón de envolturas
mortales, pero la del príncipe Balakrishna era algo así como su uniforme de gala.
La verdad es que el Boss tenía una deuda con él: era un príncipe hindú
veneradísimo por su valentía y buen juicio, y no merecía llevar tanto tiempo en
manos de Héctor –Hizo una pausa –La mala noticia es que la energía de Héctor
se va a recargar, pues el Boss va a indultar a una buena cantidad de los que
viven en sus dominios para castigarlo por matarte y querer llevarse tu cuerpo, y
a partir de ahora vivirán de la energía del Boss en la sala de aclimatación.
Aquello superaba ya el entendimiento de Mercedes, aturdido por tanta
información.
-Bueno, pues ahora cuéntame qué tal fue mi funeral. ¿Fue mucha gente?
***
Sí, había ido muchísima gente. Muchos se habían tenido que quedar
fuera de la iglesia, al frío relente de diciembre. Nicolás ocupó un lugar
preferente junto a doña Dorinda, que seguía perdida en la nebulosa de los
narcóticos. Emerson y Graciela estaban absolutamente desconsolados, al igual
que Lorenzo y Marián. Incluso a don Antonio, el párroco, se le cortó el discurso
varias veces a causa de la emoción. Había tanta gente que nadie reparó en la
presencia de un apuesto hombre rubio que, escondido tras una columna, lloraba
a lágrima viva mientras susurraba “mi príncipe, oh, mi príncipe”.

Acompañaron a doña Dorinda a casa y estuvieron un par de horas allí,
con los más íntimos. Graciela, que no era capaz de contener el llanto, sirvió
jerez y pastas.
-Graciela, mujer, cálmate un poco –decía Nicolás.
-Usted no lo entiende –gemía la mujer –Ella hizo tanto por nosotros,
no se lo puede ni imaginar…
No, la verdad es que sus encuentros con Mercedes eran tan cortos y
preciosos que Nicolás no tenía ni idea de cómo su novia había ido a agenciarse
un capataz peruano para su granja, así que optó por dar a la inconsolable
Graciela un abrazo y callarse la boca.
Por un momento se preguntó qué iría a ser de la granja ahora que su
eficiente dueña ya no estaba. Pero bueno, ese ya no era su problema.
Conociendo a Mercedes, habría dejado todo bien atado y a buen seguro ninguna
de las muchas bocas que dependían de ella se quedaría en la calle.
Doña Dorinda intentó echarse un rato a descansar, pero no pudo.
Permanecía sentada en el sillón de orejas de la biblioteca, con aire ausente.
Doña Juana la obligó a tomar una copita de jerez y eso pareció soltarle la
lengua.
-Ojalá me muriera yo también –musitó –Total, para lo que hago aquí…
ya no tengo ningún motivo para seguir.
Todos protestaron enérgicamente, sobre todo doña Juana.
-De ninguna manera, Dori. Me lo he pasado muy bien contigo este
último año. Me gustaría que te vinieras a vivir conmigo…
-Oh –intervino Marián –Nosotros habíamos pensado en invitar a
Dorinda a pasar una temporada con nosotros.
Doña Dorinda encendió un cigarrillo y dio un sorbo a su jerez.
-De aquí no me mueve nadie –sentenció –Es mi casa y no pienso
marcharme. Aún huele a ella… ¡Qué mala madre he sido! –empezó a llorar.
El Boss y Nicolás intercambiaron miradas y salieron al pasillo.
-No me gusta el sesgo que toma esto –comenzó Nicolás.
-¿Y qué esperabas? –repuso el Boss –La muerte suele avivar el
remordimiento, y ellas se llevaron muy mal hasta hace poco más de dos o tres
años. Diré a Graciela que la vigile de cerca. A mí tampoco me gusta, si te digo la
verdad.
***
Nicolás se abstuvo de hablar a Mercedes de su madre, pero, como era
lógico, ella preguntó.
-¿Cómo está mi madre? Y haz el favor de no mentirme.
Nicolás miró a su alrededor, a ver si el Boss andaba por allí para
echarle una mano, pero no. Probablemente andaba organizando el tema del
macroindulto.
-Mujer, hazte cargo. No está bien, tiene que encajar todo. Ha sido
fortísimo para ella.
-¡No te joroba! ¿Y para mí no? –protestó Mercedes.
-Tú no tienes su edad –argumentó Nicolás.
En aquel momento, apareció el Boss llamando a Nicolás desde la
lejanía.

-Te veo ahora, tengo que ir con el Boss. Mira, por ahí viene tu padre.
Te hará compañía.
Cada vez que se quedaba sola un momento, Mercedes se sentía
terriblemente desamparada. Le confortó ver a su padre. ¡Parecía tan
acostumbrado a aquella vida!
-¿Qué tal, hija? ¿Ya te vas haciendo a esto?
Mercedes negó con la cabeza.
-No, papá. Todo es raro y ajeno.
Caminaron hacia la casa en la que Mercedes había despertado. Sindo
abrió la puerta y entraron.
-Cuesta un tiempo acostumbrarse, pero después se está muy bien. Hay
mucha paz.
-No puedo estar en paz sabiendo que mamá sufre mucho –Se giró
abruptamente hacia su padre -¿Puedes pensar en tener paz teniendo en cuenta
todo lo que le hiciste en vida?
Sindo se sobresaltó.
-¿Qué sabrás tú de todo eso? Siempre estabas fuera.
Mercedes se sentó en una silla. Por supuesto, no notó el gesto.
-He vivido con ella los dos últimos años y hace tiempo que dejamos de
llevarnos mal. Una de las cosas que nos acercó fue que ella me contara toda la
verdad entre vosotros: te casaste con ella como quien compra una vaca, papá.
Siempre fuiste un infiel de cuidado. Entre otras cosas, sé que David Molero es mi
hermano… -Las cejas de Sindo se juntaron con su pelo –Y ya ves, ahora Juana
es la mejor amiga de mamá. No sé si sabes que Héctor mató a David el año
pasado…
La boca de Sindo se abrió dos palmos. Estaba encantado con la
presencia de Mercedes en la sala de aclimatación, pero se empezaba a sentir
acosado y confundido.
-¿Te cuento toda la historia? ¿Sí? –No le dejó contestar, empezó a
escupir a empellones todos los detalles de la misión que los había tenido
ocupados las navidades anteriores. Cuando acabó, Sindo suspiró.
-Supongo que ahora no servirá de nada decirlo, pero yo quería, quise y
quiero a tu madre. Sí es cierto que me casé con ella por conveniencia, y que al
mismo tiempo estaba manteniendo una relación con Juana, pero cuando David
nació, y, por cierto, no sé por qué tuvo que decírtelo, mostró tal desprecio hacia
mí que vi que la había perdido para siempre, y eso hizo que me enamorara
locamente de ella. Tu madre jamás bajó la guardia, no pude volver a acercarme
a ella, aunque lo deseaba, te alejó de mí y me castigó durante el resto de mi
vida. Es orgullosa, no cabe duda. No puedo reprocharle nada como compañera
de trabajo, el peso de la granja lo llevaba todo ella, y, aunque no lo creas, fue
una buena madre, sólo intentaba mantenerte alejada de la influencia de
hombres como yo, que podían destrozarte la vida, como yo destrocé la suya.
Sólo que ella también me la destrozó a mí. Probablemente me lo merecía.
Quiero a Dorinda y haría cualquier cosa por ella, cualquiera.
Mercedes se quedó pensativa un buen rato, no sabía si creerle.
Entonces entró el Boss.
-Querida, ¿qué tal estás? ¿Necesitas algo?
Su tono era tan cariñoso que ella sintió un virtual nudo en la garganta.

-No, gracias, ya has hecho bastante al ocuparte de mí personalmente y
recuperar mi cuerpo. Sé que me puse tonta, pero… me ha costado mucho
aceptar mi físico a lo largo de los años, me he pasado más de media vida
escuchando que era fea y vulgar. No es que ahora fuera una belleza, pero… me
sentía bien en mi piel.
-No te preocupes, lo entiendo –contestó el Boss suavemente –Yo me
refería a si necesitas algo más ahora.
Sí, Mercedes necesitaba un montón de cosas, sobre todo paciencia
para acostumbrarse a su nueva situación, pero también se hacía cargo de lo
bien que se habían portado el Boss y Nicolás con ella, y decidió ser sensata.
-¿Llevas bien lo de no tener hambre, sueño, ganas de fumar? –insistía
el Boss.
Mercedes sonrió.
-Lo mejor es no ir al baño, Boss. Se me hace raro no dormir, daría algo
por dormir un poco, no por descansar, sino por no pensar, no sé si me
entiendes…
Quizá el Boss no lo entendiera, pero Sindo sí se identificaba con su
hija. Lo de no dormir era lo peor.
-Puedo desconectarte un rato, si quieres. Entiendo que han sido
demasiadas emociones. Vete a la cama y en nada estarás dormida.
A Mercedes casi ni le dio tiempo de posar la cabeza en la almohada. Al
segundo, se sumió en las profundidades del sueño.
19 DE DICIEMBRE
Doña Dorinda despertó a las cuatro de la mañana. El momento de
tomar contacto con la cruda realidad era espantoso, tanto, que a veces pensaba
que era mejor no dormir. O dormir para siempre.
El efecto de la pastilla ya se había pasado. Se levantó dispuesta a
tomarse otra. Avivó el fuego de la chimenea y entró en el cuarto de baño. Allí,
en el botiquín, estaba todo el batallón de medicinas que gobernaba la vida de
doña Dorinda desde el día del accidente de Mercedes. Pastillas para dormir,
pastillas para estar despierta, ella que jamás había estado enferma ni había
necesitado la menor ayuda de la farmacopea. Y ahora…
Sería tan fácil tomarlas todas juntas, pensó. ¿Quién la iba a echar de
menos? Sólo sería una vieja menos en el mundo y ya no supondría una carga
para nadie, porque mira que había gente pululando a su alrededor buscando su
bienestar, visitándola doscientas veces al día y llamándola por teléfono: desde
su amiga Juana con las compañeras del julepe, hasta Lorenzo y Marián. Eso por
no hablar de Graciela, que se había convertido en su sombra, hasta tal punto
que había abandonado la casita del capataz para instalarse en la habitación de
invitados. Doña Dorinda suponía que a Emerson no le haría demasiada gracia
dormir solo por culpa de una vieja.
-Si al menos Sindo estuviera aquí –gimió doña Dorinda, mientras
apoyaba la frente en los azulejos del baño.
Apareció Graciela ajustándose el cinturón de la bata. Su bonito y
pequeño rostro reflejaba la precupación que sentía por su ama.
-Doña Dori, doñita… no esté aquí pasando frío. Venga, la acostaré y la
dejaré bien arropada.

-Sólo estaba tomando otra pastilla, Graciela. Ya se me estaba pasando
el efecto de la anterior y me desperté.
-Muy bien, muy bien –Graciela la empujó suavemente hacia el
dormitorio –Ahora mi doñita dormirá unas cuantas horas más y cuando
despierte Graciela le habrá hecho un chocolate delicioso para el almuerzo. ¿Le
parece?
Doña Dorinda se dejó hacer, era muy agradable recibir mimos. Graciela
la acostó y la arropó amorosamente. Se sentó a su lado y le estuvo acariciando
la cabeza hasta que se quedó dormida. Después se dirigió al baño, cogió toda la
medicación que allí había y se la guardó en el bolsillo de la bata.
***
-Sigo sin dar crédito –manifestó Lorenzo por enésima vez.
-No seas pesado, pareces un disco rayado –contestó su mujer.
Estaban en la plaza del pueblo, en una terraza bajo los soportales,
tomando un café. Acababan de salir del despacho del notario, donde había
tenido lugar la lectura del testamento.
-No me interpretes mal, Marián –insistió Lorenzo –No es que esperara
que nos dejara algo, ya bastante hizo por nosotros. Pero… ¿por qué a él?
Marián se encogió de hombros, encendió un cigarrillo y dio otro sorbo
al café.
-Si lo hizo fue por algo, y nosotros no teníamos por qué saberlo.
Mercedes jamás hacía nada al tuntún, parece mentira que no lo sepas. Y
supongo que sabía muy bien lo que hacía, la tenía por la persona más sensata
de este planeta.
-Sí, es verdad –corroboró Lorenzo.
Llegó Miguel, el dueño del bar, con un platito de magdalenas. Como ya
había servido otro con los cafés, Marián supuso que esta segunda entrega se
debía a un irreflenable deseo de chismorrear.
Efectivamente, Miguel no se anduvo con rodeos.
-¡Eh! ¿Es cierto eso de que Emerson y Graciela heredan todo?
-No te cortas un pelo, ¿eh, Miguelito? –reprochó Lorenzo. -¿Quién te
ha dicho eso?
-Bah, todo el pueblo lo sabe desde hace media hora.
-Pues te han informado de forma inexacta –intervino Marián –Dorinda
es la usufructuaria, por supuesto. A su muerte, la granja pasará a manos de
Emerson y su mujer, sí. Por ahora, Emerson ocupará el papel de Mercedes en la
sociedad, pero tendrá que ceder a Doña Dorinda una parte amplia de los
beneficios, además de la casa grande para vivir. Supongo que Mercedes jamás
pensó que su madre podría sobrevivirla, pero, aún así, lo dejó todo muy bien
arreglado. A Dorinda no le faltará absolutamente de nada mientras viva.
En cierto modo, doña Dorinda se sentía aliviada. No sabía qué diantre
habría hecho con la granja si la hubiera heredado, aparte de que le parecía una
estupidez que lo que en su día había regalado a su hija volviera a sus manos.
Qué pena que Mercedes no hubiera formado una familia, un hijo que heredara
todo. Ahora caía en manos extrañas, no era de otra manera, por mucho que
doña Dorinda apreciase a Emerson y Graciela. ¿Por qué a ellos? Podría habérsela
dejado a Lorenzo y Marián.

Entró Graciela en la biblioteca con un servicio de café que puso delante
de su ama.
-Siéntate, Graciela. Tenemos que hablar.
Graciela obedeció.
-Sírvete una taza de café, mujer…
-No, señora, gracias, pero no me apetece.
Doña Dorinda encendió un cigarrillo.
-Evidentemente, no puedes seguir ocupándote de las tareas
domésticas ahora que eres la dueña de todo esto. Mañana habrá que poner un
anuncio o algo para contratar a otra persona.
Graciela enrojeció.
-No, señora. Quiero seguir ocupándome de ello, en serio. Además, esto
sigue siendo suyo.
Doña Dorinda reflexionó un momento.
-Graciela, no puedes seguir siendo una criada. Ahora tenéis que llevar
la granja como lo hizo Mercedes antes, tendrás que hablar con proveedores,
etcétera…
-Nada va a cambiar, doñita. No insista. Ya mi esposo y yo hemos
hablado. Usted necesita ayuda aquí de alguien de su confianza.
-Por lo menos, contrata a alguien que te ayude.
Graciela se levantó.
-Usted no se preocupe de nada, Doñita. Estará en la gloria. Hablaré a
Emerson, porque creo que sí está pensando en contratar otro bracero, ahora
que a él se le va a duplicar el trabajo.
-Otra cosa, Graciela. No sé dónde están mis pastillas, hace un rato abrí
el botiquín de mi baño y ya no estaban. ¿Sabes algo de eso?
Graciela enrojeció nuevamente.
-Yo me ocupo, señora. Son muchas las que tiene que tomar y tengo
miedo de que se haga un lío. Tengo escritas las horas y las medicaciones, no se
preocupe. Usted sabe lo mucho que queríamos a doña Mercedes, lo menos que
podemos hacer es tenerla a usted como ella querría, como una princesa.
Cogió la bandeja y salió, con una inclinación de cabeza. Doña Dorinda
se quedó pensando hasta qué punto habría adivinado Graciela sus intenciones.
***
-¿Cómo está la doña, Graciela? –preguntó Emerson cuando se
encontraron en el jardín.
-Bastante desanimada, creo. No me gusta nada esa tranquilidad que
tiene, Emerson. Menos mal que me llevé todos los medicamentos del botiquín.
-Y aún encima… el testamento. No creo que le haya agradado. ¿Quién
iba a pensar que ella nos dejaría todo? –alzó las manos al cielo –Bendita sea.
-Dice que debo dejar de trabajar en la casa grande, que ahora soy la
esposa del propietario.
-Tiene razón –asintió Emerson.
-Bueno, pues no quiero. Don Nicolás me dijo que no le quitara ojo y
eso pienso hacer. Porque a ella ya no le queda nadie por quién luchar en este
mundo y a lo mejor se le ocurre hacer alguna tontería ¿sabes?
El rostro de Emerson se ensombreció.
-Así que me toca seguir durmiendo solo.

Graciela se encogió de hombros.
-Tienes a los chicos. Mételos en la cama contigo para que te hagan
compañía.
-Muy graciosa. En fin, he de ir a ver si contrato un nuevo bracero.
Hablaré con Juan. Seguiremos la política de la casa, buscando entre los menos
favorecidos de la sociedad.
Graciela acarició la mejilla de su marido.
-Eso está bien. Me gusta.
***
Entretanto, el Boss, Nicolás y Sindo celebraban conciliábulo. Mercedes
estaba un poco más allá hablando con su bisabuela, que estaba interesadísima
en saber qué era una granja ecológica.
-¿Entonces no te diste cuenta de que el hombre rubio que lloraba a
mares en el funeral era Héctor? –preguntaba el Boss a Nicolás.
-Pues no –contestó el otro asombrado –Estaba en la primera fila. Qué
cara más dura. ¿Y por qué lloraba?
El Boss rió.
-Por la pérdida de su envoltura favorita. Ahora va con la de ese actor
de segunda fila del cine mudo que resultó ser un asesino en serie. ¿Te
acuerdas?
-Ajá –asintió Nicolás.
-Están a punto de llegar los indultados, espero que los recibáis
cordialmente. Ah, y he hecho otra cosa. Héctor no tendrá ganas de meterse
conmigo en mucho, mucho tiempo.
-¿Qué has hecho, Boss? –preguntó Gumer –Miedo me das.
-Nada, me he deshecho de las treinta y cinco envolturas que poseía
Héctor. Sólo le ha quedado la del actorcillo, y eso porque la tenía puesta cuando
quemamos las demás.
-¿Treinta y cinco? –chilló un indignado Nicolás -¿Y yo sólo voy por la
segunda, y eso porque la primera se me murió de puro vieja? ¡No hay derecho!
-Nicolás, Héctor es un fashion victim de las envolturas mortales,
querido. En fin, los propietarios de la mayor parte de las envolturas se
integrarán, asimismo, en la sala de aclimatación. Otros se quedarán en sus
dominios, son demasiado malos para venir aquí.
Intervino Sindo.
-Bueno ¿y qué pinto yo en todo esto?
El Boss suspiró. No le gustaba nada lo que iban a hacer, pero no
quedaba más remedio.
-Verás, tu mujer está hecha trizas y hay sospechas de, bueno, de que
se quiera venir para aquí antes de tiempo. Hay que impedirlo. Si eso sucede,
Mercedes no nos lo perdonará.
Sindo se quedó horrorizado.
-Por supuesto, por supuesto. Contad conmigo para lo que sea. Le hice
mucho daño en vida, si ahora lo puedo arreglar de algún modo… ¿Qué diantre
es eso?
Los gritos de Héctor se escuchaban de forma horrísona en toda la sala
de aclimatación.

-Héctor se acaba de enterar de lo que he hecho con su armario ropero
y debe de estar pegado a la frontera. Iré a hablar con él. Nicolás, cuenta a
Sindo los detalles de la misión mientras tanto.
20 DE DICIEMBRE
-Entonces ya lo sabes –decía Emerson al nuevo bracero –Harás un
poco de todo, tanto aquí en la granja como en la casa grande. Mi mujer necesita
que le echen una mano para limpiar la casa, hacer la comida y, sobre todo,
llevar a la doñita a sus recados en el pueblo. Es importante que salga por lo
menos una vez al día ¿Me comprendes?
Sindo asintió, aunque sabía que después no recordaría ni palabra,
estaba demasiado emocionado con la vuelta a casa. Tanto, que antes de
traspasar la verja de acceso a la finca se había tenido que tomar sus buenos
diez minutos para llorar a gusto, tantos eran los recuerdos que le despertaba la
casa familiar. En ella había vivido Sindo durante setenta y dos años, hasta su
muerte.
Le temblaban las piernas mientras esperaba que alguien fuera a abrir
la puerta. Se decía a sí mismo: “Recuerda: te llamas Manolo Cortés. Te llamas
Manolo Cortés y acabas de salir de la cárcel”.
Graciela abrió la puerta y Sindo preguntó por Emerson y presentó una
carta de recomendación. Ella lo acompañó hasta el cobertizo grande, destinado
al personal, y allí tuvo lugar la entrevista. Manolo Cortés, de sesenta años y ex –
convicto por robo, no desagradó a Emerson, pero tampoco le había desagradado
el candidato al que había entrevistado antes, un tal Francisco Fuentes, de
cuarenta años, procesado por desfalco y, por cierto, arrepentidísimo de ello. De
hecho, Francisco era más simpático que Manolo, que no paraba de dar vueltas a
la gorra que sostenía en las manos nerviosamente. Pero fueron esas manos,
precisamente, las que hicieron decidirse a Emerson: eran grandes, callosas y
fuertes. Las manos del tal Francisco eran como de señorita. Es más, el individuo
en cuestión era demasiado fino y guapo para trabajar en una granja, había
pensado Emerson.
-Tendrás hambre –continuó el pequeño peruano- Entra por esa puerta,
es la de servicio. Graciela, mi mujer, ha hecho un estofado delicioso para la
comida. Ve, come un poco, y que ella te enseñe la casa y tus obligaciones.
Bienvenido. Espero que estés mucho tiempo entre nosotros –concluyó Emerson.
***
Héctor estaba furioso. Últimamente todo le salía mal. Si el maldito Boss
no hubiera quemado todas sus envolturas mortales, habría escogido la del
campeón de halterofilia y el trabajo habría sido para él, no para Sindo. Si bien su
única envoltura era hermosa, no era práctica. Examinó sus cuidadas manos,
estaba claro que no habían dado golpe en toda su mortal vida. Dio un pisotón al
suelo para descargar su rabia y un roble cercano cayó a plomo a causa del
temblor.
-Maldito Boss y toda su caterva. Se van a enterar de quién es Héctor.
No dejaré cosa con vida en esta mierda de pueblo, me da igual quedarme solo
en mis dominios, bah, siempre habrá algún corrupto que se quiera venir
conmigo, anda que no… Para empezar, me los llevaré a todos ellos: a la vieja, al

machupichu y a su mujer, a la mema rubia, al Lorenzo… y el Boss tendrá que
hacer un trueque, vaya que sí…
Encendió un cigarrillo y fumó compulsivamente.-Bien, lo que necesito
es correrme una buena juerga para olvidar y ponerme de buen humor –dijo en
voz alta mientras se levantaba. Estaba sentado a la orilla del río –A ver si en el
pueblo de al lado hay alguna mujer guapa que merezca mi atención.
***
Graciela contempló horrorizada cómo el bracero nuevo atacaba sin
piedad su cuarta ración de estofado. Comía como si llevara años sin hacerlo.
-¡Santo Dios, cuantísima hambre traía usted! –no pudo remediar
decirlo.
-No lo sabe usted bien, señora. Por otro lado, este estofado está
riquísimo.
Graciela se sintió halagada.
-Doña Dorinda me enseñó a hacerlo. En realidad, me enseñó casi
todos los platos que sé hacer.
Sindo rebañó todo el plato con el pan hasta dejarlo impecable.
-¿Y cocido? ¿Sabe usted hacer cocido? –ahora entendía por qué había
bofetadas por formar parte de las misiones terrenales. Comer… qué gran placer.
-Por supuesto, y fabada, paella, callos, tortilla y todo lo de la
gastronomía española –corroboró Graciela.
-Calle, calle, que se me hace la boca agua.
Graciela pensó que con aquel hombre no les iba a llegar el presupuesto
para comida. No sabía si a partir de entonces le correspondería comer con los
demás braceros o si, por el contrario, lo haría con ella en la cocina. Desde luego,
prefería la primera opción.
Sindo sacó un paquete de tabaco. ¡Qué maravilla fumar y comer sin
preocuparse de las coronarias! Habían elegido para él la envoltura de un antiguo
capataz, acostumbrado a trabajar duro, con músculos de acero y, sobre todo,
sanísimo. El pobre hombre había muerto aplastado por un caballo.
-¿Puedo fumar, señora? –preguntó educadamente.
Graciela asintió.
-Sí, hombre. Si total ella fuma como una chimenea… A Sindo casi le
cayó el pitillo de la boca.
-¿Doña Dorinda? –preguntó.
-Claro. ¿Quién si no? También doña Mercedes, la hija, era fumadora. Y
doña Dorinda hasta el año pasado fumaba a escondidas, yo desde luego nunca
la había visto hacerlo en público, pero a raíz de una pelea que tuvo con otra
señora en el pueblo… -se detuvo. Se estaba pasando de chismosa.
Ahora sí le cayó el pitillo a Sindo. Lo recogió antes de que se quemara
el mantel.
-¿Cómo dice? ¿Que se tiró del moño con otra señora?
Graciela dio un manotazo al aire.
-Olvídelo, fue una tontería y ahora son amiguísimas.
***
Durante la tarde, a Sindo se le asignó una litera en el cobertizo donde
dormían los braceros que no tenían familia. Emerson le enseñó todas las
instalaciones. Estaba totalmente alucinado con lo que había hecho su hija allí.

-Parece que todo funciona estupendamente ¿no? –preguntó a
Emerson.
-Sí. La dueña era un prodigio de eficacia. No sé si sabrá que murió
hace unos días en un terrible accidente de coche. Pobre, le gustaba mucho
correr. Seguiremos su línea de trabajo: rotación de cultivos sostenibles, nada de
productos tropicales, ya ve que apenas tenemos invernaderos. Y nada de
química, desde luego.
Sindo ya había sido informado por Nicolás de que Emerson era ahora
el dueño de todo aquello, y no pudo remediar sentir cierta pena. Toda la vida
trabajando para que ahora sus tierras salieran de la familia… Desde luego, no
cabía duda de que Mercedes había sabido sacar partido al terreno, tanto sus
tierras como las de Dorinda habían sido aprovechadas al máximo.
-Así que la vieja se ha quedado sola ¿no? –preguntó de nuevo, a ver si
Emerson soltaba prenda sobre algo.
-¡Pobre mujer! Se quedó viuda hace tres años y ahora lo de su hija…
no me extraña que esté deprimida. A las seis tendrás que llevarla al pueblo a su
partida de julepe. Procura no enfadarla, aunque de gran corazón, tiene muy mal
carácter y las circunstancias no han contribuido a suavizarlo, como
comprenderás.
“Como si yo no lo supiera” pensó Sindo.
***
-¿Dónde está mi padre? –preguntó Mercedes.
Nicolás y el Boss habían decidido no decirle nada sobre la misión que
había llevado a Sindo al mundo terrenal.
-Lo han mandado al comité de bienvenida de los indultados –mintió
Nicolás con presteza –Como son tantísimos, hace falta bastante gente. Supongo
que designarán a alguno de ellos para venir a darte las gracias por el indulto.
Efectivamente, en aquel momento Pedro estaba echando el discurso
de bienvenida a los indultados.
-Bien, piltrafillas –decía con su voz aflautada –A ver qué tal os
comportáis aquí. No os vamos a permitir vuestras groseras diversiones ni
ninguno de los maleducados comportamientos a los que estáis acostumbrados
¿está claro? A la primera que hagáis, os mandaremos de vuelta con Héctor sin
mayores contemplaciones y sin posibilidad de indulto para siempre jamás. ¿Lo
habéis entendido, caterva? –Pedro alzaba la cabeza con orgullo para manifestar
su disgusto –No sois dignos de estar aquí. Habéis tenido la suerte de que Héctor
ha ofendido gravemente al Boss, esto es un regalo para vuestras miserables
almas pecadoras. Haceos dignos de él.
Todos los indultados asintieron con el terror pintado en la mirada.
Harían cualquier cosa antes de volver con Héctor.
Pedro consultó su lista.
Ahora, que cada grupo se vaya con su comité de bienvenida, ellos se
encargarán de enseñaros las normas y de poneros en contacto con vuestros
familiares y amigos. Todos excepto David Molero, que es el designado para ir a
dar las gracias a la pesona causante de vuestro indulto, aunque en mi opinión
todos deberíais postraros a sus pies, desgraciados. Molero, ven aquí –ordenó
con el mismo tono despreciativo que había utilizado para el discurso.

El aludido se salió del grupo y se puso al lado de Pedro. Estaba
aterrorizado y aliviado al mismo tiempo.
La elección de David Molero como representante de los indultados no
había sido fruto de la casualidad. El Boss quería que lo primero que hiciera el
antiguo cacique fuese postrarse con humildad ante su antigua enemiga. Por eso
Mercedes no daba crédito cuando lo vio acercarse acompañado de un Pedro
más altivo que nunca.
-¿Pero ese no es David? –preguntó asombrada a Nicolás.
-Parece que sí. Debe de ser uno de los indultados. No te pases mucho
con él ¿eh? –Nicolás sabía la manía que su novia le tenía a David desde que era
una chiquilla.
David estaba experimentando la misma confusión.
-¡Pero tú…!
-Cállate, basura –ordenó Pedro –Haz lo que has venido a hacer y sin
impertinencias.
David se postró a los pies de Mercedes.
-Vengo a darte humildemente las gracias en mi nombre y el de mis
ciento cincuenta mil compañeros por haber logrado nuestro indulto. Esperamos
ser merecedores de tal honor.
Mercedes parpadeó. Nunca había visto a David tan humilde.
-Levántate, David. Charlemos un rato.
Se sentaron juntos.
-¿Qué te ha pasado, Mercedes? Eres la última persona que esperaba
encontrar aquí, te lo juro.
Ella sonrió.
-Ya ves, un desafortunado accidente de coche. Héctor lo provocó, por
eso os han indultado. Es la forma en que el Boss lo castiga. Has tenido suerte.
David seguía con la boca abierta. Su mirada se posó en Nicolás.
-Tú estabas en el pueblo el año pasado, si no recuerdo mal… -Nicolás
asintió en silencio.
-Sí, David. Nicolás es mi novio. ¿Y qué? ¿Lo has pasado muy mal por
los dominios de Héctor?
Nicolás telegrafió su disgusto por la pregunta con un alzamiento de
cejas. Se daba cuenta de que Mercedes y David estaban a punto de retomar su
antigua enemistad.
David suspiró. Lo único que quería era olvidar lo antes posible y la
pregunta no ayudaba. Recordaba perfectamente su llegada al inframundo.
-No eres más que un cerdo maltratador, un chuloputas de segunda, un
mierda –había dicho Héctor con una amplia sonrisa –Te gustan las tías ¿eh?
Y a continuación, lo había confinado en una habitación en la que lo
estaban esperando cinco gladiadores altos como castillos.
-Señoritas –había dicho Héctor a aquellos bestias –Les traigo este
efebo para que hagan con él lo que gusten. Espero que, aunque seboso y fofo,
sea de su completo agrado –Lo empujó dentro y cerró con varios cerrojos.
Había sido una pesadilla, sí. Llegó un momento en que el dolor de la
humillación había superado al dolor físico. Decidió no contestar y formular, a su
vez, otra pregunta.

-¿Sabes algo de los míos, Mercedes? Supongo que tú acabas de llegar
aquí. ¿Cuánto tiempo hace que me marché yo?
Mercedes miró a Nicolás con tal gesto de desafío que el otro no se
atrevió a decirle nada. Estaba claro que iba a hacerle pasar un mal rato a David.
Nicolás pensó que, en el fondo, David se lo merecía. Ya tendrían tiempo de limar
asperezas más adelante.
-Pues hace más o menos un año, David. Y sí, han pasado un montón
de cosas buenas desde que te fuiste. Marián, tu santa esposa, la humillada y
maltratada, volvió a casarse. ¿Sabes con quién? Con Lorenzo, tu gran enemigo.
Ahora son granjeros, están asociados conmigo y les va de lujo, están
enamoradísimos y hace poco tuvieron un bebé. Tus hijos llevan una existencia
feliz y tranquila, alejados de gritos y golpes. Y fíjate, tu madre y la mía son
ahora las mejores amigas. Así que nos vino genial que te murieras, ya ves.
David empezó a hervir a fuego lento.
-¡La muy puta! ¡Me las pagará!
Intervino Nicolás.
-Si esa va a ser tu actitud, me temo que no vas a durar mucho tiempo
aquí. Yo que tú me lo pensaría dos veces, porque el Boss sólo indulta una vez, y
si no vemos que cambias, te volveremos a mandar con Héctor.
David miró a Nicolás y a Mercedes con odio.
-Me marcho a ver a mi padre. Disculpadme.
21 DE DICIEMBRE
Cuando todos estuvieron dormidos, Sindo se levantó de su litera sin
hacer ruido. Como ya se había acostado a medio vestir, sólo tuvo que añadir
algunas prendas de abrigo a su indumentaria. Cogió la linterna y salió del
barracón. La noche estaba gélida y despejada, el cielo era un espectáculo de
estrellas, pero ni se fijó. Al llegar a los establos, giró y se perdió por un extremo
de la finca, hasta llegar a la vieja cabaña de Mercedes, la que su tío Manolo le
había construido cuando era pequeña. Ya había dejado las herramientas allí al
final de la tarde. Comprobó que por los alrededores no hubiera nadie; si Héctor
se enteraba, sería el final.
Aunque estaba agotado tras su primer día mortal, estaba seguro de
que no podría dormir. El encuentro vespertino con Dorinda lo había puesto muy
nervioso.
Para empezar, apenas si la había reconocido. Le dijeron que a las seis
tuviera el coche preparado para ir al pueblo y así lo hizo. Entonces vio llegar a
una señora elegante y diminuta del brazo de Graciela. Él esperaba a su Dori, la
vieja gruñona de moño gris y faldas negras casi hasta los pies, no a aquella
mujer rubia con abrigo de paño beige y zapatos de tacón. Salió
apresuradamente para abrirle la puerta.
-Señora –dijo Graciela –Éste es Manolo, el nuevo bracero.
Doña Dorinda miró a un tembloroso Sindo con frialdad. Era una mirada
exenta de humanidad.
-Bienvenido a la granja –dijo sucintamente. Se sentó en el asiento del
copiloto y Sindo cerró la puerta, dio la vuelta al coche y ocupó la plaza del
conductor. Le temblaban las manos al dar el contacto.

-O tiene usted mucho frío o es muy torpe –Doña Dorinda rasgó el
silencio con su tono autoritario.
-Pppppperdone, enseguida lo arranco.
Al final, puso el coche en marcha y salieron en dirección al pueblo.
Ninguno de los dos dijo una palabra hasta llegar al pueblo.
-¿Dónde quiere que la deje, señora?
-En la plaza. Nos reunimos en un café que hay allí.
Sindo enfiló hacia la plaza con determinación.
-Usted no es de aquí ¿verdad? –preguntó doña Dorinda.
-No, señora.
-Pues para no ser de aquí, veo que conoce bastante bien las calles del
pueblo. Curioso.
¡Maldición! Tenía que haber fingido un poco de duda.
-Tengo muy buen sentido de la orientación, señora.
Aparcó el coche, la ayudó a apearse y la acompañó hasta la puerta del
café.
-Puede marcharse. Venga a recogerme a las ocho en punto.
Así será, señora.
***
La cabañita de madera había sido construida sobre los restos de una
vieja leñera. El suelo era de madera. Sindo cogió un martillo y comenzó a
golpear el suelo suavemente. Donde sonó hueco, presionó con las manos y se
levantó una trampilla. Sintió alivio, había temido que la entrada al pasadizo
hubiera sido condenada.
La construcción del pasadizo que comunicaba la antigua leñera con la
casa databa de muchísimos años antes, por lo menos de los tiempos del abuelo
de Sindo. Tenía como objeto poder ir desde la casa a coger leña en las épocas
de las grandes nevadas. Durante la guerra civil se rehabilitó por si el padre de
Sindo tenía que esconderse, todo el mundo sabía de su filiación republicana.
Después, hasta donde él sabía, dejó de usarse.
El pasadizo tenía una peculiaridad interesante, y por eso Sindo estaba
explorando el recorrido con un pico y una pala, por si había derrumbes o raíces
de árboles, y era que tenía dos salidas. La primitiva, que iba a dar a un panel
corredizo de la biblioteca, y la que hicieron en los años treinta, que daba
directamente al armario de la leña del dormitorio del padre de Sindo, por si tenía
que escapar de noche.
Es decir, al dormitorio de doña Dorinda.
Mientras avanzaba por el angosto corredor, recordaba las instrucciones
dadas por el Boss.
“Primero: protege la vida de doña Dorinda las veinticuatro horas del
día. Si es preciso, con la tuya”.
Bien, podía protegerla de día, pero no de noche si ella dormía en la
casa grande y él lo hacía en el barracón de braceros. Entonces se acordó del
pasadizo. A través de él podría acceder al dormitorio de su mujer y velarla
durante la noche.
“Segundo: a la menor sospecha de la presencia de Héctor, ponte en
contacto con nosotros. Pedro te dirá cómo hacerlo”.

Y sí, ya había tenido que ponerse en contacto con ellos porque los
otros braceros habían estado bromeando sobre “el otro candidato” y su aspecto
señoritingo. Cuando Sindo pidió que se lo describieran, no tuvo la menor duda
de quién era.
“Tercero: pase lo que pase, suceda lo que suceda, no se te ocurra
jamás revelar tu verdadera indentidad y, mucho menos, a tu mujer. Resiste la
tentación”.
Eso iba a resultar difícil. Había ido a recogerla a la hora convenida y
comprobó que venía más contenta y con la voz algo pastosa. Dedujo que había
estado bebiendo.
-¿Estaba bueno el chocolate, señora? –preguntó con descaro.
Doña Dorinda se echó a reír.
-Váyase a la mierda, qué metomentodo es usted. He tomado un par de
chupitos, me da igual si lo aprueba o no. Estoy pasando por algo terrible y no
pasa nada por dar un par de tragos ¿no?
Sindo sonrió.
-Me alegra que no conduzca usted entonces. Cuente conmigo para llevarla a
cualquier lado.
Doña Dorinda suspiró.
-Antes me llevaba Mercedes ¿sabe? Le encantaba conducir. Mercedes
era mi hija, murió hace unos días en un accidente –su voz se quebró y empezó a
llorar.
A Sindo le costó un esfuerzo supremo no abrazarla y decirle: “Todo
está bien, querida. Sindo ya está aquí y no permitirá que sufras ni un solo
segundo”, pero consiguió rehacerse. Dio unas palmaditas a la anciana en el
hombro.
-Lo siento mucho, señora. Entre todos intentaremos hacerle la vida
agradable y ayudarla a reponerse.
Doña Dorinda se sonó los mocos aparatosamente.
-Gracias, es usted muy amable. No sé qué pinto ya aquí. Debería
morirme yo también.
Sindo sintió miedo
-Ni se le ocurra decir eso, por favor. Procure disfrutar de la vida, es
algo hermoso. Nosotros la ayudaremos.
***
Afortunadamente, el pasadizo se hallaba en buenas condiciones. Lo
peor era el aire enrarecido. En algunos momentos, a Sindo le costaba respirar.
Subió los escalones torpemente tallados que conducían a la habitación de doña
Dorinda, procurando hacer el menor ruido posible. Pronto dio con el picaporte
que abría el falso fondo del armario de la leña. Abrió con lentitud tras pulverizar
la cerradura con un lubricante. Afortunadamente, había poca leña en el armario.
Apagó la linterna y aguzó el oído. No se escuchaba nada, doña Dorinda debía de
estar durmiendo. Empujó la puerta del armario.
Efectivamente, la anciana estaba profundamente dormida. En la
inmensa cama de madera de castaño, parecía todavía más pequeña. El fuego de
la chimenea daba luz suficiente para ver la habitación. Aquél era el cuarto donde
durmieron en sus primeros tiempos de casados, hasta que Dorinda, enterada de

la relación de Sindo con doña Juana, le prohibió volver a dormir con ella y lo
desterró a otro dormitorio.
Sindo se sentó en la mecedora que había junto a la ventana. Si doña
Dorinda despertaba, esperaba que le diera tiempo a rodar por el suelo y
esconderse debajo de la cama. Aunque sabía que las posibilidades eran
remotas, Graciela le había dicho que tomaba un potente somnífero.
La servicial peruana era otro problema, puesto que dormía en la casa
atenta al menor movimiento de doña Dorinda. Sí, el tema de la vigilancia iba a
ser bastante complicado.
Sindo estaba agotado. El suave balanceo de la mecedora hizo que
fuera entrando en un agradable sopor. No sabía cuánto tiempo llevaba allí
cuando un movimiento sospechoso lo hizo espabilar. Se puso de pie y se quedó
escuchando en la penumbra. Vio cómo se abría el postigo. Al otro lado de la
ventana, apareció la cara de Héctor.
Reprochándose a sí mismo no haber llevado un arma, Sindo pegó su
nariz al cristal, haciéndola coincidir con la de Héctor. El maligno se llevó tal susto
que perdió el equilibrio y cayó al suelo. Sindo cerró el postigo y se dispuso a
reanudar su vigilia. Habría que idear un plan contundente para los próximos
días.
***
Pedro se acercó al Boss con su trotecillo ridículo.
-Boss, es esencial y preciso que hable contigo. Es un asunto muy muy
urgente.
El Boss estaba charlando con Mercedes y Nicolás y puso cara de
fastidio ante la interrupción.
-¿Tan urgente es?
-Urgentísimo –contestó Pedro con su voz de pito.
Se hicieron a un lado.
-Boss, he hecho recuento hasta cinco veces. David Molero no está. Ha
desaparecido.
El Boss enarcó las cejas. Aquella no era una buena noticia en absoluto.
-¿Estás seguro?
Pedro pareció sentirse ofendido por la duda de su jefe.
-Completamente. Ya te dije, Boss, que no deberías indultar a esa
escoria. Desde el principio vi que iba a dar problemas…
-Vale, Pedro, vale. Ahora no es el momento de los reproches. En
cuanto puedas, ponte en contacto con Sindo. Esto se pone cada vez más feo.
Ah, y a Mercedes, ni palabra.
Nicolás estaba mirando insistentemente en dirección a ellos. Con gesto
mudo, el Boss le telegrafió que ya hablarían más tarde.
***
Héctor, algo magullado por la caída que había terminado con su
excursión nocturna, se encontró con David en el río, como habían convenido.
-Pero qué grandísimo hijo de puta llegas a ser, David. Qué poco me ha
costado convencerte ¿eh? ¿Te gusta tu nueva envoltura? Estás mucho más
guapo que con aquel aspecto flácido y seboso.
David sonrió, encantado de ser nuevamente mortal.
-Espero que cumplas lo pactado, Héctor.

Tras el encuentro con Sindo, Héctor pensó con rapidez. Había que
actuar con cautela, no podía cargarse a la vieja de forma violenta, tenía que ser
algo natural, como un infarto o una caída por las escaleras… así el Boss nunca
podría demostrar que había sido él y vengarse. Y lo mismo tenía que suceder
con los demás y para eso necesitaba un ayudante. No le costó nada
manifestarse ante David junto a la frontera del inframundo y prometerle el oro y
el moro si le ayudaba. El muy imbécil estaba tan cegado por el deseo de
vengarse de Marián y Lorenzo que había sido como arcilla en sus manos. Le
prometió una bonita envoltura mortal y una vida de lujo asiático cuando la
misión acabara y volvieran juntos al inframundo, con mujeres en abundancia y
todos los placeres que se pudiera imaginar. Y el muy estúpido aceptó. Como si
Héctor fuese alguien capaz de cumplir sus promesas.
-Por supuesto, amigo –Héctor sonrió y le dio unas palmaditas en el
hombro.
-Te juro que en cuanto encuentre a esa puta de Marián lo primero que
voy a hacer es darle una paliza que no le va a quedar un hueso sano, y
después…
No pudo continuar. Héctor le dio tal bofetada que lo tiró al suelo.
-¿Pero es que eres todavía más imbécil de lo que pareces? ¿Qué te
acabo de decir? No podemos llamar la atención ni tener manifestaciones
violentas. Si tienes ganas de pegar a tu mujer, te aguantas y te jodes
¿entendido? No me he molestado en ahogar a un maldito desgraciado en el río y
procurarte una bonita envoltura para que ahora vengas y lo jodas todo con tus
putas ganas de venganza. Vamos a elaborar un plan y a seguirlo a rajatabla,
pedazo de gilipollas.
David asintió en silencio. Le daba igual cómo, pero quería a Marián
muerta. Y a Lorenzo también.
***
Aquella mañana, a Sindo le tocó trabajar en la casa grande.
-Ve y enciende las chimeneas. Cuando acabes, Graciela te dará tarea
para hacer.
Tras preguntarle si sabía algo de cocina, Graciela le encargó hacer el
desayuno de la señora.
-¿Se lo llevo a la cama? –preguntó Sindo.
Graciela dudó.
-No suele desayunar en la cama, pero no me parece mala idea. Hazlo,
sí.
Así que Sindo se vio subiendo las escaleras cargado con una bandeja
con café, tostadas de pan con aceite y un zumo de naranja, además de las
pastillas de rigor y un pequeño jarrón con una rosa que había robado del
invernadero. Tras llamar a la puerta, entró. El asombro de doña Dorinda fue
mayúsculo y se tapó con el embozo de la sábana.
-¿Qué hace usted aquí? Hace más de treinta años que un hombre no
pisa esta habitación.
“A mí me lo vas a decir” pensó Sindo.
-Graciela me dijo que le subiera el desayuno –Dejó la bandeja en la
cómoda y se apresuró a abrir los postigos para que entrara el sol de la mañana

–Deje que cuidemos de usted –Y le colocó unos cojines en la espalda para que
se incorporase.
-¡Graciela puede cuidar de mí, pero usted no! ¡Usted es un hombre!
Cójame una mañanita del armario, haga el favor. ¿Sabe usted lo que es una
mañanita?
-Por supuesto, señora. Estuve casado.
Doña Dorinda empezó a desayunar con apetito.
-¿Estuvo? ¿Qué pasó?
Menos mal que entre el Boss y Nicolás le habían fabricado una
biografía entera, pensó Sindo.
-Oh, murió hace años…
-Yo también soy viuda –dijo doña Dorinda –Desde hace tres años. Mi
marido era un completo cerdo mujeriego.
Sindo sintió un escalofrío. Una cosa era saber que lo pensaba y otra
escucharlo de sus labios.
-Lo siento, señora.
-Cuando acabe de desayunar, le contaré. Quizás usted haya estado en
la cárcel, pero le aseguro que mi querido Sindo merecía una cadena perpetua…
22 DE DICIEMBRE
Graciela notó enseguida el cambio que estaba experimentando doña
Dorinda y lo comentó con Sindo.
-Dice que ya baja ella hoy a desayunar, no quiere el desayuno en la
cama. La he encontrado de excelente humor. Parece que se lleva muy bien con
usted ¿eh?
Tan bien que Emerson recibió ordenes de la casa grande de que Sindo
a partir de ahora estaría a las órdenes de doña Dorinda la mayor parte del
tiempo. Eso contrarió al peruano, él había contratado un bracero, no un
animador sociocultural.
-Póngale el desayuno a la doña entonces mientras yo arreglo la sala
¿sí? –Sindo asintió. Nada le agradaría más.
Doña Dorinda entró en la cocina mientras Sindo colocaba el servicio de
desayuno. Llevaba un jersey beige, pantalones marrones y botas del mismo
color, lo que resaltaba una figura aún bonita a sus setenta y pico años. Se había
maquillado ligeramente.
-Buenos días, Manolo –saludó con voz cantarina.
Desde la charla del día anterior, se había quedado tan vacía y relajada
que no parecía la misma persona. Aún no entendía cómo había sido capaz de
contar su vida a un extraño, pero algo había en él que le inspiraba total
confianza, a lo mejor eran las pastillas, que le nublaban el cerebro. El día
anterior Manolo había estado de acuerdo con ella, diciéndole que su marido era
un perfecto cabrón y que la había tratado muy mal. Pobre Sindo, cómo le costó
reconocer sus errores, aunque fuese en la piel de otro individuo.
-Yo tampoco me porté bien con mi mujer algunas veces, pero no tenga
la menor duda de que la quería –manifestó Sindo con calor.
Aquella noche Sindo había vuelto a dormir en el cuarto de doña
Dorinda, esta vez acompañado de una escopeta de caza. Nada sucedió. Doña
Dorinda se levantó al baño a eso de las tres de la mañana, obligando a Sindo a

meterse debajo de la cama. Por lo demás, la noche había transcurrido con
tranquilidad.
-¿Qué quiere hacer hoy, señora? ¿La llevo a dar un paseo?
El día anterior doña Dorinda se había paseado ufanamente por todo el
mercado con su nuevo chófer. Doña Juana había bromeado muchísimo. Sindo
pasó un mal rato al volver a ver a su antigua amante, pero procuró que no se le
notara. Poco quedaba de aquella belleza exuberante.
-Está bien, sí. Un paseo –dijo doña Dorinda –Y después al pueblo a
hacer unas compras.
-Perfectamente. En media hora tendré todo listo, usted mientras tanto
tómese el rico desayuno que le he preparado –dijo Sindo, frotándose las manos.
***
Aunque en la sala de aclimatación no existía el concepto de tiempo, a
medida que éste transcurría Mercedes iba recuperando su antigua facultad de
pensar con claridad. Y pronto comenzó a sospechar que le ocultaban algo. Como
no le gustaba andarse por las ramas, se encaró directamente con el Boss y
Nicolás.
-Ya me estáis diciendo dónde está mi padre. No soy idiota, algo pasa y
me lo estáis ocultando. Decídmelo, podré soportarlo.
El Boss y Nicolás cruzaron una mirada y el Boss asintió con la cabeza.
Habló Nicolás.
-Tu padre está con tu madre.
Mercedes se quedó boquiabierta.
-¿Por qué? ¿Qué sucede?
Nicolás explicó que en principio había ido con identidad oculta para
tratar de animarla un poco, pues Graciela tenía la sospecha de que a lo mejor a
la señora se le ocurría tomar más pastillas de las debidas. Ahora ese peligro
parecía haber pasado, pero sabían a ciencia cierta que Héctor andaba por el
pueblo en compañía de David Molero.
-¡Esa culebra! –bufó Mercedes –Nunca debiste indultarlo, Boss.
-Lo sé, lo sé… pero como era de los que tenía faltas leves…
-¡Porque no le dio tiempo a cometerlas graves! –gritó ella.
-En fin, cálmate, todo está bajo control.
-Y una mierda me calmo. Estando Héctor ahí puede suceder cualquier
catástrofe. Dime, Boss ¿cómo puede existir alguien tan malo? ¿Cómo puedes
consentirlo? ¿De dónde salió semejante monstruo?
El Boss bajó los ojos y se sentó a la orilla del río.
-Con lo inteligente que eres no entiendo cómo no lo has adivinado ya –
contestó con voz ronca.
Mercedes se quedó esperando explicaciones. Se imaginaba cualquier
cosa, excepto lo que escuchó a continuación.
-Yo soy Héctor, Mercedes –dijo el Boss en voz muy baja –Yo soy
Héctor, y Héctor es yo.
***
Doña Dorinda enarcó las cejas al ver que Sindo le arropaba las piernas
en el coche con la que había sido su manta favorita años atrás.
-¿De dónde ha sacado usted esa manta? –preguntó autoritariamente.
Sindo tragó saliva.

-Del armario de debajo de la escalera –pensó furiosamente –Graciela
me lo dijo. ¿He hecho mal?
-Ésa era la manta que Sindo y yo usábamos para ir de excursión
cuando éramos novios… en fin, no, no pasa nada.
Sindo salió al cruce y enfiló la carretera paralela al río. De repente, se
envaró. Acababa de ver a Héctor perderse entre los árboles. Arrimó el coche al
arcén.
-¿Y ahora qué sucede? –preguntó doña Dorinda.
-Verá, señora, tengo ya sesenta años, mi próstata…
-Vaya, vaya –dijo doña Dorinda haciendo un gesto con la mano. No
tenía ganas de escuchar más explicaciones.
Sindo salió corriendo y se perdió entre los árboles. Veía a Héctor
bastantes metros más allá y lo siguió sin hacer ruido. En su vida anterior había
sido cazador y sabía moverse en silencio.
Al ver que Héctor se detenía para encontrarse con otro hombre, se
escondió tras un matorral para escuchar. Héctor recibió a David con una sonora
bofetada.
-¿A qué andas dejándote ver por la granja de tu mujer? ¿Eres idiota?
-Perdón, Héctor –suplicó David –Tenía que ir a ver el percal con mis
propios ojos. La carne es débil.
-¡Tú eres el débil, no la carne! –bramó Héctor – Bien, éste es el plan:
yo me encargo de doña Dorinda y los machupichus y tú de Marián y Lorenzo. Lo
mejor sería entrar esta noche o mañana y manipular las calderas de la
calefacción. Suele haber muchos acccidentes por escapes de gas y eso no
llamará la atención.
A Sindo se le congeló la sangre en las venas.
-¿Eso es todo? ¿Gas? ¿No podré hacerles nada? –preguntó David con
mirada sanguinaria.
-¡Pero qué retrasado mental llegas a ser, chico! Cuando los tengamos
en el inframundo podrás torturarlos todo lo que quieras.
David se quedó pensativo.
-Está bien, pero tendrá que ser mañana por la noche, no hoy.
-¿Y eso por qué?
-No quiero que mis hijos queden gaseados también, y mañana
duermen en casa de su abuela con sus primos, les he oído decirlo.
Héctor sonrió.
-Muy bien, pues entonces hoy nos correremos la juerga padre en la
ciudad. Yo invito.
***
Nicolás se sentó para escuchar la historia del Boss. Se la sabía de memoria,
pero le encantaba oírla como si fuera la primera vez.
-Ya Nicolás te lo dijo el año pasado: para que exista el bien, también tiene
que existir el mal. Digamos que Héctor es mi parte mala, lo peor de mí.
Imagínate una fuente de energía, la mayor que pueda existir, ni siquiera todas
las centrales nucleares de la Tierra juntas llegarían a ser una mínima parte –
Mercedes asintió.
-Tanta era mi energía que me sentía molesto y un día decidí desprenderme
de una parte de ella, y aún así tenía más que suficiente para mí. Con esa

energía se creó el universo. Más tarde vi que ese universo tenía vida propia, se
produjo el big bang y ya sabes lo que sucedió. Nunca más volví a estar aburrido.
Observar lo que iba sucediendo con la energía de la que me había deshecho era
algo fascinante, increíble. Fui testigo de la evolución del universo, sus cambios y
el origen de las especies. Sólo testigo, no intervine en ningún momento.
-¡Ajá! –gritó Mercedes –Así que los creacionistas no tienen razón. ¡Lo sabía! –
Nicolás sonrió, sabía que Mercedes era una ardiente defensora de la teoría de
Darwin. El Boss sonrió también.
-Déjame continuar. Un tiempo después, creo que fue durante la era de los
dinosaurios, me desprendí de otra parte de mi energía, más pequeña que la
anterior. Volvía a sentirme sobrecargado. De esa energía surgió Héctor. Y tanto
él como yo aprendíamos rápido de las características de los seres que iban
poblando el planeta. Cuando apareció el homo sapiens y comenzó a evolucionar,
ambos fuimos entendiendo su naturaleza y surgió en nosotros la capacidad de
comunicarnos y comprender sentimientos. Entonces, se reveló la maligna
naturaleza de Héctor. Al principio sólo era un poco travieso, hasta que, porque
decía que se aburría, provocó un terremoto que mató a todo un poblado;
entonces me enfadé de verdad y le dije que se alejara, que no quería saber más
de él. Se sintió muy ofendido, pero yo tracé lo que hoy es la frontera entre la
sala de aclimatación y el inframundo y jamás se la he dejado cruzar.
Mercedes asentía tristemente.
-Fue Héctor el primero en aprender a hacerse con una envoltura mortal para
pasearse por la Tierra. Al principio lo hizo por curiosidad, pero pronto cayó en
las garras de los placeres terrenales, y como no tiene el menor autocontrol,
pasaba más tiempo allí que aquí entregado a una orgía perpetua. Empezó a
capturar la energía de los que morían para llevársela al inframundo y divertirse
con ellos. Entonces decidí que podía copiarle y hacer una versión benévola del
asunto: creé la sala de aclimatación, rescaté a los pobres diablos prisioneros de
Héctor y la poblé. Y después, para intentar contrarrestar su malvada influencia,
se me ocurrió lo de las misiones terrenales. Hay un montón de agentes
camuflados por todo el mundo cumpliendo misiones, pero no se dejan sentir. El
único que cometió un error fue Nicolás al enamorarse de una mortal.
Nicolás y Mercedes agacharon la cabeza, avergonzados.
-Así que ya ves cómo estamos, Mercedes. Tú eres uno de los nuestros
y no vamos a permitir que nadie de tu entorno mortal sufra el menor daño,
pero… corremos un riesgo. Tu madre no debe saber jamás quién es el nuevo
bracero llamado Manolo, y no confío en que tu padre sea capaz de guardar el
secreto. Y él puede vigilar a Héctor, pero no a David también, voy a tener que
enviar refuerzos…
Fue interrumpido por Pedro, que deslizó unas palabras en su oído.
-Habla en alto, Pedro. Mercedes lo sabe todo ya –contestó el Boss.
Pedro explicó los planes de Héctor y David, según lo que había escuchado
Sindo. Mercedes se alteró y el Boss frunció el ceño.
Pero mira que es pesado este Héctor –refunfuñó –No aprende. ¿No se da
cuenta de que será castigado sólo por haberlo intentado? En fin, dile a Sindo
que no se preocupe, que enviaré refuerzos y que no deje a Dorinda sola ni un
solo minuto.
Pedro salió con su característico trotecillo, dispuesto a informar a Sindo.

-Boss, por lo que más quieras, no dejes que les suceda nada –imploró
Mercedes.
-No te preocupes, querida. Héctor lamentará amargamente haberme
desafiado
***
Mientras daba cuenta de su segunda ración de cordero, David pensaba en la
escena que había presenciado aquella mañana. Se le atragantaba la comida
cada vez que la recordaba.
No había podido remediar acercarse a la granja de Marián a espiar. Escuchó
voces en uno de los invernaderos y se acercó. La zorra de su mujer y el cabrón
del ex –alcalde se hacían arrumacos entre las lechugas y se decían toda clase de
ternezas. David notaba cómo su sangre iba elevando su temperatura.
Observó lo mucho que había cambiado Marián: estaba claro que el amor
embellecía. A pesar de haber dado a luz hacía poco, se había librado de aquellas
carnes fofas que la adornaban cuando estaba casada con él. Tampoco exhibía la
expresión triste de antaño, al contrario, sus ojos chispeaban continuamente.
Para rematarla, entraron en el invernadero los tres hijos que David había tenido
con Marián y rodearon a Lorenzo con gran algarabía, tratándolo como si fuese el
único padre que habían conocido.
-Lorenzo, Lorenzo –gritaba Silvia, la mayor –Hemos tenido una idea
estupenda.
Lorenzo se dispuso a escuchar con interés. David nunca tenía tiempo ni ganas
para hablar con sus hijos.
-Vamos a proponer al alcalde que le ponga a la biblioteca municipal el
nombre de Mercedes. ¿A que es una buena idea?
Lorenzo y Marián asintieron a la vez. Era una idea magnífica.
-Me parece maravilloso –dijo Lorenzo –A ella le encantará, esté donde esté.
Hoy mismo se lo diré al alcalde a ver si lo propone en el próximo pleno.
-¿Puedo ir a decírselo a doña Dorinda, mamá? –preguntó Silvia.
-No, guapa. Ya se lo diremos cuando vayamos allí en Nochebuena. Además –
le guiñó un ojo –Pablo ha venido a preguntar por ti –Pablo era el sobrino de
Lorenzo y era novio de Silvia desde hacía un año.
-Oh –enrojeció la niña –Será por lo de nuestra cena de aniversario. Por cierto,
tengo que comprarle un regalo. Lorenzo ¿me ayudarás a elegir algo? Tú sabes
muy bien lo que le gusta.
-Claro que sí, mujer. Después te llevo a la ciudad –Silvia demostró su
agradecimiento abrazando a su padrastro y dándole un sonoro beso en la
mejilla.
Eso acabó de enfurecer a David. Los Bermúdez habian decidido joderle la
vida, pensó. Uno con su mujer y otro con su hija. Su venganza sería terrible.
-¿En qué perversidades estás pensando, David? –preguntó Héctor
amablemente.
David se lo explicó.
-Y lástima que no pueda vengarme ya de Mercedes, está fuera de mi alcance
¿verdad?
Héctor asintió.
-Sé que eres un auténtico hijo de puta, David. Pero meterte con tu propia
hermana…

A David le cayó el tenedor al suelo.
-¿Qué coño estás insinuando? Mercedes no es mi hermana.
Héctor sonrió dulcemente.
-No es eso lo que he oído decir… Se dice que en realidad eres hijo de
Gumersindo Díaz.
David bebió de un sorbo la copa de vino que tenía delante. A lo mejor era
una broma de Héctor para enfurecerlo, pero él tenía pruebas de que no era así.
-Pues mira, esta vez te has colado. Soy hijo de mi padre.
-Ah… ¿Y cómo lo sabes?
David intentó componerse un poco y calmarse.
-Mi padre tenía una enfermedad genética. Hubo que hacer pruebas por si yo
la había heredado, y también a mis hijos varones.
Héctor se acariciaba la barbilla con parsimonia.
-¿Y?
-Yo soy… era portador. Mis hijos están limpios, afortunadamente. No es algo
demasiado grave, pero sí fastidioso.
-A lo mejor son tus hijos los que no son tuyos –insinuó el maligno.
David llamó al camarero para pedir postre. Empezaba a entender el sentido
del humor de Héctor y decidió hacer caso omiso al último comentario
-Oye, Héctor. ¿Qué tal si nos vamos a ese puticlub de rusas que decías antes?
Me encantan las rusas.
Héctor suspiró. Su aprendiz aprendía, valga la redundancia, rápidamente. Sus
pullas empezaban a no hacer efecto.
-Como sigas comiendo así, no te admitirán. Dentro de poco estarás tan
seboso como antes –sentenció.
23 DE DICIEMBRE
Como todas las noches, Sindo atravesó el pasadizo a eso de la una. En el
último tramo estaba preparada la escopeta. A ver si esta noche podía dormir un
poco más, pensó, porque su envoltura estaba empezando a sentirse
francamente agotada, y no por el trabajo duro, precisamente, sino más bien por
la falta de sueño y por tener que andar conteniéndose todo el día para no
revelar a doña Dorinda su verdadera identidad.
La peligrosa situación también lo preocupaba y lo agotaba. Había hablado con
Pedro al mediodía y éste había prometido refuerzos urgentes, pero por ahora
nadie había llegado, que él supiera. Estaba asustado. Héctor era un auténtico
demonio, pero David no se quedaba atrás. Algo le martilleaba la conciencia:
aquel cabrón no podía ser su hijo, se negaba a compartir una sola partícula de
sangre con aquel desgraciado. Probablemente Juana había mentido aquella
noche en que se presentó dramáticamente para decir que estaba embarazada
de él. El día anterior él le había dicho que no podían seguir juntos, que su mujer
se acabaría enterando. En realidad, fue una pobre excusa. Sindo empezaba a
estar francamente harto de Juana y sus exigencias. Habría dado cualquier cosa
para que David Molero no hubiera sido hijo suyo.
Como las últimas noches, Sindo empujó la puerta del armario quedamente,
tras comprobar que no había ruido. Pero en vez de encontrarse lo
acostumbrado, es decir, la oscuridad, se topó con el cañón de una escopeta de

caza apuntando a su corazón. Doña Dorinda, con su escasa estatura, no era
capaz de sujetar el arma más alto.
-Por favor, por favor, no dispare -rogó Sindo aterrorizado.
La expresión de doña Dorinda no dejaba lugar a dudas. Si las explicaciones
no le satisfacían, no dudaría en apretar el gatillo.
-Explíqueme qué hace en la habitación de una dama a estas horas -susurró la
mujer.
Sindo sudaba a mares.
-Señora, me manda Nicolás -consiguió articular.
-¿Qué Nicolás? -quiso saber ella.
-El novio de su hija, el que trabaja en seguridad nacional. Está preocupado
por usted.
Doña Dorinda hundió aún más el cañón en el pecho de Sindo.
-¿Y por qué no viene él mismo? -gruñó.
-Ya sabe usted que siempre anda con misiones secretas. Yo sólo soy un
segundón, pero quiere que cuide de usted.
-¡Y a fe mía que lo hace usted estupendamente! ¿Eso incluye colarse en mi
habitación por la noche? -preguntó doña Dorinda.
-Día y noche, ésas fueron las instrucciones, señora.
-Deme la escopeta -ordenó la anciana. Sindo obedeció sin vacilar -¿De dónde
la ha sacado?
Sindo no podía decirlo sin descubrirse. La había cogido del armero de la
biblioteca, que estaba camuflado tras un panel. Sólo Dorinda, Mercedes y él
conocían el escondite.
-Es mía, señora.
-¡Y una mierda! En la culata, como en la mía, pone GDM, es decir, las iniciales
de mi marido: Gumersindo Díaz Martínez.
Sindo estaba a punto de desmayarse. No sabía qué hacer. Por fortuna, ella sí.
Cogió la escopeta y la puso en un rincón junto a la suya.
-Tenía mis sospechas, pero esto ya lo confirma. Sólo Mercedes, mi marido y
yo sabíamos dónde está elarmero y que hay un armario de debajo de la
escalera, pero… -se acercó a él -sólo Sindo y yo conocemos la existencia del
pasadizo ¿verdad?
Sindo se sintió descubierto y decidió dejar de fingir.
-Verdad, Dori -y abrió los brazos para que doña Dorinda entrara en ellos.
***
Si doña Dorinda no hubiera tenido al Boss y a Nicolás alojados en su casa el
año anterior, probablemente nunca se le habría pasado por la cabeza que el
nuevo bracero era en realidad su marido. Ella era desconfiada con la gente y la
súbita simpatía que había sentido por el tal Manolo ya la tenía con la mosca
detrás de la oreja, pero el haber notado ruidos en el pasadizo la noche anterior
y, sobre todo, el que Manolo conociera la existencia del armario de la escalera
terminaron de convencerla. ¿Y por qué no? Ella había expresado el deseo de que
Sindo estuviera allí, y sabía de sobra quién era el hombre que se hacía llamar
Cristóbal. Así que dejó de tomar las pastillas que le daba Graciela para dormir y
recuperó su ligero sueño de costumbre. Si Sindo iba a usar el pasadizo esa
noche, ella quería estar bien despierta.

-¿Has visto a Mercedes? ¿Está bien? -fue lo primero que dijo doña Dorinda a
su marido.
-Está bien, estuve allí para recibirla, no te preocupes. No puedo darte datos,
Dori, entiéndelo.
-Lo entiendo.
-Ella sólo quiere que tú estés bien y contenta. Por eso me han mandado.
Doña Dorinda se sentó en la mecedora.
-No puedo estar contenta. Ella ya no está. Y supongo que tú no vas a
quedarte indefinidamente ¿verdad? Como el tal Nicolás, el novio de la niña, que
sólo venía una vez al año…
-Yo ni eso, Dori. Es sólo esta vez, un favor especial que te hacen por ser la
madre de quien eres.
-Diles de mi parte que les estoy muy agradecida -se levantó para abrazar a
Sindo otra vez -¡Te he echado tanto de menos…!
-Y yo a ti. Hacía unos treinta y muchos años que no pisaba tu habitación.
Como me tenías castigado…
-Por infiel -sentenció doña Dorinda -Yo te quería y tú no hacías más que
ponerme cuernos.
-Yo también te quería, pero no me dejabas ni acercarme…
-Cállate ya, Sindo. No tengo la menor intención de pasarme la noche
discutiendo.
***
Durante la madrugada, Sindo fue llamado a capítulo. Se levantó de la cama y
entró en el cuarto de baño. Doña Dorinda dormía.
-Ay, Sindo, ¿qué te dijimos? -Sindo escuchó la voz del Boss, pero no lo vio.
-Lo siento, Boss. No tuve opción.
-Ya, tampoco luchaste mucho, supongo. En fin, afortunadamente, para
nosotros ahora es mejor así. La cosa es la siguiente: mañana a primera hora,
Nicolás y yo estaremos ahí. Sabes que odio desplazarme, pero no queda más
remedio. Dile a Dorinda que tiene que hacer que Graciela duerma con su marido
la próxima noche ¿entiendes? No quiero más testigos de los necesarios. Y si
mañana le podéis dar fiesta, muchísimo mejor. Nadie debe saber que estamos
en el pueblo, excepto Dorinda y tú.
Sindo asintió.
-Vuélvete a la cama y disfruta de lo que te queda por aquí. El 24 nos iremos
todos. Y, por favor, no hagas concebir a tu mujer esperanzas de que volverás
¿eh? Esto viene dado por las circunstancias.
-Sí Boss, me hago cargo. Gracias por esta nueva oportunidad.
La voz invisible se suavizó.
-La otra vez no te dio tiempo a despedirte. Aprovecha ahora.
***
-¿Entonces os vais? -preguntó Mercedes con preocupación.
-Sí, querida. Es mejor que nosotros mismos nos ocupemos del asunto. Héctor
tiene una energía ilimitada: con un solo dedo podría prenderle fuego a una casa.
Si estoy yo, no se atreverá -contestó el Boss.
-Volveremos enseguida, no te preocupes -dijo Nicolás.
-¡Pues claro que me preocupo, estando ese cerdo por el medio! -respondió
Mercedes -¿Os alojaréis en mi casa?

-Sí -dijo el Boss.
Mercedes se quedó pensativa.
-¿Vais muy mal de tiempo o puedo hablar un rato con Nicolás? -preguntó.
-Podéis hablar -respondió el Boss.
-Demos un paseo -propuso Mercedes a Nicolás.
Dejaron al Boss preparando con Pedro los detalles del viaje.
-Tengo que decirte algo, Nicolás -empezó Mercedes.
-Lo que tú quieras, nena. ¿Qué sucede?
-Emerson es el dueño de todo ahora.
Nicolás enarcó las cejas.
-¿Emerson? ¿Y eso? ¿No tenías nadie mejor a quien dejárselo? Bueno, tus
motivos tendrás para haberlo hecho, no te tengo por irreflexiva.
-Y tanto que los tengo: Emerson me salvó la vida.
Nicolás hizo un gesto de muda interrogación.
-Cuando me reconcilié con mi madre y decidimos poner en marcha la granja
ecológica, me mudé a vivir con ella, ya sabes. Pedí la excedencia enseguida. Fue
un acto irreflexivo por mi parte, aunque ahora no me arrepiento. En aquel
momento me sentía culpable por la relación con mi madre, tú te encargaste de
reseñármelo cuarenta veces.
Nicolás asintió.
-Un día, antes de empezar a poner todo en marcha, tuvimos una discusión
terrible, creo que la peor de todas en nuestra vida. Nos dijimos cosas horribles.
Me pilló especialmente deprimida, porque no es por nada, pero que tú
desaparecieras y el pensar que nunca más te volvería a ver me tenía
destrozada… sí, estaba en un momento muy bajo. Discutir con ella, que sabe
cómo poner el dedo en la llaga, no ayudó.
Nicolás esperaba, nervioso.
-No te lo he contado nunca, pero me entraron ganas de acabar con todo, no
podía más. No tenía nada por lo que luchar: tú no estabas, ella me odiaba, mi
padre había muerto… cogí una cuerda y me fui a la cuadra. Aún teníamos la
cuadra antigua, no habíamos empezado las obras. Me entró un placer morboso
al pensar en su cara cuando me encontrara colgada al día siguiente, te lo digo
de verdad.
-Por Dios, Mercedes… -gimió Nicolás -Nunca me dijiste…
-Calla. Nos veíamos diez días al año. No iba a perder el tiempo con tristezas.
Pasé la cuerda por el travesaño del techo y entonces escuché una voz: “oh, por
favor, señora, no lo haga, no lo haga…” Me detuve y miré a mi alrededor.
“¿Quién anda ahí?” pregunté. Entonces salió Emerson del interior de un montón
de paja, sucio, tembloroso, tan pequeño… Le pregunté quién era y qué hacía en
mi cuadra, pero él seguía insistiendo en que no lo hiciera. Las vacas nos
miraban con aire incrédulo. Cogí a Emerson por los hombros, porque estaba
temblando de frío, y me lo llevé al cobertizo. Le di una manta y le preparé un té
caliente en el infiernillo. Cuando se recuperó un poco me pidió perdón por
dormir en la cuadra. “Déjese de tonterías” contesté “Nadie duerme en una
cuadra sucia si no es por un motivo poderoso”. Entonces me contó que llevaba
una semana viviendo en la cuadra, durmiendo arrimado a las vacas para no
pasar frío y alimentándose de la leche que ordeñaba. Me dijo que era peruano y

había llegado a Europa el año anterior con un contrato de trabajo que resultó
ser engañoso.
-¿Engañoso? -preguntó Nicolás.
-No sólo engañan a las chicas de la Europa del Este con contratos, Nicolás.
Emerson era granjero en su país, pero las cosas iban muy mal. Se enteró de que
necesitaban granjeros para grandes explotaciones agrícolas en Centroeuropa y
él tenía tres bocas que alimentar, más otro bebé en camino. Así que decidió
arriesgarse. En cuanto llegó le retuvieron el pasaporte. Aquello no era una
granja ecológica, sino una granja de cultivo y procesado de sustancias ilegales.
Trabajaba a destajo, le pegaban y lo maltrataban, lo mataban al hambre, no
podía escapar, lo tenían esclavizado.
Nicolás estaba horrorizado.
Un día, junto con otro compañero, consiguió escapar y llegar hasta Francia.
Allí se separaron. Emerson cruzó la Península dentro de un camión de reparto y
fue a dar aquí. Se sentía cansado y buscaba un lugar donde pasar la noche.
Estaba tan débil que no pudo volver a moverse hasta que yo lo descubrí o, más
bien, él me descubrió a mí.
-Y se arriesgó a que lo descubrieras por salvarte la vida.
-Efectivamente. Le arreglé el cobertizo para que viviera allí temporalmente,
encendí el fuego, le preparé el catre y se dio una ducha caliente. Fui a casa y
cogí ropa de mi padre y comida. Y vivió allí un par de meses hasta que
empezaron en serio las obras. Durante ese tiempo hablábamos mucho de
cultivos y le expliqué lo que íbamos a hacer. Sus consejos eran tan acertados
que decidí hacerlo capataz.
Nicolás asintió en silencio. Típico de Mercedes.
-¿Y Graciela? -preguntó.
-Graciela hacía un año que no sabía de su marido. La llamó por teléfono y fue
todo una desgracia: ella había tenido su tercer hijo, pero el bebé no había
sobrevivido a tanta hambre y tanta penuria. Su situación era desesperada así
que arreglé todo para que se pudieran venir y estar juntos. No hay día, perdón,
no había día que no me lo recordaran y me dieran las gracias.
-Mercedes, eres una santa…
-Qué va, hombre. Todos salimos ganando: Emerson es un trabajador
infatigable y una excelente persona, además de un capataz competente que
sabe cuándo hay que dar órdenes y cómo. Graciela ha sido una ayuda increíble,
pues se lleva fenomenal con mi madre. No se me ocurrió mejor solución que
dejarles la granja a ellos, aunque la verdad, tampoco tenía pensado morirme tan
pronto.
-Muy desesperada tenías que estar para querer acabar con todo -murmuró
Nicolás.
-Lo estaba. Ahora vete, el Boss te está llamando. Y por lo que más quieras,
que no le suceda nada a mi madre.
***
El matrimonio ya estaba levantado a las seis. Sindo hizo un desayuno opíparo
y lo tomaron en la cama mientras él contaba las noticias.
-¿Así que van a venir otra vez? -preguntaba doña Dorinda -¿Pero qué pasa
exactamente?
Sindo le explicó quién era Héctor y lo que pretendía hacer.

-¡Ja! A buen sitio viene. Si intenta algo lo recibiré a tiros, ya lo sabes.
-No creo que tus tiros le afecten mucho -Sindo besó a su mujer en la frente –
Tienes que hablar con Graciela y mandarla para la casa del capataz.
-Emerson estará encantado… ¿sabías que Mercedes les ha dejado todo?
Sindo asintió.
-Mira, Dori, si son buena gente y van a trabajar la granja con cariño… ¿qué
importa la sangre?
-Hablando de sangre… has dicho que David Molero también anda por aquí,
¿no?
Sindo asintió avergonzado.
-Eso tuvo que ser un farol de Juana, Dori. Alguien tan perverso no puede ser
hijo mío, no puede serlo…
-Pues tiempo ha tenido de desdecirse este último año, no es por nada… –
gruñó doña Dorinda.
-A lo mejor es por eso por lo que está tan atenta contigo. Le da vergüenza
decir la verdad e intenta compensarlo…
Doña Dorinda apartó la bandeja y se levantó.
-Vamos abajo. Quiero fumar y no me gusta hacerlo en los dormitorios. Así ya
hablo con Graciela.
Sindo fue a encender las chimeneas, como solía hacer todos los días,
mientras doña Dorinda hablaba con Graciela. Ésta vio tan contenta a su ama
que pensó que sí, efectivamente, podía cogerse un día de fiesta.
-Pero mañana estaré aquí a primera hora para empezar los preparativos de la
Nochebuena, doñita -afirmó.
***
Nicolás y el Boss llegaron a las ocho y media en punto. Doña Dorinda cerró la
casa a cal y canto. Ambos besaron y abrazaron a la anciana, que se echó a llorar
emocionada.
-No se preocupe -decía el Boss dándole palmaditas en el hombro -Mercedes
está fenomenal y le manda recuerdos. Y dice, que, sobre todo, quiere que usted
sea feliz y haga cosas provechosas y agradables en la vida.
-Gracias, gracias -gemía doña Dorinda -Y gracias por mandarme al viejo
trasto. Aunque ya hemos discutido un poco desde que llegó…
El Boss sonrió.
-Bueno, eso no puedo evitarlo, está en su naturaleza.
Sindo sirvió café y bizcocho en la biblioteca para los viajeros.
-Vaya, Sindo, qué amito de casa te has vuelto -bromeó doña Dorinda -Cuando
estábamos casados no dabas ni golpe.
Sindo cerró los ojos con aire de indignación. Nicolás se reía.
-Si por algo tenía ganas de volver era por verles a ustedes dos juntos, se lo
juro.
Intervino el Boss.
-Bueno, todo esto está muy bien, pero hay que ponerse en marcha. Sindo, tú
escuchaste que pretenden manipular las calderas del gas ¿no es así? -Sindo
asintió -Pero creo que en esta casa sería bastante improbable matar a nadie con
un escape: es demasiado grande y la tubería de la caldera está en el sótano.
Sindo asintió de nuevo.

Ése es el motivo por el que pusimos la caldera en el sótano. Además, hay un
sistema de seguridad que detecta el gas. No sé cómo está la instalación en casa
de Lorenzo, tendría que echar un vistazo.
-Piensa, Nicolás… si fueras lo suficientemente perverso como para matar a
alguien sin dejar huellas -Nicolás se estremeció ante las palabras del Boss –
¿Cómo lo harías?
Nicolás pensó largo rato. Dijo al fin:
-Abriría el gas, efectivamente, y prepararía una mecha. Haría volar todo por
los aires antes de que el sistema de seguridad detectara el escape.
El Boss seguía dando órdenes.
-Sindo, ve al sótano y atranca la puerta. Él puede derribarla con un dedo,
pero no daremos facilidades. No sé cómo se las arreglará para entrar. ¿Cómo
harías tú, Nicolás?
Ahí sí que no tuvo que pensar.
-Soy Papá Noel, Boss. Entraría por la chimenea. Por las noches está apagada.
-Ahí lo tenemos -sentenció el Boss.
***
Efectivamente, Héctor había llegado a la misma conclusión y así se lo
explicaba a su adláter en el río.
-¿Has entendido, adoquín? En mi caso no se puede usar lo del escape, así
que provocaré un incendio devastador. Quedará todo tan calcinado que no
podrán dar con el origen. Y cuando los machupichus vayan a ayudar, pues les
retuerzo el pescuezo y ya está. Sus cuerpos quedarán calcinados y no se podrá
saber de qué murieron.
-¿Y yo qué hago? -preguntaba un perplejo David.
-Tú atente al plan inicial, es mucho más fácil porque la casa de Lorenzo es de
planta baja y la caldera está en la cocina. Sólo tienes que entrar y abrir la llave
del gas. Puedes romper una de las ventanas de la cocina.
***
Mercedes se paseaba estrujándose las manos, aunque no pudiera notar ni el
menor roce. Pedro ya se estaba poniendo nervioso.
-Por lo que más quieras, Mercedes, cálmate. Todo saldrá bien.
-Lo siento, Pedro. Supongo que te han encargado cuidarme y te estoy dando
la lata.
-Pues sí, así había sido, para disgusto de Pedro, que no soportaba hacer de
niñera. No obstante, intentó ser amable.
-¿Ya te vas acostumbrando a esto? -preguntó.
-Bueno… -contestó ella -Oye ¿y si no te acostumbras qué pasa?
Pedro arqueó las cejas.
-¿No te lo han dicho?
-Pues no.
-Nicolás me matará si se entera de que te lo he dicho, supongo que no querrá
que te dé ideas, pero tienes derecho a saberlo, como todo el mundo: tienes
derecho a pedir la desconexión total, pero es irreversible, puesto que tu energía
vuelve a ser del Boss. Se la regalas, por así decirlo.
Mercedes procesó la información y asintió con la cabeza.
-¿Y en el inframundo pasa igual? ¿También hay desconexión definitiva?

-Ay, alma cándida… qué te importará a ti el inframundo, si jamás vas a estar
en él… pero sí, sí la hay, sólo que en este caso no es voluntaria. Cuando Héctor
ve muy mermada su energía, desconecta unos cuantos malotes y se recarga. Y
ya está. Lo hace continuamente, como es tan derrochador… -Pedro suspiró -El
otro día estuve por allí con el Boss y aquello es un verdadero horror.
Mercedes se echó a reír.
-La verdad es que sabe dar a cada uno por su palo. El otro día mi
hermanastro, que es uno de los indultados y un redomado machista y
homófobo, entre otras “virtudes”, nos contó que a él lo había encerrado en una
habitación con cinco gladiadores romanos altos como castillos. ¿Te imaginas?
Pedro se quedó callado, acariciándose la barbilla. Su rostro se ancheó con
una gran sonrisa.
-Vaya, vaya… a lo mejor va a resultar que el inframundo no es tan horrible
después de todo.
***
A la hora de comer, el plan quedó definitivamente trazado. Doña Dorinda y
Sindo se habían acercado hasta la granja de Lorenzo y Marián con la excusa de
invitarlos doña Dorinda a la cena de Nochebuena del día siguiente. Entretanto,
Sindo inspeccionó la caldera y vio que, efectivamente, un escape era
completamente viable.
-¿Cómo nos repartimos la vigilancia? -preguntó Sindo con la boca llena –
Dorinda ¿queda más cocido?
-Sí, pero no para ti. Comes como un cerdo y tienes que estar despejado para
esta noche.
-Sólo un poquito más, por favor… mañana ya no podré pegarme estos
festines. ¡Y tú cocinas tan bien…!
Doña Dorinda se ablandó y sirvió raciones para todos.
-Creo que lo mejor es que yo me quede aquí con Dorinda -dijo el Boss -Si,
como tienen planeado, Héctor aparece aquí, vosotros no podréis luchar contra
él. Yo sí. En cambio, podéis reducir a David sin problemas.
Todos asintieron.
-Ahora vayamos a dormir un poco. Entre este banquete y que por la noche
tenemos que estar despejados, una buena siesta no nos irá nada mal.
24 DE DICIEMBRE
El reloj del abuelo del gran salón ponía nerviosa a doña Dorinda con su tictac.
A las doce tocó las campanadas solemnemente y doña Dorinda se arrebujó
en la manta del sofá. Hacía horas que la gran chimenea estaba apagada. Sindo,
Nicolás y el Boss habían inspeccionado los nueve hogares que poseía la
vivienda y habían estado de acuerdo en que sólo la del salón era lo
suficientemente ancha para que entrara un hombre.
-¡No se le ocurrirá adoptar forma mortal infantil para esto! -dudó Nicolás -No
lo hará ¿eh, Boss?
-Tranquilo. Todo el equipo de mantenimiento está alerta. Héctor sigue con la
misma envoltura de los últimos días. No se atreverá a cambiar de envoltura,
sabe que yo podría enterarme y que mi venganza sería terrible.
A las diez de la noche, el equipo se separó. Doña Dorinda y el boss
permanecieron en la casa mientras que Nicolás y Sindo partían hacia la de

Marián y Lorenzo. Doña Dorinda y su marido permanecieron mucho tiempo
abrazados y musitándose palabras al oído.
-Y eso que se llevaban fatal -susurraba Nicolás a su vez al Boss.
-Hum. La distancia hace olvidar lo malo y quedarse sólo con lo bueno. Y eso
es lo que recuerdan: que, en realidad, se querían con locura -repuso el Boss.
-Me alegro por Mercedes, estará muy contenta cuando sepa que sus padres
han sido felices estos días. ¡Sindo! -gritó -Tenemos que irnos. Ya seguiréis
cuando volvamos.
-¡Ten cuidado, viejo! -murmuraba doña Dorinda.
Sindo rió.
-Tranquila, Dori. No me puede pasar nada. Estoy muerto ¿recuerdas?
***
A las doce y media, doña Dorinda sirvió café en una mesita alejada de la
chimenea. Hacía rato que la luz eléctrica había sido sustituida por la mortecina
de unas velas. No debía verse la menor claridad en la estancia, ni desde el
exterior ni desde el interior de la chimenea. Héctor debía creer que doña
Dorinda dormía. Era aburrida aquella espera, casi a oscuras y hablando en voz
quedísima. Además, la zona cercana a la chimenea estaba ocupada con lo
destinado a luchar contra Héctor, con el consiguiente peligro de tropezar, así
que doña Dorinda estaba confinada en una esquina del salón y el Boss en la
opuesta, pues cada uno tenía que desempeñar su papel en aquella pantomima.
-Todo saldrá bien, no se preocupe -susurró el Boss en la semipenumbra.
-No estoy preocupada -contestó doña Dorinda -Todo lo contrario. Se me han
regalado unos días extras con Sindo y Mercedes está bien. No puedo pedir más,
ha sido… -se interrumpió. Su oído ya no era el de antaño, pero había escuchado
ruidos en el interior de la chimenea. Ocupó su sitio, dispuesta a entrar en acción
a la primera señal del Boss.
***
Héctor estaba furioso. Esa noche tenía que hacer dos de las cosas que más
odiaba como mortal: subir a las alturas y soportar un recorrido de cierta
duración por un lugar oscuro y angosto. Pero así tenía que ser si quería
consumar su venganza. Y no podía usar trucos que dieran la menor pista de que
el accidente había tenido causas sobrenaturales, pues el Boss se daría cuenta
enseguida de que había sido él. Ya estaba bastante perjudicado, pensó. Sólo le
quedaba aquella envoltura mortal y no podía ni pensar en hacerse con una
nueva: el Boss tenía a todos sus agentes pendientes de sus movimientos. Si
alguien moría y desaparecía su cuerpo, Héctor sería el principal sospechoso.
Durante una buena temporada tendría que lidiar con aquella envoltura, le
gustara o no. Por lo menos era bella, aunque muy poco práctica.
Tras explorar los alrededores y comprobar que no había un alma viviente por
allí decidió gastar un poco de su energía en subirse al tejado de un único salto.
Normalmente era el truco que usaba para colarse por las ventanas de las
mujeres a las que deseaba y abusar de ellas mientras dormían, sin importarle lo
más mínimo si era correspondido. Aunque tuvo cuidado, al aterrizar sobre el
tejado hizo un ruido seco. Soltó una palabrota y se quedó esperando, aplicando
la oreja al hueco de la chimenea. No escuchó nada y decidió seguir. El frío
intenso se le clavaba como un cuchillo y hacía torpes sus movimientos y
articulaciones. Necesitó un rato para atar la cuerda alrededor de la chimenea,

asegurarla bien y dejarla colgar hacia el interior. Se puso los guantes, respiró
profundamente y se internó por el hueco. Decidió no llevar linterna, era
demasiado arriesgado.
El descenso se le antojó eterno y en algún momento creyó que iba a
desmayarse. La oscuridad completa y el olor a humo le daban claustrofobia. Aún
así logró sobreponerse y continuar bajando por la cuerda. Sintió un alivio infinito
cuando su pie derecho tocó el suelo. Salió de la chimenea y se sacudió
vigorosamente el hollín. Aborrecía la suciedad. Quizá ese fue su gran error. De
repente, se hizo la luz. Héctor miró a su alrededor con gesto de perplejidad y se
quedó horrorizado al descubrir al Boss delante de él.
-Buenas noches, Héctor -dijo el Boss con su agradable voz.
No se lo pensó dos veces. Entró de nuevo en la chimenea y se dispuso a
ascender lo descendido, no tenía otro sitio por dónde escapar. Ofuscado por la
huida, no reparó en los bultos que reposaban a ambos lados del hogar, ni
mucho menos en la enérgica orden que dio el Boss con voz profunda y
autoritaria:
-¡Ahora!
Doña Dorinda, con sorprendente rapidez para sus años, prendió el soplete de
quemar cerdos y lo acercó al hogar. La pila de pastillas de encender fuego y los
otros propelentes que habían preparado crearon una llamarada inmediata. Se
escucharon unos terribles gritos dentro de la chimenea. Presa del pánico, Héctor
abandonó la única envoltura mortal que le quedaba y huyó despavorido
chimenea arriba, convertido ya en maligna energía.
***
David Molero aguardaba, muerto de frío, el momento en que Marián y
Lorenzo se acostaran. Se había pasado toda la cena apostado bajo la ventana
del comedor y, a juzgar por la conversación, se iban a retirar temprano,
aprovechando que los niños mayores no estaban y que el bebé no solía
despertar hasta las siete de la mañana. Eso enfureció a David, no había que ser
un genio para deducir que no se acostarían pronto con la intención de dormir.
A las doce, y tras una hora de tener que escuchar una serie de intimidades
que lo pusieron todavía más furioso, David tomó una decisión: a la mierda
Héctor y su discreción. Iba a entrar a saco y matarlos a los tres con sus propias
manos: a la cerda de su mujer, al cabrón de su enemigo y al maldito engendro
fruto de la unión de aquellos dos seres despreciables. Tenía que vengarse, tenía
que hacerlo a cualquier precio.
Se acercó a la puerta de la cocina con un cortacristales en mano. En aquel
momento, se escuchó un llanto infantil y David se agachó y aguardó. En pocos
minutos, la luz de la cocina se encendió y, por los ruidos que de allí salían,
entendió que Marián preparaba un biberón para el niño. ¡Maldito crío! Ahora
tendría que esperar a que tomara el biberón y se volviera a dormir. Quería
sorprenderlos en pleno dormitorio, sin tener la menor sospecha y desarmados.
A eso de la una y media decidió que ya podía entrar. No se escuchaba nada.
Cortó el cristal a la altura de la manilla, descorrió el cerrojo y entró. Encendió la
linterna para moverse en la oscuridad sin tropezar con nada. En un cajón de la
cocina encontró un cuchillo grande, del que se apropió inmediatamente. Mucho
propósito de asesinato, pero no llevaba con qué perpetrarlo, pensó.

David avanzó silenciosamente por el pasillo. En la cocina había dejado los
zapatos para no hacer ruido. Sabía que el dormitorio de Marián y Lorenzo era la
cuarta puerta desde la cocina. Había luz por debajo, aún estaban despiertos.
Cegado por el odio, David no llevaba ningún plan. Pensaba que el efecto
sorpresa sería suficiente. Empujó la puerta con determinación. Marián y Lorenzo
estaban en la cama, leyendo cada uno un libro. En cuanto lo vieron en el umbral
se incorporaron de sus respectivos cojines, con las pupilas dilatadas por el
asombro en un principio, y por el terror después, cuando vieron el cuchillo.
-¡Eh! -gritó Lorenzo levantándose -¿Qué significa esto? ¿Quién es usted?
David blandió el cuchillo y se acercó a Lorenzo completamente desencajado,
parecía un loco peligroso. Echó el brazo hacia atrás para descargar el golpe y,
entonces, se desplomó como un fardo.
***
Héctor vagó furioso por el éter durante unos momentos. ¡Qué mal había
salido todo! Ahora el Boss sabía sus planes y, además, había terminado con su
última envoltura mortal. Si algo se había salvado de la quema, nunca mejor
dicho, sería sometido al fuego nuevamente por los muchachos de
mantenimiento. Héctor ya había visto la furgoneta dirigiéndose a toda velocidad
a la casa de doña Dorinda. Sabía que el Boss no tendría piedad: lo poco que
quedaba del cuerpo del actor asesino sería reducido a cenizas.
Pensó con rapidez, mientras flotaba por el pueblo. No podía estar sin
envoltura, así su vida no tendría sentido. Disfrutaba enormemente con sus
escapadas a la Tierra y para eso necesitaba muchos trajes, pues se le gastaban
enseguida con el tute que les daba. Entre alcohol, tabaco, dieta inadecuada y
todo tipo de excesos, ninguna le duraba más allá de los dos años. No podía
hacerse con una envoltura nueva porque todo estaba vigilado, y si lo intentaba,
el Boss iría vaciando poco a poco sus dominios y, consecuentemente, dejándolo
sin energía. Todo era horrible. Necesitaba una envoltura ya.
Al pasar por casa de Marián y Lorenzo, se le ocurrió una idea luminosa: usaría
la evoltura del idiota de David y a él le daría boleto al inframundo de nuevo.
Menos daba una piedra. De paso, se divertiría un rato con Marián y su marido.
Llegó justo cuando David se disponía a apuñalar a Lorenzo. Lo hizo salir de la
envoltura apresuradamente. Mientras David salía, no sin protestar, y él entraba,
pasaron unos minutos en los que el cuerpo estuvo muerto.
-¡No te acerques, Marián! -gritó Lorenzo -Parece que le ha dado una especie
de infarto o algo así.
Marián se apresuró a coger la cuna con el niño y esconderla en el cuarto de
baño, por si acaso. El pequeño dormía como un lirón tras haber comido y no
había riesgo de que se despertara.
-¿Quién será este tío y qué querrá? -preguntó.
Lorenzo le tomaba el pulso.
-Ni idea, pero está más muerto que carracuca. Llama a la policía.
Marián descolgó el teléfono de la mesilla, pero no llegó a marcar. Como a
cámara lenta, vio como el sujeto abría un ojo y, desde el suelo, la miraba. Y
conoció la mirada, no había la menor duda, aunque el hombre fuera diferente:
era la misma del hombre que estaba con ella el día que David los sorprendió en

el dormitorio. Era él. Marián era una persona resuelta y, desde aquel día,
procuraba estar protegida.
-¿Qué haces, mujer? ¡Llama a la policía! -instó Lorenzo.
Marián colgó el auricular. Su mirada se tornó fría como el hielo mientras
clavaba sus ojos llenos de desprecio en los burlones del sujeto. Sin apartar la
mirada, abrió el cajón de la mesilla de noche, sacó el revólver que la
acompañaba siempre desde hacía un año, y vació el cargador sin inmutarse en
la cabeza y el pecho del individuo.
***
¿Qué había sido entretanto de Nicolás y Sindo? Pues, sencillamente, habían
tenido mala suerte.
La tarde anterior habían descubierto un pajar abandonado, una construcción
ruinosa que tenía vista directa a la casa de Marián y Lorenzo. Un lugar perfecto
para vigilar. Pero cuando llegaron esa noche, descubrieron que la plaza ya había
sido tomada.
Tres vagabundos con aspecto de malas pulgas los miraron con cara de pocos
amigos cuando los vieron entrar.
-¡Eh, capullos! ¡Fuera de aquí! Este lugar es nuestro.
Nicolás hizo un gesto a Sindo, indicándole que él se encargaría de dominar la
situación.
-No me diga. ¿Y dónde está la escritura de este palacio? -contestó con su voz
más falsa y meliflua.
Los tres mendigos se pusieron de pie a un tiempo, abandonando la lumbre en
la que se calentaban.
-¿Tienes ganas de bronca, niño pijo? -preguntó uno. Nicolás reculó. No le dio
tiempo a contestar. Sindo, que había permanecido en un segundo plano,
descargó un puñetazo en el rostro del que preguntaba y entonces se
desencadenó la pelea. Sindo tenía mucha fuerza y sabía atizar bien, Nicolás se
defendía bastante peor. Uno de los vagabundos encontró un leño y los golpeó a
ambos en la cabeza. Cuando vieron que yacían en el suelo sin intención de
levantarse, los vagabundos les robaron las carteras y las prendas de abrigo y,
por si las moscas, pusieron tierra por medio.
***
Lorenzo observaba horrorizado el cadáver de David-Héctor, inmerso en un
charco de sangre. Marián lo miraba, igualmente, con total desapasionamiento.
-Marián… -musitó Lorenzo con un hilillo de voz -¿De dónde has sacado ese
revólver? Eres una caja de sorpresas, chica…
De repente, Marián empezó a tiritar. Lorenzo supo actuar con rapidez esta
vez: echó una bata sobre los hombros de su mujer y la arropó amorosamente.
-Vamos al salón a tomar algo caliente o un copazo de coñac, estamos
impresionados. Allí pensaremos con más claridad, sin él delante…
Marián asintió, sin dejar de castañetear los dientes.
-El niño, coge al niño. No podemos dejarlo solo aquí…
Salieron los tres y se acomodaron en el salón. Aún tenía fuego encendido en
la chimenea y el ambiente era agradable. El bebé seguía durmiendo en su cuco.
Lorenzo sirvió coñac en dos copas y se acomodaron en el sofá, frente a la
chimenea. Lorenzo fue el primero en hablar.
-Hay que llamar a la policía, Marián.

Ella asintió de nuevo.
-Sí, sí. No tengo nada que ocultar. Fue en defensa propia.
Lorenzo se quedó pensativo.
-¿Cómo es que tienes un revólver? Nunca me lo habías dicho.
Ella torció la cara. Se sentía avergonzada.
-Cuando David apareció muerto el año pasado sentí miedo y me protegí, eso
es todo. Hasta hoy, nunca lo había usado.
Una idea espantosa pasó por la cabeza de Lorenzo.
-¿Tienes licencia de armas?
Ella negó en silencio y escondió el rostro entre las manos.
-Bueno, no creo que sea para tanto. Confiemos en la policía. Es mejor decirlo
que intentar deshacerse del cuerpo y actuar como si nada, ¿no?
Marián volvió a asentir. Lorenzo se levantó.
-No te preocupes, querida. Te prometo que todo irá bien. Voy a cerrar con
llave nuestra habitación hasta que llegue la policía.
Marián escuchó los pasos alejándose por el pasillo, y después el grito
ahogado de Lorenzo. Se levantó y salió corriendo al pasillo.
-¡Lore! ¿Qué sucede?
-No te lo vas a creer -Lorenzo estaba en el pasillo, señalando el interior del
dormitorio.
Marián se asomó y se quedó perpleja. El cuerpo, el cuchillo, el revólver y la
alfombra ensangrentada habían desaparecido. Allí no había pasado nada.
***
Doña Dorinda vendaba la cabeza de los dos heridos con hábiles manos. El
Boss permanecía taciturno. Estaba enfadado.
-¡Y que nunca podamos terminar una misión limpiamente…! -se quejaba.
Intervino Nicolás, a pesar de que le dolía horriblemente la cabeza.
-Boss, nosotros no tuvimos la culpa. Aquellos mendigos…
-Cállate, Nicolás -cortó el Boss -Si no se me llega a ocurrir acercarme por allí
a ver qué pasaba, no sé cómo habría terminado la cosa. Menos mal que llegué a
tiempo. Hice desaparecer el cuerpo y las armas. Arreglé el cristal roto, borré las
huellas. Marián y Lorenzo que se crean lo que les dé la gana, pero estarán a
salvo.
-¿Qué has hecho con el cuerpo? -preguntó Sindo.
-Los chicos de mantenimiento lo quemarán. ¡Y menos mal que di con
vosotros! ¡Habríais muerto de frío desmayados en aquel pajar…!
Nicolás sonrió con tristeza.
-¿Pero qué más dará, si ya estamos muertos…?
El Boss frunció el ceño.
-No es conveniente dejar huellas, ya lo sabes.
Nicolás reflexionó.
-Mira, Boss. Si analizas la jugada, nos ha salido genial: Héctor ya no tiene
envolturas mortales; ni él ni David se han salido con la suya; Dorinda ha pasado
unos días con su marido y aquí paz y después gloria.
El Boss sonrió.
-Pues va a ser que tienes razón. En fin, mañana por la mañana nos vamos.
Quiero a todo el mundo preparado a primera hora.
Doña Dorinda se levantó.

-En ese caso, el viejo gruñón y yo nos vamos a la cama. Buenas noches.
***
Mercedes había pasado un rato agradable charlando con sus parientes, pero
ya empezaba a estar preocupada por cómo se estarían desarrollando los
acontecimientos en el mundo terrenal. Vio que Pedro se acercaba trotando,
como de costumbre.
-Mercedes, ven. Tengo un recado para ti.
Ella se levantó con presteza.
-Verás, Héctor quiere hablar contigo. Está en la frontera.
Mercedes pareció escandalizada.
-Tiene permiso del Boss. Deberías hablar con él.
La acompañó hasta donde Héctor esperaba y se retiró. Mercedes miró a su
alrededor, pero no encontró a nadie.
-Estoy aquí -dijo Héctor -Mercedes se sobresaltó. Lo buscaba pero no lo veía.
-¿Dónde estás? No puedo verte.
-Claro que no puedes -gruñó Héctor -Ya no tengo envolturas mortales que te
sirvan de referente. Sólo podrás escucharme.
-Está bien. ¿Qué quieres?
-Vengo a decirte que ellos han ganado. Ni David ni yo nos salimos con la
nuestra. Jamás volveré a acercarme a ninguno de los tuyos, lo prometo.
Mercedes dudó. Viniendo de quien venía la promesa…
-Permíteme que no te crea. Tu credibilidad está bastante en entredicho.
-Te doy mi palabra de honor. Me ha costado demasiado caro este capricho.
Tardaré siglos en conseguir otra envoltura. ¿Y todo para qué? Era a ti a quien
quería y mira qué mal me salió.
Mercedes se encogió de hombros.
-No sé qué podía tener yo que te gustara. No soy tu tipo.
-Me gustan los retos, Mercedes, y tú eres difícil de doblegar. Me pasé todo el
año visitándote a escondidas, me colaba en tu habitación cuando dormías.
Mercedes sintió terror. Así que no eran figuraciones suyas.
-¿Por qué eres tan malo, Héctor? ¿No ves que no te trae más que disgustos?
-replicó.
-Es mi naturaleza, querida, al igual que la tuya es la bondad. No puedo
cambiarla. Pero mira, hoy te voy a hacer un regalo, para que veas que no soy
tan malo.
Mercedes se quedó esperando, se preguntaba qué podría darle a ella Héctor
que le interesara.
-David no es tu hermano. Pensé que te gustaría saberlo. Y hay pruebas físicas
que lo demuestran. Supongo que su madre mintió para fastidiar a la tuya, pero
no hay ni una partícula de sangre en común entre vosotros.
Ella procesó la información, sopesando cada palabra.
-Gracias, Héctor. Es un alivio saberlo. Se lo diré a mi padre cuando llegue.
-Deben de estar a punto de llegar. Te dejo. Querrás ir a recibirlos.
-Por supuesto.
-Adiós, Mercedes. No creo que volvamos a vernos, aunque me gustaría.
-Adiós, Héctor. No quiero ser maleducada, pero haré lo posible para que no
sea así.

Y Mercedes se alejó, encantada de que los hombres de su vida estuvieran de
vuelta. Se apresuró para estar presente cuando llegaran.
***
Doña Dorinda odiaba la niebla, donde ella vivía era persistente durante el
invierno. Sin embargo, se sentía de lo más tranquila avanzando lentamente
entre aquella tan espesa. No sabía a dónde iba ni le importaba, a algún sitio iría
a dar. Se sentía contenta. El persistente dolor ciático que llevaba
atormentándola los últimos días había desaparecido.
Una cara querida y conocida salió a su encuentro de repente.
-Hola, Dori.
-Querido Sindo, qué joven estás -rió doña Dorinda -¿Cuántos años se supone
que tienes? ¿Cuarenta?
Él sonrió y la tomó de la mano.
-Ha sido mi premio por la misión. El Boss ha rejuvenecido mi apariencia
virtual.
-Siempre has sido un maldito coqueto, Sindo -gruñó ella -¿Para qué quieres
aparentar tan joven aquí? ¿Sigues coqueteando con todo bicho viviente?
Sindo frunció el ceño.
-Para recibirte a ti, querida. ¿Para qué si no? También tú has vuelto a tus
treinta y muchos. Estás guapísima.
Ella sonrió emocionada.
-¡Por eso no me dolía la ciática! Ya me parecía a mí, con la caña que le he
dado estos días, que le hemos dado, mejor dicho… -la afirmación hizo reír a
Sindo.
-Veo que no te ha importado mucho… -seguían avanzando entre la niebla.
Doña Dorinda se sentía completamente feliz.
-¡Claro que no! Estaba deseando estar con vosotros. ¿Cómo fue? ¿El corazón?
Sindo asintió en silencio.
-Supongo que no aguantaste tantas emociones. Estos días andabas muy
movida, y entre que no eras una niña y tu manía de fumar como un carretero…
-Ah, eso sí lo echaré de menos, mira… -murmuró doña Dorinda -Y lo siento
por Emerson y Graciela: les he reventado la cena de Nochebuena.
-No te preocupes tanto, ahora tienen una granja de la que ocuparse, tendrán
que trabajar duro. Espero que les vaya bien. ¿Vamos a ver a Mercedes?
-¿Ya está enterada? No le habrá sentado muy bien…
Sindo cogió a su mujer por el codo para hacerla girar hacia la derecha.
-Es por aquí… bueno, al ser por causas naturales entiende que es lo que hay.
Tiene muchas ganas de verte. Está contenta, Nicolás ya ha regresado y ya se
han puesto a preparar la misión. Pobres, tienen muchas ganas de bajar al
mundo terrenal, como comprenderás -le guiñó un ojo.
-Pues yo creo que aquí se debe de estar de coña -dijo doña Dorinda.
-¡Ya lo creo que sí! Vamos. Te lo enseñaré. Estoy deseando que veas todo. Te
prometo que vamos a ser felicísimos.
-Bueno, esta vez te creo. Por mí no ha de quedar.
-Ni tampoco por mí, Dori. Tampoco por mí.
FIN