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anavillarreal16

15 DE DICIEMBRE
Mercedes salió a la gélida mañana pertrechándose en la bufanda de forro polar.
El termómetro del porche marcaba seis grados bajo cero. La atmósfera estaba limpia, aún
había multitud de estrellas en el cielo despejado. Mercedes se detuvo un momento a mirarlas
y exaló un suspiro enorme. El frío se le metió en los huesos como un puñal, así que se dirigió
hacia las cuadras a paso rápido. De repente, una figura pequeña surgió de las sombras.
-Buen día, doñita. Es un decir. Qué frío hace.
Mercedes pegó un respingo.
-¡Emerson! ¡Qué susto me has dado! ¿Siempre tienes que aparecer como un
fantasma?
Normalmente, Mercedes sentía un cariño infinito hacia su capataz peruano, pero
esta vez la vista del pequeño y moreno Emerson le crispó los nervios. En realidad, desde
hacía diez días todo le crispaba los nervios. El capataz no se inmutó.
-Doñita, está usted muy nerviosa –dijo con voz tranquila -¿Le preocupa la vaca?
No; a Mercedes no le preocupaba la vaca, precisamente.
-Ahora vendrá el veterinario. No se preocupe, tendrá un parto estupendo. Pero
algo me dice que no es la vaca ¿verdad?
-Emerson, déjame en paz, anda…
El capataz había notado ya unos días antes el cambio de humor de su jefa. No
había sido el único. La madre había estado zahiriéndola aquella mañana, después de que
Mercedes derramara todo el café en la mesa de desayuno.
-Estás tonta –le dijo –No sé qué te pasa últimamente, estás más atontada que de
costumbre.
Por toda respuesta, Mercedes encendió un cigarrillo.
-Y hazme el favor de no fumar aquí. Sabes que no lo soporto.
Mercedes se puso de pie. Los ojos le echaban chispas.
-Y yo no te soporto a ti, madre. Sabes muy bien que podía estar cómodamente
en mi biblioteca en vez de ocuparme de esta mierda de granja. Para empezar, aún me
quedarían dos horas y media más de sueño. ¡Así que deja de darme órdenes!
La madre tembló de ira. No conocía a su hija.
-Eres una completa maleducada, Mercedes.
-¡Déjame en paz! –Mercedes salió dando un portazo.
Volvió a la realidad. El frío ayudaba a ello.
-Emerson ¿Te ocupas tú del asunto del veterinario? Tengo que ir a los
invernaderos a ver cómo va el tema de la partida de repollos. Hoy vienen a buscarlos.
-Descuide, doña. Yo me hago cargo –Emerson sonrió.
Mercedes se alejó a toda prisa de los establos y, al llegar a la esquina del edificio,
giró abruptamente en dirección opuesta a los invernaderos. Necesitaba estar sola y llorar.
Sentía crujir la hierba escarchada bajo sus pies mientras se dirigía a la vieja cabaña, último
reducto de su infancia. Su tío Manolo, hermano de su padre, se la había construido durante
un verano. Empujó la puerta con dificultad, estaba hinchada por los muchos inviernos a la
intemperie, y se sentó en un tocón.
“Estúpida, imbécil” se dijo a sí misma mientras sacaba el tabaco del bolsillo del
plumífero. “Hoy es quince, seguro que aparece hoy.”
Encendió el cigarrillo con manos temblorosas y su escasa autoconfianza se
desmoronó al apagar la llama del mechero.
“No… la misión empezaría hoy. Ya me tenía que haber llamado para decirme
dónde nos reuníamos. Está claro que no volveré a verle”. Y se echó a llorar.
Tras quince minutos de desahogo, se secó las lágrimas de un manotazo. Seis y
media. Tenía que ir a ver si había llegado el veterinario. Por el camino, siguió
autotorturándose.
“Seguro que no quiere saber nada de mí, interferir en mi vida… querrá que me
asiente de una vez sin estar pendiente de él. Eso, si no…” se estremeció.
Una niebla ligera ascendía de la hierba húmeda, dando a todo un aspecto
fantasmagórico. Entonces, en lontananza, divisó una figura rasgando el jirón gris. La

reconoció al momento. Aligeró el paso, cada vez iba más rápido. La figura no varió el suyo.
Mercedes empezó a correr, a sentir calor, sudaba debajo del plumífero.
-¡Boss, querido Boss! ¡Ya creí que me habíais olvidado! –y se arrojó en sus brazos
llorando.
***
El Boss dejó que Mercedes se desahogara a gusto. No la había perdido de vista
durante el último año y sabía que no había sido fácil para ella.
-¿Dónde está Nicolás? ¿Dónde? –Balbuceó Mercedes soltándose del abrazo.
-Uf. Está con tu madre –contestó el Boss.
A Mercedes ni siquiera se le pasó por la cabeza preguntar qué habían ido a hacer
allí. Sólo quería ver a Nicolás. Se dirigió hacia la casa a zancadas, seguida por el Boss. Fue
secándose las lágrimas con la bufanda por el camino. También intentó tranquilizarse. Dejaría
que ellos llevaran el ritmo de la conversación.
-Espera un momento, Mercedes –el Boss la cogió por un brazo y la obligó a parar
–Sé que has tenido un año duro, durísimo…
Mercedes sintió miedo.
-¿Nicolás sabe algo? –preguntó con voz temblona.
-No –contestó él –No le he dicho absolutamente nada. Lo dejo a tu criterio.
Siempre te he considerado una persona sensata y sé que elegirás lo más conveniente. Siento
por lo que has pasado.
-Gracias –musitó ella –Supongo que no podemos saludarnos con demasiada
efusión. ¿Qué bola le habéis contado a mi madre para justificar vuestra presencia aquí?
El Boss se echó a reír.
-Ya lo verás. Algo gordo, para que colabore. No te preocupes, todo saldrá a pedir
de boca.
Mercedes lo dudaba bastante, estando su madre por el medio. Sin embargo,
decidió confiar en él. Habían llegado a la casa.
-¿Estoy bien? –preguntó Mercedes con timidez antes de empujar el portón de
roble.
-Estás guapísima –respondió el Boss poniendo los ojos en blanco.
Se oían voces procedentes de la cocina. Mercedes guió al Boss a través del largo
pasillo. Suspiró varias veces antes de entrar y, armándose de valor, hizo acto de presencia en
la estancia.
-Ah, ya están aquí –dijo la madre.
Nicolás se acercó a ella con los ojos brillantes. Mercedes permaneció petrificada,
esperando que moviera ficha. Le temblaban las piernas. Se clavó las uñas en las palmas de
las manos para refrenar las ganas de abrazarlo.
-Hola, Mercedes. Cuánto tiempo –Nicolás le tendió la mano. Ella se la estrechó
con flojedad. Le daba la impresión de que todo era un sueño.
-¿Qué tal, Nicolás? –consiguió articular al final. El montaje teatral no le estaba
gustando en absoluto. Sentía los ojos de Nicolás por todo su cuerpo y, lo que era peor,
también los de su madre. Esperaba que fuera lo que fuese que se habían inventado aquellos
dos para justificar la presencia en su casa preguntando por ella, pareciese convincente.
-Mercedes les hará café –dijo la madre con voz contundente –Siéntense, por
favor.
Mercedes empezó a trastear con la cafetera, sin dejar de sentir los ojos de su
madre posados en su espalda. Se hizo un silencio incómodo. La madre lo rasgó con un tono
de voz metálico que no auguraba nada bueno.
-Vaya, vaya, Mercedes… Así que trabajas de espía. No sabía yo nada de ese
pluriempleo, fíjate…
A Mercedes casi le cayó al suelo por segunda vez aquella mañana la cafetera
italiana. ¿Espía? ¿Qué diantre habían inventado aquellos dos? Se giró para intentar contestar
algo plausible, pero el Boss se le adelantó.
-Verá, señora… No sé si Nicolás le habrá contado lo valiosa que es su hija para
nuestras misiones. Créame, el gobierno le estará eternamente agradecido por su
colaboración, además de que le pagaremos unos honorarios más que generosos.
La madre relajó el gesto.

-Llámeme Dorinda, por favor –le contestó al Boss –Lo que me cuesta entender es
cómo puede Mercedes ayudarles a ustedes, fíjense… ¡Si ni siquiera sabe manejar la cafetera
con soltura!
Nicolás empezó a notar cómo le hervía la sangre. ¡Maldita mujer, llamando torpe
a su perfecta y eficiente Mercedes! La miró con rabia, pensando cómo de semejante
miniatura podían haber salido los ciento setenta y cinco centímetros en los que se había
convertido la esbelta Mercedes. Doña Dorinda Mareque permanecía sentada muy tiesa, con el
pelo gris recogido en un moño tirante. Iba enteramente vestida de negro, se suponía que de
luto por su marido, aunque en realidad lo era por pura comodidad y falta de coquetería. Así
mataba dos pájaros de un tiro. Su espalda estaba curvada y su rostro surcado de arrugas, lo
que revelaba una vida dura dedicada al campo, al igual que sus manos callosas. Miraba a sus
interlocutores de modo inquisitivo y desafiante, y eso hacía que todo el mundo la respetara, a
pesar de su apariencia pequeña y frágil.
-Pues créame, en las misiones es la eficiencia personificada –contestó Nicolás con
tonillo impertinente.
Dorinda lo ignoró y siguió dirigiéndose al Boss. Estaba claro que, de los dos, era
su favorito.
-No recuerdo su nombre, señor…
-No se lo había dicho, perdone. Me llamo Cristóbal; Cristóbal Pérez.
Mercedes puso el café en la mesa. Repartió tazas, platos y cucharillas y sirvió el
reconfortante líquido.
-Gracias –le dijo Nicolás con un tono cargado de intención.
-¿Y ocupa usted un puesto muy importante en el gobierno? –estaba preguntando
Dorinda.
-En seguridad nacional, el máximo – Contestó el Boss. Y comenzó a desenredar la
madeja de embustes que había tejido para convencer a la suspicaz Dorinda. Mercedes los
había ayudado en otra misión cuando trabajaba en la biblioteca, ni más ni menos que un
ladrón de guante blanco buscado por toda la Interpol que había robado varios cuadros y unos
cuantos manuscritos de museos y bibliotecas. Mercedes había desenmascarado al ladrón
porque su comportamiento en la biblioteca resultaba sospechoso. Efectivamente, el tipo
andaba detrás de un millonarísimo “Libro de horas” que se custodiaba allí. Desde entonces, el
Departamento (se guardó bien de decir cuál) contaba con la colaboración del valioso cerebro
de Mercedes de vez en cuando.
-No me habías contado nada, hija –Dorinda se dirigió a Mercedes, que se sentaba
junto a Nicolás muy tiesa también. El Papá Noel le cogía la mano por debajo de la mesa, a
falta de algo mejor.
-Por aquella época no nos hablábamos, mamá –contestó la aludida con
insolencia.
-Sirve a los señores un trozo de ese bizcocho de nata tan rico que hiciste ayer –
contestó la madre soslayando el tema. A continuación, se dirigió al Boss en tono confidencial
–Mercedes cocina de maravilla.
-Oh, Dios mío –murmuró Mercedes muy bajito –Las tornas han cambiado, ahora
me está haciendo propaganda…
-Por no hablar de cómo lleva la granja. Bueno, Cristóbal, tendrá usted ocasión de
comprobarlo en primera persona, porque mientras dure su… ¿misión, la ha llamado? se
alojará aquí, por supuesto…
-Y a mí que me vayan dando –susurró Nicolás a Mercedes.
El Boss ensayó su sonrisa desarmante.
-Cuánto lo siento, Dorinda, créame… Yo no puedo quedarme, estaré yendo y
viniendo… pero mi lugarteniente Nicolás sí necesita un lugar dónde alojarse, y acepta su
invitación encantado. ¿Verdad, Nicolás?
Nicolás se atragantó con el trozo de bizcocho que estaba comiendo y bebió
precipitadamente un sorbo de café.
-¿Qué? Oh, sí, por supuesto. Muchísimas gracias por su hospitalidad.
El Boss sonrió a los tres rostros que lo observaban con ganas de fulminarlo. La
maniobra había salido perfectamente. Conociendo a doña Dorinda, las posibilidades de que

Mercedes y Nicolás pudieran compartir sus noches estando bajo el mismo techo se reducían
al mínimo.
***
-Mataré al Boss. Menuda jugarreta nos ha hecho –masculló Nicolás francamente
contrariado.
Estaba sentado en el tocón de la cabaña, con Mercedes sobre sus rodillas. Por lo
menos el Boss había tenido la gentileza de dejarles media hora de asueto para que se
saludaran como era debido.
-Mi idea era coger un hotel a algunos kilómetros de aquí y que tú te escaparas
por las noches –continuó Nicolás, aspirando el aroma del pelo de ella.
-Mi madre se despierta con el vuelo de un mosquito –se lamentó Mercedes -Ya
tendríamos que dejarnos ver, deben de andar preguntándose dónde estamos. ¡Maldita sea,
Nicolás! ¿De todos los casos navideños teníais que elegir justo uno aquí? ¿De entre todo el
globo? ¡Ya es casualidad!
Se pusieron de pie y salieron de la cabaña muertos de frío. Eran las ocho de la
mañana y estaba empezando a amanecer. Un mastín enorme les salió al encuentro. Nicolás
se asustó.
-Es Rocky –explicó Mercedes –No hace nada –Y le acarició la cabeza.
Nicolás volvió al tema.
-Mira, cuando el Boss me lo comentó me pareció malísima intención por su
parte… hasta que me contó los detalles. Es un código rojo en toda regla. Lo demás puede
esperar.
Mercedes se paró en mitad del camino hacia las cuadras. Iba a ver si la vaca
había parido por fin.
-Oye, oye, oye… Esto no tendrá nada que ver conmigo ¿eh? No tengo con quién
arreglarme ya, estoy a bien con todo el mundo.
La expresión de Nicolás se endureció hasta extremos inimaginables.
-Ya no se trata de arreglar a nadie con nadie. Estamos hablando de algo muy
grave. Estamos hablando de evitar una muerte.
Mercedes abrió la boca como una tonta. Nicolás le ahorró hacer la pregunta.
-Mercedes… quieren matar al alcalde.
***
El todoterreno frenó en seco a dos metros de la orilla del río. Habían decidido
reunirse lejos de ojos y oídos indiscretos para ultimar los detalles. La vaca había parido un
ternero precioso, los huevos y los repollos habían sido recogidos por los proovedores y todo
parecía funcionar bien. Mercedes podía concentrarse en la misión, siempre que no la
distrajera Nicolás, claro.
-Veo que sigues conduciendo como una loca –dijo Nicolás soltándose el cinturón
de seguridad.
Hacía demasiado frío para bajar del coche, pero el Boss insistió en pasear por el
bosque.
-No querrás que alguien te vea y diga que la hija de la Dorinda estaba en el
coche con dos hombres…
Mercedes asintió. No, no quería en absoluto.
-Así que quieren matar a Lorenzo. Ya me imagino quién es…
Por supuesto, sólo podía ser una persona: el antiguo alcalde y ahora jefe de la
oposición. El asqueroso David, el cerdo de David, el ricachón del pueblo, último bastión de los
caciques.
-David Molero tiene ideas raras y perversas rondando por su cabeza –intervino el
Boss.
-Por supuesto. David Molero sólo tiene ideas raras y perversas en su cerebro. No
da para más –Mercedes escupió las palabras.
Había mentido antes al decir que ya no tenía nadie con quién arreglarse. Odiaba
a David Molero todo lo que un corazón generoso como el suyo era capaz de odiar. Lo odiaba
desde aquel día de verano de sus diecisiete años en que el matón de David la acorraló en
una cuadra abandonada con lo que ella imaginó eran pérfidas intenciones. La fue llevando

hasta dejarla pegada a la fría pared de madera, a pesar de la época estival. Pegó su cuerpo
al de Mercedes y, acercando la boca a su oreja, susurró unas palabras que nunca olvidaría:
-Coño, la Mercedes. La hija de la Dorinda. ¿Sabes qué pienso de ti? –al mismo
tiempo, le manoseó los pechos torpemente –Eres demasiado fea para que te meta mano. No
te hagas ilusiones –Y la soltó bruscamente, se alejó a carcajadas, subió a su moto reluciente
con el tubo de escape trucado y se marchó petardeando, dejándola llorosa y temblorosa.
Mercedes se dejó resbalar por la pared hasta quedar en cuclillas mucho rato. Lloró como
nunca en su vida. No sabía muy bien si era por el miedo a ser ultrajada o por el desprecio de
no ser merecedora de ello. Perdió la noción del tiempo, llegó tarde a casa y su madre la
castigó. Aborreció a los hombres a raíz de aquella experiencia, hasta que llegó Nicolás. Sí,
Mercedes odiaba a David.
-Sólo de pensar que tengo que tratar con ese sujeto me dan ganas de vomitar –
expresó en voz alta.
Las tornas habían cambiado a raíz de la vuelta al pueblo de Mercedes el año
anterior. David Molero ya no la miraba con desprecio, sino con absoluta lujuria. Le gustaban
los retos y había que reconocer que la hija de la Dorinda se había puesto hecha un bombón.
Y ella lo odiaba, cosa que a él lo excitaba más todavía. El hecho de estar casado y ser padre
de tres criaturas parecía no importar demasiado. Todo el pueblo sabía que David Molero era
el propietario de dos de los tres bares de carretera del pueblo, así que se podía sospechar
que la fidelidad no era su fuerte. Marián, su mujer, odiaba a Mercedes porque sabía que su
marido la rondaba. Mercedes despreciaba a Marián por aguantar al lado de semejante
especimen sólo porque tenía dinero y posición.
-No es tanto tratar con David, que de eso ya me encargaré yo, como de vigilar a
Lorenzo –dijo Nicolás con tono de fastidio. Tono que a Mercedes no se le pasó por alto –De
todos modos, tenéis una relación bastante estrecha ¿me equivoco?
Mercedes parpadeó. ¿Eran los celos los que hablaban por boca de Nicolás?
-Hombre, Nicolás. Estamos en la misma corporación municipal, soy su concejala
de cultura. Evidentemente, tenemos que tener un contacto estrecho, digo yo –intentó que su
voz sonara con aplomo, pero le temblaban las rodillas. ¿Nicolás sospecharía algo?
Lorenzo Bermúdez había sido durante años el único hombre que a Mercedes le
resultaba soportable. Cuando eran niños ella lo ayudaba durante el verano a quitar los cepos
y trampas de los cazadores furtivos. Lorenzo tenía una conciencia claramente ecologista y
amaba a los animales. Después se marchó del pueblo durante mucho tiempo y, casualmente,
regresó cuando Mercedes hizo lo propio, el año anterior. Sus padres habían muerto y había
vuelto para ocuparse de su granja, que también había entrado en la subvención del cultivo
biológico. Es decir: eran rivales, pero al mismo tiempo eran amigos y colegas. Cuando
Lorenzo, harto de los tejemanejes de David en el Ayuntamiento, dijo a Mercedes que quería
presentarse a las elecciones y que la quería en su equipo, ella aceptó. Llevaba un programa
impecable y ambicioso, y ganó. Todo el pueblo lo quería menos David y sus adláteres.
Imposible no quererlo, a una presencia física agradable y simpática unía un carácter
encantador, con indudable don de gentes. Y, además, permanecía soltero.
***
-¡Por encima de mi cadáver! –bufó doña Dorinda cruzando los brazos bajo su
generoso pecho.
El plan había quedado trazado por la mañana en sus rasgos esenciales, pero
quedaba un fleco. ¿Cómo justificar la presencia de Nicolás en el pueblo? Mercedes y él serían
vistos juntos infinidad de veces y las murmuraciones se dispararían. Así que el Boss propuso
hacer pasar a Nicolás por novio de Mercedes, lo cual no era del todo mentira.
-¿Usted se imagina los cotilleos que habría en el pueblo al saber que alojo al
novio de mi niña bajo el mismo techo que ella? ¡Eso no es una casa decente! –gruñó la
anciana.
-Pues no sé qué otra cosa podemos hacer –murmuró el Boss. Ya se imaginaba
que doña Dorinda se negaría.
-Podemos decir que viene a ver la granja para comprarla. Eso sería más creíble y
respetable. Y no hundiría la reputación de mi niña de por vida –sugirió la madre.
Mercedes esbozó media sonrisa. Si a los treinta y siete años tenía que cuidar de
su reputación…

-Y usted –continuó doña Dorinda dirigiéndose a Nicolás –sepa que lo tolero en mi
casa porque la paz mundial corre peligro, que si no… es usted demasiado guapo y no me
gusta cómo mira a mi Mercedes. Dormirá en el cuarto que está al final del pasillo, y le
advierto que me despierto hasta con el roer de una polilla… -Nicolás ahogó una carcajada al
escuchar lo de la paz mundial. Lo del pasillo y la polilla ya no le gustó tanto.
-Descuide, señora. No tengo el menor interés en su hija y no le tocaré un pelo de
la ropa –al oír esto, el Boss empezó a toser aparatosamente.
-¡Por supuesto! –contestó la mujer –Mi hija es un espejo de virtud y no toleraría
que usted le pusiera la mano encima ¿Verdad, Mercedes? –Mercedes fingió afanarse en coger
los platos del aparador para poner la mesa –Y, además, es demasiado buena para usted,
como podrá comprobar estos días.
16 DE DICIEMBRE
-Cierra la puerta si quieres fumar un cigarrillo. Sólo nos faltaba una denuncia por
fumar en lugar no habilitado para ello.
Mercedes obedeció y volvió a ocupar su lugar favorito en el despacho del alcalde,
el escaño de piedra junto a la ventana desde donde podía admirar el paisaje montañoso.
Encendió un cigarrillo y dio un sorbo al café. Detrás de su mesa, Lorenzo revolvió su infusión
con la cucharilla y bebió despacio.
-No sabía que querías vender la granja, Merce –dijo.
Mercedes intentó pensar rápido una respuesta, pero estaba agotada y
somnolienta. Se había acostado a las doce, a las dos se había escapado al cuarto de Nicolás y
a las cuatro y media se había vuelto al suyo. A las seis estaba en pie para planificar la
jornada con Emerson. Había merecido la pena, pero ahora se le cerraban los ojos.
-En fin… empiezo a tener muchos gastos y añoro mi biblioteca –contestó.
-¿Y qué vas a hacer con tu madre? No va en el lote de venta ¿verdad? –Lorenzo
soltó una carcajada que iluminó su atractivo rostro.
Mercedes comenzó a pensar que se había metido en un callejón sin salida, pues
conocía la solución que le iba a ofrecer el alcalde al embrollo. No pudo evitar mirarlo con
cariño. Lorenzo era un hombre guapo de cuarenta años, alto, de pelo rizoso castaño claro y
barba perfectamente recortada. Sus ojos verdes chispeaban siempre de alegría. El buen
humor era su divisa. Vestía con sencillez y desenfado ropa cómoda apropiada para la vida en
una granja, incluso cuando estaba en el ayuntamiento. Siempre parecía estar dispuesto a
escuchar los problemas ajenos y a aportar soluciones. Se levantó de su sillón y se dirigió a
ella, que se giró hacia la ventana fingiendo observar el paisaje, sabiendo que no tenía
escapatoria.
-Te lo he dicho mil veces –susurró él en su oreja mientras la cogía por la cintura y
aspiraba el aroma de su pelo –Cásate conmigo, viviremos en mi granja, nos llevamos a tu
madre, que sé que me aprecia, y seremos felices para siempre. ¡Por favor!
No habían sido mil veces, pero sí que era por lo menos la cuarta ocasión en que
tenían tal conversación en seis meses. Mercedes pensó con tristeza que tenía gracia, toda la
vida había estado más sola que la una y ahora que estaba enamorada de alguien le surgían
pretendientes por todas las esquinas. Se giró hacia Lorenzo con pena. Lástima no amarlo,
habría sido la solución perfecta a su vida. Pero no podía ser.
-Ya sabes que no puede ser, Lore –repuso con tranquilidad –Yo te quiero
muchísimo, pero no de la manera que mereces.
-Sabes que seguiré intentándolo –contestó él con terquedad infantil.
-Estás en tu derecho –dijo Mercedes –Y yo seguiré diciendo que no. Y créeme
que me apena, pero no creo en el matrimonio sin amor. Ya tuve el ejemplo en casa, con mis
padres.
-No digas eso, yo estoy loco por ti –el alcalde se miró la punta de las botas.
-Pero yo no, Lorenzo. Y no lo puedo forzar. No saldría bien.
-Seguiré intentándolo y lo conseguiré –contestó el alcalde tenazmente.
***
A las once de la mañana David Moledo caminaba por la Plaza Mayor hecho un
pincel. Como todo nuevo rico, su atuendo rechinaba en un lugar tan sencillo como la plaza de
un pueblo castellano, pero a él no le importaba. Le gustaba hacerse notar. Hacía frío y se

ajustó el cuello de piel de su abrigo de pelo de camello hecho a medida. El sol sacaba reflejos
azabache al pelo engominado hacia atrás. Ya no era el alcalde, cargo que había
desempeñado durante ocho años, pero seguía comportándose como si lo fuera. Cruzó la
plaza pavoneándose y, de repente, frenó en seco. Acababa de divisar a la hija de la Dorinda
hablando con un ridículo sujeto. ¿Era un Papá Noel? ¡Lo era! Lo que faltaba, el maldito
alcalde traía horribles costumbres protestantes a un pueblo decente, de tradición católica,
apostólica y romana. Y la Mercedes haciéndole caso. Una pena. Admiró su estampa atlética y
recordó vagamente el día en que la había acorralado en aquella cuadra. Aquella canija
esmirriada y cuatro ojos se había convertido en una jaca de primera, no cabía duda. A David
le gustaban las mujeres delgadas y morenas, no como su Marián, cuya vida burguesa y
aburrida le había hecho entrar en carnes demasiado pronto y sus mechas rubias le daban un
aspecto lánguido y bobalicón. Decidió que Mercedes estaba en su punto, como bien
revelaban las piernas enfundadas en pantalones de montar y la larga melena castaña
flotando en su espalda. ¡Tenía un aspecto tan sano y feliz! Y el maldito protestante la estaba
haciendo reír con toda su alma.
Si David hubiera escuchado parte de la conversación de Mercedes y Nicolás se
habría echado las manos a la cabeza, pues recordaban acontecimientos de la noche anterior.
Mercedes vio llegar al cacique con el rabillo del ojo y presintiendo jaleo gordo, advirtió a
Nicolás:
-Oigas lo que oigas, no te descompongas. Echarás a perder la misión si le pegas y
te das a conocer.
Nicolás asintió de mala gana. Palpó su bolsillo y cogió un puñado de caramelos.
-Jo, jo, jo, jo. Feliz Navidad, amigo –engoló la voz para dirigirse a un huraño
David –Coge un caramelito, anda.
David echó una ojeada primero a los pechos de Mercedes, a pesar de que llevaba
una gruesa cazadora, y después a los ojos verdes de Nicolás, que emitieron un destello
metálico que no auguraba nada bueno.
-Ni muerto, protestante –replicó con desprecio –No me digas que has cogido
caramelos de este tiparraco –dijo a Mercedes -¿No te dijo nunca tu mamá que no aceptaras
golosinas de extraños? Esto ha sido idea del gilipollas del alcalde, me juego el cuello.
-No. Me dijo que nunca fuera a cuadras abandonadas con bastardos de mierda –
contestó ella con los dientes apretados.
-Touché –replicó David -¿Qué se puede esperar de una mujer que emplea a
malditos inmigrantes sudacas, presidiarios y subnormales profundos para trabajar en su
granja? ¡Ponga un protestante en su vida!
-Me están entrando ganas de darte una patada en los huevos, David –contestó
Mercedes. Nicolás se inquietó. Mal asunto cuando Mercedes decía palabrotas. Por otro lado,
deseó que la amenaza se materializara –Soy muy fuerte ¿sabes? Probablemente te los
pondría en el estómago.
-No lo dudo, nena. De hecho, me gustaría que me demostraras tu fuerza en otro
contexto. Ya me entiendes… -exhibió una sonrisa procaz.
Mercedes se encolerizó, pero procuró controlarse.
-Ni aunque fueras el último hombre sobre la tierra –contestó –Además, no me
van los gordos sebosos de carnes blandas.
Nunca sabrían cómo podría haber terminado la escena. Lorenzo se acercaba
hacia ellos a buen paso.
-¿Algún problema? –Había visto los gestos amenazadores de Mercedes desde
lejos.
Entonces intervino Nicolás:
-¿Un caramelo, señor alcalde?
-Gracias –contestó Lorenzo con su sonrisa desarmante. Lo abrió y enseguida se
dio cuenta de que el papel estaba escrito.
-Caramba, aquí hay una especie de mensaje -Lo leyó en voz alta: VIGILA BIEN
TU ESPALDA –Oh, no es muy alentador ¿no?
David había palidecido. Se encaró con Nicolás.
-Quiero un caramelucho de ésos –gruñó.
Nicolás movió la cabeza significativamente.

-Mmmm, no sé si dártelo. No te has portado muy bien. Discúlpate con la señorita.
David frunció el ceño.
-Que se disculpe ella… Vamos, hombre. Ella me insultó primero.
-Ni hablar. ¿Quieres un caramelito, guapa? Toma.
Mercedes abrió su caramelo y leyó el mensaje: TE ESPERA UN AÑO LLENO DE
PAZ Y FELICIDAD. David no pudo más, la curiosidad era más fuerte que él.
-Lo siento, Mercedes. Me he pasado.
-Vale. Ya está. Dejémoslo –contestó ella.
Entonces Nicolás ofreció un caramelo a David. Mercedes se empezó a poner
nerviosa. No se habían andado por las ramas para escribir el mensaje.
-¿Y el tuyo qué dice? –preguntó Lorenzo.
David no contestó. Tenía la boca estúpidamente abierta como un pez fuera del
agua. Miró a Nicolás y dijo:
-Gilipolleces. ¿Qué va a poner si no?
Y, dando media vuelta, se marchó. Mercedes y Nicolás conocían perfectamente el
contenido del mensaje: RECUERDA: ASESINAR ES UN DELITO.
***
A Lorenzo le gustaba ir andando al ayuntamiento todos los días desde su granja,
a kilómetro y medio de distancia. Disfrutaba sintiendo el aire gélido en sus mejillas, le
ayudaba a pensar. A las tres volvía dando otro paseo. Mercedes lo sabía, así que se ofreció a
llevarlo en coche a casa. Y él, intrigado por el contenido del mensaje y guiado por el deseo
de estar un rato a solas con ella, aceptó.
-¿Tú qué interpretarías si leyeras en el papel de un caramelo que tienes que
vigilar tu espalda, Merce? –preguntó con timidez.
-Oh, probablemente no será más que una tontería, no te preocupes. No te lo
habrás tomado en serio ¿eh? –Mercedes iba desesperada, había sacado el minicoche que no
necesitaba carné que solía conducir Emerson, y aquello le parecía más lento que una tortuga
asmática.
-Merce, no sé qué decirte. Desde hace algunos días me da la impresión de que
alguien me observa, como que me vigilan. Ya sé que es una chorrada como un mundo,
pero… Y ahora vienes tú, providencialmente, a acompañarme hasta casa.
Mercedes paró el coche ante el portón de la casa de Lorenzo.
-¿Quién podría querer hacerte daño, Lorenzo? Eres una buena persona.
-Todos los que han salido perdiendo al no permitir la expropiación de los terrenos
para el parque industrial que quería hacer David, por ejemplo. El propio David, sin ir más
lejos.
Por supuesto, Lorenzo había adivinado el motivo sin mucho esfuerzo. Mercedes
sintió un escalofrío al recordar los detalles que le había contado el Boss. David había
contratado una cuadrilla de matones. Pero todavía no se había visto a ningún forastero en el
pueblo. Mercedes había pasado toda la mañana de bares interrogando sutilmente a la
parroquia. Se había tomado cinco cafés y estaba como una pila.
-Venga, Lore. No te preocupes. Si ves algo raro llámame ¿vale?
Lorenzo le pasó un brazo por los hombros.
-Me encantaría estar en peligro de muerte si vas a ser tú mi guardaespaldas –
amagó un beso, pero Mercedes giró la cara -¿No me das un beso? Tú te lo pierdes, beso muy
bien.
Mercedes se echó a reír.
-Venga, donjuán. Nos vemos por la tarde en el ensayo del Belén.
***
-Me estás ocultando cosas –soltó Nicolás a bocajarro. Se habían reunido en la
habitación que Mercedes había habilitado como biblioteca, única condición que había puesto
a su madre al volver a su casa. Ante el fastidio de doña Dorinda, habían anunciado que
necesitaban reunirse a solas varias veces al día para hablar de los detalles de la misión.
Ella intentó mantener la calma.
-¿Por qué dices eso, Nicolás? ¿Qué crees que te estoy ocultando? Habla claro.
Mercedes temblaba por dentro. ¿A qué se referiría? ¿A que Lorenzo se le
declaraba día sí, día también? ¿A que David la desnudaba con la mirada cada vez que se

encontraban? ¿A lo de febrero? No, estaba dispuesta a confesar cualquier cosa excepto lo de
febrero. Ni bajo tortura.
-¿Qué pasa con David Molero? Hay una animadversión entre vosotros exagerada.
¿Qué está sucediendo?
Mercedes suspiró. De todo, era lo menos grave. Le contó lo que le había sucedido
con David siendo apenas una adolescente y el rencor que albergaba hacia él desde entonces.
Le contó también que llevaba sufriendo sus groseras insinuaciones desde que había vuelto al
pueblo. Le explicó todas las cortapisas que ponía a los proyectos iniciados por el nuevo
equipo municipal y cómo Lorenzo le había reventado la mayor parte de sus sucios negocios.
-Lo odio, Nicolás. No lo puedo remediar. Me gustaría verlo muerto –declaró.
-La Mercedes que yo conozco nunca diría tal cosa –contestó Nicolás con fría
seriedad.
-Es tan sucio, tan malvado, tan… -continuó ella.
-Ay, niña –Nicolás la abrazó y ella miró inquieta hacia la puerta –Quién te
mandaría meterte en política. ¿Cómo se te ocurrió semejante cosa, mujer?
Mercedes no contestó. Esperaba que fuese una pregunta retórica. No le podía
revelar los motivos que en marzo la habían empujado a entrar en la candidatura de “Verdes
en acción”. Le pareció perfecto en el momento para evadirse y soslayar unos cuantos
problemas que tenía. Lo malo era que se había encontrado con otros, siendo el menor de
ellos la dulce insistencia de Lorenzo. A decir verdad, había días que le costaba resistirse a sus
encantos. Si no había caído ya rendida era por Nicolás.
-Tu alcalde es un hombre muy atractivo –continuó Nicolás con retintín.
Mercedes bajó la vista.
-¿No lo crees así? –insistió Nicolás.
Entonces, ella sí clavó los ojos en los suyos.
-Sólo sé que no eres tú –contestó.
***
A las seis se dirigieron al salón de actos del ayuntamiento para los ensayos del
Belén. Mercedes sabía que su llegada acompañada de Nicolás iba a causar no poco revuelo,
pero en algún momento había que empezar a trabajar en firme. Como concejala de cultura,
la dirección del Belén viviente estaba a su cargo y, por supuesto, había problemas. La niña
que hacía de Virgen María era la hija de David y Marián, una rubita espigada de dieciséis
años que parecía no haber heredado la genética de sus padres. Y el chico que representaba a
San José era sobrino de Lorenzo. Mercedes ya había detectado que entre los adolescentes
habían empezado a saltar chispas, y preveía que se les venía encima un problema de
Capuletos y Montescos de cierta envergadura.
-¿Cuánta gente participa? –preguntó Nicolás cogiendo a Mercedes por los
hombros y arrimándose a ella. Hacía mucho frío.
-Un montón. Casi todos los niños hacen algún papel. Y no es fácil coordinarlos, te
diré. Además, sus madres están en los ensayos dando la vara y sugiriendo lo que nadie les
ha pedido. Son bastante insoportables –gruñó ella –Y ahora suéltame, alguien podría vernos.
-Todo habría sido más fácil si hubieras dicho que soy tu novio.
Mercedes se echó a reír.
-Sí, y no te dejarían marchar del pueblo sin antes casarte conmigo. Déjalo estar…
Efectivamente, los presentes en el salón se quedaron bastante perplejos al ver a
la hija de la Dorinda en compañía de un hombre desconocido y realmente atractivo. Lo
presentó como un amigo forastero y no dio más explicaciones. La primera en querer ser
presentada fue Marián y estuvo verdaderamente estúpida durante la conversación,
intentando hacerse la interesante y haciendo notar que su hija era la más guapa y estilosa de
todo el belén viviente y que su túnica era realmente de seda natural, comprada en Madrid en
la mejor tienda de telas que había.
Apareció también el párroco, que fue debidamente presentado a Nicolás, y dio
comienzo el ensayo. En algún momento llegó Lorenzo, se interesó por saber quién era el
amigo de Mercedes y presenciaron el ensayo juntos, charlando animadamente. A Mercedes le
daba cierta grima verlos juntos.
-¡Silvia! –gritó –Haz el favor de atender a los pastorcillos cuando lleguen, que
andas pendiente de todo menos de tu papel. Si sigues así, te relevaré.

La hija de Marián hizo una mueca de desprecio.
-¡Mamá! No consientas que me hablen así.
Intervino la madre para convencerla. Mercedes se giró hacia Nicolás y Lorenzo.
-Las estrangulo a las dos, os lo juro. ¡Qué chica más insoportable! Y lo peor es
que tu sobrino le pone ojitos al canto. Por cierto ¿todo bien, Lore?
-¡Claro! –contestó el aludido con su franca sonrisa -¿Por qué iba a ir algo mal?
Ah, cuando tengas un momento tengo que hablar contigo.
Nicolás los observaba con el ceño ligeramente fruncido. No le gustaba tanta
camaradería.
Acabó el ensayo sin pena ni gloria. Ya eran las ocho.
-Nicolás, a estas horas es costumbre ir a tomar unos vinitos. Nos acompañas
¿verdad? –propuso Lorenzo.
-¡Claro! –a buenas horas iba a dejar Nicolás a aquellos dos solos.
-Ven, Nicolás; te presentaré al teniente de alcalde –dijo Lorenzo.
Mercedes cogió su bolso.
-Os espero donde Miguel y voy tomando algo. Estoy agotada. El próximo belén
viviente lo diriges tú, alcalde.
Y salió al frío de la noche. El edificio del ayuntamiento presidía la plaza porticada,
cuyos bajos estaban llenos de bares y tabernas. Entró en una vinoteca próxima y se acodó en
la barra. Sólo había tres o cuatro clientes y Miguel la atendió enseguida.
-Ponme un rioja, Miguel, por favor. Y no sé si no deberías echarle unas gotas de
aguardiente, incluso.
El camarero se echó a reír.
-¿Ha sido duro el ensayo? Deberías llevar a mi hija de Virgen María, es muy
obediente.
-Sólo tiene diez años, es muy jovencita –contestó Mercedes. Entonces levantó la
vista y lo vio.
Frente a ella se hallaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Parecía
haberse apropiado de toda la luz del local para irradiarla posteriormente. Tendría unos treinta
y algo. Era alto, delgado, fibroso, los ojos y el pelo negros. Unas facciones correctísimas,
clásicas. La miraba con aprecio, como si la conociera de algo. Mercedes se sintió incómoda.
Iba a girarse dándole la espalda cuando él le dijo:
-No mezcle el vino con aguardiente, por favor. Lo estropearía.
A Mercedes no le salían las palabras. Estaba fascinada por la belleza del
desconocido.
-No iba a hacerlo. Es una broma entre Miguel y yo.
El guapísimo desconocido se dirigió al dueño del local.
-Cóbreme el vino de la señora, por favor –Sacó un billete y Mercedes se fijó en
sus manos. Unas manos preciosas, de dedos finos y largos, de pianista. Manos bien cuidadas
con uñas arregladas.
-Gracias –consiguió murmurar.
-De nada, es un placer. Me llamo…
En ese momento apareció Nicolás acompañado de Lorenzo, que se disculpó
diciendo que iba al baño. Nicolás se unió a ellos, miró al desconocido y se echó hacia atrás
con gesto de miedo y fastidio.
-¡Tú! –farfulló -¿Qué diantre estás haciendo tú aquí?
-Hola, Nicolás –el desconocido saludó con perfecta educación sin el menor gesto
de embarazo –Qué pequeño es el mundo.
Nicolás se rehízo. Mercedes asistía absolutamente alucinada a aquel extraño
coloquio.
-Está claro que para ti, sí –contestó con mal tono –Repito ¿Qué estás haciendo
aquí?
-Bueno, soy libre ¿no? Puedo ir a donde me dé la gana.
Nicolás cogió a Mercedes por un brazo.
-Vámonos. No quiero que hables con él. Vámonos ahora mismo.

Ella no se atrevió a protestar. Le parecía que la situación era grave, aunque no
entendiera absolutamente nada. Así que salió en silencio detrás de Nicolás, no sin antes
echar una última mirada al forastero, que le sonrió.
-Otro día hablaremos, guapa –dijo con descaro.
Al salir del local, Nicolás sacó el móvil y marcó un número con frenesí. Sólo un
par de frases salieron de su boca antes de colgar.
-Tenemos problemas. Él está aquí.
17 DE DICIEMBRE
Mercedes despertó a las tres de la mañana. El fuego casi se había extinguido. Se
levantó, se puso la bata y se acercó a la chimenea para echar un par de troncos, intentando
hacer el menor ruido posible. Aún así, Nicolás se despertó.
-Vuelve a la cama, aún quiero preguntarte un par de cosas –dijo.
Ella refunfuñó, pero obedeció sin rechistar. Por su madre no había peligro: ya
había decidido que mientras durara la estancia de Nicolás en su casa, doña Dorinda tomaría
una pequeña dosis de somnífero con el vaso de leche que se bebía antes de meterse en la
cama. Aún así, Mercedes se iba a su habitación sobre las cuatro o las cinco de la mañana.
Se acostó y permaneció tendida mirando al techo. El reflejo del fuego dibujaba
extrañas formas en él. De niña, aquellas imágenes le daban miedo y a menudo no le dejaban
dormir. Esa noche, el miedo había vuelto.
Había preguntado a Nicolás nada más salir de la vinoteca quién era el forastero.
-Te lo digo si me dejas conducir. Paso miedo cuando lo haces tú.
Mercedes le tendió las llaves del todoterreno con disgusto. Nicolás no empezó a
hablar hasta que el coche se puso en marcha.
-Supongo que alguna vez habrás oído hablar de la teoría de contrarios –comenzó.
Sí. Algo le sonaba de filosofía, pero no lo recordaba demasiado bien.
-¿Es eso de que para ser valiente hay que ser cobarde y para ser bueno antes
hay que haber sido malo? –preguntó ingenuamente.
-Algo así –contestó él sonriendo –El mundo está lleno de fuerzas del mal contra
las que hay que luchar día a día. Existe el bien, pero, por fuerza, también existe el mal para
que el bien luche contra él. ¿Me sigues?
-Malamente –contestó ella con desgana.
-Nosotros trabajamos por el bien –continuó Nicolás –Para ello, luchamos contra el
mal. Igual que nosotros trabajamos para que triunfe el bien, hay gente que lo hace para que
lo haga el mal. ¿Comprendes?
Una luz se encendió en el cerebro de Mercedes. Empezó a temblar.
-¿Quieres decir que ese hombre es…? –No pudo acabar la frase. Le daba
demasiado miedo verbalizar su pensamiento -¿Cómo se llama?
-Sabes de sobra que recibe varios nombres. ¿Qué más da? Lo que me preocupa
es lo que está haciendo aquí. Me preocupa y me esperanza al mismo tiempo.
-¿Por qué te da esperanza? No puede venir a hacer nada bueno aquí –contestó
Mercedes.
-Si él ha venido es para reafirmar a David en su decisión de matar a Lorenzo. Eso
quiere decir que David ha flaqueado. Espero que haya sido al leer el mensaje del caramelo –
guardó silencio durante unos segundos –Mañana el Boss estará aquí. La cosa es demasiado
grave como para proseguir sin él.
-El muy cabrito ha elegido una forma mortal espectacular –comentó Mercedes –
Es guapo hasta el insulto.
Se bajaron del coche. Nicolás la cogió del brazo.
-Recuerda que era el ángel más bello del Paraíso. Y, sobre todo, es convincente.
Muy convincente.
***
-Tranquila, Mercedes. El Boss y él llevan toda la eternidad luchando y
equilibrando fuerzas. No será peor que otras veces.
Ella salió de su ensueño y se giró hacia Nicolás. Sacó un brazo de las sábanas; la
temperatura de la habitación había subido. Lo miró expectante.
-Creo que voy a meterme donde no me importa, pero… -comenzó Nicolás.

-Dispara –contestó ella -¿Qué te ronda la cabeza?
Nicolás sintió una súbita timidez.
-Está bien. No me gusta cómo te mira el alcalde. Está loco por tus huesos, está
clarísimo. Ya sé que no tengo derecho, pero estoy celoso.
Mercedes suspiró.
-En seis meses me ha pedido cuatro veces que me case con él. La última, hoy por
la mañana.
Nicolás se quedó pensativo.
-Voy a tirar piedras contra mi tejado, pero quizá deberías hacerlo. Yo no puedo
ofrecerte nada de lo que mereces.
Mercedes se incorporó.
-Ya lo sé. Lo he pensado cientos de veces. Lorenzo sería perfecto para mí.
Compartimos ideas, tenemos el mismo trabajo. Es guapo, es encantador, está loco por mí,
pero… no puedo. No le quiero. Y créeme que es insistente.
Nicolás no se atrevía a hablar. Los celos lo comían por dentro. Lo peor era que el
tal Lorenzo le caía bien, no lo podía remediar.
-No tengo derecho a preguntar esto, pero si no lo hago me volveré loco. ¿Ha
habido algo entre vosotros? No me contestes si no quieres.
Mercedes se levantó, se puso la bata y encendió un cigarrillo. Permaneció de pie.
-No. No ha pasado nada. Pero porque yo no he querido. Y aún he estado a punto
de flaquear un par de veces. La carne es débil, estoy sola, te echo de menos y tengo
hormonas. No me juzgues con dureza.
Nicolás la miró con tristeza.
-No lo hago. Te he dicho mil veces que no te consideres unida a mí por un
juramento de fidelidad. Haz lo que quieras, relaciónate con quien gustes. Si te sirve de
consuelo, yo también lo paso mal durante los trescientos cincuenta y cinco días al año que no
te veo. No tengo deseos carnales puesto que no cojo mi envoltura mortal hasta que me
encuentro contigo, pero sí sufro mucho por tu ausencia.
-¿Te das cuenta de la de tiempo que perdemos hablando de lo que sucede
cuando no estamos juntos? –Mercedes se volvió a meter en la cama –Sólo quedan ocho días,
Nicolás. La cosa está complicada. No sé si podremos cumplir la misión, pero las noches son
nuestras.
-Mañana, aparte de tu madre, habrá que luchar contra el Boss –contestó Nicolás
lúgubremente.
-Ya pensaremos algo.
***
-No podemos obviar la presencia del maligno: está en todas partes –Don Antonio,
el párroco, juntó las manos como en ferviente oración.
Se hallaban en la sacristía, tras la misa. La llegada del Boss había aliviado la
angustia de Mercedes y Nicolás, aunque este último no llegara a admitir que estaba
angustiado. Don Antonio reconoció al Boss enseguida en cuanto se acercó al confesionario, y
se empeñó en que consagrara por segunda vez el lugar, las hostias y el vino.
-Eso ya lo sé, Antonio –repuso el Boss –Lo que me preocupa es que haya venido
en persona. No suele inmiscuirse en nuestras misiones. ¿Por qué entrometerse en ésta,
precisamente?
-Si no lo sabes tú –el cura guardó su casulla tras haberla doblado pulcramente.
-Me revienta que siempre nos estén revistiendo de poderes que no tenemos,
tanto a él como a mí –gruñó el Boss –Evidentemente, yo no lo sé todo. Afortunadamente, él
tampoco.
Mercedes no sabía muy bien por qué el Boss se había dirigido a la iglesia del
pueblo para poner al corriente a su párroco, que, al fin y al cabo, no era más que un humilde
cura rural, aunque encantador. ¿Para qué meter a más gente en el ajo?
-Si queréis hablaré con David, pero… ¡es tan terco y está tan pagado de sí
mismo! Ya de niño en la catequesis era insoportable… demasiado mimado, bajo mi punto de
vista –don Antonio movió la cabeza con tristeza –Una oveja verdaderamente descarriada. Y si
ahora me dices que anda en tratos con las fuerzas oscuras… apaga y vámonos.

Mercedes asintió con la cabeza. Tampoco ella tenía esperanzas en cuanto a la
salvación de David.
-De todos modos, inténtalo –ordenó el Boss.
Salieron a la fría mañana. En el atrio de la iglesia, el forastero guapísimo
esperaba, de pie, enfundado en su caro abrigo de cashmere beige, con las manos en los
bolsillos. Mercedes dio un paso atrás nada más verlo y ganas le dieron de gritar: “Vade
retro”. Nicolás la cogió del brazo. Dejaron al Boss ir delante.
-Buenos días, Cristóbal –saludó el forastero.
-Buenos días, Luzbel –replicó el Boss.
El forastero sonrió, con aquella sonrisa atractivísima y cargada de promesas. Bello
y mortífero como una planta carnívora.
-Preferiría que no me llamaras así. Aquí uso el nombre de Héctor.
-¿Por qué no iba a llamarte por tu verdadero nombre? –replicó el Boss,
evidentemente molesto –Yo mismo te lo puse.
-Por el mismo motivo que yo no te llamo por el tuyo y seguiré refiriéndome a ti
como Cristobal –el aplomo y la lógica del forastero eran evidentes.
-Está bien –claudicó el Boss –demos un paseo –Nicolás adelantó un pie y el Boss
lo frenó extendiendo una mano –Solos. Iremos solos. Id a hacer lo que tengáis que hacer.
Nicolás y Mercedes miraron a Héctor con disgusto y echaron a andar en dirección
a la plaza. El Boss y su acompañante tomaron justo el camino contrario.
***
-Nicolás –Mercedes fue la primera en romper un silencio tan gélido como la
mañana castellana -¿No estará en peligro quedándose solo con él?
-No –contestó él –No pueden destruirse mutuamente. Si no, hace tiempo que lo
hubieran hecho. No te preocupes. Sólo van a charlar. Me pregunto por qué, ejem, Héctor ha
decidido meter las narices en esta misión en concreto. Sé que le gusta reventar otras, sobre
todo las de San Valentín, vaya usted a saber el motivo. Le fastidia ver a la gente feliz y
enamorada. Por eso se dirigió a ti ayer, estoy seguro.
-Es posible que esté enamorada, pero no feliz; no te equivoques –murmuró
Mercedes. Tenía ganas de discutir.
-Pues procura parecerlo un rato: por ahí viene tu alcalde –contestó Nicolás
intentando no sentirse ofendido por el comentario.
Efectivamente, Lorenzo se acercó a ellos con su encantadora sonrisa.
-¿Dónde os metisteis ayer? –preguntó –Estuvimos tomando vinos con ese
forastero moreno, un tío simpatiquísimo. Hasta consiguió que David y yo nos comportáramos
decentemente, riéndonos los chistes mutuamente, ya veis. No tengo ni idea de lo que está
haciendo en el pueblo, pero está claro que su influencia es beneficiosa. Quizá deberíamos
invitarlo a los ensayos del belén, a ver si conseguimos que Marián y tú dejéis de discutir –
concluyó con una carcajada.
Mercedes no estaba para bromas, pero intentó sonreír débilmente.
-Eso lo dudo… ¿Todo va bien, Lorenzo? –preguntó.
-De primera; deja de preocuparte, por Dios… -se dirigió a Nicolás -¿Qué te parece
la granja de Merce? ¿A que está estupenda? ¿La vas a comprar?
Nicolás se sintió atrapado. No tenía ni idea de granjas.
-Bueno, hoy ha venido mi jefe a verla personalmente. Ha leído mis informes
favorables. Quizá estemos ambos unos días por aquí, si es que somos bienvenidos.
Lorenzo sonrió una vez más. A Nicolás ya le estaba cargando tanta sonrisita.
-¡Claro que lo sois! De hecho, si después queréis venir a ver la mía, os la vendo
encantado. No es tan grande como la de Mercedes, pero me da para vivir.
-Bueno, lo pensaremos –musitó Nicolás. Y se dirigió a Mercedes -¿Nos vamos?
-Sí, tengo algunos recados que hacer antes de volver a comer a casa. Te veo por
la tarde, ¿Eh Lorenzo?
Cuando ya se alejaban, el rostro de Mercedes adquirió un tono lúgubre.
-¿Ves esa edificación ruinosa? –preguntó a Nicolás
-Ajá…
-Esa es la cuadra donde me encerró David aquella vez. Me estremezco cada vez
que paso por delante…

-Espera un momento –susurró Nicolás –Oigo algo ahí dentro.
Efectivamente, ambos aplicaron la oreja a la raída puerta y se oían risitas
sofocadas.
-Voy a entrar –anunció Mercedes –A Nicolás no le dio tiempo de detenerla, así
que entró detrás de ella.
Finos hilillos de luz solar se filtraban por el ruinoso techo de lo que antes había
sido un corral para ovejas. La suficiente para darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
Mercedes carraspeó y el lío de miembros humanos que estaba en una esquina se deshizo,
entre chillidos y expresiones de disgusto.
-¡No estábamos haciendo nada malo! –se disculpó Silvia, intentando abrocharse
la camisa con torpeza. Pablo, el sobrino del alcalde, se giró de espaldas a ellos para hacer lo
propio con la bragueta.
-Tú nunca haces nada malo, Silvia. Siempre son otros los culpables, me lo sé de
memoria –amonestó Mercedes. Nicolás había salido discretamente.
-Mercedes, es culpa mía –intervino Pablo cuando estuvo adecentado –Yo la
convencí para venir aquí. No hacemos nada malo, sólo nos queremos.
Mercedes suspiró.
-No seré yo quien ponga eso en tela de juicio, pero… primero, con el frío que
hace no me parece el sitio más adecuado. Segundo, espero que toméis precauciones.
Tercero, si tus padres se enteran te matarán, Silvia.
La chica empezó a temblar.
-Pero tú no dirás nada ¿verdad? ¡Por favor, Mercedes…! Haré lo que quieras, seré
la Virgen María perfecta, te lo juro. No tendrás que reñirme más.
A Mercedes le dio una pena infinita Silvia. Pronto empezaban los sufrimientos
para ella. De todos los chicos del pueblo, había ido a elegir al menos adecuado.
-Mujer, eso de perfecta creo que no viene a cuento teniendo en cuenta lo que
acabo de ver, pero bueno… -se echó a reír –No soy una chivata y creo que cada uno debe
vivir su vida. Pero te tomo la palabra: dame la vara en los ensayos y el secreto se hará
público. Y vámonos de aquí, por Dios, este sitio es lo menos romántico del mundo.
-Ya estaba poniendo un pie fuera, cuando Nicolás la volvió a empujar hacia el
interior.
-Código rojo, código rojo –susurró –Ni se os ocurra salir de ahí.
Marián y David bajaban por la calle a grito pelado, enzarzados en una discusión
acalorada.
-¡No eres más que una imbécil, una inútil, una gorda de mierda! –gritaba él.
-¿Y tú, don perfecto? Impotente de mierda, putero, chorizo, aburrido, mal
marido, mal padre… ¿quieres que siga? ¡Te odio con toda mi alma!
Dentro de la cuadra, Silvia bajó los ojos. Había escuchado todo, al igual que los
demás. De repente, la discusión paró. Habían visto a Nicolás fingiendo atarse el cordón de la
bota. Pero era demasiado tarde.
-Buenos días –saludó David educadamente.
-Buenos días –respondió Nicolás con semblante serio.
En cuanto doblaron la esquina, Nicolás avisó:
-Ya podéis salir.
Pero Silvia había iniciado un llanto incontrolable y Mercedes la abrazaba.
-¿Ves lo que tengo que aguantar todos los días? –sollozaba -¿Cómo no voy a ser
como soy? Mira qué ejemplo tengo, Mercedes. Ojalá se divorciaran y me dejaran en paz.
-Pobre chiquilla –intentaba consolar Mercedes, acariciando el rubio pelo de la
chica.
Diez minutos después, Silvia estaba más calmada y accedió a que Mercedes la
llevara a casa. Pablo partió solo hacia la suya, con gesto mohíno y aspecto triste.
***
Pobre Lorenzo, qué equivocado estaba. La presencia de Héctor en el pueblo
ejerció influencia, pero no la que él esperaba. Pronto la perfidia del maligno empezó a
desplegar sus alas por doquier.
Mercedes y Nicolás pasaron todo el viaje de vuelta hasta la casa de ella
discutiendo acaloradamente. Nicolás, abandonada su dulzura de carácter habitual, se había

puesto pesadísimo con sus celos. Mercedes le había formulado un montón de reproches, cosa
que se había jurado a sí misma no hacer jamás. Tenían esa relación porque ella lo había
aceptado así y no tenía derecho a pedir más, y lo sabía. Pero ese día todos los problemas
surgidos durante el año anterior y su eterna añoranza de Nicolás la habían hecho explotar.
Entraron en casa enfurruñados. Graciela, la mujer de Emerson, que ayudaba en las faenas
domésticas, les abrió la puerta.
-Emerson acaba de llamar por el celular, señora. Su mamá ha ido al pueblo y
tardará aún un ratico, así que dijo que vayan comiendo sin ella.
Mercedes se quedó perpleja. Dorinda raras veces iba al pueblo. ¿Qué bicho le
habría picado?
Ya el Boss se había unido a ellos, así que se dirigieron al oscuro comedor y avivó
el fuego de la chimenea. Se sentaron y sirvió el puré de verduras. Evitaba mirar a Nicolás y el
Boss intentó poner paz con una conversación intrascendente.
-El puré está delicioso, Mercedes. Qué diferencia cuando son verduras cultivadas
sin química ¿verdad?
Ella asintió, pero tenía la mente en otro sitio. Aparte del enfado con Nicolás, se
preguntaba dónde diantre estaría su madre. Ya eran las dos y media.
De repente se abrió la puerta y doña Dorinda entró, seguida de Emerson. Su
aspecto era lamentable y los tres comensales se levantaron de la mesa como un resorte.
-¡Mamá! –gritó Mercedes. ¿Qué te ha pasado?
Entre ella y Nicolás la sentaron en una silla. Doña Dorinda traía los cabellos grises
sueltos, le llegaban casi hasta la cintura. Tenía un ojo morado y numerosos arañazos en la
cara. ¡Y su vestido tenía sangre! Pero su rostro exhibía una expresión triunfal.
-¿Qué ha pasado, Emerson? ¿Habéis tenido un accidente? -Preguntó Mercedes –
Trae el botiquín del vestíbulo, por favor.
-De eso nada, doñita. Su mamá le contará –contestó el peruano con regocijo –
Ahorita mismo le traigo las curas.
-¡Dadme un vaso de vino! –gritó doña Dorinda.
Su petición fue satisfecha. La anciana dio un largo sorbo y lo depositó con
pulcritud en la mesa. Tras limpiarse los labios con mucho cuidado, comenzó su relato:
-Me he tirado del moño con la Juana –anunció -¿Qué pasa?
-¿Qué me estás contando, mamá? ¿Te has vuelto loca? –Mercedes se giró hacia
los hombres –La Juana es la madre de David. Mi madre y ella no se tragan desde la noche de
los tiempos, pero hasta ahora habían sabido ignorarse –concluyó, mientras le echaba a su
madre una mirada fulminante.
-¡Me provocó! –gritó la señora –Fui al mercado a comprar unas chuletillas de
cordero para la cena, no vas a tener a estos señores a verdura eternamente. Y empezó a
decir a gritos nosequé tonterías sobre que yo metía hombres en casa para ver si de una vez
se te quita esa cara de palo y unas cuantas estupideces más, así que la trinqué del moño. Ah,
aparte de que para Nochebuena tendrá que ir de pañuelo, que le he abierto una calva más
grande que el lago Sanabria, no podrá ponerse pendientes en una temporada –Y adoptó una
expresión beatífica que se daba de bofetadas con lo anteriormente expuesto.
Mercedes escondió el rostro entre las manos.
-¡Por Dios, mamá, qué vergüenza! Nunca más podré salir a la calle. Llevo un año
trabajando como una negra para hacer funcionar esto y he conseguido que seamos
respetables… ¿Y me lo pagas así? –se echó a llorar y el Boss le pasó un brazo por los
hombros, dándole unas palmaditas de consuelo.
-¡Deja de gimotear y dame un cigarrillo! –gruñó doña Dorinda.
El rostro de Mercedes emergió de entre sus manos. La expresión era un poema.
-¿Vas a fumar? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Toda la vida dándome la charla con
el tabaco y ahora vas a caer tú en el vicio?
-Llevo media vida fumando a escondidas, Mercedes –rió su madre –Siempre he
fingido que lo deploraba para que tú no cayeras en el vicio, pero visto que no me ha servido
para nada… -doña Dorinda ya había cogido el tabaco de Mercedes y había encendido un
cigarrillo. Estaba claro que tenía tablas en el tema, fumaba con desenvoltura. Mercedes
estaba al borde del desmayo.

-A la mierda con todo –continuó doña Dorinda, ante el asombro de Mercedes –A
partir de ahora pienso hacer lo que me dé la puta gana.
-¡Mamá! –gritó Mercedes por enésima vez -¿Y ese lenguaje? Si papá te viera…
Su madre rió entonces a carcajadas.
-¡Tu padre! Menudo elemento… Algún día te contaré algunas cosas. Ahora me
voy a la cama, quiero dormir la siesta. Ya comeré después. ¡Graciela! –llamó a gritos –
Acompáñame arriba y cúrame estas heridas, anda.
Se hizo un silencio sepulcral cuando la matriarca salió de la estancia. Nicolás se
vio obligado a romperlo, verbalizando lo que todos estaban pensando:
-Bueno. No cabe duda. El maligno está entre nosotros.
***
El shock que había recibido Mercedes sirvió para arreglarla con Nicolás. El Boss
los dejó solos en la biblioteca después de comer. Se pidieron perdón y se abrazaron.
-Oye, que no te siente mal lo que te voy a decir –comenzó Nicolás –Pero me
gusta mucho más tu madre ahora, qué quieres que te diga. Lástima que haya que
agradecérselo a Héctor. Y a lo mejor, cuando se vaya, vuelve a ser la de siempre…
Ella no contestó. Se pasaba las manos por el cabello con frenesí.
-No puedo pensar. Todo esto me supera. ¿Por qué el Boss no contrarresta la
mala influencia de Héctor? ¿No tiene poder o qué?
Nicolás se sentó en el sillón, frente a la chimenea.
-Lo tiene, pero no quiere ejercerlo. No quiere intervenir. Prefiere que los
acontecimientos se desarrollen por sí mismos.
-Pues no me parece una buena idea. Tengo la impresión de que va a suceder
algo horrible.
-Mira, esta tarde me pondré a repartir caramelos en la plaza en vez de
acompañarte al ensayo. Necesito pensar un poco. Cuando acabes me reúno contigo. ¿Te
parece?
A Mercedes no le apetecía nada ir al ensayo sin Nicolás, pero comprendió que él
también necesitaba su espacio, así que asintió con la cabeza.
***
La tarde siguió siendo un cúmulo de desastres, uno detrás de otro. Silvia se
enfadó con Pablo porque decidió que era demasiado amable con la chica que hacía el papel
de Isabel, prima de la Virgen María. Pisó adrede la túnica de la chica y la dejó con el trasero
al aire, ante las risas de los presentes. David y Marián aparecieron por el ensayo. David se
encaró con Mercedes por lo sucedido entre sus madres aquella mañana y, tras un cruce
airado de acusaciones y reproches, ella le dio un bofetón, lo que hizo que Marián estallara en
carcajadas. Lorenzo se llevó a Mercedes a uno de los despachos para que se tranquilizara,
pero confundió la gimnasia con la magnesia, intentó besarla y fue asimismo abofeteado. Así
que Mercedes decidió largarse de allí antes de abofetear a alguien más. Por el pasillo se
cruzó con Héctor, impecable e impertérrito como siempre dentro de su abrigo cámel. Se paró
frente a él unos segundos y lo miró con fijeza.
-Hijo de puta –espetó de repente –Y salió corriendo, ante la divertida mirada del
forastero.
Cuando fue a buscar a Nicolás comprobó que a él las cosas no le habían ido
mucho mejor. Un grupo de gamberros le había dado el cambiazo, se habían llevado su saco y
habían dejado en su lugar otro lleno de cagarrutas de oveja. Una señora lo llamó protestante
y le estrelló su propia campana en la cabeza. Unos críos le habían tirado petardos. En fin… el
maligno se respiraba por todos los rincones.
-Vámonos a casa, por Dios –rogó Mercedes –Aunque dudo que allí estemos
seguros. ¿Sabes que hoy han nacido tres terneros con cinco patas? Menos mal que el mío
nació anteayer. No me extrañaría llegar y encontrarnos a mi madre inmersa en una orgía con
cinco cubanos tremendos y fumando marihuana. Ya no me sorprendo de nada.
Nicolás se echó a reír, aunque reconocía que el asunto se le iba de las manos.
-Por lo que he podido comprobar, aparte de Héctor, nadie nuevo ha llegado al
pueblo.
-Eso no me consuela. David es aficionado a la caza, puede volarle los sesos él
mismo a Lorenzo con una escopeta en cualquier momento.

-Pero es un cobarde –señaló Nicolás –No se manchará las manos de sangre él
mismo.
-Quizá Héctor ha venido aquí a infundirle valor –dudó Mercedes –No sé. Sólo sé
que no me gusta un pelo. Ah, y a ver cómo nos las arreglamos esta noche.
Un último acontecimiento vino a sumarse a todo lo negativo del día. A última hora
Mercedes recibió una llamada de María, su antigua compañera en la biblioteca, para
recordarle que al día siguiente era la cena de Navidad de los compañeros. Le contestó que no
podría ir. María se puso pesada queriendo saber los motivos. Entonces, Mercedes le colgó el
teléfono.
-Volveré a llamarla mañana –explicó –Ahora no tengo ganas de hablar con ella.
Durante la cena pudieron comprobar que doña Dorinda había vuelto más o
menos a su ser. Explicó al Boss que le había preparado una habitación estupenda con
chimenea al lado de la de Mercedes. El dormitorio de Nicolás estaba tres puertas más allá,
bien alejado de todos. El Boss miraba a la pareja alternativamente, adivinando su congoja.
Decidió que quizá había llegado el momento de intervenir.
-Vete con Nicolás –susurró a Mercedes –Yo me ocupo. Todo irá bien.
Mercedes sintió ganas de llorar de agradecimiento.
-Gracias, Boss –logró musitar.
-Bah, está claro que trabajáis mejor cuando sois felices. Buenas noches.
Mercedes se despidió y entró en la habitación de Nicolás. Mientras se abrazaban
frente a la ventana, Héctor contemplaba la romántica escena fumando un cigarrillo,
indolentemente apoyado en el tronco de un roble.
18 DE DICIEMBRE
Las cosas no fueron mucho mejor al día siguiente. Era sábado y no se trabajaba,
así que se levantaron tarde y se dirigieron a la plaza del pueblo a ver el ambiente; ya habían
decorado el árbol y colocado las luces. Después, fueron a tomar unos vinos. Se encontraron
con Lorenzo y Mercedes lo saludó avergonzada y se lo llevó a un rincón para pedirle
disculpas.
-Aunque la culpa es tuya por ser tan insistente –advirtió al alcalde.
-Tienes razón –admitió él –Ya veo que no tengo nada que hacer, no tienes ojos
más que para el tipo ese que ha venido a comprarte la granja. Lo vería hasta un ciego.
Mercedes no dijo ni sí, ni no, ni blanco, ni negro.
-Tú también le gustas –prosiguió el alcalde –Pues nada, que seáis muy felices –
añadió con un regusto amargo.
-Lo siento, Lorenzo –murmuró Mercedes.
-Más lo siento yo. Te veo luego –y se marchó abruptamente.
Después llegó Elena, una enfermera del centro de salud. Tiró a Mercedes
discretamente de la manga del abrigo y se la llevó aparte. Elena era de las pocas amigas que
tenía en el pueblo. Le explicó que la noche anterior tres chicas de uno de los bares propiedad
de David habían llegado al centro de salud. Habían sido salvajemente agredidas por dos
tipos, al parecer de origen portugués, que no sabían muy bien en qué consistía el “todo
incluido”.
-Y hemos tenido que denunciar, claro –seguía diciendo Elena, ante el horror de
Mercedes –Ellas no querían, tienen miedo de que David se tome represalias.
-¿Y los tíos? –preguntó Mercedes.
-Ni rastro de ellos, al parecer. Pepe el de la comisaría me ha dicho hace un rato
que probablemente se habrán marchado o andarán escondidos por el río. ¡Maldito David! El
otro día vino a que le curáramos una herida que tenía en la cabeza, no sé cómo se la hizo ni
quiero saberlo; ojalá la bleda de su mujer le haya tirado algo encima y… ¡no te lo pierdas!
Intentaba tocarme las tetas, el muy guarro. Menos mal que Carlos andaba cerca y le dijo un
par de cosas. ¡Coño! ¿Nadie le meterá una bala en la cabeza a ese tío?
Mercedes transmitió la información a Nicolás y al Boss cuando se dirigían a casa.
-Ya tenemos a nuestros forasteros –concluyó el Boss tras un rato de reflexión –
Todo empieza a ponerse muy feo. Por favor, mantened la cabeza fría y la serenidad. Ahora
es muy importante.
-Tengo que llamar a María –dijo ella –Ayer me comporté como una estúpida.

El Boss quiso saber de qué se trataba el asunto.
-Pero vete a la cena, mujer –le dijo –No se va a montar la tercera guerra mundial
por no estar tú. Y mira, llévate a Nicolás. Le decimos a tu madre que tiene que ir a la central
a coger unos papeles y ni se enterará.
Por un momento, los ojos de Mercedes chispearon de alegría, pero luego se
desinfló.
-No puedo, mis compañeros lo conocen.
El Boss reflexionó.
-Bah, no pasa nada. Ya os inventaréis algo. Id a la ciudad y pasad una noche
inolvidable. Es una orden. A partir de mañana las cosas se pueden poner fatal, así que
relajaos ahora que podéis y volved mañana con las pilas cargadas.
-¿Y qué pasa con Lorenzo? Habría que poner vigilancia en su casa –intervino
Nicolás.
-Yo me encargo –contestó el Boss –De todos modos, Héctor y yo hemos decidido
no intervenir, es una especie de pacto entre nosotros. Así que él tampoco apretará las
tuercas. Sólo quiere comprobar que su misión se cumple, como yo.
-Pues para no intervenir, le están saliendo las cosas redondas –bufó Mercedes –
Me he dado de tortas con medio pueblo.
-Su presencia maléfica lo inunda todo, es cierto. Hace salir lo peor de cada uno.
Aunque en el caso de tu madre, Mercedes, permíteme decirte que me gusta más ahora –rió
el Boss.
-Ya, ya. No tiene gracia, Boss –la aludida habló con gesto burlón.
-Venga, lo dicho. Largaos a la ciudad. Os espero mañana por la mañana.
***
A las siete de la tarde, Nicolás y Mercedes llegaron al piso de ella en la ciudad.
Todo estaba como la última vez que Nicolás había estado allí.
-Recuerdas cuando me dejaste el saco y la campana encima del sofá, ¿eh,
maldito? –acusó Mercedes –Aún me duelen los ojos y las manos de desenvolver y leer
papelitos de caramelos.
La cena era a las diez. Se presentaron en el restaurante muy elegantes. Ella
llevaba la sortija de brillantes que Nicolás le había regalado la vez anterior.
-Estás guapísima –le había dicho Nicolás antes de salir de casa. Mercedes llevaba
un vestido negro de seda y zapatos de tacón. Parecía otra.
-Bueno, hay que vestirse de persona de vez en cuando –rió ella –No todo van a
ser plumíferos, pantalones de montar y katiuskas.
-¿Sigues pasando aquí todos los fines de semana? –preguntó él.
-Sí, me sirve para no perder el contacto con la realidad. Y me gusta ir bien
vestida un par de días a la semana, sin oler a vaca y esas cosas…
María y Mercedes se abrazaron al verse. La efusividad no se prolongó mucho
rato. La espabilada María ya había visto a Nicolás por encima del hombro de Mercedes y lo
había reconocido.
-¡Pero si es…! ¡El hombre de la corbata roja! –Se echó a reír y le dio un abrazo –
¡Qué calladito te lo tenías, maldita! Ahora entiendo todo.
Mercedes se echó a temblar. A saber qué diría aquella indiscreta durante la cena.
Llegaron los demás: Gloria, Cristina, Juan, Fernando y el resto del personal de la
biblioteca municipal. Sentaron a Nicolás entre Mercedes y María. Tuvo oportunidad de
comprobar que la locuaz auxiliar seguía siendo eso: locuaz. No paró de hacer preguntas.
Nicolás tuvo que inventarse una extraña profesión en alta seguridad que le impedía ver a
Mercedes tanto como le habría gustado, pero sí, estaban juntos.
-Claro, por eso nunca querías salir con nadie –estaba diciendo María -¡Y no te
creas, Nicolás, que no era por falta de pretendientes! –Mercedes no sabía dónde meterse de
la vergüenza –Ya ves que ahora es un bombón ¿Te acuerdas cuando era un vejestorio de
moño y gafas? Ah, todo eso me lo debe a mí, sí señor. Vaya, podía tener novio desde hacía
mucho tiempo…
-Ya tengo novio desde hace mucho tiempo, María –intervino Mercedes con un
gesto que estaba ordenando a María que no fuera tan explícita.

Tras la cena, tomaron unas copas por los bares de la zona vieja. María no soltó a
Nicolás en toda la noche. Mercedes hizo pandilla con los demás, hacía tiempo que no los
veía.
A las tres de la mañana decidieron marcharse. Volvieron a casa andando.
Mercedes iba pensando que su confortable y calefactado hogar le permitiría ponerse algo
más atractivo que el pijama de felpa. Repasó mentalmente su colección de camisones y
saltos de cama.
-Ponte una copa, voy a cambiarme –le dijo a Nicolás. Entró en el cuarto de baño.
Acababa de desmaquillarse cuando Nicolás entró en el baño sin llamar.
-Oye… -Se enfadó Mercedes.
-Tengo que hablar contigo.
-¿Y no puedes esperar? Me estaba poniendo guapa –refunfuñó ella.
-No, no puedo. Estoy preocupado por algo y quiero saber…
-A veeer –dijo ella con desesperación.
-Verás, María me ha estado contando que este invierno tuviste una especie de
depresión, que estuviste mucho tiempo sin querer salir ni nada… No me habías dicho nada.
¿Por qué no confías en mí? ¿Es que ya no me quieres?
Mercedes mudó su expresión y se sentó en la taza, sujetando la cabeza con una
mano. Por fin habían llegado al maldito febrero. Se prometió a sí misma que mataría a María
la próxima vez que se la encontrara, por bocazas.
-Por favor, Mercedes. Si lo has pasado mal por algún motivo prefiero saberlo.
No tenía malditas ganas de contárselo, pero entendió que había que hacerlo. No
quedaba otro remedio. Por muy doloroso que fuera recordarlo. Carraspeó y cogió fuerzas.
Nicolás esperaba apoyado en el lavabo.
-Estuve embarazada –Espetó –Empecé a notar los síntomas clásicos y me hice la
prueba a primeros de febrero.
Nicolás abrió una boca del tamaño de un globo terráqueo. Mercedes le dejó un
minuto para digerir la noticia.
-Comprendo –dijo al fin.
-No, no comprendes una mierda –Mercedes estaba embalada ya –Me llevé la
alegría más grande de mi vida. En este mismo cuarto de baño me hice la prueba. Cuando el
palo salió rosa empecé a saltar como una loca. Era un hijo tuyo. Me iba a traer cien mil
problemas, pero me daba igual. Era tuyo.
Nicolás hizo ademán de hablar pero al final optó por seguir callado. Estaba claro
que ella necesitaba escupirlo todo de una vez.
-¿Te imaginas decirle a mi madre que estaba embarazada? –empezó a reír
histéricamente –Me daba igual, me habría enfrentado a una legión de gigantes.
Hizo una pausa.
-Vamos al salón, necesito un cigarrillo –se levantó y cogió a Nicolás de la mano,
que la siguió. Se sentó en el sofá y dio un sorbo a la copa que él le había servido. Encendió
un cigarrillo.
-Tres días después fui al médico. Me hizo la primera ecografía y dijo que no había
latido. El feto estaba muerto. Tuvieron que ingresarme y hacerme un legrado. Durante tres
días fui feliz.
Empezó a llorar y Nicolás la abrazó.
-Si te sirve de consuelo –dijo –te diré que no era hijo mío, lo era de la envoltura
mortal que llevo. Soy un imbécil, nunca me preocupé de tomar precauciones o de
preguntarte si tú las tomabas.
-No te lamentes por haberme dejado embarazada –cortó ella –Me hacía
muchísima ilusión ese hijo. Tampoco sé cómo te lo iba a explicar cuando aparecieras este
año, ya me las arreglaría…
-¿Lo sabe el Boss? –preguntó Nicolás.
-Sí, por algo que me dijo el primer día que nos vimos sé que lo sabe. Dejó en mis
manos la decisión de decírtelo y yo no quería hacerlo, con sufrir yo sola ya llegaba y sé que
te entristecería la noticia.
-Me entristece que hayas pasado por esto tú sola. También me habría gustado
tener un hijo, aunque no iba a estar mucho tiempo presente para educarlo.

-Habría sido una locura, una hermosa locura –dijo Mercedes –No salió y ya está.
Y no se repetirá, he tomado mis precauciones. Lo he pasado de pena, yo sola, no dije nada a
nadie… Desaparecí dos días para que me hicieran el legrado, dije que tenía negocios que
atender y nadie se imaginó nada raro. Pero no volví a ser la misma. Estuve muy triste y
deprimida. Entonces, Lorenzo vino a rescatarme. Me dijo que me necesitaba, y yo necesitaba
que alguien me necesitara –sonrió ante el trabalenguas -La verdad es que me salvó la vida.
-Me gustaría empezar a darme cabezazos contra la pared –gruñó Nicolás –Pero…
¿cómo saberlo? El Boss no me deja saber de ti durante el año, ni echarte una triste visual –su
gesto se ensombreció –Espero que él no haya tenido que ver en que el embarazo no saliera
adelante.
-¡Hombre! –saltó ella –No lo creo…
-No, claro que no. San Valentín se pasa la vida dejando hijos por ahí cada vez
que cumple una misión, no tiene ningún cuidado –Nicolás sonrió –Lo siento de veras,
querida. No sé cómo hacer que te sientas mejor.
-No te separes de mí ni un segundo hasta que tengas que marcharte –murmuró
ella –Eso me hará sentir mejor.
19 DE DICIEMBRE
Al día siguiente, Mercedes depositó a Nicolás en la parada de autobús más
cercana a su casa y continuó camino en su audi TT. No convenía que llegaran juntos a casa
de la madre.
-No guarde el auto en la cochera, doñita –advirtió Emerson cuando la vio llegar –
Su mamá la está esperando para ir al pueblo.
Eso ya intrigó a Mercedes, que se dirigió a la casa cabizbaja. Cuando entró en el
salón, Cristóbal y doña Dorinda esperaban con aire circunspecto.
-Espero que lo hayas pasado bien en tu cena, hija –dijo la madre con gesto muy
serio –Sube a tu cuarto y ponte ropas de luto, tenemos que ir a un velatorio.
Mercedes se quedó pasmada.
-¿Quién ha muerto? –preguntó -¡Dios mío! Lorenzo… -miró hacia el Boss, que
negó con la cabeza.
-Han encontrado a David Molero esta mañana en el bosque. Tenía un tiro de
escopeta en la frente –explicó el Boss, observando el progresivo gesto de horror que aparecía
en el rostro de Mercedes –Todo apunta a un suicidio, la escopeta era suya, ya sabes que le
gustaba cazar.
Mercedes se sentó en el sillón junto a la chimenea. Aún llevaba el bolso colgado
del hombro y la cazadora puesta.
-¡No me lo puedo creer! –musitó al cabo de unos minutos -¿David? No es de los
que se suicidan, qué va…
Intervino doña Dorinda:
-Señor Cristóbal, lo veo a usted muy interesado en este asunto que, permítame
que le diga, no me parece que tenga mucho que ver con la paz mundial. Espero que no me
esté engañando…
-Es posible que haya alguna relación, señora –contestó el Boss –Por ahora no
puedo decir nada, discúlpeme.
Mercedes salió de la estancia para cambiarse.
-Niña, ponte una falda –gritó doña Dorinda –No es hoy el día de llevar
pantalones…
***
Nicolás ya estaba en el tanatorio cuando llegaron. El Boss lo había avisado por
teléfono y nada más bajar del autobús, se dirigió a la funeraria, la cual, por cierto, era
propiedad del finado David.
-¡Terrible! –murmuró al encontrarse con Mercedes -¿Qué habrá pasado?
-Parece ser que fue un suicidio –contestó ella –Mi madre quiere dar el pésame a
Juana, así que tenemos que ir dentro. Ahora te veo.
Efectivamente, doña Juana se hallaba sentada muy tiesa con los labios apretados
en la sala donde reposaba el cadáver. Llevaba un pañuelo negro en la cabeza, Mercedes
supuso que para tapar la calva que su madre le había dejado, y lucía una sutura de tres

puntos en el lóbulo izquierdo. Mercedes acomodó a su madre en la silla contigua y los pocos
familiares que allí se hallaban salieron discretamente, por si acaso había gresca.
-Déjanos solas, Mercedes –dijo doña Dorinda –Vete a buscar a Marián y dale el
pésame.
Mercedes obedeció sin rechistar. Esperaba que no llegara la sangre al río.
-Lo siento mucho, Juana –espetó doña Dorinda en su habitual tono seco, sin
mirar a su interlocutora.
-Gracias –contestó la otra sin mirarla también. Parecían dos esfinges –Aunque no
sé por qué has venido.
-Lo sabes muy bien –replicó doña Dorinda –Sindo no puede venir, así que yo
tenía que hacerlo por él. Al fin y al cabo, era su hijo.
Doña Juana siguió mirando al frente.
-¿Mercedes sabe algo? –preguntó.
-Por supuesto que no –contestó doña Dorinda -¿Para qué? Sólo le traería
sufrimiento saber que David era su hermanastro. Tu hijo no era una buena persona, Juana.
Tendrás que reconocerlo.
-No, pero era mi hijo –musitó doña Juana –Tiene gracia ¿Te acuerdas cuando
nació?
Por mucho que llevara años intentando olvidarlo, doña Dorinda se acordaba
perfectamente. Se había casado ya muy mayor con Gumersindo Díaz, solterón empedernido.
Había sido un matrimonio de conveniencia, Sindo tenía tierras próximas a las suyas y quería
ampliar el patrimonio. También quería tener un hijo que heredara todo y continuase la
tradición. Contra todo pronóstico, Dorinda quedó embarazada inmediatamente después de la
boda. Sindo, evidentemente, quería un chico.
Tres meses después de casarse, Juana, por aquel entonces una mujer
inquietantemente hermosa, se presentó una noche en la casa dando grandes voces. Dorinda,
a pesar de que Sindo se lo estaba prohibiendo, le abrió la puerta. Juana se dirigió a Sindo y
le dio una bofetada, completamente histérica. Se derrumbó en una silla llorando y le dijo a
Dorinda que estaba embarazada y que el padre del bebé era Sindo, a pesar de que Juana
estaba casada ya con David Molero, padre. Dorinda la llamó mentirosa y le contestó que eso
no había quien se lo creyera, que probablemente el niño era de su marido. Juana respondió
que era imposible, que su marido apenas se acercaba a ella, prefiriendo la compañía de las
prostitutas del lugar. Sindo no negó, pero dijo que no se haría cargo de lo que viniera, que
para eso tenía ya marido y bastante rico por cierto. Dorinda nunca le perdonó a Juana que no
callase la verdad si había decidido desde el principio hacer pasar al niño como hijo legítimo
de David Molero, pensaba que había ido aquella noche allí sólo por hacerle daño a ella.
Tampoco perdonó a Sindo. En contra de todo pronóstico, la solterona Dorinda sí estaba
enamorada de su alegre e infiel marido, para ella el matrimonio no se había efectuado
solamente para unir territorios. A partir de entonces, se curó de romanticismos y se le
endureció todavía más el carácter. Por lo menos se alegraba de no haber revelado nunca a
su marido sus verdaderos sentimientos hacia él.
Nació Mercedes, para decepción de Sindo, que quería un niño. Y tres meses
después lo hizo David. Dorinda se moría de rabia pensando que la muy puta de Juana había
tenido el varón que le estaba destinado a ella. Sindo no ocultó su disgusto por no tener un
varón, pero tampoco hizo especial caso al nacimiento de David. Siguió relacionándose con
otras mujeres, para disgusto de Dorinda. Ella, por su parte, se dedicó a hacer todo lo posible
por alejar a la niña de tan perniciosa influencia en cuanto la chiquilla tuvo uso de razón.
-Ya ves –dijo doña Juana, sacándola de su ensueño –Yo tuve el varón, pero ojalá
hubiera sido al revés. Estarás muy orgullosa de Mercedes, es una mujer de los pies a la
cabeza. Siempre he sentido celos de ti, tuviste la hija perfecta.
Por un momento, la expresión de doña Dorinda se suavizó.
-Sí, claro que estoy orgullosa –respondió –También Sindo lo estaría, si viera lo
bien que lleva la granja y lo sensata que es. En fin, Juana. Repito lo dicho, de veras que lo
siento…
Doña Juana se giró hacia ella, en un gesto amigable.
-¿Quieres que salgamos a fumar un cigarrito, Dori? Como en los viejos tiempos…
-Yo no fumo, Juana –contestó la otra con dignidad.

-Anda ya –repuso la otra –A mí no me engañas, que ya sé que fumas a
escondidas. Sindo siempre lo decía.
-Está bien
Ambas ancianas se levantaron, ayudándose la una a la otra, y salieron del
tanatorio por la puerta de atrás, donde seguramente no habría nadie observando.
***
Tras dudar unos instantes, Mercedes oprimió el timbre por fin. Tras un rato que
le pareció interminable, escuchó un taconeo que se dirigía hacia la puerta.
Había buscado infructuosamente a Marián por el tanatorio, hasta que alguien dijo
que estaba en casa, en la cama, horriblemente afectada por la noticia. Le había dado una
especie de ataque de nervios y el médico le había prohibido levantarse. Así que Mercedes se
dirigió a la lujosa residencia de los Molero. Quiso ir sola, por lo que Nicolás y Cristóbal se
quedaron juntos, acompañados por Lorenzo, que también había ido a dar el pésame.
-Ah, eres tú –la madre de Marián abrió la puerta con suspicacia -¿Qué quieres?
Mercedes pensó que aquella mujer era estúpida. ¿Qué iba a querer? ¿Felicitarle
las navidades?
-Venía a ver cómo está Marián. En el tanatorio me dijeron que estaba
indispuesta…
La mujer dudó unos minutos.
-Esta bien, pasa. Yo se lo digo y si no quiere verte te largas por donde has venido
–contestó adustamente la mujer.
Mercedes esperó en una sala horriblemente recargada de objetos. La casa de
David era un mausoleo, un canto al lujo y la riqueza. Hecha a golpe de talonario, no había
nada que pudiera reflejar la personalidad de los dueños.
La madre reapareció.
-Puedes subir. Está en el cuarto de invitados, no hubo manera de acostarla en su
propia cama. Es la primera puerta a la izquierda.
Mercedes subió y llamó con los nudillos, aunque la puerta estaba entreabierta.
-Pasa –dijo una voz desmayada.
Mercedes entró. Marián yacía en la semipenumbra, con muchas almohadas bajo
la cabeza.
-Hola, Mercedes. Arrima esa butaca. ¿A qué has venido?
Mercedes arrimó la butaca mientras no quitaba ojo a Marián. Tenía un aspecto
horrible, sus ojos se salían de las órbitas. Parecía aterrorizada.
-¿Has venido a darme el pésame? –preguntó la viuda.
Mercedes no pudo evitar cogerle una mano. Le estaba dando mucha pena.
-He venido a ver cómo estás tú. Lo otro puede esperar.
Marián suspiró.
-No quiero tu pésame. Sería una hipocresía. Hace mucho tiempo que dejé de
sentir algo por David, eso si es que alguna vez sentí algo.
-No digas eso, mujer. Era el padre de tus hijos.
-Siempre te he envidiado, Mercedes –continuó Marián, haciendo caso omiso a las
palabras de la otra –Qué lista fuiste largándote del pueblo. Si no, a lo mejor habrías acabado
como yo, casada a los veinte años con un gilipollas que no hizo más que maltratarme y
ponerme cuernos toda la vida. A David le gustabas. Lo sabías ¿verdad?
Mercedes desvió la mirada para reflexionar. Decidió jugar limpio.
-Sí, pero le gustaba cualquier palo con faldas, no tiene mérito –contestó –Aún
eres joven y puedes vivir un poco la vida, hija. No te mortifiques más. Quedas en buena
posición y con tus hijos casi criados.
-¡No! –gritó Marián de repente –No quiero volver a salir a la calle. Todo es
horrible, Mercedes. No te lo puedes ni imaginar.
Mercedes pensó que la pobre mujer desvariaba a causa de los sedantes.
-Incluso cuando llevabas aquellas pintas de monja te envidiaba –continuó Marián,
calmándose tan rápido como se había alterado –Vivías en la ciudad, con tu trabajo y tu
dinero, haciendo lo que te daba la gana… qué tonta fui cuando David me propuso
matrimonio, me cegué con su dinero. No me ha servido para nada el dinero, no lo quiero, yo
quiero ser como tú.

Mercedes miró hacia la puerta. No sabía si ir a avisar a la madre. No le gustaba el
sesgo que estaba tomando la conversación. Sus peores augurios se confirmaron cuando
Marián se echó a llorar desconsoladamente.
-¡David era un cabrón! ¡Mala persona! ¡Pero no merecía morir así!
-Claro que no, nadie lo merece. Pero él lo eligió –contestó Mercedes.
Marián se revolvía nerviosamente en la cama.
-¡Yo no tuve la culpa! ¡No la tuve!
Mercedes se levantó para avisar a la madre, pero ya ésta había entrado en la
habitación al escuchar los gritos.
-Es mejor que te vayas –le dijo secamente –Mira en qué estado la has puesto…
¿De qué demonio habéis estado hablando?
-Yo… -balbuceó Mercedes.
-Suéltame, madre –gritaba Marián –Ella no tiene culpa de nada. Mercedes,
recuerda una cosa, prométemelo: yo no tuve la culpa ¿vale?
-Claro que no, mujer –contestó Mercedes impresionadísima –Vendré a verte
mañana si quieres.
-No eres bienvenida a esta casa, Mercedes Díaz Mareque –escupió la madre.
Viendo el cariz que tomaba el asunto, Mercedes bajó las escaleras todo lo deprisa
que pudo y salió de aquella casa horrible. Al traspasar la verja del jardín, encendió un
cigarrillo.
***
-Bueno. ¿Y ahora qué? –preguntó Mercedes.
Estaban los tres en la cocina: ella, Nicolás y el Boss. Haciendo la cena. Doña
Dorinda estaba acostada. Habían servido licores y pasteles durante el velatorio y se había
propasado con el aguardiente. Así que Mercedes la había metido en la cama nada más llegar
a casa. Qué comportamiento más extraño tenía todo el mundo, pensó.
-Algún día hablaremos… -le dijo la madre antes de que Mercedes le apagara la
luz.
-¿Qué de qué? –preguntó el Boss a su vez.
-Se acabó la misión ¿no? El supuesto asesino está muerto, luego, no hay
asesinato que impedir –contestó ella.
-¿Tienes miedo de que nos vayamos? –preguntó Nicolás –No te preocupes, de
aquí no se mueve nadie hasta que todo el asunto esté bien clarito, chica.
Se sentaron a cenar.
-Pero ¿qué hay que aclarar? –insistió ella –David está muerto y Lorenzo fuera de
peligro, ya está.
-No, no está –contestó el Boss –No sabemos qué motivos llevaron al suicidio a
David. Y hasta que no esté todo claro, de aquí no nos vamos.
Mercedes sintió un escalofrío. Prefirió no revelar que, de vuelta al tanatorio, le
había parecido ver la hermosa sombra de Héctor apoyada en un árbol.
20 DE DICIEMBRE
Al día siguiente tuvo lugar el entierro de David Moledo. Fue desagradable. Había
subido la temperatura porque una lluvia menuda y pertinaz empezó a sustituir al frío de
madrugada.
Muy pocos lugareños acudieron al sepelio. David no gozaba de simpatías, era
chulo y bravucón. Y ahora ya no había que tenerle miedo.
Mercedes fue con su madre, Nicolás y el Boss. Una vez allí se encontraron con
Lorenzo, que, en calidad de alcalde, también se veía obligado a ir, aunque el muerto le
revolviera las entrañas. Doña Dorinda quiso estar con doña Juana durante la ceremonia, que
transcurrió tristemente entre paraguas negros.
-¡Qué atraso! –susurraba Mercedes –Con lo higiénica que es la incineración…
Antes de salir del cementerio, quiso depositar un ramo de flores en la tumba de
su padre. Los otros la esperaron serios y callados. La madre prefirió mirar hacia otro lado.
Os invito a mi casa a tomar un refrigerio –propuso Lorenzo –No queda lejos de
aquí –explicó a Nicolás –A lo mejor os gusta y me la compráis.

Así que se dirigieron a la granja de Lorenzo, más pequeña que la de Mercedes.
También la casa tenía algunos metros cuadrados menos. Era confortable, cómoda, práctica. A
Nicolás le encantó.
-Tonta –decía doña Dorinda a su hija por lo bajini –Tú podrías estar viviendo aquí
si por fin te decidieras a decirle que sí a Lorenzo. Lo manejarías a tu antojo.
Mercedes no tenía ganas de pelear.
-Prefiero vivir en la mía, es más grande –y soltó una breve carcajada.
Lorenzo repartió vino dulce y bizcochos.
-Pobre Marián –comentó –Creo que no levanta cabeza. Está impresionadísima, ya
veis, ni siquiera ha sido capaz de ir al entierro de su marido –los hijos tampoco habían
asistido, aunque sí al tanatorio.
-Quizá me acerque a verla luego, durante el funeral –dijo Mercedes –Pobrecilla,
ayer me dio muchísima pena. Nunca me ha sido muy simpática, pero vaya, creo que su vida
matrimonial era un desastre. Quizá ahora pueda empezar de cero, hacer algunas amistades…
por el dinero no tiene que preocuparse ¿verdad?
-Supongo que no –contestó Lorenzo –Creo que el notario iba a visitarla esta
mañana con las disposiciones testamentarias.
Nicolás y el Boss se miraban divertidos. ¡Cotilleos de pueblo!
Lorenzo se había empeñado en enseñar la granja a los invitados de Mercedes.
Estaba dedicada íntegramente al cultivo de verduras y a la producción de huevos ecológicos.
No era como la de Mercedes, que además tenía vacas, ovejas y caballos.
-Pobre Mercedes –estaba diciendo Lorenzo –Yo no tengo cuadras porque no hay
más sitio y ella, que sí lo tiene, es incapaz de sacar productividad a los animales.
-¿Y eso? –se interesó el Boss
-Verán, el año pasado compró en Galicia unas vacas estupendas, rubia galega
con denominación de origen –Nicolás enrojeció intensamente, eso había sucedido durante su
segundo encuentro –Esas vacas son para carne, no son buenas para leche. Pues ahí siguen,
fue incapaz de mandarlas al matadero. Dan leche para los de la casa, eso sí, pero poco más.
Las ovejas sólo las usa para hacer queso y vender la lana tras el esquilado. Sus gallinas
mueren de viejas… llevan una vida de princesas, todo el día sueltas picoteando a su antojo.
¿Y saben qué? Ponen muchísimos huevos, muchos más que las mías. Y de mejor calidad, a
pesar de que tenemos el mismo sistema: nada de jaulas ni piensos.
-Les hablará con cariño todos los días –sugirió el Boss.
Nicolás se echó a reír. No se imaginaba a Mercedes hablando con las gallinas.
Volvieron a la casa. Mercedes y su madre los estaban esperando para marcharse.
-¿No vas al funeral por la tarde entonces, Merce? –preguntó el alcalde.
-No. Iré a hacer compañía a Marián –contestó ella –Mi madre irá con Nicolás y
Cristóbal.
Se despidieron hasta la tarde. Ya en el coche, doña Dorinda siguió con el que
parecía haberse convertido en su tema favorito aquel día.
-¿Saben que el alcalde quiere casarse con mi Mercedes? –espetó, ante el disgusto
de su hija –Y la muy tonta, que no hay manera. Pues yo no viviré eternamente, niña. Me
gustaría mucho verte bien colocada antes.
Mercedes pisó el acelerador con rabia. Estaba sintiendo cocer a fuego lento a
Nicolás en el asiento de atrás.
-Mamá, no soy un jarrón chino. No tengo por qué quedarme “bien colocada”,
como dices tú. Soy independiente, me puedo ganar la vida y no necesito un hombre para
mantenerme.
-Ahí has hablado bien –intervino el Boss. Nicolás seguía callado como si lo
hubieran momificado.
-Pero querrás que alguien herede tu imperio, digo yo –insistió la madre.
-Para eso no necesito casarme, mamá –rió Mercedes.
Doña Dorinda se agitó en el asiento.
-Niña, no digas eso ni en broma. Putiferios los justos. Ya bastante tuve con tu
padre…
En ese momento Mercedes pegó un frenazo, tal efecto le hizo la declaración. El
coche derrapó con la lluvia y sólo la pericia de la conductora hizo que el percance quedara en

eso y no en accidente. Se salieron de la vía, pero enderezó rápido y retomó el control del
vehículo.
-Retiro lo dicho –intervino Nicolás, pálido como un muerto –Conduces de puta
madre –No pudo evitar el exabrupto, estaba aterrorizado.
-¡Mamá! Cómo se te ocurre decirme semejante cosa mientras conduzco –gritó
Mercedes.
Siempre lo había intuido. Sabía que sus padres no se llevaban bien, aunque
siempre lo había atribuido al duro carácter de su madre. Empezó a preguntarse si eso no se
debería precisamente a las infidelidades de su padre.
-Ya hablaremos en algún momento de todo eso, mamá –dijo con cierta dulzura
en la voz.
***
Mientras los demás iban al funeral de David, Mercedes se acercó a casa de
Marián. La misma viuda le abrió la puerta, hecha un mar de lágrimas.
-Pasa. Qué bien que has venido –decía entre sollozos.
Mercedes la abrazó. Marián se había levantado y vestido de luto aquella mañana,
pero no parecía estar mejor que el día anterior.
-¿No estás mejor? –preguntó tímidamente.
-¡Qué va! –Su llanto arreció –Vamos al salón, tengo un café preparado.
Mercedes la siguió a la misma estancia donde había estado esperando el día
anterior. Marián descorrió las cortinas.
-Mi madre dice que una casa de luto tiene que tener las cortinas echadas, pero yo
me niego. ¡Quiero luz! Y eso que hoy no hay mucha, que digamos.
Mercedes se sentó en un anticuado tresillo y Marián sirvió café. Parecía haberse
tranquilizado. Tras pedir permiso, Mercedes encendió un cigarrillo y Marián aceptó el que le
ofreció.
-Ha estado el notario aquí esta mañana –comenzó.
-Ya lo sé. Y si lo sé yo, lo sabe todo el pueblo. No me gusta el cotilleo –bromeó
Mercedes.
-Pues resulta que tengo mucho menos de lo que creía, ya ves. Este desgraciado,
aparte de chulo, putero y maltratador, no era muy buen hombre de negocios. Casi se puede
decir que estamos arruinados.
-¿Pero cómo es posible…? –Mercedes estaba asombrada.
-Todo apariencias, Merce. El muy imbécil tenía cosas aquí, allá… que si testaferro
por un lado, que si dinero negro por el otro… Nada demostrable. Empresas fantasmas que,
como tales, han desaparecido en el aire. Lo único que está a su nombre y en regla es esta
casa y la funeraria. A ver cómo coño mantengo ahora a mis hijos.
Mercedes pensaba furiosamente.
-Véndela –le dijo -¿Para qué quieres este mausoleo, que además es horrorosa?
Vende todo, continente y contenido.
-¿Y dónde viviremos? –contestó la viuda con aire acongojado.
-Id con tu madre, tiene sitio para todos y vive en una buena casa –replicó
Mercedes.
Marián movió la cabeza.
-Oh, no. Me volverá loca…
-Piénsalo, Marián. Si no te vas tú con ella, se vendrá ella contigo. Vas a tener que
aguantarla igual. Y no es tan malo, yo llevo mucho tiempo viviendo con la mía y al final te
acostumbras a estar discutiendo mañana, tarde y noche.
Marián sonrió. La primera sonrisa en dos días.
-Lo pensaré.
-Quédate la funeraria, es un chollo. Entre lo que te den por la casa y los ingresos,
podrás ir tirando con cierto desahogo, ya verás.
Mercedes se quedó pensando unos minutos y después dijo:
-Juan, el chico que me lleva las cuentas en la granja, es muy espabilado. Si
quieres dame los papeles de David y que les eche un ojo, a ver si hay algo más salvable. Me
ha sacado de más de una, sé de lo que hablo. Si hay algo que salvar, él lo encontrará.

-Está bien –Marián se levantó y al cabo de un rato regresó con un maletín –He
añadido los papelotes que tenía en la caja fuerte. Ayer encontré la llave de la gaveta donde
guardaba la contraseña. No sé si servirá de algo, pero…
Mercedes cogió los papeles.
-Mañana te digo algo. Ahora procura descansar.
Marián la acompañó hasta la puerta y la despidió como quien lo hace con un
amigo entrañable. Le habría gustado sincerarse un poco más con Mercedes pero no podía.
Todavía no.
***
-Creí que ya te habrías marchado. ¿No has hecho daño suficiente?
El Boss se había encontrado a Héctor a la salida del funeral y ambos habían
echado a andar discretamente, tras avisar a Nicolás.
-Yo no he hecho nada, Cristóbal –contestó Héctor expulsando con fuerza el humo
de su cigarrillo.
-Ya. Tú nunca haces nada, sólo dejas que tu influencia se extienda. ¿Por qué no
te has marchado?
-Aún no ha acabado todo –murmuró Héctor suavemente.
-En eso estamos de acuerdo –contestó el Boss –Y escúchame bien… ¡No
consentiré que vuelva a suceder nada malo! Juegas sucio, dijiste que no intervendrías y lo
has hecho. Así que yo intervendré si tratas de jugármela.
-¿Qué quieres que yo le haga si el ser humano es malo y corrupto por naturaleza?
–gimió Héctor con dramatismo –Si David eligió el suicidio como solución a sus problemas, yo
no tengo la culpa. ¡Te lo juro por Dios!
Al Boss se le estaba acabando la paciencia.
-Ese nombre queda grande en tu bocaza. Me estás hartando –masculló –Avisado
quedas. ¿De acuerdo? –Y se dispuso a regresar con los otros.
-¡Te juro que no he hecho nada, Cristóbal, tienes que creerme! –estaba hermoso
en su dramatismo, con los brazos abiertos.
El Boss continuó su camino, haciéndole caso omiso. Sabía desde la noche de los
tiempos que, entre las poquísimas virtudes de Héctor, no constaba la sinceridad.
21 DE DICIEMBRE
-Estás triste ¿Verdad? –preguntó Nicolás.
Mercedes cada día retrasaba más la vuelta a su habitación. De hecho, ese día
tenía pensado no aparecer por ella. Se ducharía y se pondría a la faena directamente.
Miró a Nicolás tras dar un suspiro.
-Se acerca la separación, ya sabes. Todos los años lo mismo, buf. No me
acostumbro.
Nicolás no podía hacer nada para consolarla. Él estaba igualmente afectado, pero
lo llevaba con más disimulo. Era horrible sólo verse diez días al año y, aún encima, no
disponer de las veinticuatro horas libres de cada uno de esos diez días para ellos. Estaban allí
para cumplir una misión y eso era lo más importante.
Cuando Juan entró a trabajar, a las nueve de la mañana, Mercedes le tendió la
carpeta con todos los papeles de David Molero. El administrador prometió darle alguna
noticia a media mañana.
Y así fue, efectivamente. Sobre las doce de la mañana Juan fue a hablar con
Mercedes, aprovechando la pausa para el café que hacían todos en el enorme cobertizo de
madera que hacía las veces de sala común.
-Bueno, hay algunas acciones aprovechables –comentó –Tu amiga necesita un
buen asesor financiero –Sacó un papel y un bolígrafo y escribió unas palabras –Este chico
vive en la ciudad. Por lo menos no la estafará.
-Gracias, Juan. Eres una joya –le dijo Mercedes.
-Ahora bien –continuó el administrador con expresión contrita y seria –También
he encontrado otras cosas que deberías ver.
Durante un rato pudieron verse las cabezas juntas de Mercedes y Juan, hablando
muy bajito mientras el administrador señalaba con el dedo todo lo que le había llamado la
atención. Cuando acabó, Mercedes levantó la cabeza. Su rostro tenía una expresión durísima.

-Mil gracias, Juan. Nunca olvidaré esto. Te debo un favor enorme.
Salió al fresco de la mañana y se dirigió al garaje a grandes zancadas. En su
camino, se encontró con Nicolás.
-Te andaba buscando –dijo él -¿Dónde estabas? Hija, qué cara llevas…
-Me voy al pueblo –contestó ella –Tengo algo importante que hacer y tengo que
hacerlo sola. Después te cuento.
Cinco minutos después, el todoterreno salía de la finca picando ruedas. Estaba
claro que la conductora no iba de muy buen humor.
***
Irrumpió como un huracán en el despacho.
-Hombre, Merce –fue lo único que le dio tiempo a decir a Lorenzo antes de que
ella le arrojara la carpeta a la cabeza.
-Cerdo, puerco de mierda, chorizo, mentiroso, cabrón –La sarta de insultos salió
de su boca como una cascada.
Lorenzo palideció.
-Oye, ¿Qué pasa? ¿Qué he hecho para que me digas todas esas burradas?
-¡Lo sabes muy bien, cabrón! –gritó ella –Creíste que él tenía los papeles a buen
recaudo ¿verdad? Pero Marián sabía dónde guardaba la combinación de la caja fuerte, así
que la abrió y encontró la carpeta. Y como la pobre no tiene ni idea de números yo se la llevé
a mi administrador Juan, y encontró algunas cosas muy interesantes.
Cogió la carpeta y empezó a rebuscar.
-Uno: contrato de sociedad entre Lorenzo Bermúdez y David Molero. Dos:
contrato de compra-venta de terrenos del ayuntamiento vecino que, oh, fíjate casualidad,
escaparon de la declaración de espacio natural protegido por los pelos. Tres: todo lo relativo
al montaje de una granja de explotación avícola, bovina y porcina, evidentemente intensiva y
antiecológica.
Lorenzo enrojeció y bajó los ojos.
-Deduzco que nos has estado tomando el pelo desde el principio. Todo lo de tu
candidatura era un montón de mierda ¿verdad? Te salió redondo, le salvaste el culo a David,
que estaba podrido de chanchullos cuando era alcalde, y sacaste beneficios enormes a
cambio. ¡Cómo nos has engañado! El ecologista convencido metido en toda esta mierda. Y,
por lo que he visto, esto sólo es la punta del iceberg ¿Eh? Érais amiguísimos ¿Me equivoco?
-¡Me iba fatal! –gritó Lorenzo –Me va fatal en la granja, de hecho. Nadie puede
competir contigo… David me propuso toda esta sociedad a cambio de ir borrando las huellas
de sus chanchullos mientras había sido alcalde. Mientras yo fingía desmontarle sus negocios,
él estaba poniendo todo a nombre de sus testaferros y borrando su rastro. Para eso
necesitaba un alcalde que le fuera cubriendo el culo. Mientras estaba prohibiendo la
expropiación de terrenos aquí, estaba comprando los del ayuntamiento de al lado para lo que
iba a ser nuestro gran negocio…
Mercedes se relajó y se sentó.
-Sin embargo, Lorenzo, eres un gilipollas. ¿Sabes que David quería matarte?
Claro, ahora ya no le servías para nada, más bien le estorbabas.
Lorenzo se mostró horrorizado ante tal declaración.
-Soy imbécil. Lo he hecho todo mal, ya lo sé. Pero estaba desesperado… Lo peor,
Mercedes, es la opinión que ahora tendrás de mí.
-No quieras saberlo –contestó ella. Cogió los papeles y los volvió a meter en la
carpeta –Si no quieres que todo esto vea la luz, dentro de una hora quiero tener la noticia de
tu dimisión. Invéntate la excusa que quieras.
Lorenzo se quedó pensativo.
-No tengo otra salida ¿verdad? –musitó
-No, no la tienes –replicó ella –En cuanto a lo otro… lo de la sociedad que tenías
con David, ahora Marián es la dueña de su parte, arréglate con ella. Si llevas adelante el
proyecto de la granja, te las verás con nosotros. No pararemos hasta conseguir que la
declaren dañina para la salud.
-Está bien –contestó él sumisamente.
Mercedes se levantó para marcharse.

-Preferiría que de ahora en adelante tu relación conmigo se limitara a un cortés
hola y adiós –dijo con dureza. Se dirigió a la puerta y, antes de cruzarla, se volvió.
-Una última cosa, alcalde. Al igual que David salía ganando con tu muerte, tú
salías ganando con la suya. Te recuerdo que no parecía tener demasiados motivos para
suicidarse, así que yo en tu lugar empezaría a pensar en dar una explicación convincente
sobre lo que estabas haciendo en el día de autos.
Y, sin esperar respuesta, se marchó dando un portazo.
***
-Nunca me gustó tu alcalde, lo siento. Creí que eran celos al principio, pero…
después tuve claro que había algo más. Demasiado perfecto, demasiado simpático,
demasiado solidario. No encajaba en un mundo tan egoísta como el actual.
-Me la coló doblada, el muy cabrón –gruñó Mercedes. Estaban en la biblioteca
tomando café, según su costumbre.
-Supongo que por eso Héctor aún seguía aquí. No vino sólo para ver si David
cumplía su amenaza de matar a Lorenzo. Vino a sembrar la discordia entre ellos y entre el
pueblo. En su línea. Es su forma de trabajar. Él nunca se mancha las manos, sólo manipula a
los demás para que se las manchen por él –intervino el Boss.
-Boss, ¿Tú crees que Lorenzo mató a David? –preguntó Mercedes tímidamente.
-No lo sé, querida. Lo único que tengo claro es que no se suicidó. Tenía un futuro
prometedor con esta nueva sociedad y la mayoría de sus negocios a salvo en manos de sus
testaferros. Ahora, estuvo bien fingido. La puesta en escena era impecable: hasta tenía la
gomita del gatillo. Quienquiera que lo haya hecho, era un profesional. No sé si Lorenzo
tendrá conocimientos suficientes para fingir un suicidio así.
-Nos quedamos como estamos, pues –Mercedes estaba enfadada, quería que se
descubriera al asesino –La otra persona que podía desear librarse de David es Marián. Y
tampoco creo que supiera cómo hacerlo.
-Bueno, dejemos que transcurran los acontecimientos, a ver qué pasa –sentenció
el Boss.
22 DE DICIEMBRE
A las tres de la mañana, estalló la tercera guerra mundial.
Doña Dorinda, a saber el motivo, había irrumpido en la habitación de Nicolás y se
había encontrado a su hija en actitud más que cariñosa con éste. Casi les había dado un
infarto al ver la diminuta figura en el umbral, como un espectro, con su larguísima trenza gris
y su camisón blanco. Doña Dorinda no dijo palabra, ni un reproche. Sólo una cosa salió de su
boca.
-Vístete, Mercedes. Te espero en la cocina.
Así que Mercedes bajó, envalentonándose en cada peldaño que pisaba. Estaba
harta. Tenía treinta y siete años. Iba a dejarle las cosas muy claras a su madre. Estaba
furiosa con el Boss, le había dicho que él se encargaba de todo y ella se había confiado. De
repente, pensó que a lo mejor todo eso era justamente una señal, que era lo mejor que
podía haber pasado. Y eso le dio fuerzas. Empujó la puerta de la cocina con determinación.
Doña Dorinda estaba sentada en la mesa. Revolvía una taza de café y fumaba un
cigarrillo. Mercedes se sentó y la imitó. Esperó a que ella abriera fuego.
-¿Qué estás haciendo, loca? –chilló la anciana -¡Echando a perder tu vida! ¡Nunca
debí haber dejado entrar a ese hombre en mi casa! ¡Tu reputación arruinada para siempre! –
empezó a lloriquear. Mercedes la cortó, no estaba dispuesta a aguantar más intromisiones en
su vida.
-Mamá, te pido perdón. Te pido perdón por no haberme ido a un hotel, que es lo
que tenía que haber hecho desde el principio, y por haber usado tu casa para esto. Por lo
demás, no tengo nada de lo que avergonzarme.
-Por Dios, hija… Qué vergüenza –musitó doña Dorinda.
-Déjame que te cuente una historia –contestó Mercedes.
La siguiente media hora la dedicó a contar su relación con Nicolás desde el
principio. Sólo omitió hablar de la verdadera identidad de Nicolás y el Boss y, por supuesto,
de su embarazo.

-Los tiempos han cambiado –concluyó –Soy autosuficiente, no dependo ni quiero
depender de ningún hombre y así continuaré. Para bien o para mal, él es el amor de mi vida
y si sólo puedo verlo diez días, lo veré las veinticuatro horas aunque se me pongan cien
elefantes delante. ¿Comprendes? –No la dejó contestar –Y si no comprendes, me largo por
donde he venido, y si quieres no volvemos a hablarnos durante otro año, o durante el tiempo
que te dé la gana, me da igual. No sé si te queda claro. Que sepas además que si he vivido
estos dos años contigo ha sido gracias a él, que me convenció para que hiciera las paces
contigo, a pesar de que me has ninguneado durante toda mi vida.
Doña Dorinda lloraba ya sin disimulo. Cuando se serenó, se secó las lágrimas.
Ahora me toca a mí –dijo.
-Veo que eres tan cabezota como yo –comenzó –Pero lo mío fue al revés. Nadie
me aconsejaba casarme con tu padre, pero lo hice. Y no fue por conveniencia, para nada.
Sindo Díaz era un hombre guapo y convincente. Me enamoré de él enseguida. Yo tenía
treinta y ocho años y no había hecho otra cosa en mi vida más que trabajar.
Mercedes contuvo el aliento. ¿Por fin iba su madre a abrir el sarcófago de sus
secretos?
-Podía haberme quedado soltera –continuó –Con la herencia de mis padres
tendría lo suficiente para vivir, pero pensé que la felicidad pasa solamente una vez por la
puerta y decidí aferrarme a ella. Sólo que me duró poco. Lo siento, Mercedes, pero tu padre
era un completo pendón desorejado. Me fue infiel desde el principio. Siempre andaba con
mujeres y eso me amargó el carácter. Como el pueblo chismorreaba, en cuanto tuviste uso
de razón quise sacarte de este ambiente, por eso te fuiste interna. Teníamos unas peleas
tremendas. Tampoco permitía que él estrechase lazos contigo para que no te embaucara con
patrañas. Me hizo sufrir muchísimo, pero eso no quiere decir que yo no te quisiera.
-Pues lo parecía –contestó Mercedes adustamente.
-Tenía que endurecer tu carácter y prepararte para la vida –se excusó la madre –
Sé que apreté demasiado las clavijas, sé que aún lo hago… No puedo evitarlo, no quiero que
nadie te haga daño.
-Tú me haces más daño que cualquiera que se me pueda acercar, madre –replicó
Mercedes -¿Por qué no te separaste?
-Uno se casa para siempre –murmuró doña Dorinda –Todo el pueblo se reiría de
mí. Ya se burlaron bastante cuando nos casamos, me llamaban “Dorinda la solterona” y cosas
peores. No quería darles la razón. Fingía que todo iba bien, pero de puertas para adentro…
La madre hizo una pausa para pensar y retomó la palabra.
-A lo mejor tienes razón y eres una privilegiada. Son otros tiempos y no necesitas
de nadie para vivir. Mira qué bien me salió a mí, mira qué bien le salió a Marián… Has sabido
salir sola. Nicolás parece buena persona y yo –se le quebró la voz -¡No soportaría que
volvieras a ignorarme! Ya soy vieja y quiero un poco de cariño…
Mercedes la abrazó.
-No me voy a ir, mamá. Pero déjame respirar un poco ¿eh?
-¡Y pensar que el idiota de tu padre quería un chico! –dijo doña Dorinda cuando
se repuso –Si te viera, reventaría de orgullo…
Mercedes se giró divertida. Estaba sirviendo más café.
-Un niño ¿eh? Típico. Aquí son tan machistas…
-Sí, quería un niño. Siéntate, que tengo otra historia que contarte…
***
Mercedes aparcó el todoterreno delante de la casa de Marián. Al cruzar la verja,
carpeta en mano, no pudo reprimir una sensación de náusea. Pensar que compartía algunos
genes con el dueño de aquel mausoleo le daba bastante asco. Esperaba que toda la mala
herencia se la hubiera llevado David y a ella no le hubiera tocado nada.
Su madre se lo había contado todo aquella madrugada: David y ella eran
hermanastros. Eso explicaba el odio que doña Dorinda y doña Juana se profesaban desde
tiempos inmemoriales. En fin, no se podía cambiar ya el pasado, pero en cuanto al futuro…
Cuando Mercedes se levantó después de haber dormido apenas dos horas, se
encontró a Nicolás en la cocina. Su madre le estaba sirviendo el desayuno con suma
amabilidad. Se acercó a él y lo besó con la mayor naturalidad.
-Veo que no te ha matado… -bromeó.

Nicolás se echó a reír.
-Bueno, cuando cogió el cuchillo para cortar el pan no las tenía todas conmigo,
no te creas…
Nicolás tenía un as en la manga y lo había usado. Cuando se levantó y se
encontró con doña Dorinda sólo le dijo unas palabras:
-Está usted equivocada. Sindo sí la quería.
Doña Dorinda abrió los ojos desmesuradamente. Algo en el brillo de los de
Nicolás hizo que lo creyera.
-¿Cómo lo sabe?
-Yo sé muchas cosas, señora. Pero no voy a decirle cómo. Confíe en mí.
Desde entonces, la madre de Mercedes era puro algodón de azúcar. Al Boss igual
no le gustaba que hubiera usado armas secretas para ganarse los favores de doña Dorinda,
pero le importaba un bledo. Estaba harto de esconderse.
Llegó el Boss de su paseo matinal y Mercedes los dejó a los tres juntos.
-Voy a ver a Marián. Tengo información para ella.
Así que ahora se hallaba delante de su puerta. La misma Marián acudió a abrir.
Seguía teniendo un aspecto espantoso.
-Anímate, mujer –le dijo Mercedes mientras se sentaba en el antiguo sofá –Aún
te quedan acciones para vender y algunas cosas más.
Estuvieron reunidas dos horas. Mercedes tuvo que contarle los chanchullos de
Lorenzo. Marián decidió disolver la sociedad, no quería nada ilegal. Sólo de pensarlo se le
ponían los pelos de punta.
-Lorenzo ha venido esta mañana –dijo –Me preguntó si quería comprarle la
granja…
Mercedes pensó durante unos minutos. No quería aconsejar mal a Marián.
-Hazlo –contestó –Vende esta casa y compra la granja con el dinero.
-¿Y cómo saldré adelante? Tú te llevas la mayor parte de los beneficios, no se
puede competir contigo –gimoteó la otra.
-Asóciate conmigo –contestó Mercedes –Puedes llevar la parte agrícola y yo me
quedaré con los huevos y alguna cosa más. Podemos ir al 70/30. Entre eso y la venta de las
acciones, podrás vivir como una reina. De todos modos, hablaré con Juan otra vez para que
me haga una simulación. Los productos seguirán llevando mi nombre, pero a los proveedores
les dará igual que se hayan cultivado en mi granja o en la tuya. Aportaré la mano de obra,
trabajan todos muy bien.
Marián empezó a llorar
-No me merezo todo esto…
-Claro que sí, boba –contestó Mercedes –Has pasado la mitad de tu vida
amargada por un capullo. ¡Empieza a vivir!
-No puedo, Mercedes. No puedo… No puedo evitar pensar que David murió por
mi culpa.
Mercedes aguzó el sentido. Aquello no le gustaba.
-¿Por qué dices eso? ¡Qué tontería! David se suicidó, la policía y el juez lo dejaron
claro… No creo que sus discusiones contigo lo agobiaran, seguramente sus múltiples
chanchullos económicos fueron la causa.
Marián la miró. En sus ojos se leía un miedo cerval.
-Será mejor que te marches –dijo –Tengo cosas que hacer.
Mercedes salió de la casa con cierta sensación de perplejidad. Pasó por el
ayuntamiento y recibió la noticia de la dimisión de Lorenzo. Cuando iba para casa, le pareció
ver al bello Héctor caminando por la orilla de la carretera.
23 DE DICIEMBRE
Mercedes se sentía satisfecha, dentro de lo malo. Por lo menos en lo que atañía a
su vida personal: su madre había aceptado a Nicolás por fin, habían suavizado algunos roces
del pasado y había conseguido una socia con la que repartir el trabajo. Esto último la satifacía
especialmente, ya que ella sola no daba abasto con la granja. Podría dedicar parte de la zona
de invernaderos a las gallinas y centrarse más en la producción de kiwis, que tenían

muchísima demanda. Y Marián podría sentirse útil y autosuficiente llevando la granja de
Lorenzo. En cuanto a Lorenzo…
Nada se sabía de él desde el día anterior. En cuanto presentó la renuncia se había
desvanecido en el aire. Mercedes lo llamó al móvil, pero no se lo cogió. Por la noche recibió
un SMS en el que decía que estaría desaparecido un tiempo, pues necesitaba pensar. Mejor
así. El futuro se le presentaba negro, ciertamente.
Más que Lorenzo, quien preocupaba a Mercedes seriamente era Marián. Cada día
tenía peor aspecto, estaba como consumiéndose lentamente. Lo comentó con Nicolás
mientras desayunaban al día siguiente:
-Pobre, aún le durará la impresión de lo del marido -arguyó él.
-¡Pero si está mucho mejor sin él! -contestó Mercedes -David era un cerdo,
machista, facha, neonazi… las tenía todas, vaya. Y ella aún es joven y puede rehacer su vida.
Aunque tonta sería… Yo de ella me echaría un novio sin demasiado compromiso, sólo para
que me llevara a cenar los fines de semana y poco más.
-Novio a tiempo parcial -reflexionó Nicolás -Como tú ¿Eh?
Mercedes le echó la lengua. Estaba algo angustiada. Quedaba un día para que se
separasen. No quería pensar en ello pero tampoco había mucho más que hacer para
mantener la mente ocupada. Emerson, Graciela y su madre estaban inmersos en los
preparativos de la cena de Nochebuena. Todo el personal de la granja que no tenía familia
propia cenaba allí, y eran unas treinta y cinco personas. Había mucho ex-presidiario con
desarraigo familiar. Quizá por eso mismo serían capaces de matar por ella. Y todo el mundo
parecía haber aceptado que la muerte de David había sido un suicidio, así que no había
asesino que buscar. El caso estaba resuelto. Y eso le desagradaba, pues le dejaba mucho
más tiempo libre para torturarse con la idea de la inminente marcha de Nicolás.
-Deja de comerte el coco -dijo él, que le había adivinado el pensamiento.
-No puedo evitarlo. Soy humana.
Él puso cara de circunstancias. Tampoco podía decir mucho para consolarla, lo
iba a pasar igual de mal que ella. Intentó desviar el tema.
-Héctor sigue por aquí -anunció.
Mercedes asintió.
-Me pareció verlo ayer. Eso me desconcierta. Quiere decir que aún no ha acabado
todo, ¿eh?
-Eso parece. Pero… ¿Qué más podría suceder?
Se miraron. Aunque no querían confesarlo, estaban asustados.
***
Por la tarde tuvo lugar el ensayo general del Belén viviente, que se representaría
al día siguiente en la plaza mayor. Mercedes esperaba que no hiciera demasiado frío. Si
alguno de los chicos pillaba un buen trancazo, las madres le arrancarían la piel a tiras.
Silvia estaba muy tranquila, a pesar de las circunstancias. Mercedes pensó que a
lo mejor la muerte de su padre había resultado ser una liberación para ella. Tras acabar el
ensayo, se acercó para interesarse por su estado.
-¿Qué tal vas, Silvia? -preguntó.
-Estoy bien -contestó la chica -Mira, en cierto modo ha sido un relajo, porque ya
no podíamos más con la situación. Mi padre estaba cada día más insufrible, se pasaba la vida
discutiendo con mi madre, insultándola y a veces incluso le largaba alguna bofetada ¿Sabes?
-Mercedes se estremeció -En ese sentido estamos más tranquilos, pero… -su rostro se
ensombreció -mamá está fatal, cada día peor, parece que haya envejecido diez años…
Mercedes se alarmó. Una cosa es que lo notara ella y otra muy distinta que lo
hiciera una niña de dieciséis años. Estaba claro que Marián estaba muy mal.
-Bueno, mujer, ha sido un palo muy gordo para ella -intentó consolarla como
pudo -Necesita tiempo para recuperarse. Tú no te preocupes de nada y procura recordar bien
tu papel para mañana ¿De acuerdo?
Charlaron un rato más y Mercedes se despidió. Llegó pronto a casa, triste y
angustiada, dispuesta a pasar la que sería su última noche junto a Nicolás.
***

Parecía ser que ni siquiera esa última noche iban a disfrutar de un poco de
intimidad. A eso de las once y media estaban de tertulia en el salón, cuando llamaron a la
puerta.
-¿Quién será a estas horas? -se sorprendió Mercedes.
-Deja, abro yo -contestó doña Dorinda. Se dirigió a la cocina y cogió una escoba,
por si las moscas. Los demás la siguieron, divertidos. ¡Menuda arma defensiva!
La diversión se desvaneció cuando vieron a una desencajadísima Marián en el
umbral de la puerta. Mercedes la ayudó a entrar. Tenía la mirada completamente perdida,
como si hubiera perdido la razón. Marián ignoró al resto de los presentes y se centró en
Mercedes, a la que se aferró como a una tabla de salvación.
-¡No puedo más! -dijo con voz desfallecida -Tengo que contártelo porque no
puedo seguir viviendo así. Esto es un horror absoluto.
Entre Mercedes y Nicolás la condujeron al salón y la sentaron en un cómodo
sillón. Doña Dorinda le sirvió una copita de licor de hierbas. Hubo que ayudarla a darle un
sorbo.
-Cuenta, Marián -señaló a Nicolás y al Boss al ver que ella los miraba con
desconfianza -No te preocupes, ellos son de fiar.
Marián dudó unos instantes, dio un sorbo a la copa de licor y cogió fuerzas.
-Te lo dije ayer, Mercedes. Te lo dije. Yo tengo la culpa de la muerte de David.
Mercedes no intentó consolarla esta vez. Mejor que contara sus motivos.
-Yo no apreté el gatillo, pero es como si lo hubiera hecho -continuó la viuda.
-A ver, explícate mejor -dijo Mercedes.
Entonces Marián empezó a narrar cómo había conocido a Héctor.
-Vosotros no sabéis lo que es estar durante casi veinte años siendo ninguneada
por tu propio marido. Yo no sabía lo que hacía cuando me casé con él, era muy joven y su
dinero me deslumbró. Mi vida matrimonial ha sido un infierno, he aguantado desprecios,
insultos, infidelidades y, no pocas veces, malos tratos. No recordaba lo que era que un
hombre me tratara bien, y llegó ese maldito Héctor y empezó a coquetear conmigo… ¡Me
sentí tan bien…! Volví a sentirme joven y atractiva.
Mercedes asintió. Lo entendía perfectamente.
-No sé qué me pasó -continuó Marián -Perdí la cabeza, no era yo misma. El caso
es que lo dejé entrar en casa, a Héctor, digo… Estaba yo sola, los chicos ya hacen su vida y
en vacaciones no les veo el pelo, y David, por supuesto, no estaba en casa, nunca está. En
fin, que el maldito me lió, ya me entiendes…
Hizo una pausa. Los otros tres no se atrevían ni a respirar. Doña Dorinda había
decidido que era mejor no asistir a aquel coloquio.
-Lo que voy a contar ahora no me lo creo ni yo misma, así que si me toman por
chiflada lo entenderé…
-No se preocupe -intervino Nicolás -Estamos acostumbrados a los hechos…
inexplicables.
-David irrumpió en el dormitorio -Marián bajó la voz con miedo, a la vez que se
dilataban las pupilas -Nos pilló juntos. Juro por Dios que lo que voy a contar ahora es la pura
verdad, aunque sucedió todo muy rápido. Entró y se nos quedó mirando como un bobo.
Cuando iba a abrir la boca, supongo que para empezar a proferir juramentos, Héctor se
incorporó, lo señaló con un dedo y David cayó fulminado al suelo. Como si lo hubiera
atravesado un rayo… ¡Les juro que no estoy loca! -miraba a los tres intermitentemente,
buscando su aprobación.
El rostro del Boss se había oscurecido hasta lo indecible.
-Yo la creo, señora. ¿Qué sucedió a continuación?
Marián dudó.
-Verá, no recuerdo bien porque me quedé impresionadísima, como puede usted
imaginar. Creo recordar que Héctor me tapó la boca con la mano y me dijo que no me
preocupara de nada, que él se encargaba de todo. Y entré en una especie de sopor… cuando
desperté todo estaba normal, los dos habían desaparecido. Con una frialdad insólita en mí
bajé a la cocina e hice la cena a mis hijos. No pude dormir en toda la noche, pero estuve más
o menos tranquila. Al día siguiente, cuando recibí la noticia del suicidio de David, se me cayó

la máscara de serenidad y me derrumbé. Desde entonces, vivo presa del pánico, porque esto
no tiene más que una explicación y me aterra enfrentarme a ella…
-¿Has vuelto a ver a Héctor?
Marián negó con la cabeza y enterró la cara entre sus manos.
Nicolás y el Boss se miraron con gesto de alarma. De repente, Marián empezó a
apretarse las sienes con las manos.
-¡Oh, mi cabeza! ¡Me duele muchísimo! ¡Ayúdenme, por favor!
Mercedes intentó recostarla en el sillón, pero Marián cayó al suelo, desvanecida.
Una palidez mortal empezó a adueñarse de sus facciones.
-Está muerta -dijo el Boss sin moverse de su sitio -Su castigo por confesar.
Héctor nunca perdona.
Tras unos instantes de perplejidad, en que se quedó paralizada como una
estatua, Mercedes reaccionó.
-¿Te vas a quedar ahí parado como una estadea, Boss? ¡Haz algo! -gritó.
-Lo siento, no puedo intervenir -respondió el aludido.
-¿Cómo que no puedes intervenir? -Mercedes daba ya alaridos, completamente
desquiciada -¡Si alguien puede, eres tú! ¡Sálvala, coño!
-No puedo alterar el orden natural de las cosas -contestó el Boss -No estaría bien.
Mercedes se acercó y lo agarró por las solapas de la chaqueta, completamente
histérica.
-¡El orden de las cosas ya ha sido alterado, joder! ¡Héctor lo hizo! ¡No permitas
que se salga con la suya! ¿Qué culpa tiene la pobre de haber tenido un marido hijo de puta y
haber caído en las garras de un demonio bello hasta la saciedad? ¡Sálvala, por favor! ¡Tiene
tres hijos! -Mercedes ya no sabía qué argumentar. La impotencia que sentía en aquel
momento le estaba haciendo perder los papeles como nunca en su vida -Joder, Nicolás, dile
algo, convéncelo. No podemos dejarla morir así.
-Mercedes tiene razón -intervino Nicolás con su suave voz -Héctor ha jugado
sucio y tienes derecho a devolvérsela. Marián no es culpable de sus actos, no se lo hagas
pagar.
-Sabes que esto no debe hacerse -contestó el Boss.
-También sé que a veces hay excepciones -respondio Nicolás a su vez, dispuesto
a no dar su brazo a torcer.
El Boss se acercó a Marián y puso su mano derecha con suavidad sobre su
cabeza. Todos vieron cómo el color volvía a sus mejillas y cómo abría los ojos lentamente.
Mercedes dio un largo suspiro y se sentó en el otro sillón, al borde del infarto.
Marián volvió en sí y preguntó con voz débil lo que le había pasado. Le dijeron
que había sufrido un desmayo.
-Usted no es culpable absolutamente de nada -dijo el Boss -Ese sujeto indeseable
la sedujo con sus malas artes, no era usted dueña de sus actos. Y fue él quien asesinó a su
marido, así que no tenga remordimientos de conciencia. El caso ha sido archivado como un
suicidio así que, hágame caso, váyase a su casa, olvide todo esto y empiece de cero. Disfrute
de la vida, que aún es usted muy joven. Yo me ocuparé de Héctor y jamás volverá a
molestarla.
Aún estuvieron un rato más, hasta que Marián se sintió mejor y dijo que quería
volver a su casa. Mercedes se ofreció a llevarla. Ya recogería su coche al día siguiente.
Mientras ambas mujeres salían del salón, el Boss dijo a Nicolás en voz baja:
-Escúchame bien: jamás vuelvas a pedirme que lo haga porque no te atenderé
¿Me entiendes? No se puede intervenir de esa manera. De ser así, tendría que priorizar unos
casos sobre otros y sabes que eso es imposible.
Nicolás asintió.
-Y ahora, si me disculpas… tengo que ir a hablar con ese demonio de Héctor –
concluyó el Boss con voz dura.
24 DE DICIEMBRE
La tormenta que se desencadenó la madrugada del 24 de diciembre sería
recordada en el lugar por todos los vecinos durante mucho tiempo. Había sido un fenómeno

totalmente local, en los pueblos limítrofes ni siquiera se habían enterado. Un rayo de potencia
insólita había destrozado la torre de la iglesia.
Sólo el Boss sabía el motivo de semejante fenómeno natural. Héctor no encajaba
bien las críticas, como era su costumbre.
-Qué sucio has jugado, Héctor –Le dijo el Boss en cuanto se encontraron en el
atrio de la iglesia –Cada vez tienes menos elegancia, chico.
El bello ángel caído frunció el ceño.
-¿A qué te refieres?
-Oh, no te hagas el inocente conmigo, te conozco desde hace tanto tiempo… -rio
el Boss con suavidad. Héctor se crispó. No soportaba aquella risa, siempre le parecía que era
una burla contra él.
-Veamos… ¿No puede un hombre divertirse un poco? Llego aquí y una rubia
lúbrica cae en mis brazos como una mosca en un tarro de miel. Pobrecilla… pasó un rato
fantástico –Héctor guiñó un ojo al Boss –Claro, como tú no sabes de qué va el tema… Pues
tú te lo pierdes.
El Boss intentó mantener la calma y no hacer lo que realmente le estaba pidiendo
su envoltura mortal: dar una soberana bofetada al hermoso Héctor. Se metió las manos en
los bolsillos del gabán para contener las ganas.
-¿Incluía eso cargarse al marido? –preguntó.
Héctor dudó. Hasta parecía inofensivo con ese pequeño gesto.
-No, claro… Yo no abuso de mi poder si no es necesario, pero fue inoportuno, ya
sabes, nos pilló en plena faena, iba a dar un escándalo y no me lo pensé dos veces. Ya sabes
que soy poco reflexivo. Hacía tiempo que no me deshacía de alguien. He de decir que el tipo
era un bicho de la peor calaña, como sabrás. Así que a la viuda le hice un favor. Ahora estará
en calderas una buena temporada, no te preocupes. Y ella, tan ricamente. Liberada y con
dinero. No me digas que no es una buena acción, Cristóbal… merecería subir de categoría e ir
al Purgatorio por ello.
-Claro, claro… -refunfuñó el Boss intentando no perder los estribos –Y una
medalla también, no te fastidia.
-Le dije a ella que mantuviera el pico cerrado –continuó Héctor –Fue fácil
aparentar un suicidio. Tirado. Pero la muy estúpida tuvo que contarlo. ¿Por qué nadie me
hace nunca caso? –Dio un puñetazo en uno de los muros de la iglesia que retumbó en todo el
edificio.
-Hay algo que se llama conciencia, Héctor –contestó el Boss relajadamente.
-Y hay algo que se llama estupidez supina, por eso la castigué. Permíteme decirte
que tú tampoco has jugado limpio. ¿Desde cuándo jugamos a resucitar a la gente?
-Si tú juegas sucio, yo tengo el mismo derecho –contestó el Boss con
tranquilidad.
El bello lo señaló amenazadoramente con el dedo índice. El Boss no se inmutó.
-Tus días de poder están contados, Cristóbal, y lo sabes. Mira en qué sociedad
viven los humanos: nadie quiere saber nada de solidaridad y caridad. ¡Es la era del egoísmo!
Primero yo, luego yo y después yo… Mi influencia se irá adueñando de la Tierra y de ellos, no
son más que unos malditos seres entregados a la sociedad de consumo y al egocentrismo
más puro y duro. Lo que prima ahora es la apariencia y la satisfacción de las necesidades
primarias, secundarias, terciarias y hasta cuaternarias si se tercia. Dinero, sexo, belleza,
poder… eso es lo que mueve al mundo ahora, ni amor ni leches. Mejor sería que te retiraras
a tus dominios.
El Boss sintió un estremecimiento, pues sabía que, en el fondo, Héctor tenía toda
la razón. Pero él esperaba que, en el continuum de la humanidad, esa situación fuese
pasajera y los hombres recuperaran el sentido común. Antes de calentarse más, decidió
cambiar de tema.
-Aún no te has ido. ¿Qué diantre te retiene aquí? –preguntó secamente.
Héctor sonrió, con aquella sonrisa atractiva e irresistible.
-Un caprichito, Boss. Un delicioso capricho –puso la misma cara que un crío
frente al escaparate de una pastelería. El Boss lo miró de soslayo. Aquello no le gustaba
nada.
-Me gusta tu ayudante, qué le vamos a hacer… -continuó el perverso Héctor.

El Boss estalló en una estruendosa carcajada.
-¿Nicolás? Me temo que lo tienes bastante crudo con él.
-Claro que no, hombre. Me refiero a ella… Me encantaría llevármela conmigo. Me
gusta, es tan recta y justa… me encantaría doblegar ese carácter, me gustan los retos.
El Boss notó que la sangre de su envoltura mortal empezaba a hervir de nuevo.
¡Estúpido! Claro que se refería a Mercedes. Entonces agarró a Héctor por las solapas del
abrigo y sus narices, por un momento, se tocaron.
-¡Atrévete, escucha bien lo que te digo, atrévete y desearás no haberte
enfrentado jamás a mí! –Héctor seguía sonriendo -¿Sabes lo que haré si osas simplemente
pensar en ella? Cogeré a todos los que tienes en tu territorio, todas esas almas pecadoras
que penan eternamente por su perfidia y me los llevaré a mis dominios. Irán encantados y
tú, ¡tú, Luzbel! ¡te quedarás completamente solo! Puedo hacerlo y lo sabes. Nadie querrá
quedarse contigo ante la tentadora oferta del paraíso. Serás historia entonces, vagarás triste
y solo durante toda la eternidad. ¡Lo haré!
Entonces Héctor se soltó y, mirando hacia el cielo, soltó un alarido digno de la
peor alimaña, largo y profundo, en una frecuencia sólo audible para los animales más
sensibles. Acto seguido, la figura de un rayo enorme se dibujó en el firmamento. El meteoro
impactó sobre la torre de la iglesia y, diez segundos después, empezó a llover
torrencialmente. Antes de ponerse a cubierto, el Boss tuvo tiempo de presenciar cómo Héctor
se desvanecía en el éter. Entonces respiró tranquilo. La amenaza había surtido efecto.
***
Mercedes dejó que Nicolás durmiera durante su última mañana en la Tierra. Bajó
a hacerse un café. El Boss ya estaba aposentado en la cocina y había hecho un desayuno
delicioso. Le dijo a Mercedes que se sentara, que él se lo serviría. Ella no tenía demasiadas
ganas de hacer los honores a la deliciosa tarta de crema. Tenía los ojos enrojecidos y el Boss
notó que había estado llorando.
-Todos los años igual ¿eh? –le dio unas palmaditas cariñosas en la espalda –
Espero que sea los primeros días y después se te vaya pasando. Es muy buena la labor que
haces aquí y estoy seguro de que estás concentrada mientas la llevas a cabo. Si estuvieras
todo el día pensando en él, no serías tan eficiente.
Ella se secó los ojos y bebió un sorbo de café.
-Todo esto me ayuda a estar entretenida. Si algo tengo claro es que no puedo
basar mi vida en los diez días al año que paso con él… ¡Pero son tan pocos! ¡Lo echo tanto
de menos! No es que sea infeliz cuando no está, efectivamente, lo soy los primeros días y
mucho. Tampoco quiero quejarme, las cosas son así y no se pueden cambiar.
-Eres muy sensata –murmuró él –A mí me gustaría que pudierais estar más
tiempo juntos, pero es imposible…
-Me hago cargo –Mercedes encendió el primer cigarrillo del día –Ah, al final le dije
lo del aborto. Y la verdad es que me siento liberada de un gran peso…
-Ya te dije que lo dejaba a tu elección. No quise meterme, puesto que era un
asunto vuestro. Y supongo que el año que viene podremos contar contigo ¿No?
-Claro –sonrió Mercedes.
-Te digo lo de siempre. Sin compromiso. Si cambias de planes…
Ella recogió los cacharros del desayuno y empezó a meterlos en el lavavajillas.
-Para bien o para mal yo pertenezco a Nicolás en cuerpo y alma –contestó –Podía
haberme casado con Lorenzo, que, a priori, parecía tenerlo todo, y si no lo hice fue porque es
a Nicolás a quien quiero. ¿Que son sólo diez días al año? Menos da una piedra.
El Boss se quedó pensativo unos instantes, recordando la amenaza de Héctor.
Durante ese año tendría que duplicar la vigilancia sobre Mercedes, no las tenía todas consigo.
-Ven que te dé un abrazo –le dijo en un arrebato de cariño.
Abrazados estaban cuando llegó doña Dorinda.
-Niña, déjate de tanto merengue y sal fuera, que Juan quiere hablar contigo. ¿No
te llega con uno solo que tienes que amartelarte con los dos? –guiñó un ojo al Boss.
Mercedes salió y se quedaron solos.
-¿Le apetece un trozo de tarta? –preguntó el Boss amablemente.
-Claro –doña Dorinda se sentó –Aunque seguro que no está tan buena como la
que hace mi Mercedes.

Al Boss le hacía gracia cómo aquella mujer fluctuaba continuamente entre el
orgullo y la disciplina férrea en lo que respectaba a su hija.
-Dígame –dijo doña Dorinda –Ustedes poco tienen que ver con la seguridad
nacional ¿verdad?
El Boss puso cara de circunstancias.
-Teníamos algo que hacer aquí, algo importante. Y ya lo hemos hecho. No sé
cómo darle las gracias por su hospitalidad y todas las molestias que le hemos causado…
-Déjese de rollos –cortó la anciana –Mi Mercedes estará bien con ese… Nicolás
¿Verdad?
El Boss se dio cuenta de que era imposible engañar a doña Dorinda. Demasiado
perro viejo. También tuvo claro que guardaría el secreto. Era toda una dama. Otra en su
lugar habría ido cotorreando por todo el pueblo la verdadera identidad de tan ilustres
huéspedes.
-Yo respondo por él, señora. Ya sabe que no pueden verse todo lo que quisieran,
pero Nicolás es una excelente persona y quiere a Mercedes con locura.
Doña Dorinda parecía buscar algo con frenesí.
-Vaya, esta maldita Mercedes se ha llevado el tabaco. Dígame otra cosa: ¿cómo
está mi viejo trasto?
El Boss se echó a reír. Evidentemente, no la habían engañado.
-Echa de menos sus discusiones –contestó.
-Dele recuerdos de mi parte –rió doña Dorinda –Y dígale que hasta me he
olvidado de sus continuas infidelidades –su rostro se ensombreció –Los últimos años estaba
bastante calmadito ya ¿sabe? De hecho, creo que fueron los más felices de mi vida
matrimonial. ¡A la vejez viruelas! Y cuando ya más o menos nos entendíamos, va el maldito
viejo y se muere… Ya podía habérmelo dejado un poco más –refunfuñó.
-Dorinda, yo no tengo poder sobre las arterias de la gente… -comenzó él.
Gumersindo Díaz había muerto de un derrame cerebral, tres años antes.
-Ya lo sé, ya… Sólo era una broma de las mías. También sé que no somos
eternos… En fin, ahora por lo menos tengo a mi Mercedes para alegrarme mis últimos días.
-Trátela bien. No sabe usted el tesoro que tiene –murmuró el Boss.
-Sí lo sé, sí. Ahora, me gustaría que no se largara siempre con el tabaco… voy a
buscarlo –Se estaba levantando cuando escuchó el motor del todoterreno y ambos vieron
cómo el vehículo salía de la finca. Dada la forma de coger la curva de la salida, era Mercedes
quien conducía.
-¿A dónde irá a toda prisa y a estas horas? –se preguntó doña Dorinda en voz
alta.
-O no la conozco, o va a arreglar el mundo –sonrió el Boss, pasándole a la
anciana un brazo por los hombros.
***
Se reunieron en un café en el pueblo de al lado.
-Bueno, Lorenzo ¿qué me dices? –preguntó Mercedes.
El eficiente y muy madrugador Juan le había dicho aquella mañana que si quería
hacer viable el proyecto de sociedad con Marián haría falta otro capataz. Mercedes pensó
enseguida en Lorenzo: sabía cómo llevar una granja y necesitaría un trabajo para empezar
de cero. Mercedes era una buena persona y pensaba que todo el mundo merece una
segunda oportunidad: ella misma la había tenido y la había aprovechado. Así que primero se
dirigió a casa de Marián para proponérselo y para ver cómo estaba después del berrinche de
la noche anterior. La encontró bien. Por lo menos, ya no tenía aquella expresión medrosa y
desencajada de los días precedentes.
-Mercedes… No dirás nada de lo que te conté ayer ¿verdad? Me encerrarían en
un manicomio.
-¡Por supuesto que no! No te preocupes y procura olvidarlo. A veces a todos nos
pasan cosas raras e inexplicables ¿sabes? –le guiñó un ojo.
-Para una vez que se me ocurre echar una cana al aire… -se lamentó –Yo creo
que ese hombre, el tal Héctor, era el mismísimo demonio…
Mercedes no se atrevió a afirmar ni negar.
-Olvida todo eso –Le apretó el brazo con cariño.

Marián sonrió.
-No… no puedo. Verás, hasta que llegó David todo era perfecto y… maravilloso.
No creo que pueda olvidarlo nunca.
¡Pobre Marián! pensó Mercedes. Para una vez que tenía una experiencia
satisfactoria, tenía que haber sido con… él.
-A ver, he venido a hablarte de un asunto –intentó cambiar de tema y no perder
más el tiempo. Le quedaban horas para separarse de Nicolás. Así que entró en materia. Al
principio Marián no estaba muy convencida, viendo todos los chanchullos en los que estaba
metido el ex-alcalde. Mercedes le dijo que, al igual que ella tenía una nueva oportunidad en
la vida, a Lorenzo no se le debería negar ese derecho. Al final logró convencerla. Llamó a
Lorenzo, que se hallaba solamente a media hora de coche, y organizó una reunión informal.
Lorenzo llegó puntual al lugar de encuentro. Había adelgazado y tenía profundas
ojeras bajo los ojos. No se atrevía a mirar a Mercedes a la cara. Ella se comportó como si no
hubiera pasado nada y expuso su plan.
-Si no te resulta muy humillante, podrías vivir en la antigua casita de tu capataz –
le dijo Marián. Yo tendré que vivir en la casa grande con mis hijos, puesto que ya tengo
comprador para la mía y con ese dinero te pagaré la compra de la granja. Lo digo por si
quieres ahorrarte la vivienda.
-Eres muy amable, Marián –contestó Lorenzo –No me supondrá ningún problema
vivir en la antigua casa del capataz. Realmente, no le tengo ningún apego a esa granja. No
me sentiré humillado por no vivir en la casa grande, no te preocupes.
-Voy a necesitar mucha ayuda, Lorenzo. No tengo ni idea de granjas –Marián
sonrió.
-Te ayudaremos. Yo tampoco sabía gran cosa y mírame ahora –intervino
Mercedes.
Lorenzo las cogió de la mano.
-Gracias por esta oportunidad. Está visto que no sirvo para delincuente. Sabré
aprovechar este nuevo comienzo. No es lo mismo trabajar para ti que trabajar contra ti,
Mercedes. Además, al vender la granja tendré un colchón para el futuro y me veré libre de
todas las obligaciones que suponía, sí… creo que estaré mejor como asalariado que como
empresario, mucho mejor. También me gustaría dejar arreglado ahora el tema del parque
empresarial, esa maldita sociedad que tenía con tu marido, Marián.
Mercedes se levantó.
-Entonces os dejo. Ese tema no es de mi incumbencia y tengo muchas cosas que
hacer. Os espero por la tarde en la representación del Belén viviente ¿Eh?
Los otros prometieron que no faltarían. Mercedes los dejó charlando
animadamente sobre planes de futuro.
***
Las muchas cosas que tenía que hacer Mercedes incluían llorar en el hombro de
Nicolás durante un buen rato.
-¿A qué hora te vas? –preguntó con voz sollozante.
-Cuando diga el Boss. Ya sabes que…
-“El reparto de juguetes empieza por la tarde” –remedó ella –Me lo sé de
memoria, hombre.
Aparte de llorar, Mercedes también le contó lo que había hecho aquella mañana.
-Sé que Lorenzo no te gusta, pero creo que merece una oportunidad. Bueno, no
la merece, pero…
-Sí, entiendo lo que quieres decir. Pero ojito con él. Como intente algo contigo
apareceré para darle un puñetazo.
-Ojalá intente algo entonces… -dijo Mercedes esperanzada.
-Estoy muy orgulloso de ti. Se te ocurren muy buenas ideas. El Boss estará
satisfecho.
-Ay… lo que daría yo por un día más… -gimió ella.
-Sí, y si lo tuvieras querrías dos más, o cinco más, o quince más…
-Eso también es verdad. No quiero quejarme, pero no puedo remediarlo. Qué
largo se me va a hacer el año…

Sonó la campana del porche llamando a comer. Se abrazaron por última vez y se
dispusieron a bajar para reunirse con el resto.
***
-Felicidades, Mercedes. La función ha quedado preciosa.
Era don Antonio el que la felicitaba de forma tan calurosa. Sí, la función había
sido un éxito, todo el mundo había hecho muy bien su papel y el tiempo se había
comportado. Ni frío excesivo ni lluvia.
El párroco estaba entusiasmado, a pesar del disgusto que tenía por la torre de la
iglesia. Antes de empezar la representación del misterio, Mercedes había dirigido unas
palabras al público y había propuesto hacer una primera colecta allí mismo. Todo el mundo
se había rascado el bolsillo. Dos maestros canteros que estaban allí presentes se ofrecieron a
ayudar gratuitamente en la reconstrucción.
-Ya ves, hija. Lo que Dios quita por un lado lo da por el otro –puso cara de
arrobo.
-No creo que Dios haya tenido nada que ver en la destrucción de la torre –
Mercedes se acarició la barbilla. Cayó un rayo y ya está, no hay más misterio.
-Bueno, yo no estoy de acuerdo, pero… tampoco hay que estarlo siempre,
¿verdad? Veo que el maligno ya no está entre nosotros.
-No, afortunadamente, parece que se ha ido. Menos mal –Mercedes miraba por
encima de las cabezas de la gente, buscando a Nicolás y al Boss. Estaba deseando que el
párroco se marchara, pero el buen hombre parecía tener ganas de cháchara ese día.
-Bueno, supongo que te ocuparás de la organización del Belén del año que viene
–continuó don Antonio.
Ella bajó la cabeza. Iba a darle un disgusto al pobre hombre.
-Pues… no. Lo siento mucho.
Efectivamente, el párroco quedó pasmado con la respuesta.
-El lunes presentaré mi renuncia como concejala. Dejo la política.
Lo había estado pensando cuando volvía de la reunión con Marián y Lorenzo. Una
sociedad exigía más tiempo y dedicación. Ya no era su subsistencia y la de sus empleados la
que estaba en juego. Había convencido a Marián para emprender un proyecto
completamente nuevo para ella y no podía permitirse el lujo de fracasar. Tendría que estar
centrada en la granja las veinticuatro horas del día, y eso porque el día no tenía treinta y
seis, que si no…
Explicó sus razones a don Antonio, que asintió con la cabeza.
-Muy bien, hija. Me alegro mucho de que hayas acogido a Marián, siempre me
pareció que no os llevábais muy bien, y ahora necesita ayuda y guía. Por otro lado, me
sorprendió la renuncia de Lorenzo como alcalde, pero tampoco quise indagar más. Tú sabrás
lo que ha pasado ahí y confío en tu sensatez para que todo llegue a buen puerto.
-Claro, claro… descuide –Mercedes seguía estirando el cuello en busca de
Cristóbal y Nicolás.
Reflexionó: el primer año Nicolás se había marchado sin despedirse. El segundo,
era ella la que lo había hecho. Sospechaba que los dos hombres habían aprovechado en
gentío y la confusión reinantes para marcharse sin decir adiós.
Consiguió librarse del cura y empezó a buscarlos entre la gente. Ni rastro.
-¿Buscas a alguien? –Lorenzo y Marián aparecieron sonrientes a su lado.
-Mis invitados, Cristóbal y Nicolás. ¿Los habéis visto?
Intervino Lorenzo:
-A decir verdad, sí. Los vi hace un rato por la carretera, como si se marcharan del
pueblo.
Mercedes suspiró. Otra vez habían eludido las despedidas. En fin…
-¿Estás bien? –preguntó Marián.
-Sí, perfectamente –Volvió a suspirar.
-La obra ha sido maravillosa –continuó la viuda –Estarás contenta.
Mercedes los miró con ojo clínico.
-¿Habéis venido juntos? –preguntó.
Marián sintió una súbita timidez y enrojeció.

-Bueno, hoy invité a Lorenzo a comer con nosotros para ultimar los detalles y
decirles a los niños lo del cambio de casa, la sociedad y todo eso, y ya nos vinimos juntos,
sí…
Mercedes tuvo una idea.
-Lorenzo ¿Cenas solo hoy? Vente a casa, somos un montón y será divertido.
Ahora fue a Lorenzo a quien invadió la timidez.
-No quiero molestar… y puedo ir a casa de mi hermana.
Mercedes sonrió.
-No molestas, no hay el menor problema. Estaremos encantados de que vengas –
Se volvió a Marián –Supongo que vosotros cenáis con tu madre…
Marián asintió.
-Y con mi suegra…
-Pues veniros después de la cena, mujer. Los chicos de los invernaderos han
formado una especie de banda de música y todos los años nos hacen un conciertillo y
cantamos y bailamos. Lo pasaremos genial.
Tras unos segundos de duda, Marián aceptó.
Mercedes se alejó a buscar a su madre para volver a casa y echar una mano en
los preparativos de la Nochebuena. Analizó su estado de ánimo. No estaba tan mal, decidió.
Doña Dorinda estaba acompañada de doña Juana. Charlaban animadamente.
-Una obra preciosa, Mercedes –dijo doña Juana.
-Gracias –contestó la aludida con una sonrisa –Es usted muy amable.
-Le estaba preguntando a tu madre si le gustaría apuntarse a nuestra partida de
julepe de los martes. No somos más que un montón de viejas, pero… creo que lo pasará
bien.
Mercedes vio el cielo abierto.
-Claro que irá ¿verdad, mamá? –no la dejó ni contestar –¿Será en su casa,
Juana? Yo misma me encargaré de llevarla. Cuente con ella.
Mientras se alejaban, doña Dorinda cogió a Mercedes por la cintura.
-Se han ido. No se han despedido de ti ¿verdad?
Mercedes se encogió de hombros.
-Como siempre… Es mejor, madre. Llevamos mal lo de las despedidas. No te
preocupes, estoy bien.
-Más te vale, hay un montón de cosas que hacer al llegar a casa… Y ponte una
falda. Hoy no es día de llevar pantalones.
Mercedes pasó un brazo por los hombros de su madre y le besó el pelo. Abrió el
audi con el mando a distancia, la puerta del copiloto y ayudó a doña Dorinda a subir al
vehículo.
-Y vete despacio, niña. Cada vez te pareces más a ese Fernando Alonso o
comosellame.
Mercedes sonrió, metió primera y arrancó. Un minuto después, el coche se perdía
en lontananza.
FIN

Ana Vázquez Villareal.