Mi madre, hija de militar ilustrado, sabía francés, escribía versos, tocaba el piano y calcetaba y calceta muy bien. Era muy coqueta y elegante. Recogía a mi padre en el casino y se iban al cine de las cinco casi a diario. Un café y un mojicón a la salida y para casa. Era la primera oyente de mis composiciones.
Mi padre trabajó para mi abuelo que era exportador de pescados y mariscos y llegó a ser asentador en el Mercado Central de Madrid. Vendía el producto que le hacía llegar mi abuelo por carretera (fue el primero en hacerlo y lo tildaban de loco) horas antes que el que venía por ferrocarril. Eran unos camiones “Saurer”, preciosos y enormes cuyas cajas tropezaban, a veces, con balcones y galerías de las casas pegadas a la carretera por As Nogáis, Baralla y Pedrafita y que fueron requisados para transporte militar por las tropas de Franco.
Trabajar para la familia es complicado por lo que estudió Derecho y ejerció la abogacía como laboralista en Sindicatos y en consulta privada hasta que se jubiló. Fué Presidente del Casino de A Coruña y le gustaban mis canciones que me pedía que cantase a sus amigos cuando venían a casa.
Esto sonaba en la radio de madera:
Paul Anka – Diana