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Hola:

Durante los últimos meses y en el marco de nuestra campaña ‘Seguir con vida’, te hemos hablado de personas que intentan sobrevivir a la violencia emprendiendo el duro camino a Europa. Ahora vamos a una zona olvidada del mundo para contarte una realidad muy similar: Sudán del Sur.

Te presentamos a Nyabaled Anyong, de 55 años. Es la memoria de la guerra de este país. En 2014 trabajaba en el Hospital Universitario de la ciudad de Malakal, al que apoyábamos dando atención médica urgente: este hospital fue destruido y saqueado.

Nyabaled huyó, cruzó el Nilo y tuvo que escapar nuevamente de los combates. La encontramos en el pueblo de Wau Shilluk, donde trabaja de nuevo como enfermera, atendiendo a otros desplazados como ella. Dice que ya no se mueve más.

¿Por qué? 

“Ya no huyo, porque la gente me necesita”.


Como ella, son muchas las personas que luchan por seguir con vida.

EL LABERINTO DE SUDÁN DEL SUR:Memoria

La enfermera Nyabaled Anyong, de 55 años, es la memoria de esta guerra.

“Antes de la guerra, todos los enfermeros íbamos a cursos de formación. Íbamos a Yuba, la capital. Éramos de diferentes tribus: nuer, dinka… —recuerda Nyabaled—. Antes trabajábamos como hermanas y hermanos. Pero cuando empezó la guerra, unos fueron asesinados y otros escapamos”.

Nyabaled es la memoria de la guerra en Malakal, la que antes era la segunda ciudad de Sudán del Sur. Nyabaled era enfermera del Hospital Universitario, el más importante del estado de Alto Nilo, gestionado por el Ministerio de Salud con el apoyo de Médicos Sin Fronteras. En febrero de 2014, a los dos meses de comenzar el conflicto, el hospital fue saqueado y arrasado por grupos armados. Mataron a varios pacientes en sus camas.

“Después nos dijeron que nos matarían a nosotros, a médicos y enfermeros, así que nos fuimos”.

El Hospital de Malakal fue atacado y destruido en febrero de 2014. | ANNA SURINYACH

Malakal, hasta entonces una ciudad llena de vida y comercio, se convirtió en un campo de ceniza, botellas de plástico y cadáveres, donde los militares paseaban con un único ruido de fondo: el chirriar de las puertas de edificios destruidos.

Nyabaled salió corriendo de Malakal y se subió a una pequeña canoa. Navegó hasta Wau Shilluk, al otro lado del Nilo, como miles de civiles. Ahí es donde la encontramos dos años y medio después de aquel episodio, y no ha perdido la memoria ni las ganas de atender a los afectados por el conflicto. Trabaja como enfermera, ahora para otra organización.

Nyabaled Anyong trabaja ahora en Wau Shilluk con la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). | ANNA SURINYACH

“Sigo ayudando. A veces los pacientes incluso llaman a mi puerta por las noches porque necesitan una inyección. También trato heridas”, dice Nyabaled, sentada en el umbral de la puerta de su casa, una choza en la polvorienta aldea-campo de Wau Shilluk.

Siempre con una sonrisa, Nyabaled explica que durante un corto espacio de tiempo salió de Wau Shilluk porque allí también sentía que corría peligro. Pero volvió y dice que ya se queda, que ahora no se mueve. ¿Por qué?

“Ya no huyo, porque la gente me necesita”.