Esa fue la respuesta cuando alguien le pregunto cómo definiría la música que acababa de tocar ante varios cientos de miles de personas en la Isla de Wight durante treinta y cinco minutos y diecisiete segundos. Una verdadera tormenta sónica que dejo apabullados y fascinados a un montón de hippies colocados hasta las cejas que esperaban con escepticismo un concierto de Jazz que seguramente les iba a cortar el rollo. Al final del set Miles, antes de retirarse al backstage, se queda mirando unos instantes la marea humana que deja tras de sí y saluda con la mano brevemente. Había conseguido lo que se proponía, había sacado al jazz de los clubs de público negro, prácticamente en su totalidad, y lo había vomitado a un público blanco y masivo. Era una idea que le rondaba en la cabeza desde hacía años, admiraba a Hendrix, que cerraría el festival al día siguiente, lo admiraba como músico y planeaba grabar un disco con él, pero también le envidiaba su público, Jimi tenía un público mayoritariamente blanco y mucho más numeroso que al que cualquier músico de Jazz pudiese aspirar. Y eso a Miles le importaba. Su sonada aparición en Wight solo sería el aperitivo y poco después la “nueva música” sería aceptada por el público rockero del mítico Fillmore East neoyorquino que llenó el local hasta los topes en una serie de conciertos que felizmente han sido editados recientemente de manera íntegra en un imprescindible y asequible estuche.
Ya en 1968, dos años antes de su aparición en Wight, el trompetista grababa su “ In a silent way” con una insólita formación que incluía a Herbie Hancock, Joe Zawinul y Chick Corea tocando sendos pianos eléctricos y, todavía más insólito, al guitarrista galés y blanco como la leche, John Mclaughlin. Mclaughlin ya había grabado en Europa su fantástico disco “Extrapolation” y a Miles, siempre atento a lo que ocurría a su alrededor, no le había pasado desapercibido. La inclusión del británico no fue bien recibida por los medios especializados en Jazz obviamente manejados por afroamericanos, pero Davis no era un tipo que se dejara presionar, ya lo había demostrado diez años antes con su muy fructífera colaboración con el pianista, también blanco, Bill Evans. La respuesta fue contundente, si me traen a un guitarrista negro que toque como este los meto a los dos en la banda y si no me quedo con John.
La “electrificación” de la música de Miles Davis no era una decisión gratuita, la experimentación llevada a cabo con EL QUINTETO, así con mayúsculas, formado por Tony Williams (poco más que un adolescente), Ron Carter, Herbie Hancock y Wayne Shorter había llegado a sus límites y habían llevado al trompetista a una nueva encrucijada. Otra. Aún así la música contenida en “In a silent way” resultaba plácida y los tiempos corrían revueltos, las reivindicaciones pro-derechos civiles, la contestación a la guerra de Vietnan, los magnicidios de los Kennedy y Luther King, el movimiento hippie, América estaba convulsa y Davis no era ajeno.
Trece solistas, guitarras y teclados eléctricos, cuatro percusionistas, tres días de grabación y la fundamental colaboración del productor Teo Macero dan como resultado un hito: “Bitches Brew”, músicos provenientes en su mayoría del Jazz tocando con la energía de una banda de Rock una música inclasificable. El disco más vendido de la historia del Jazz ( ¿), la inauguración de un nuevo género, una nueva vuelta de tuerca.”No toco jazz, toco negro, es solo música, tío”.
Miles saluda con la mano y observa, del caos creado durante más de media hora surge la belleza del sonido de su trompeta, siempre diáfano, a ráfagas, cegador. “Call you anything”
J.L.Otero