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La calle. Casi nada. En los años 50/60 nos pasábamos media vida en la calle y era algo así como el DNI:

_ ¿Tú de qué calle eres?, preguntábamos a los atrevidos que se aventuraban en nuestro territorio.

Según fuese su respuesta así valorábamos al intruso porque la calle imprimía carácter. Las había con ganada reputación de violentas por el riesgo de aventurarse en ellas. Solo, era una locura y en grupo era algo así como una invasión que siempre terminaba en enfrentamiento o angustiosa retirada. Y es que cada calle tenía su pandilla para defender sus riquezas: niñas, columpios, futbolines, campos de juego… y cada grupo hacía su vida dentro de su territorio pero siempre vigilante.

Toda panda tenía un jefe que era el que decidía qué se iba a hacer y cómo basado en su mayor experiencia o en su habilidad para pelear. Algo que tenía que demostrar a menudo pues siempre había alguien que discutía sus decisiones y quería ocupar su lugar y según la suerte de cada uno terminabas en el bando bueno del jefe o en el malo con el aspirante.

En la calle se vivía en pandilla y no podía ser de otra manera. Pobre de aquel que no fuera admitido o que se le expulsara de ella. Como grupo cerrado que era, resultaba muy difícil vivir marginado en los juegos e indefenso en las agresiones… Le llamábamos, dar “guachi” cuando se enfadaban contigo y nadie hablaba ni jugaba con el castigado. Te hacían el vacío. El panorama del solitario resultaba aterrador. Llegabas disgustado a casa y tu madre te preguntaba:

_ ¿Qué te pasa?

_ Que me dieron “guachi”, mamá.

_ Pues no lo quieras, hijo.

Siempre había alguien que intercedía por el novato o por el caído en desgracia y en su ayuda venía la necesidad de reforzar la panda. Solo se excluía a los cobardes comprobados. El valor se demostraba peleando. Te retaban diciendo: “Quítame esta paja”(una ramita que poníamos en el hombro y nos liábamos a puñetazos), subiendo a los árboles más alto que nadie o desafiando al perro que vigilaba la finca donde robábamos fruta.

También se organizaban terribles luchas calle contra calle tras una provocación previa, como maltratar o molestar a alguno de la pandilla que cogían a solas o en inferioridad. Se cruzaban embajadores y se acordaba fecha, hora, un lugar neutral (un descampado) y se concretaban las armas: espadas de madera, palos, a puñetazos y patadas o incluso pedradas de honda, tirachinas o a mano. El duelo solía terminar con lesionados de poca importancia y cada uno daba su versión del resultado.

A veces los enfrentamientos eran con balón de por medio. Un partido de fútbol de ida y vuelta en cada una de las calles y con desempate en campo neutral. Siempre se reclamaba algún penalti o algún “gol como una casa”, pero como no había postes(un barrón) ni larguero, ni red, siempre quedaba la duda. El caso era bufar.

Pero donde realmente radicaba el prestigio de la calle era en el tamaño de la hoguera de San Juan. Todos queríamos la más grande, la más alta y que tuvieran que venir los bomberos a apagarla. Descubrir el almacén de la calle rival y robarle la madera era toda una aventura en la que se empleaban todas las tretas. Recuerdo que dejábamos una pequeña cantidad de leña en un lugar convenido procurando que nos vieran. Cuando venían a saquear lo que creían nuestro almacén nosotros estábamos ya limpiando el suyo solo e indefenso.

Yo soy un niño de La Estación, nací en Marqués de Amboage y me moví por Caballeros, Marqués de Figueroa, Estación de Santiago, Monelos, Castiñeiras, Sta Lucía, Fez Latorre, Cuatro Caminos, El Muro, La Gaiteira, San Diego, La Granja, Angel Senra, San Luis, calle Vizcaya, Los Mallos, El Puntal, Lazareto, Las Cañas, los tres túneles, el monte Pelacho… y no concibo mejor parque temático o plató para mis andanzas. La panorámica es de 1965.

Lone star – Mi calle.wmv

En la década de los ’60 destacó un grupo catalán de nombre Lone Star y, aunque sus primeros grandes éxitos fueron adaptaciones al español de canciones en inglés, también contribuyó con temas como este “Mi calle”, ya en 1968.