El garrote vil.avi
Origen del garrote vil con sello español. Fragmento de “Queridísimos verdugos”, documental de Basilio Martín Patino. 1977.
Una de las historias más singulares de Coruña seguramente casi ninguno de los asiduos de esta página la haya escuchado o leído nunca porque es tan SINGULAR que, según mi opinión, se ha PROHIBIDO por quien tiene el poder de destruir la historia destruyendo las pruebas de la misma.
Se supone que nos cuenta la condena a muerte de un “pederasta” por abusar de dos niños pero.... resulta que por una nimiedad, la ejecución deviene en alzamiento popular contra el poder militar y judicial. Yo no tengo ni la más mínima duda de que nimiedad es que a un condenado a muerte por un delito HORRENDO no consigan matarlo a la primera ¿Cuántos de los espectadores del ajusticiamiento, si el delito fuese tal, no desearían que el ajusticiamiento tuviese un largo prolegómeno de tortura? Seguro que la mayor parte de los presentes. Sin embargo sucedió todo lo contrario. Leed la historia, merece la pena. Y más merece la pena pensar en ella y hacerse preguntas ¿por qué los padres de los niños “abusados” no aparecen en escena clamando justicia? ¿A qué se le podía llamar “niños” en aquel momento? ¿Tendrían ya barba los dos “niños”? Yo aún recuerdo como la payasa de Mercedes Milá, cuando sucedió lo del caso Arny, taconeaba por el plató de una televisión clamando al cielo el daño que se le podía haber hecho a ¡NIÑOS! en el pub sevillano a manos de desalmados como Javier Gurruchaba y Jesús Vázquez. ¿Niños? Resultaba que los tales “niños” eran unos machos que podían darle un buen repaso al coño de Merceditas Milá dejándola bien satisfecha. Resulta que los tales “niños” era delincuentes bien conocidos por la policía al punto de el caso resultó ser una trama de un fascista del cuerpo, compinchado con los susodichos “niños” para incriminar falsamente. ¿Niños? ¡Para nada! Si tan despistados estábamos con el concepto hace sólo unos años, imaginaros 300 antes. Que los documentos más antiguos de una historia tan singular de Coruña hayan desaparecido es muy “comprensible” si tenemos en cuenta lo poco grato que resulta su recuerdo para los poderes fascistas meapilas ¿A que buen católico de derechas coruñés le podría apetecer recordar que nuestra ciudad se levantó en armas para defender a un homosexual, un bujarrón, por lo injusta que venía a ser la condena a muerte por unas canas al aire, muy probablemente, de mutuo acuerdo con dos personas más jóvenes que él que distarían mucho de ser “niños”? Así las cosas, no os extrañe que no se pueda encontrar el documento original del que se extrajo el texto fidedigno de la historia de nuestra ciudad. Algún inquisidor lo tendrá secuestrado si es que no lo ha destruido ya. Enlace a la web de Milhomes donde está la trascripción del texto.
https://milhomes10.wordpress.com/2011/03/13/onorato-benedito-truque/ Jose Carlos Alonso Sánchez. Activista gay desde 1993
ONORATO BENEDICTO TRUQUE.
Esta historia nos remonta más de trescientos años en la memoria de la ciudad. Como decía no es un descubrimiento de Milhomes ya que no hemos hecho más que interpretar la narración de los hechos publicada en “La Voz de Galicia” del 31 de diciembre de 1964, por Miguel González Garcés, cuyo contenido transcribo a continuación:
SUCEDIÓ EN EL REINADO DE CARLOS II, año 1697.
El 17 de marzo don Antonio Sanguineto y Zayas, Caballero de la Orden de Santiago y Corregidor por S. M. de la ciudad de La Coruña y de la de Betanzos, ante testimonio del Escribano don Benito Fariña, procedió contra un hombre llamado Onorato Benedicto Truque. Se le acusaba del delito nefando, cometido con los niños José Rey y Juan López de Armentón, siendo reducido a
prisión.
Como la cárcel pública no ofreciese seguridades para el reo, dada la excitación pública que contra él había, se le trasladó al bajo de la casa del Teniente Corregidor don Jerónimo Suárez de Mera. Instruidas las primeras diligencias por el Corregidor fue interrogado el reo el día 21 del mismo mes y declaró: “Que se me llama Onorato Benedicto Truque, siendo natural de Mentoro, Principado de Mónaco, a 20 millas de la ciudad de Génova, hijo de Orazio Truque y de María Bisana; que su padre era mercader de paños en su país; que él había salido de su patria hacía tres años, con motivo de una leva que había mandado hacer S. M. para Cataluña, en donde permaneció dos años, hasta que reformaron los Tercios; que estuvo casado en la ciudad de Ovella, con una mujer llamada Camila Carbala, que falleció; que ha-cía nueve o diez meses que había llegado a esta ciudad y que de recién venido se recogió a los pasos del palacio, hasta que entró a ser tambor en la compañía que mandaba el Capitán don Pedro, Coronel de éste Presidio; dijo que tenía 23 años cumplidos y confesó su delito”. “Era de pocas carnes, mediana estatura, cara lampiña y tenía la pestaña de abajo del ojo izquierdo remellada, con habla de extranjero como de italiano.”
Habitaba Benedicto Truque un rancho o cuarto de la casa en que vivía el Capitán don Francisco Colón, “de cuyo rancho cae la puerta más arriba de las caballerizas de palacio y hace frente a la casa del Regidor don Antonio Romero de Andrade, que está más allá del oficio del Pillado.
Convicto y confeso el reo, después de tomadas las declaraciones de testigos, el Corregidor, el día 9 de mayo, con parecer del Asesor de la Real Audiencia Licenciado don Juan Bautista Sollozo, dictó sentencia en esta causa, la cual decía: “En el pleito que ante mí pende entre el oficio de Justicia, Antonio Gómez Catoira, promotor fiscal de ella, nombrado parte, y Onorato Benedicto Truque, su curador “ad litem” de Juán López de Armentón y José Rey, comprendidos en esta causa. Fallo atento a los autos y méritos deste proceso a que me refiero, que por lo que de ello resulta contra dicho Onorato Benedicto, por haber incurrido en el delito y culpa de pecado nefando, debo condenar y condeno al sobredicho Onorato Benedicto a que sea sacado de la cárcel en que se halla y puesto en una bestia de albarda, con las prisiones y seguridades necesarias y con voz de pregonero que se publique su delito y pena, que sea llevado al campo de la horca, junto a la tocha y parte más cómoda y menos perjudicial de la población que sea señalada, y allí sea puesto y atado a un madero y en él se le dé garrote por el oficial público, hasta que con efecto sea muerto, y su cuerpo hecho cadáver, y estándolo, se encienda y se le aplique fuego en que arda dicho cadáver hasta que del todo sea consumido, y no quede demostración ni conocimiento de su figura humana; con más le condeno a perdimiento de todos sus bienes, etc, etc.” Y continua disponiendo que los dos niños asistan a la ejecución para que les sirva de escarmiento, y se les entreguen a sus familias para que los cuiden y eduquen, pues se encontraban también en la cárcel. Consultada esta sentencia con los Señores del Real Acuerdo, mandaron se ejecutase por auto de 3 de junio. Con lo que conocemos la severidad con que se penaban determinados delitos.
Fue notificada al reo en 20 del mismo mes, encontrándose ya en la cárcel pública. El Escribano don José Antonio Rodríguez se la leyó y dice en la notificación: “de manera que muy bien la entendió, clara y distintamente a lo cual no respondió cosa alguna, ni habló palabra más que mirar a una imagen de Nuestra Señora que en dicha capilla hay, a que estaban alumbrando dos velas de cera encendidas, y levantó las manos reverenciándola, con lo cual me salí de ella, dejando al sobredicho dentro, acompañado del P. Jacinto de Loyola, de la Compañía de Jesús, el P. Guardián de S. Francisco y otros dos religiosos de la misma Orden y el P. Retor de la Compañía desta Ciudad.”
Mientras esto sucedía, el Corregidor disponía todo lo necesario para llevar a cabo la ejecución del reo, comprando cáñamo para hacer cordeles, maderas para construir el tabla-do que debía alzarse, leña para la quema del cadáver, etc., sin que por esto se olvidase de notificar al verdugo u oficial público que se llamaba Gregorio Louro, y que vivía “junto a la puerta de la torre de arriba” y al que se le advertía “que de no hacer prontamente el oficio que se le mandare, se ejecutaría en él la muerte que se le ordenaba”.
El Corregidor, antes de llevar a cabo la ejecución del reo, pidió la cooperación del Real Acuerdo y del Capitán General, los cuales le ofrecieron enviar sus Ministros aquél y éste una Compañía de soldados, cabos y escuadra y sargento.
El sitio elegido para la ejecución era “el arenal junto a los molinos del viento, camino que va desde Santo Tomás a la hermita de San Amaro, parte separada desta Ciudad y sus casas”.
El día 22 de junio fue sacado el reo de la cárcel real, en la cual estaba acompañado de religiosos de N. P. San Francisco, de Santo Domingo, y de la Compañía de Jesús, a cosa de las 11 de la mañana, siendo puesto por el verdugo público caballero en su bestia de albarda, en la forma que se acostumbraba. Detrás de él iban a pie los niños Juan López de Armentón y José Rey, esposados por las manos. La triste comitiva la componían primero el Mayor-domo de la Hermandad de la Paz y Misericordia, don Antonio Saavedra, que conducía el Santo Cristo de la Misericordia, caminando a un lado todos los cofrades que alumbraban a la Santa Efigie con velas amarillas. Seguían formados en grupo los Ministros del Corregimiento y los de la Real Audiencia del Reino, armados con varas, alabardas y espadas. Y en seguida venía el reo en una bestia, vestido con una túnica de bayeta blanca y cubierta la cabeza con un bonete azul. Le acompañaban los religiosos de las Órdenes de Santo Domingo y San Francisco y los de la Compañía de Jesús, consolándolo con sus palabras y exhortándole al arrepentimiento. Una compañía de soldados, que el Capitán General envió con acuerdo del Corregidor, cerraba la tétrica procesión, la cual dirigía y presidía por que daba fe, el Es-cribano don José Antonio Rodríguez
Pero la fúnebre comitiva no realizaba su itinerario de modo corto y recto. En tal caso hubiese tenido que pasar por la Puerta de Aires. Sin embargo, no era posible hacerlo puesto que debajo de su arco estaba el Divino Rostro y la Puerta se consideraba como de refugio. Recorrió, por tanto, la calle de Tabernas, atravesó la Puerta Real y siguió junto las ruinas del Monasterio de Santo Domingo, destruido por los ingleses en 1589, y de Santo Tomás hasta llegar al suplicio.
El verdugo, entretanto, echó tres lazos al cuello del reo.
Allí, indudablemente, pareció que bien pronto acabarían toda la ceremonia, actos y formalidades, con la vida del condenado. El verdugo comenzó a voltear fuertemente los lazos. Pero lo hizo con tan gran torpeza que se quebró uno de ellos y se aflojaron los otros. El reo inclinaba a un lado y a otro la cabeza, abría y cerraba bruscamente los ojos, su rostro se contraía horriblemente y ya no solamente los más cercanos pudieron observar que sufría lenta y terrible agonía. Irresistible no sólo para padecido sino también para contemplarla.
De pronto, inesperadamente, con la celeridad con que se producen las conmociones colectivas, el reo se convirtió en víctima de una tortura inadmisible de la que debía ser liberado. Los religiosos, el pueblo y el ejército determinaron sacarlo a viva fuerza del suplicio. No sin que antes el verdugo tratase de matar al reo con un cuchillo de monte que llevaba a la cintura.
Semejante acción, hija sin duda del miedo que tenía el verdugo de que no se llevase a cabo la ejecución y tener, como consecuencia, que sufrir él la pena, hizo que los religiosos y otras personas que rodeaban el catafalco, se indignasen. Y pidiendo misericordia se lanzaron sobre el tablado levantando a Onorato en hombros de algunos religiosos y conduciéndolo de este modo a la cercana capilla de Nuestra Señora de la Atocha, en donde los hermanos de la Paz y Misericordia, los religiosos y el pueblo colmaron de cuidados al liberado hasta verlo restablecido, pues aun le sacaron con vida.
Esta determinación y sucesos causaron tal tumulto en el teatro de la ejecución que el verdugo fue maltrecho, el Escribano que presidía la ceremonia tuvo que huir y hasta la mayor parte de los soldados que componían el piquete que custodiaba el tablado abandonaron a sus cabos y defendieron a los religiosos. Y don Diego Sarmiento, don Pedro Francisco, hijo del Marqués de San Saturnino, el Alférez don Francisco Coronel, hijo del Capitán Coronel, y otros nobles, ayudaron también, en unión del pueblo, a sacar al reo del patíbulo y conducirlo a la mencionada ermita.
Una vez dentro de ella, fueron a buscar en seguida al Juez Eclesiástico de la Ciudad, doctor don Andrés del Campo, quien no se hizo de esperar mucho y llegó acompañado de varios sacerdotes y seguido del pueblo. El Juez, en vista de lo que le propusieron los religiosos, y oídas también las razones expuestas por algunos nobles que habían tomado parte en el tumulto, acordó amparar al reo no permitiendo que la justicia ordinaria llevase a cabo la ejecución.
Como el Escribano, Ministros y demás acompañantes que con él venían al lugar de la ejecución no tuvieron otro remedio que emprender la fuga en vista del motín, en el cual luchaban los religiosos, pueblo y parte de la tropa con los Ministros y algunos soldados de la escolta, sin que pudieran entenderse ni apaciguarse el tumulto, el Escribano se presentó al Corregidor informándole de todo lo ocurrido. El pueblo había emprendido a pedradas contra él y los suyos y él personalmente había sido obligado a desalojarse de una casa inmediata al lugar de la ejecución, desde donde presenciaba y daba fe del acto. En seguida el Corregidor llamó a un Teniente y al Presidente del Real Acuerdo, don José Alvarado, y acompañados de éstos y del Escribano Rodríguez y buen número de escuderos, alabarderos y demás dependientes de la Justicia se encaminaron a la capilla de la Atocha, la cual estaba rodeada de tropas y pueblo que no permitían acercarse a persona alguna.
Cuando llegó el Corregidor con los suyos a la Capilla, y como no pudiese atravesar el cordón que tenía formado el Juez Eclesiástico y los religiosos, se puso el Corregidor delante de la puerta y dijo: “¡Paz, paz, señores, aquietarse, que yo venero la Iglesia, óiganme vuestras mercedes y se aquieten y me entreguen ese reo que no goza de inmunidad”. Palabras que fueron contestadas por el Juez Eclesiástico de la siguiente manera: “¡Pena de excomunión mayor! ¡Retírese vuestra Merced, que este hombre está bajo el amparo de la Iglesia!”. Con-testó en seguida el Corregidor, apoyado por los suyos: “En nombre de S. M. y bajo la pena de 500 ducados y las demás del derecho, que se me entregue al reo, violentamente extraído del suplicio”. Este requerimiento no quedó sin contestación por parte del Juez Eclesiástico, el cual dijo: “Obedezco a S. M. y sus Ministros como vasallo leal, pero no puedo entregar al reo, porque no lo es ya y mando a su Merced que se retire de este sitio, pues su jurisdicción ha fenecido”.
Mientras tanto el motín crecía por momentos. En vano las autoridades ordinarias pro-testaron. Sus requerimientos no eran atendidos y el desorden llegaba a tal extremo que el pueblo arrojaba piedras y amenazaba de muerte al Corregidor y los suyos, llegando a decir el Alférez Coronel, dirigiéndose al Corregidor: “¡Déjenle venir al Correbavial, que le he de dar doscientos palos!”. La Justicia envió a uno de sus Ministros al Capitán General, rogándole que le mandase tropas, las cuales llegaron al poco tiempo. Pero lejos de calmar los ánimos, no sirvieron más que para aumentar el tumulto porque el Juez Eclesiástico y los suyos, a y pesar de pedir el Corregidor más de cien veces: “Favor al Rey y a la Justicia”, no le hicieron caso alguno y hasta parte de la tropa que había venido a reprimir el tumulto se pasó también al Juez Eclesiástico y a los suyos.
Desesperados el Corregidor y el Presidente del Real Acuerdo por ver despreciada su autoridad y que eran estériles todos los medios que empleaban para calmar los ánimos y reprimir el tumulto, enviaron a las nueve de la noche a pedir nuevas fuerzas al General, el cual mandó treinta soldados. No bastaron tampoco éstos y fue necesario reclamar al aumento de las fuerzas. A las doce de la noche vinieron más de veinticinco militares al mando de un ayudante del General, componiéndose la fuerza que sitiaba la ermita de más de cien hombres.
En el amanecer del día 23, después de permanecer el Corregidor toda la noche en aquel lugar comprobando que no le era posible conseguir la captura del reo, a pesar de los ataques de las tropas, siempre rechazados por los religiosos, pueblo y muchos soldados, y que de seguir aquel estado de cosas no habría más remedio que atacar de una manera decidida a la ermita para que se rindiera, lo que ocasionaría muchas víctimas, decidió el Corregidor alejarse con parte del ejército, dejando cercada la capilla para no permitir que nadie saliese de ella.
Esta situación duró algún tiempo sin que el poder eclesiástico se diese por vencido. Muy al contrario de esto, remitieron la causa formada con este motivo al Arzobispo de Santiago para que determinase lo que creyese más oportuno.
Por fin, el día 16 de octubre, el Corregidor mandó retirar todo el aparato de sitio que había puesto a la ermita por haberse justificado que el Juez Eclesiástico y los suyos, más hábiles que la Justicia ordinaria, tuvieron el buen acierto de enviar el día 9, a las nueve de la noche, a Onorato para la Ciudad de Santiago. El cual fue acompañado por un dependiente del Juzgado Eclesiástico y custodiado por algunos paisanos, siendo entregado a las siete de la noche del día siguiente al Secretario del Arzobispo. Y más tarde se le puso en libertad.
Y tomando Onorato el hábito de peregrino, salió de Compostela en regreso a su país natal.
A mayores de esta referencia sobre la historia de Onorato existe otra del historiador Antonio Rey Escariz. Rey Escariz fue el autor de “Historia de la ciudad de La Coruña”, escrita en varios tomos. Uno de los que se conservan es el que trae el apéndice de los restantes y por dicho apéndice podemos constatar que había un capítulo titulado “Célebre motín popular con motivo de la ejecución del reo Onorato Benedicto Truque”. Lamentablemente el tomo específico desapareció después de la fecha de la publicación del artículo de La Voz de Galicia.
Hasta aquí muchos dudaban de la veracidad de los acontecimientos y querían verlo casi como un cuento fantástico. Pero la labor pertinaz del historiador Santiago Daviña Sáinz ha detectado otras reseñas, en documentos variopintos, que mencionan a Onorato Benedicto Truque. También él mismo ha contrastado la veracidad de los personajes públicos coruñeses que se citan en la narración y encuentra que son realmente personas que vivieron en esa época desempeñando las correspondientes funciones y cargos que se les adjudica.
Cualquier lector avispado se habrá dado cuenta, por el contenido del artículo de La Voz de Galicia que glosa esta historia, que la misma es muy particular. Hay aspectos manifiestamente contradictorios en la propia narración que no se explican si no se hace una interpretación lógica del asunto. Lo primero que nos cuenta es que las personas que fueron objeto del abuso son dos niños, pero que a los mismos se los metió directamente en la cárcel y se les hizo seguir esposados a la comitiva hacia el cadalso como escarmiento. ¿Es creíble que de ser dos niños indefensos y víctimas del joven Onorato fuesen encarcelados? ¿No será más bien que tales “niños” eran suficientemente maduros para saber y disfrutar de lo que hacían, motivo por el cual había que darles “escarmiento”?. Por otra parte, si tan criminal fuese el delito (no olvidemos que la sentencia fue la pena capital) ¿permitiría la ciudadanía que, al final, el culpable del mismo saliese indemne?. ¿No es acaso mucho más probable que lo que entre esas tres personas aconteció fuese algo consentido y perfectamente consciente, cuya única traba era estar perseguido por la inquisitorial iglesia católica (aunque paradójicamente fuesen miembros de esta institución, entre otros, quienes salvasen al reo)?
Actitudes de este calibre no deben sorprendernos y menos en el siglo XVII, no olvidemos que sólo hace unos años en España se pretendió un linchamiento social con personas como Jesús Vázquez, Javier Gurruchaga,…. imputados falsamente de abusos a menores, en lo que constituyó el famoso “caso Arny”.
Cuando, desde Milhomes, propuse a Onorato como motivo para que la ciudad le dedicase una calle era plenamente consciente de que el caso no es de los que pintan de rosa y sospechaba que levantaría ampollas, pero no deja de ser la historia de muchos ciudadanos coruñeses que todavía, a día de hoy, se ven obligados a vivir una sexualidad delictiva, depravada, por la aplicación en la ciudad de una moral de tintes inquisitoriales. Una ciudad que aplica una máxima de un ideólogo del régimen franquista, quien hacía saber que el régimen y él mismo no tenían ningún problema especial con los homosexuales y la homosexualidad, salvo cuando a éstos les daba por dejar constancia de que “existían”.
Homenajeando a Onorato queríamos homenajear a tantos homosexuales coruñeses que viven un calvario muy parecido por culpa de la homofobia de las principales instituciones coruñesas (para el momento: Francisco Vázquez, Diputación del PP y Universidad controlada por el rector Meilán Gil, miembro del Opus Dei).
El caso es que en el momento de hacer la propuesta al Ayuntamiento de A Coruña, no escatimamos ninguna de las descripciones del artículo de La Voz de Galicia, y es evidente que todas aquellas personas por cuyas manos pasó la propuesta (Cándido Barral,….) hasta la instancia definitiva de la Comisión de Honores, consideraron muy respetables los argumentos de Milhomes.
Por desgracia fue el mismo Santiago Daviña Sáinz (en La Voz de Galicia, 4 de abril de 2004), quien desató los ánimos furibundos de nuestro queridísimo alcalde Francisco Vázquez al advertir a la ciudadanía de que se le iba a dedicar una calle a un pederasta. Azuzaba aún más si cabe los ánimos, al concretar que los niños pertenecían al coro de niños de la Colegiata de Santa María del Campo sin certificar la veracidad de este dato. Como un resorte saltó el alcalde a desdecir a la Comisión de Honores del Ayuntamiento de A Coruña e impedir, que se le dedicara la calle a Onorato Benedicto.
La actitud de Santiago Daviña no alcanzo todavía a entender que objetivo perseguía, toda vez que, hablando personalmente con él, lució un talante progresista nada sospechoso de homofobia. Colijo que aconteció algo tan pobre como que encontró un resquicio para que en esta ciudad alguien, por un momento, le prestase atención. Por más que Santiago sea la persona que más puede saber de la figura de Onorato en la ciudad, sospecho que ha prescindido de un análisis profundo de los acontecimientos, dedicándose a dar cuenta de las palabras escritas siglos ha, sin más reflexión. Vamos que por sus declaraciones respecto a Onorato se podría colegir que Santiago da por buenos todos los tormentos y asesinatos cometidos por el Tribunal de la Santa Inquisición.
No dejé de intentar recabar más información sobre este relevante acontecimiento de la ciudad de A Coruña. Me dirigí a los fondos documentales de la mismísima Colegiata de Santa María del Campo y allí me encontré con un archivero muy particular quien, nada más enterar-se del motivo que me llevaba a verle, se desató en un acceso de risa que pensé le llevaría a un síncope, pues no parecía salir de él. Finalmente, ya serenado, me dijo que allí no había nada de documentación al respecto. También indagué en el Archivo del Reino de Galicia sin obtener ningún resultado, incluso uno de sus trabajadores me hizo partícipe de su duda respecto a que fuese fácil encontrar este tipo de documentación pues él mismo, conocedor de la historia, nunca había visto el más mínimo indicio de material que se remitiese a ella. De todas formas es el mismo Santiago Daviña quien, como ya dije, es conocedor de nuevas pistas. También se corren rumores respecto al destino que tuvo el desaparecido tomo de Antonio Rey Escariz. Otros archivos eclesiásticos no me consta que hayan sido investigados al respecto. Por todo esto no sería extraño que la historia todavía pueda deparar muchas sorpresas a la ciudad, pasando a convertirse, en un futuro, en parte del acervo social de la misma.
Para cerrar este capítulo quiero decir que supe de esta historia merced a que un muchacho, Javier, se acercó un día a mí con la fotocopia de las páginas del periódico de 1964. El era conocedor de la inmensa labor que Milhomes estaba desarrollando en la ciudad y consideró oportuno hacer su aportación personal desde lo que el sabía y conocía de la historia de la ciudad. Como pueden ver su gesto no resultó baladí y a punto estuvo de significar que Milhomes incorporase un personaje gay al callejero de la ciudad. Sería de desear que más personas, como este Javier, nos transmitiesen datos de interés para reconstruir y reforzar la memoria de los homosexuales en nuestra ciudad. A buen seguro historias tan interesantes como las descritas en este capítulo hay un buen montón.
EL GARROTE VIL
EL GARROTE VIL | |
INICIO | Año 1820 |
ABOLICION | Constitución de 1978 |
FUNCIONAMIENTO | Collar de hierro asido a un tornillo con una bola en el extremo, provocaba la dislocación de la apófisis de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical. |
EJECUTADOS | Benigno Andrade, Michele Angiolillo, José Apolonio Burgos, Heinz Chez, Juan García Suárez “El Corredera”, Francisco Javier de Elío, Baldomero Fernández Ladreda, Francisco Castro Bueno, Agapito García Atadell, Mariano Gómez, José María Jarabo, Juan Díaz de Garayo, Juan Vázquez Pérez, Julio López Guixot, Narciso López, Martín Merino y Gómez, Francisco Otero González, Mariana Pineda, Pilar Prades Expósito, Salvador Puig Antich |
Este método de ejecución –vigente en España desde 1820 hasta 1978– terminaba con la vida de los condenados a la pena capital mediante la rotura del cuello. El garrote, un collar de hierro asido a un tornillo con una bola en el extremo que sustituyó a la horca, provocaba la dislocación de la apófisis de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical.
Aunque teóricamente la muerte se producía de forma instantánea, lo cierto es que en la mayoría de los casos provocaba lesiones laríngeas y la víctima moría por estrangulamiento. La fuerza física del verdugo, que giraba el tornillo y aplastaba el cuello hacia delante de forma progresiva, hasta dislocarlo, resultaba un factor determinante. A título de ejemplo el informe médico de la ejecución del famoso Jarabo en 1958, observaba que la muerte no se había producido de forma instantánea, sino con “excesiva lentitud”, el fallecimiento se produjo a los quince minutos, después de una verdadera tortura. Jarabo tenía un cuello poderoso y su verdugo, Antonio López Sierra era bastante débil físicamente. Se han producido casos aún peores en los que el reo ha muerto después de hasta media hora de espantosa agonía entre aullidos y contorsiones.
En el caso de este método de ejecución, el adjetivo “vil” deriva del sistema de leyes estamentales en el medievo. Por una cuestión simbólica la decapitación con espada se consideraba pena reservada a los integrantes de la nobleza, en cambio, para los villanos (habitantes de las villas o integrantes de la “plebe”), se mantenía la ejecución “vulgar” mediante la aplicación de “garrote” o compresión del cuello de la víctima.
Más adelante, el garrote fue perversamente refinado, la variante denominada catalana incluía un punzón de hierro que penetraba por la parte posterior destruyendo las vértebras cervicales del condenado. El garrote, con sus refinamientos, fue instituido porque el ahorcamiento se consideraba excesivamente cruel, ya que el lapso hasta la muerte era mucho más largo.
El uso del garrote se generaliza a lo largo del siglo XIX, favorecido por la simplicidad de su fabricación, que estaba al alcance de cualquier herrero. Mediante decreto de 24 de abril de 1832, el rey Fernando VII abolió la pena de muerte en horca y dispuso que, a partir de entonces, se ejecutase a todos los condenados a muerte con el garrote.
Cada tipo de ejecución llevaba aparejada una escenificación distinta, diferenciándose cada una principalmente por el modo de conducir al condenado hasta el garrote: los condenados a garrote noble iban en caballo ensillado, los de garrote ordinario iban en mula o caballo y los de garrote vil en burro, sentados mirando hacia la grupa, o arrastrados. Es la denominación garrote vil la que ha prevalecido y hoy en día se suele usar este nombre para designar tanto al instrumento como a la pena de muerte que lo utiliza.
La ejecución se anunciaba con unos tambores con el parche flojo, no tirante, que se llamaban “cajas destempladas”, de donde ha quedado la expresión.
Durante la transición democrática española, será finalmente abolida la Pena de muerte, con la constitución de 1978.
Sin embargo, tampoco podemos olvidar el aspecto socioeconómico de la actividad. Según se recoge en el Anuario de Verdugos y Sayones, en 1964, el garrote vil generaba mil puestos de trabajo directos y varias decenas de miles de empleos indirectos. ElSindicato de Verdugos y La Asociación de Carpinteros del Garrote manifestaron su rechazo frontal al cese de la actividad del artilugio, pues varios cientos de familias quedaban desamparadas. Esta situación llevó a ambos colectivos a convocar una huelga, que fue la primera huelga a la japonesa en España. Los frutos, sin embargo, no fueron los deseados, ya que en aquellos momentos no había suficientes reos para llevar a cabo tan arriesgada acción. En el momento álgido de la protesta, Antonio López Sierra, inició una huelga de brazos cruzados en medio de una ejecución, el reo tardó en morir 2 días y cuatro horas. Fue la vuelta de tuerca definitiva para que el garrote vil fuese abandonado para la aplicación de la pena capital.
Posteriormente, los partidos conservadores organizaron las protestas ciudadanas que culminaron con la gran manifestación de Madrid en 1978, con el lema: “Que no se extingan los verdugos. Salvemos el garrote”.
Todas las protestas, manifiestos y declaraciones no sirvieron para nada, y el garrote vil fue eliminado para siempre de España,