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¡Segunda medalla! Todas las fotos son propiedad de Fata Morgana.
Gracias, Paula y Mónica por el reportaje.
 Hola, queridos vaguetes. ¿Qué tal os ha ido el mes? a mí no del todo mal, a la vista de la foto en la que salgo exultante con mi segunda medalla al cuello. La procesión iba por dentro, sobre todo por dentro de mis numerosos músculos. Me costó bastante ganarla. Pero vayamos por partes, ya sabéis que soy una gran admiradora de Jack el Destripador.
Tras un cambio de zapatillas y de rutina de entrenamiento (cambié Saucony por Asics y comienzo a aumentar el kilometraje de los rodajes largos, ahora mismo estoy en once) me dispuse a correr las dos últimas carreras de la temporada: la escolar del Salnés, celebrada por y en el colegio Abrente de Portonovo, con unos ridículos 3.800 metros, y la del cáncer, en La Coruña, de unos 5.000. Era la tercera vez que corría cada una de ellas y… ¡Oh, là, là!, que diría un gabacho ¿tenían que coincidir el mismo fin de semana, señorrrr?
Sí, estoy ya en plan runner envenenado: dos carreras en cuarenta y ocho horas, viernes y domingo. Cortas, vale, pero he dicho cienes y cienes de veces que da igual, cuanto más corta más rápido corres y al final sufres lo mismo, o más. No tenía pensado entrenar mucho esa semana, si acaso un rodaje suave el martes, pero el resfriado, ese convidado de piedra que jamás me abandona en el mes de mayo, que a mí en vez de con flores a María me vienen con virus asquerosos y mocos verdes, se personó alevosamente el sábado anterior. Bendita equinácea, que por lo menos minimizó los síntomas (que no los días de duración). Tras una semana asquerosa en la que hizo frío y no paró de llover, el viernes amaneció resplandeciente para torrarnos bien el colodrillo, cómo no, corríamos a las 12:00 zulú. Cogimos a los alumnos de los cursos superiores de primaria y a toda la secundaria y hala, al autobús. Yo, siguiendo la tradición, llevé la camiseta de la Maratón de A Coruña del mes anterior.
La carrera del Salnés es una tortura china, no tienen más que leer en este humilde rincón la crónica de las dos ediciones anteriores, con unas cuestas horrorosas rompepiernas y pulmones absolutamente impropias para una carrera con niños. Y a eso añadámosle el calor y el sol de justicia. Pues eso, casi es preferible lo de la gota de agua horadándote el cráneo lentamente.Lo pasé tan mal o peor que el primer año. Empecé con un ritmo más bien bajo, pero enseguida me dejé llevar por la masa crítica y a alargar la zancada mientras pudiera, es decir, hasta llegar a la cuesta. Y al igual que la primera vez, tuve que andar. Llegó la primera cuesta antes del paso de meta y no me corté un pelo: en el repecho final vi que se me estaba disparando el ritmo cardíaco más de lo deseable y anduve unos metros. Un paisano muy amable esperaba con una manguera y si querías, te regaba cual geranio derretido. Y yo quise.
Fresqui, fresqui, acabando de empezar. Así cualquiera.
Primera vuelta, cuesta abajo. Iba cantando.
Fin de la primera vuelta. Cara desencajada y patas Lina Morgan
Manuel y yo, contentísimos por no haber muerto en el intento
Si en la primera vuelta había gente andando a mansalva, en la segunda ya fue el despiporre. Yo seguí fiel a mi táctica y no volví a hacerlo hasta llegar nuevamente al repecho del 6,8 % de mis desgracias. Allí estaba mi alumno Manuel tan hecho kk como yo, así que decidimos entrar juntos en meta como si no pasara nada y fuésemos frescos como lechugas. Las fotos no hacen justicia a nuestras caras al más puro color rojo capote torero. Lo hicimos en 25′ 11”, un minuto más que el año pasado en mi caso. Llegué de quinta en mi categoría, bajando un puesto con respecto a la edición anterior y me dieron medalla. Nuestro cole hizo varios podios, dos de ellos con el número uno.
Lo mejor, como siempre, la experiencia compartida con los chavales, animarnos unos a otros y quejarnos juntos al final de lo mucho que habíamos sufrido. Esta mañana aún seguíamos comentando la carrera. No me han quedado ganas de volver, pero lo haré por lo bien que me lo paso con ellos. Y por la medalla, para qué lo voy a negar. Al fin y al cabo es la única que voy a ganar al año, y eso con suerte.
Dicen en mi pueblo que si no quieres caldo, toma dos tazas, así que me ceñí a ello más que una faja spandex a un culo gordo y el domingo volví a la carga. Les diré que quedé tan reventada de la experiencia de Portonovo que la noche del viernes dormí diez horas seguidas de un tirón. El sábado me levanté un poco Robocop, pero era un dolor soportable que se fue desvaneciendo durante el día. La carrera del cáncer es un clásico obligatorio para mí, y además es (era) un recorrido muy agradable por el paseo marítimo de La Coruña. Sí, sí…
 Nuevamente, dorsal capicúa (el año pasado llevé el 858) y novedades en la camiseta, que cambió el algodón de toda la vida por la microfibra. Tan ligera que trasparentaba todo. Me dijo la chica que me la dio que tal despliegue se debía a la cantidad de gente que se había apuntado (había carrera infantil, andaina y dorsal solidario, además de la carrera absoluta). El sábado me fui a sobar más tranquila que un ocho, puesto que me tengo (tenía) chapado el recorrido, y aquí paz y después gloria.
Sí, sí… llego el domingo a la línea de salida y me veo a todo dios mirando pa Cuenca, o, lo que es lo mismo, del lado contrario del que solemos salir. Y ya fruncí el ceño. Eso no auguraba nada bueno ¿un cambio de recorrido?
El speaker cristalizó mis más negras sospechas al anunciar que se iba a subir al pulpo. Me explico: el pulpo es un ídem de esmaltes colocado en la parte más alta del paseo marítimo de La Coruña, coronando una pendiente del 7,1%, enfrente del funicular que lleva al monte de San Pedro. Es una cuesta horrorosa, yo cuando la hago en bici acabo bajándome en el repecho final y siempre se me ha llenado la boca diciendo que preferiría hacerla corriendo que pedaleando. Jamás la había hecho corriendo y, por bocazas, no iba a tardar mucho en “disfrutar” de la experiencia. Mi ceño se convirtió en una sima. Total, que cambiaron el recorrido, que antes era de dos vueltas y más o menos agradecido, por otro mucho más feo que daba la vuelta al estadio de Riazor, no sé si en honor a que el Deportivo había ganado la liga el día anterior, y  después enfilaba al jodido pulpo.
Entrando en meta escoltada por el churri
La salida fue bastante tranqui y yo me lo tomé también con calma, de hecho en los primeros 500 metros no bajé de 7’30”. Afortunadamente, no me iba resintiendo de nada de la carrera del viernes, y eso que el culo me había quedado bastante maltrecho. Y así pim pam llegamos a la cuesta del puñetero cefalópodo. Ni lo intenté. En el repecho más chungo empecé a andar. No anduve ni doscientos metros, lo juro por mi gps que me canta la distancia cada cuarto de kilómetro, y eso fue suficiente para que perdiera toda la ventaja que llevaba hasta entonces: iba a un ritmo de 6′. Lo peor,
aparte del calor, la jeta que me ardía, el rayo de sol en mitad de la cocorota y los pulmones convertidos en bolas de fuego, era ver bajar alegremente a los que iban en cabeza sonriendo y dándonos ánimos en plan perdonavidas, sé que lo hacían con la mejor intención, pero en ese momento jode. Lo poco que puedes pensar, claro, el cerebro está a punto de entrar en colapso. En la bajada intenté recuperar lo andado pero fue imposible. En el kilómetro cuatro ya sabía que no podría superar la marca de 28′ de la edición anterior. Y todo por culpa del pulpo.
Superada la meta, ensayo para el vídeo de Thriller, o busco en quién apoyarme, no sé
 Llegando a meta vislumbré con la poca capacidad para alegrarme que me quedaba la camiseta naranja del churri, pensando que por lo menos habría una mano amiga para recoger mis restos si caía fulminada al pasar por el arco. Apreté un poco, estimulada por sus palabras de ánimo, y crucé la meta en un tiempo neto de 32′ 41″ furiosa con el mundo y con el pulpo. Eso fue lo primero que me dijo el churri tras darme la enhorabuena y preguntarme si estaba bien: “¿Os hicieron subir al pulpo?” Con los pocos huelgos que me quedaban me deshice en improperios que él coreó con energía (la solidaridad es muy importante en esos momentos) y me fui para casa jurando no volver a comer pulpo en toda mi vida y mucho menos volver a presentarme a carreras de menos de diez kilómetros, que una ya va mayor y quiere cosas serias, y, sobre todo, planas.
Después, ya viendo los resultados, se me fue pasando un poco el cabreo. El capicúa me seguía persiguiendo: quedé de 808 de 890. No se conforma el que no quiere.
Y éste es, a grandes rasgos, el resumen de mi fin de semana runner, amigos. Con él termina mi tercera y más bien humillante temporada de carreras, que recomenzará con La Coruña 10, el 5 de octubre. Espero estar mejor preparada entonces, si consigo llevar al día mi nuevo plan de entrenamiento.
Un último apunte para mis nuevas zapatillas: estoy encantada con ellas. Cambié de marca y puse cuernacos a Saucony aconsejada por la chica de la tienda a la que suelo ir y que sabe que soy obsesa de la amortiguación. También he cambiado de número: un 40, obligada por las plantillas a medida que me corrigen la pronación. Entre una cosa y la otra mis rodillas han mejorado mucho. Ahora toca preparar los festejos de mi tercer runner-aniversario, que será en julio. Hasta la próxima y feliz carrera, vaguetes.

 Ana Vázquez Villareal.