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Christiane F. es una muchacha de 14 años que vive con su madre en un típico piso colmena en Berlín. Su deseo más grande es escapar de esa realidad e ir al Sound, la discoteca más moderna de Berlín. Su amiga Kessi, que va habitualmente al Sound, le cuela dentro con ella. En el Sound conoce a Detlev, de quien se enamora, y su grupo de amigos, que se dedican a trapichear con drogas. Para sentirse a la misma altura de Detlev y no quedarse rezagada, Christiane coqueteará con las drogas hasta que finalmente pruebe la “H” (heroína) y aún y siendo consciente de su peligro, queda enganchada, igual que Detlev y el resto. Entrará así en una espiral de degradación que le impulsará a prostituirse para poder pagarse los chutes.

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YO, CHRISTIANE F. (Hijos de la droga)HERMANN, KAI y RIECK, HORST

El año 1978, los periodistas Kai Hermann y Horst Rieck estaban realizando un estudio sobre la juventud en Alemania cuando dieron con Christiane Vera Felscherinow, una joven berlinesa que, con tan solo quince años, acababa de dejar atrás una fase de adicción a la heroína, prostitución y hurtos menores. Christiane F. les sorprendió con su sensibilidad e inteligencia; hablaba con tal lucidez y honestidad que la entrevista de dos horas se prolongó dos meses, y acabó siendo un libro. Este libro. De lectura obligatoria, aún hoy, en los institutos alemanes.
Resumen resumido: Christiane explica su vida desde los seis años, cuando se muda con su familia a Berlín, procedentes de una aldea, hasta los quince cuando, después de tres años inmersa en una espiral autodestructiva, logra escapar del mundo de la heroína con la ayuda de su madre. Aún no ha cumplido los dieciséis y ya tiene que rehacer su vida.
Como cualquier obra de autoficción, «Hijos de la droga» es más deudora de los hechos que del estilo: la historia real se vale de los recursos narrativos para convertirse en una narración sin perder su verdad (que no verosimilitud, la cual es imprescindible). En ese sentido, se acierta plenamente con los elementos narrativos que se ponen en juego al servicio de la historia:
  • La voz del narrador. Christiane nos explica en primera persona los acontecimientos de su, hasta el momento, corta vida y lo hace desde una distancia muy inmediata; sin embargo, sus reflexiones resultan bastante maduras y meditadas sin que por ello pierda espontaneidad. Es una voz que necesita ser franca para poder reconciliarse con su pasado.

«Con aire grave, Kessi me informó de que Micha se drogaba con heroína. Me excitó mucho la idea de que iba a conocer a un auténtico drogadicto (…). Cuando llegó Micha me sentí muy impresionada. Era más audaz y frío que los tipos de nuestra pandilla. Sentí un auténtico complejo de inferioridad. (…). De nuevo volví a darme cuenta de que sólo tenía 13 años y que ese fixer era demasiado mayor para mí. Me sentí empequeñecida. Aún no sabía que al cabo de solo unos meses, Micha estaría muerto».

  • El tratamiento naturalizado con vocablos propios del argot de los drogodependientes (fixer, turkey...). Christiane habla de todos los temas, desde la fraternidad y las vilezas que se dan entre los heroinómanos hasta su experiencia en la prostitución callejera o las noches en el «Sound» (considerada la discoteca más moderna de Europa y donde se podía adquirir y consumir cualquier droga). Y nunca se cae en el morbo.
  • La estructura se basa en una sucesión de situaciones en casa, en la calle, en el colegio, siempre en orden cronológico y envueltas en las reflexiones de la protagonista. De vez en cuando se interponen breves notas extraídas de entrevistas con testigos de los avatares de Christiane o de la situación de la juventud en general. Predominan las notas de la madre de Christiane que resultan muy reveladoras en cuanto al papel de los padres y de la sociedad.
De la buena conjunción de estos elementos se obtiene una narración fluida y bien estructurada a través de la cual acompañamos a Christiane, observamos su sufrimiento y vemos cómo su entorno, entre hostil y ciego, le va cerrando puertas a ella y al resto de críos de su barrio. Sin embargo, el tono de Christiane no es victimista en absoluto e incluso y llega a hacer autocrítica de sus acciones pasadas mientras la narración susurra párrafo a párrafo su progresivo avance hacia el abismo:

«Había encontrado una amiga dos años mayor que yo. Me sentía orgullosa de tener una compañera que me llevara dos años. Con ella aún era más fuerte. (…). Cuando volvíamos de la escuela buscábamos colillas de cigarrillos en los ceniceros o en los cubos de basura. Las estirábamos, nos las poníamos entre los labios y fumábamos. (…). Después mi amiga y yo tomábamos nuestros cochecitos de muñecas, cerrábamos la puerta y nos íbamos a pasear».

Así que imprescindible porque es una narración a la vez sencilla y poderosa que arroja luz sobre una cuestión todavía tabú sin caer en el morbo. Porque las notas reales de la madre de Christiane y otras personas involucradas en el fenómeno que se relata aportan muchísima verosimilitud y ayudan al lector a conocer mejor las circunstancias de la protagonista. Porque nos da una lección de humildad, nos hace ver la ignorancia (y también la inocencia) de frases como: «esto no me va a pasar a mí» o «la culpa es de los padres» o «son las malas compañías». Y sobretodo porque conocer a alguien con la historia y la personalidad de Christiane F. te abre la mente y eso siempre resulta gratificante.
A los que os animéis, deciros que no es un libro fácil de encontrar puesto que en nuestro país ha tenido una vida editorial errática bajo diferentes títulos (como habréis observado) y actualmente está descatalogado. Pero no hace mucho vi varios ejemplares de segunda mano en algunas aplicaciones de compra venta a través del móvil.

En cuanto al título «Hijos de la droga», quizá no sea demasiado elaborado pero sí pone en aviso al lector. No obstante, me gusta mucho más cuando se adopta la traducción del título original: «Los niños de la Estación del Zoo» que está mucho más apegado al drama particular de la historia ya que es en la Estación del Zoo donde los niños se prostituyen para pagarse las dosis de heroína. En otro orden de cosas, hay una película del año 1981 («Yo, Christiane F.») que retrata con acierto al personaje principal, su entorno y el momento social que está viviendo (la vemos incluso en un concierto de David Bowie). Pero no logra abarcar la infinidad de matices y detalles interesantes que la lectura del libro aporta y, sobretodo, se diluye ese elemento imprescindible y tan genuino que es la voz de Christiane.

Quiero añadir que tanto el libro como la película tuvieron una gran acogida y que, de resultas, la joven Christiane se convirtió en cuestión de meses en una «yonki-star» (sí, sí), tal como ella misma explica en «Yo Christiane F.: Mi segunda vida» publicado el año 2015 y que también tiene su interés. Pero de eso ya hablaremos otro día.

 

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YO, CHRISTIANE F. MI SEGUNDA VIDA

CHRISTIANE V. FELSCHERINOW

 2015

Christiane F. ofrece aquí un relato cruel, a la vez que humano, sobre el descenso a los infiernos de la heroína.

En 1978, cuando sólo tenía quince años, Christiane F. saltó a la fama como la primera celebridad toxicómana de Alemania. Se había vuelto adicta a la heroína unos meses antes, tras esnifar su primera raya durante un concierto de David Bowie, y a este primer contacto con los opiáceos le siguieron tristes episodios de dependencia, prostitución, exclusión social y agujas compartidas. Su historia adolescente fue recogida en una biografía editada por la revista Stern, Los niños de la estación del Zoo, y una película dirigida por Uli Edel, Yo, Crhristiane F. Hijos de la droga (1981), pronto convertida en un hito comercial del nuevo cine alemán. A partir de ese momento, la vida de Christiane F. se ha conocido sólo de manera fragmentaria gracias al seguimiento de la prensa sensacionalista, que ha dado morbosa cuenta de sus recaídas en el caballo.

Yo, Christiane F. Mi segunda vida es la continuación del relato, en el que la propia Christiane explica en primera persona todo lo que le ha acontecido desde el éxito del biopic inspirado en sus primeros años como yonquiestrella: desde codearse con la fama y el underground cultural del agitado Berlín de los años 80 –por estas páginas desfilan el grupo Einstürzende Neubauten al completo, David Bowie, AC/DC y los primeros DJs de la escena techno– a sus años de hippie, y como eje de la confesión su lucha por apartarse, en vano, del camino de la heroína, que le ha conducido inexorablemente a la ruina física y emocional: acosada por los paparazzi, enferma crónica del hígado, desposeída de la custodia de su hijo y todavía esclavizada a un programa de metadona, Christiane F. ofrece aquí un relato cruel, a la vez que humano, sobre el descenso a los infiernos de la heroína.

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