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BERNARD

VERBAS DE SARA M. BERNARD.

Sesión de fotos con cara de escuchar (y gritar) Metallica.
Documento inédito de antes de que se me cayeran las cejas (circunstancia que no es broma, hostiayá, creedme)

(Esta foto (la de b/n) es de un poco más tarde: aquí nace el apellido Bernard. Aquí hice un resumen brillante de “Un mundo feliz” para clase de Literatura universal. Aquí trabajaba en cierto poemario y en un conjunto de relatos. Justo en ese momento (principios de febrero) acumulaba 10 años seguidos de escritura diaria y profesional.)

 Estamos donde tenemos que estar. Y cuando tenemos que estarlo. Que no suele coincidir, a veces, con donde/cuando crees que tienes que estar.

En mi caso, siempre he estado fuera del espacio/tiempo que quería y, supongo, es una emoción que me acompañará hasta el final y a la que debería empezar a acostumbrarme, que se va hacer tarde.

Despierto bañada en lágrimas y con alivio, hace mucho que no tenía pesadillas de este calibre; mi cerebro es el máximo troll que conozco. Lo primero ha sido, en orden consecutivo, mear, comerme una manzana, calentar un café, escribir dos párrafos en la libreta, encender un cigarro y abrir las redes.

Y en las redes, testimonios de basura literaria. El vecino de arriba se despide de su ligue a estas horas, la chica baja las escaleras (no tenemos ascensor) taconeando ruidosamente por la madera. Es un alivio, pensado en frío, que no existieran los recitales que se mueven ahora en mi tierra, que no hicieran puto caso a los libros ni poemarios que tenía con 14, 15, 17 años. No hubiera sabido afrontar ese entorno literario de buitres ni estupideces. No me hubiera levantado del golpe o la indignación, que la supuesta especie sapiens sólo calibrara de mí tener bragas en vez de mis líneas per se.

Ahora me da igual porque puedo devolver la hostia. Ahora es fuente de remordimientos y culpabilidad y veinte años perdidos, pero en frío, sinceramente, no era el momento “social”.

Por mucho que duela. Ojalá fuera el recuerdo construido en la nebulosa cerebral, exageraciones, inventos. Pero yo lo sé. Estas navidades repasé los originales de muchos de esos poemas y párrafos. Las copias definitivas son las que quemé mientras los originales en sucio andan dispersos en folios, libretas y diarios por casa de mis padres. Yo lo sé: no exagero como lectora cuando veo que muchas de esas lineas son infinitamente mejores que los poemas nuevos que corrijo para un supuesto libro. Involuciono en vez de aprender.

Esta foto (la de b/n) es de un poco más tarde: aquí nace el apellido Bernard. Aquí hice un resumen brillante de “Un mundo feliz” para clase de Literatura universal. Aquí trabajaba en cierto poemario y en un conjunto de relatos. Justo en ese momento (principios de febrero) acumulaba 10 años seguidos de escritura diaria y profesional.

Justo antes de pedir ayuda por segunda vez y, como respuesta, que el “experto” sacara el borrador de su libro y la conversación tornara hacia él, ignorando mis lineas, falta de consejo o alguna pista de cómo hacer en el mundo editorial.

Estamos donde tenemos que estar y cuando tenemos que estarlo. Aunque en apariencia no se le encuentre puto sentido.

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SARA M. BERNARD coa compaña de poetas tolos cos que se xunta no Alfaiate

(Rúa San Xoán. A Cruña. Galiza)

De esquerda a dereita: Sara, Marcos Villaverde, Dario Méndez, Pepa Díaz é Celso.

27 de maio de 2017.

Last Jam Session Slam + poetry O Alfaiate (A Cruña). VERBAS DE SARA M. BERNAND: “TRAMPAS” EL ROCK HA MUERTO, VIVA EL MUERTO.