Mi primera novela, “La hija del cónsul”, ganó el Premio Talismán en 2008 y fue publicada en mayo de ese mismo año. Entonces se podían contar con los dedos de las manos las autoras españolas del género que comenzaban a publicar sus obras con editoriales. Entre los comentarios más habituales en aquellos tiempos en los foros, estaban la dificultad para acceder a las editoriales, y después, cuando las primeras autoras abrieron la puerta a la edición, la exigencia de algunos sellos de la utilización de seudónimos extranjeros.
Han pasado pocos años, pero sin embargo todo ha cambiado en cuanto a la edición de autoras de género romántico en español, que hoy nadie puede negar que no solo tienen la puerta abierta en todas las editoriales, sino que incluso son buscadas personalmente por los editores del género.
Superado este primer, y enorme, obstáculo, se sigue hablando del segundo, los seudónimos, algo de lo que se ha debatido mucho y muy largo, en foros, redes y eventos literarios a lo largo y lo ancho de todo el país. Y de esto es de lo que quiero hablar en esta entrada.
Personalmente, nunca me lo he planteado. Siempre soñé con publicar un libro, y una de las mayores ilusiones para un autor es ver su nombre en la cubierta de su obra. No me puedo imaginar ver ningún otro nombre escrito al lado del título de mi novela, ni tener que explicarle a los lectores por qué no firmo con mi nombre lo que escribo.
De las opiniones que les he oído a las compañeras que sí lo hacen, destacaría las que se sienten tan identificadas con su seudónimo que para ellas es como su nombre propio (nada que objetar), las que no les gusta su nombre y aprovechan para cambiárselo (de acuerdo), las que creen que no es comercial (es difícil saber si algo es comercial o no), o, y esta es la parte más triste de todas, las que no quieren ser identificadas con su labor de escritora romántica, y prefieren separarla de su vida privada.
En cuanto a que las editoriales lo exigen, bien, por experiencia propia y después de publicar con seis editoriales diferentes, tengo que decir a mí nunca me han propuesto cambiarme el nombre para publicar. Y si me lo propusieran, y fuera condición inexcusable para esa editorial, probablemente me buscaría otra, aunque, también por experiencia propia, debo decir que siempre he encontrado a mis editores abiertos a debatir y consensuar temas como correcciones o portadas, así que supongo que también llegaríamos a un acuerdo en cuanto a seudónimos.
Y en cuanto a las autoras que no quieren que se las reconozca por sus obras, y con plena conciencia de que me estoy metiendo en camisa de once varas y esto puede crear polémica, os pediría, compañeras, que deis la cara por la romántica.
Que no se puede defender un género, cuando os ocultáis detrás de un seudónimo.
Que no puedes ir a un evento romántico y decirle a compañeras y lectoras, que aspiras a escribir otro tipo de literatura, y que entonces sí usarás tu nombre, y te preocupa que si te identifican con tus novelas románticas, pueda ser un lastre para esas otras ediciones.
Que si vosotras mismas, con esos comentarios y actitudes, estáis demostrando prejuicios para el género, ¿cómo esperáis llegar a superarlos algún día?
No me estoy poniendo de ejemplo, somos muchas las que firmamos con nombre y apellido, nuestras fotos y biografías están en las redes al alcance de cualquiera, y os digo una cosa, nadie se ríe de nosotras por la calle y a mí nadie, nunca, me ha dicho a la cara que por qué no escribo otra cosa, o cómo se me ocurre dedicarme al género romántico. Y si me lo dijeran, tengo sobrados argumentos para defender mi obra y el género al que me dedico.
Es cuestión de actitud, de creer en lo que haces y estar segura de su valor. Y esa actitud se contagia, podéis creerme, pero tendríamos que transmitirla todos los que estamos en este mundillo, y no cambiar de traje según nos convenga, por miedo al que dirán, o peor, por vergüenza.
Porque si te avergüenza lo que escribes, quizá deberías plantearte dedicarte a otra cosa.
Al resto, ya sabéis, seguir haciéndolo así de bien, cabeza bien alta, trabajo duro, y seguir adelante peleando porque nuestro género se reconozca algún día como lo que es, ni mejor ni peor que el resto de los géneros literarios, con novelas, también al igual que en el resto, buenas, malas o regulares, e incluso, sí, decidlo bien alto, obras maestras que pueden hacer las delicias de cualquier lector libre de prejuicios.
4 comentarios:
¿Pudimos haber puesto los dos nombres con el mismo apellido? Por supuesto. ¿Por qué no hacerlo, entonces? Ni idea. A estas alturas todavía nos lo preguntamos. Y no se trata de vergüenza, en absoluto. En caso contrario, no tendría sentido ser lectoras y escritoras de este género y nos enconderíamos en nuestro rinconcito a escribir y olvidar todo lo demás. Sí es cierto que, de decidirlo ahora, es posible que sí firmáramos con nuestros nombres reales, pero no para que se conozca nuestra identidad, sino para que se sepa que no somos una, sino dos. Al fin y al cabo, much@s ya saben que somos Isabel y Núria.
Un beso, Teresa.
Ya digo que hay muchos motivos, válidos la mayoría, para usar seudónimo. Mi artículo va dedicado a las que reconocen que lo usan por vergüenza.
Gracias por vuestro comentario.