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CENANDO EN PARÍS (y IV)

parisana1nov14 ANA VÁZQUEZ VILLAREAL.

La Victoria de Samotracia preside la escalinata del Louvre
Todas las fotos son propiedad de Fata Morgana
Aquí está. Orgullosa, triunfante, perfecta aún sin cabeza. ¿Cómo no iba a acabar esta gran obra de la escultura griega en un país donde rodaron tantas cabezas? La quintaesencia de la técnica del “plegado de paños” era casi el único motivo capaz de hacerme arrastrar mi maltrechísimo culo hasta el supermogollón del Museo del Louvre, palabrita del niño Jesús. Ríanse ustedes de los concursos de camisetas mojadas y recauchutamiento siliconil. Veintisiete años esperando este encuentro…
Mi marido estaba colgado por otra señora: la Gioconda o Mona Lisa, que no se iba de París sin presentarle sus respetos, vaya. Ya le advertí que el cuadro en cuestión era una mierda (de tamaño), que estaba protegido por un cristal más gordo que unas gafas de abuela y que habría unos siete millones de personas en la sala al mismo tiempo que él, pero le dio igual. Recordé que también se hallaban en el museo el cuadro “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix y el código de Hammurabi y dije que sí, que íbamos al Louvre. Al final, no vimos ninguna de las dos cosas.
Llegando al Louvre
Acojonadita iba con la cola. Pues no, veinte miserables minutos nada más, una minucia. El acceso al museo, que, como ya comenté, tiene forma de U, se hace a través de la pirámide acristalada del centro. Supongo que ya saben que fue objeto de polémica cuando se inauguró, puesto que se da de soberanas leches con el edificio que alberga el museo.
Debajo de la pirámide, el acceso al museo
Una cola asequible
Bien, el edificio es grandioso. Tiene tres plantas abiertas al público. Cada una de ellas tiene una extensión de un kilómetro, puesto que cada una de las partes de la U mide unos 300 metros. Parece poca distancia, sí, hasta que uno se da cuenta de que lo que quiere ver dista a lo mejor un kilómetro y medio. Todo ello, por supuesto, subiendo y bajando escaleras y tropezando con los siete millones de turistas que habían ido a ver la Gioconda o Mona Lisa.
Y por fin…
…flipándolo con la Vicky
Afortunadamente, yo tuve más suerte. La Victoria de Samotracia está en lo alto de una escalinata sobre un pedestal y pude admirarla en todos sus ángulos. Realmente, lo que a mí me interesaba era la escultura egipcia y griega, lo cual no quiere decir que no me extasiara con unas cuantas pinturas. Les dejo que hagan lo propio, a lo mejor hasta encuentran algún Goya y, por supuesto, que no falte mi Caravaggio:
Y por fin llegamos a la sala donde estaba Miss Gioconda. Lo dicho, cienes y cienes de personas para admirar, por decirlo así, un cuadro enano. Imposible verlo con tal cantidad de gente delante. Como para hacerle un estudio exhaustivo, vaya… Lo siento, pero creo que la Mona Lisa está sobrevalorada, sinceramente.
La Gioconda, casi a tamaño real
Nunca hubo mujer tan fotografiada
Una vez satisfechos nuestros deseos, me dispuse a cumplir otros caprichos. Por ejemplo, ver la Venus de Milo y algunas muestras de arte egipcio:
Pero no todo puede ser perfecto en esta vida, y cuando quisimos ir a ver a Delacroix, un empleado del museo bastante maleducado nos anunció con un sonoro C’est fermé (está cerrado) que nuestro gozo se había ahogado en el pozo. Así que fuimos a consolarnos con más escultura, esta vez barroca. Algún Miguel Angel había en la muestra:
Y con esto dimos por terminada nuestra visita al Louvre, como siempre siendo ya la hora de comer. Y por la tarde, nos pegamos un paseo de los nuestros por los alrededores: Ópera Garnier, Jardines de las Tullerías y Hotel de la Ville (ayuntamiento). Algo flojillo, que de noche nos esperaba barco.
Hôtel de la Ville
Opera Garnier, esta vez de día
Entrada a los jardines de las Tullerías
Soy una ferviente admiradora de los jardines ingleses y su perfección tiralinesca, pero me encanta la vida que tienen los jardines franceses. ¡Si hasta tienen tumbonas, a buenas horas iban a durar aquí!
Bueno, hablaba yo de barco. De bateau, concretamente. Lógicamente, en París pueden hacerse excursiones por el río en los numerosos bateaux turísticos que surcan el Sena. Hay de varios tipos: el batobús, que es como un autobús con paradas fijas, y el Bateau Mouche, además de bateaux donde te dan una cena romántica y todo el rollo. El batobús es comodísimo porque tiene ocho paradas en otros tantos edificios emblemáticos, te bajas donde quieras y al acabar la visita no tienes más que esperar al siguiente batobús y subirte hasta el próximo destino. Pero todo eso preferimos hacerlo andando, masoquista que es una, y cogimos el Bateau Mouche, que hace un recorrido de una hora sin paradas por esos mismos lugares. Lo cogimos al anochecer para poder tomar fotos de la Torre Eiffel iluminada.
El reloj del museo D’Orsay no atrasaba
Notre Dame enseña su parte posterior al Sena
Maravillosa la Concergierie al atardecer
Y por fin llegó el momento: la última cena, las últimas copas y a despedirse. Salíamos al día siguiente por la tarde. Mi marido aún pudo realizar su sueño al día siguiente de hacer footing por las orillas del Sena. Yo estaba tan sumamente escoñada que no pude acompañarlo. ¡Bien que lo sentí! Ahora queda el recuerdo de tan maravilloso viaje y casi cuatrocientas fotos que ya empiezo a visualizar con nostalgia. Nos han quedado cosas por ver, por supuesto. Siempre debe quedar algo pendiente para desear el regreso. Aquí termina la crónica de nuestro viaje. Espero que os haya gustado y diré una vez más, ahora con más razón que nunca, eso de: ¡Au revoir!