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CENANDO EN PARÍS (III)

parisana1nov14 ANA VÁZQUEZ VILLAREAL.

Todas las fotos son propiedad de Fata Morgana
¡Y por fin llegó el día tan deseado y temido al mismo tiempo! ¿A quién no le gustaría subir a la Torre Eiffel, exactamente a 330 metros de altitud? ¿Temido por qué? Por las espantosas colas que hay que hacer para conseguirlo. Me tiré toda una tarde en internet buscando opiniones de usuarios, porque no sabía si llevar las entradas compradas de antemano. Y como vi que la cola había que hacerla igual, puesto que venía dada por la capacidad de los ascensores, decidimos comprarlas in situ.
La cola de la Torre Eiffel debe de ser de las más lentas e incómodas que hay. Nosotros tuvimos suerte y sólo esperamos abajo, desde donde saqué esta instantánea fruto del aburrimiento, una hora y media. Afortunadamente yo me entretengo viendo volar a una mosca, y diferenciar la cantidad de nacionalidades que compartían cola con nosotros nos tuvo muy entretenidos. No sólo eso, había cantidad de musulmanas, y conjeturar por qué unas llevaban tapada la cabeza con el pañuelo de un color y otras de otro, o por qué unas llevaban sólo la cabeza y otras hasta medio cuerpo, y por qué unas iban pintadas como carros (verídico) y luciendo joyones y unos bolsos de Louis Vuitton de quedarte tonta y unos vaqueros que no las dejaban ni respirar y otras no, hizo que se nos pasara bastante rápido. Además, era el primer día que no hacía calor. Calor sofocante, por lo menos.
De los cuatro pilares de la Torre, tres tienen ascensores, pero ese día sólo funcionaba uno de ellos. Eso nos retrasó. El ascensor sube directamente a la segunda planta, y ahí hay que esperar otra cola de unos 45 minutos para subir a la cúspide.
Por si no saben la historia, yo se la cuento. La Torre fue construida por Eiffel (lógico) para la Exposición Universal de 1889, pero la ciudadanía puso el grito en el cielo (nunca mejor dicho) y le pareció un espanto. Su futuro se presentaba negro e iba a ser desmantelada. Durante la Primera Guerra Mundial vieron que era aprovechable para la instalación de antenas de radio y se salvó. Hoy es el monumento más visitado del mundo: unos 20.000 visitantes al día. Eiffel, que era muy listo, se hizo un apartamentito de lo más apañao en la cumbre (había una exposición fotográfica) con un banquito en el balcón para relajarse con la vista de París. Así vivió hasta los 90 años, claro. Lo chungo debía de ser cuando se olvidaba de comprar el pan…
Dejaré que las fotos hablen por sí solas. Ver a 300 metros de altura lo que el día anterior tenías a pie de calle te deja perplejo. Y una reflexión para la posteridad: manda huevos, he subido a las Torres Gemelas, al Empire State, a la Torre Eiffel, y nunca he subido a la Torre de Hércules. Algún día, cuando mis rodillas se recuperen de tanta subida y bajada, tendré que subsanar tan tamaño error.
El Bois de Boulogne se extiende al final
Qué pequeño parece el arco de Triunfo desde aquí…
El macrotocho de los Inválidos en todo su esplendor
Notre Dame, impresionante desde la Torre
Desde aquí se aprecia perfectamente la forma de U del Museo del Louvre
El Panteón
La visita a la Torre nos llevó en total tres horas y algo. Teniendo en cuenta que madrugar no es lo nuestro (a las diez, y obligados porque nos cerraba el desayuno), salimos ya a la hora de comer y decidimos volver a hacerlo en los Campos Elíseos. Paseamos por el Sena hasta el Puente d’Alma (terroríficos los homenajes a Lady Di, no hay fotos) y tras un paseo por Chanel y todos sus colegas (sólo para mirar escaparates, aunque nos dejaban entrar a pesar de nuestra pinta de zarrapastrosos. Me quedé enamorada de unos pantalones de cuero de Chanel de 4000 euros) nos sentamos en el mismo restaurante del día anterior, con su mismo maitre con cara de mala leche y su misma mesa esplendorosa. Se preguntarán por qué lo de la mesa ¡Es que en París las mesas son enanas, no cabe nada! En esta por lo menos cabían los platos, vasos, pan y vinagreras con cierto desahogo. Tomamos un carpaccio muy rico, por cierto.
Tras entrar en un par de tiendas, la Virgin y cuatro chorradas más, empezamos el plan de la tarde, que era visitar la Plaza de la Concordia de día y de ahí a la Iglesia de la Madeleine, sorprendente por su parecido con el Partenón (que no el Panteón, ojo). Por cierto, en París entrar en las iglesias es gratis, excepto en los Inválidos y alguna más, y se pueden sacar fotos sin flash. Pero la gente es poco respetuosa y habla en voz alta, lo que cabrea a los vigilantes, que están haciendo shhhhhh todo el tiempo.
La plaza de la Concordia está situada junto a los jardines de las Tullerías y, como ya dije en una entrada anterior, fue donde estuvo erigido el cadalso durante la Revolución. He de decir que con motivo de este viaje refresqué mi memoria con la historia de la Revolución Francesa, que siempre me ha apasionado. El tema del Obelisco me indignó bastante. ¿Qué pinta un obelisco egipcio de la época de Ramses II en París? Aunque he de decir que queda bonito.
En cuanto a la iglesia de la Madeleine, en un principio tenía un diseño totalmente distinto. Su construcción se paralizó durante la Revolución y… ¿a que no saben quién mandó tirar lo construido y rehacer según el diseño griego? Napoleón de mis amores, naturalmente. Si es que el maldito enano me persigue… De hecho, fue edificio civil dedicado a la mayor gloria del ejército hasta que el Arco de Triunfo asumió ese honor.
En la próxima entrega les relataré algo conmovedor: mi encuentro con mi adorada Victoria de Samotracia. Aquí les espero. Au revoir.