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El aire que respiramos es aquel que nos avisa de que no todo se puede tocar, de que no todo puede coger forma para instalarse cómodamente en nuestro cerebro en forma de idea, hecho o acción. De que el movimiento de los seres a nuestro alrededor es incontrolable, libre como nadie sabe pensarlo.

El aire nos vacila sin descanso cuando paseamos al borde de un precipicio, cuando nos sentamos a leer y las páginas se leen a ellas mismas, regocijándose en una fuerte  masturbación cosificada pero llena de entusiasmo y voluntad.

El aire se cuela por entre las faldas de la señora peripuesta a la que nadie gana en morbo y secreto. Se dice a si mismo que debe volar lejos para no dejar su personalidad rezagada en la lista de cosas que aún quedan por hacer. Despeina las ataduras que un cabello suelto libera en un acto a la desesperada, repleto de coordinación y simetría. Aburrido de tanto llorar.

El aire coge de la mano a quien le apetece sin pedir permiso, pues no cuesta enamorarse del una vez que su caricia despeja las dudas acerca del lugar en que estamos anclados , locos por levantar las manos y ser contagiados por su dinamismo irrepetible, por su fuerza renovadora de paisajes e ilusión.

Aire es la tercera persona del que solo es uno.

Porque detrás de uno está aquel que quiere pero no se atreve , y esa tercera persona ya te está llevando lejos sin moverte de este banco en el que las hojas corretean por tus manos sin que sepas realmente cuánto te está jodiendo que no seas capaz de dominar esas palabras al vuelo. Pues una vez perdido el hilo, se es libre para cogerlo de nuevo por su comienzo, por su camino en curso o por el lugar de donde proviene sin entender siquiera qué significa ese origen del que todo parece provenir.

Su invisibilidad ni molesta, ni perturba, porque es calmo en su intempestuoso arrebato y excitante en su forma de brisa sollozante que nos pide sin cesar no resignarnos tan solo a vivir sobre la tierra y para ella.

Nos proporciona el espectáculo del compás en la hierba, los árboles que bailan graciosos su melodía en el inmenso mar que no sabe por dónde le vienen los besos. No sabe de quien está enamorado pero le gusta acompañarlo hasta la orilla con la esperanza de un orgasmo rocoso del que su amor platónico tan solo es celestina empeñada en reconciliar algo que ya lleva toda su vida amándose.

El aire al fin y al cabo ya se ha largado. Solo entra de vez en cuando por esta puerta de un café para observar como transcurre su historia y la de los demás.

Dedicado a la uruguaya.

Darío Méndez.